Rezo, para que me olvides - Capítulo 51
—Dayna existe.
Pasé varios días negándolo con todas mis fuerzas, pero al final no tuve más remedio que admitirlo.
—Dayna, te amo.
No lo había oído mal. No había sido un nombre que Johan murmurara en medio del ardor, ni un eco de mi propio éxtasis confundiendo mis sentidos, como él insistió después.
Así que Johann me mintió. Y con eso, otra verdad se impuso:
Johann miente con facilidad.
Entonces… ¿también era mentira cuando decía que me amaba?
Desde que recuperé ese fragmento de memoria, he estado fuera de mí. Cada hora despierta la pasaba obsesionada con Dayna, las que deberían ser de descanso, ni existían. Era lógico que en pocos días mi cuerpo se consumiera.
—Podría clavártelo y ni lo notarías. Pareces un cadáver.
El Mayor comentó estos días que mis ojos, sin enfoque, parecen los de una muerta.
—No me gusta gemir encima de una mujer que ni siente cuando se la follan.
Que yo no reaccione a sus comentarios vulgares no es nada nuevo. Lo extraño es él. Ahora se empeña en descifrar por qué estoy tan ausente.
—¿Tienes algún problema?
—No.
—Mientes.
Apoyó la barbilla en una mano y me escudriñó con obstinación. Sabía que era inútil, pero igual desvié la mirada, como si mis preocupaciones pudieran leerse en la pupila. Eso solo lo hizo sospechar más. Sonrió con suficiencia.
—¿Estás embarazada de tu marido?
—No.
Yo era la que debería reírme. Hacía días que no compartía lecho con Johann, desde que terminó mi menstruación.
—¿Entonces es de otro hombre?
—Solo he comido poco.
Si mi delgadez fuera por inanición, el Mayor debería estar gozando, calculando cómo sacar provecho en el mercado de Rize. Pero hoy, extrañamente, no se fijaba en mi cuerpo, sino en mi mente.
—¿Tu marido ya no te satisface en la cama?
—……
—¿O es que te atormenta sin compasión?
—……
—Como solo vives para él, el problema debe ser él. ¿Acumuló deudas de juego? No… con esas mejillas hundidas, algo peor hizo. ¿Se cansó de tu dependencia y quiere el divorcio? ¿O te ordenó venderte hasta a mí para conseguir dinero? Tampoco…
Parece que el único obsesionado aquí es usted, Mayor.
—Hmm… Entonces…
El Mayor se sumió en sus pensamientos por un momento antes de continuar con sus conjeturas:
—¿Resulta que tu marido no es realmente tu marido? ¿Un espía enemigo? ¿Un fugitivo con su rostro? ¿Un desertor?…
Todas sus suposiciones eran disparos al aire. Así que, fingiendo tranquilidad mientras limpiaba, volví a mis obsesiones.
—¿No te avergüenza, con tu posición, codiciar a la mujer de otro?
El hombre de mi memoria había dicho eso. Posición. Al principio pensé que se refería a clase social, pero ahora entendí: hablaba de que Johann ya estaba casado.
Pero… ¿cómo conocía ese hombre a Johan? No lo vi bien, pero se le parecía bastante. No como un gemelo, pero sí como un hermano. No logro recordar quién era. ¿Cómo recordar algo que ya no existe?
—Entonces…
Mientras yo cavilaba, el Mayor, tras soltar una retahíla de equivocaciones, encendió un cigarrillo y esbozó una mueca.
—¿Tu marido te está poniendo los cuernos?
—……
—…¿Esta es la respuesta?
Se sorprendió tanto al darse cuenta de que su broma descartada era cierta que hasta dejó caer el cigarrillo.
—No.
—»No», dice…
Estaba segura de no haber dado pistas. No había evitado su mirada ni dejado de frotar el cajón. ¿Cómo lo supo?
—No me lo creo.
Aunque lo adivinó con astucia, le costó una eternidad aceptarlo.
—¿Johann Lenner, un infiel?
No es que ahora lo sea. Fue en el pasado. O… si aún no ha olvidado a esa mujer, ¿significa que sigue siéndolo?
—Nunca escuché ese rumor…
masculló el Mayor mientras encendía otro cigarrillo.
«Nunca escuchó». Claro. Él también ha estado investigando a Johann.
—¿Sabes con quién? Si no, puedo averiguarlo. ¿Quieres que lo vigilen? Podríamos pillarlos in fraganti. ¿Qué tal? ¿No te tienta? Pronto lo estarás. Si cambias de idea, avísame. Te ayudaré gratis.
Ni siquiera finge que no lo espía. Tampoco oculta sus intenciones turbias hacia mí. Su descaro casi me hace reír… pero solo logré suspirar.
—Ni usted podría ayudarme, Mayor.
—¿Por qué? ¿Su amante es la hija de algún ministro?
—No es eso…
Dudé, luego, con una mueca de autodesprecio, murmuré:
—En el sueño… Johann amaba a otra mujer…
—…¿Sueño? Já, esto es ridículo.
Tal como esperaba, el Mayor comenzó a creer que era una lunática incapaz de distinguir fantasía de realidad. Había temido que alguien tan perspicaz no cayera en mi torpe mentira, pero como había tenido ese sueño, técnicamente no era falso.
—Despierta. Tu obsesión con tu marido raya en lo patético. Sabía que tenías delirios de infidelidad, pero esto es extremo.
¿Habría sido Brigitte quien difundió eso de mí? Decidí no corregirlo. Mejor que crea que la ‘otra mujer’ de Johann solo existe en la mente de una esposa paranoica.
Y por favor, que el Mayor no tuviera fetiche por mujeres trastornadas.
Por supuesto, mi deseo no se cumplió. El Mayor siguió llamándome. Todos los días, incluso cuando no había sábanas que lavar. De hecho, hacía tiempo que no obligaba a Brigitta a copular frente a mí.
—Rize Einemann, ¿se te pudrió el cerebro? Cuando perdiste la memoria, algo más debió romperse.
Siguió atribuyendo mi letargo a ese maldito ‘sueño’
—¿Qué tiene Johann Lenner para que un sueño de infidelidad te consuma así? Si fuera real, te matarías. Patético. Si ocurre, mejor lo mato a él.
¿Matar a Johann?
No es que sus palabras resonaran en mí. Fue el eco de otra voz similar en mi memoria:
‘Por eso Johann oculta cómo se casó contigo. Si lo supieras, querrías matarlo como antes’
El Mayor se equivocaba en lo último, pero acertaba en lo primero. Johann no calló por cobardía. Lo ocultó a propósito.
—Piénsalo, Rize. Si no hubiera nada turbio, ¿por qué esconderlo? ¿No es sospechoso?
Que nuestro matrimonio fuera ‘turbio’…
—¡¿Qué estás haciendo?!
Su grito me sacó del trance.
Sssss.
El olor a quemado llegó tarde. Había estado planchando en piloto automático. La manga de su camisa ahora era carbón.
—Dios, lo siento.
¡CRASH!
—¡No!
Al intentar apartar la plancha, la dejé caer en el borde de la mesa. Las patas endebles tambalearon y todo se desplomó. El caos reinaba.
—Eres un desastre.
El Mayor, abrochándose la camisa, se acercó con sorna. Mi rostro ardía. ¿Otro error estúpido? Ahora había marcado la alfombra. Debía limpiarlo.
—¡Ah!
—¿En serio vas a hacer eso?
Aún aturdida por el desastre anterior, cometí un error aún más estúpido. Intenté recoger los trozos de carbón derramados sobre la alfombra… con las manos desnudas.
—¿Estás demente?
El Mayor dio un paso atrás, luego estalló:
—¿Quieres matarte? ¡Hay mil formas, pero elige la más estúpida! Si quieres morir, clávate la plancha en la garganta. ¿Crees que así morirás? Solo dolerá como el infierno.
Fue un instante, pero las yemas de mis dedos ya estaban enrojecidas. Un dolor agudo comenzó a latir. Miraba mis manos, incapaz de creer lo que había hecho.
—Rize Einemann, ¿qué diablos te pasa?
El Mayor llenó un vaso de agua y me lo arrojó a la cara.
—¿Todo esto por un maldito sueño?
No es un sueño.
—…Hic…
Sentada en el suelo, aturdida tras cometer tres errores seguidos, finalmente cometí el cuarto:
—No es un sueño.
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