Rezo, para que me olvides - Capítulo 50
No puedo dejar pasar a alguien en apuros. Es mi naturaleza.
Pero «alguien en apuros» no se refería solo a Señora Hildebrandt. Johann también se ofreció porque sabía que los aldeanos dudarían en prestar un carruaje.
Si todos van a sentirse incómodos, prefiero ser yo quien dé el paso y se sacrifique.
Era el Johann que había conocido desde el año pasado.
—Parece que interrumpimos su camino. Qué vergüenza…
—No, no. Solo estábamos paseando, no tenemos prisa.
Por otro lado, Señora Hildebrandt, perspicaz como era, parecía agradecida pero también algo mortificada. Después de todo, un respetado maestro como Johann, bien visto en el pueblo, no debería verse rebajado a hacer tareas de sirviente. Quizá por eso ella no se quedó cómodamente en el carruaje, sino que salió al frío y permaneció de pie.
Todos esos pensamientos incómodos, aunque no dichos en voz alta, flotaban en la tensa atmósfera de la calle.
—¡Frank!
Johann, que había estado revisando el motor, alzó la cabeza y, tras mirar alrededor, llamó a un anciano en la casa de enfrente, justo cuando sus miradas se cruzaron.
—Yo… yo no sé nada de esas cosas.
El anciano hizo un gesto de negación con las manos y se retiró hacia el patio trasero.
—No es eso. ¿Me prestaría algunas herramientas?
—Ah…
Aunque parecía reacio, el viejo le pasó unas cuantas herramientas desgastadas. Johann las tomó y comenzó a ajustar, aflojar y golpear alguna parte de la máquina, ahora completamente detenida. Luego, agarró con fuerza la manivela que sobresalía del frente del auto y la giró con energía.
Parece hábil en esto… Pero un auto es algo que gente pobre como nosotros nunca tendría.
En el momento en que mi hombre me resultaba más extraño, de pronto me pareció terriblemente familiar.
¡Clang!
Un coche —no el de Señora Hildebrandt, sino el nuestro— apareció de pronto en mi mente, emitiendo un sonido siniestro antes de detenerse en medio del camino.
En esa visión extrañamente familiar, yo no estaba parada afuera del auto, sino sentada en el asiento del acompañante. Johann, al volante, salió y abrió el capó. Se remangó y trabajó en la máquina antes de girar la manivela con tanta fuerza que los tendones de su antebrazo sobresalían.
Como ahora.
—Maldita sea…
Murmuró una palabrota cuando el motor no arrancaba. Pero Johann nunca decía esas cosas.
Ese hombre no es Johann.
Esta escena que surgió de repente en mi mente debía ser una alucinación. Dios mío, ¿estoy tan mal de la cabeza…?
—Maldita sea…
Ahora, frente a mí, el Johann real susurraba las mismas palabras que nunca diría, igual que el Johann de mi alucinación.
Esto no es una alucinación.
Es un recuerdo.
Lo supe de inmediato. Johann no actuaría como en mis fantasías… pero sí como en mis recuerdos.
‘Sí, solo me golpeé la cabeza. No es que haya enloquecido y tenga alucinaciones a plena luz del día’
Esto es un recuerdo. Uno de esos que, como la escena grotesca de un soldado pisando una mina, no se desvanecen con el tiempo. Uno que puedo revivir una y otra vez.
‘Quiero ver más’
Pero el recuerdo se corta ahí. No importa cuánto me esfuerce, no logro recordar qué pasó después, dónde habíamos salido, hacia dónde íbamos, qué hacíamos… ni siquiera cuándo fue.
Solo puedo deducir, por el rostro de Johann —más saludable y pulcro que ahora, aunque no precisamente joven—, que no es un recuerdo tan lejano.
—¿Y la estación? ¿El lugar?
Por más que escudriño aquel fragmento de memoria, los detalles siguen borrosos.
—Johann lo sabrá.
Si es nuestro recuerdo, él también lo conoce. Pero ahora está demasiado ocupado como para preguntarle.
—Se lo preguntaré después. Se alegrará.
Porque estoy recuperando la memoria. Porque, como dijo el médico, la herida está sanando.
—Ojalá no recordaras nada.
musitó él en algún momento.
…¿Acaso no quiere que lo recuerde?
—A veces la ignorancia es un alivio.
Porque los recuerdos también pueden ser veneno.
Pero este no es un recuerdo triste.
Así que, cuando se lo cuente, ¿no se alegrará? Por más que lo pienso, parece un momento precioso, algo que solo compartimos nosotros dos.
¿Íbamos de paseo? ¿Teníamos un auto? Debíamos vivir bien.
Quiero conocer nuestro pasado. Johann me pidió que no preguntara, pero no puedo evitarlo.
Aprieto las manos contra el pecho, palpitante, aguardo impaciente a que termine de reparar el motor.
—Prueba a girar la manivela mientras ajusto la palanca.
Pero algo fallaba. Johann intentó varios métodos antes de subir al asiento del conductor. Con una mano en el volante, lucía tan refinado como en mi recuerdo. No puedo apartar la mirada… ¿y él lo notó? Sus ojos se clavaron en los míos.
Nos miramos. Solo por un instante. Porque él desvía la vista de inmediato.
‘Evitó mi mirada’
Podría pensar que fue un accidente, que solo volvió su atención al auto cuando el motor arrancó… pero no. En el nuevo recuerdo que acaba de surgir, el Johann de aquel tiempo también evitaba mirarme.
Cuanto más se desdibuja la escena frente a mí, más nítido se vuelve ese pasado.
Llevábamos la misma ropa, íbamos en el mismo auto… pero el contexto era distinto. Esta nueva imagen parece ser la continuación del recuerdo anterior: tras reparar el auto, volvíamos a la ruta.
Johann y yo permanecimos en silencio.
El silencio era incómodo, pero hablar lo habría sido aún más. Así que mantuve la boca cerrada. Johann parecía pensar lo mismo.
‘Al parecer, no era un recuerdo feliz…’
Aunque compartíamos el mismo auto, ambos intentábamos evitarnos. Y sin embargo, de vez en cuando, nos espiábamos con el rabillo del ojo.
Hasta que, en un desafortunado momento, nuestros miradas se encontraron. Johann desvió los ojos al instante, como un niño pillado en falta. En ese recuerdo, parecía un hombre cargado de culpa. Yo, en cambio, no sentía remordimientos… solo arrepentimiento.
Entonces, ¿por qué su incomodidad me inquieta?
Cada vez que sus labios sellados parecían abrirse, yo rogaba en silencio:
‘Por favor, no digas nada’
Y cuando al fin los apretaba o se mordía el labio inferior, respiraba aliviada. Así una y otra vez, hasta perder la cuenta.
—…Lo siento.
al final, Johann rompió el sileno con palabras torpes.
—Lo que dije antes…
—¿Qué fue lo que dijiste?
pregunté, fingiendo ignorancia.
‘Haré como si no lo hubiera oído. Por favor, no sigas.’
Por suerte, captó mi mensaje y calló. Aunque me alivió que no insistiera, no podía evitar sentir su incomodidad como un peso.
Podía fingir que no había escuchado sus palabras aquel día… pero jamás olvidarlas.
—Lo admito: no he podido olvidar a Dayna.
Ese momento era después de su confesión.
¿Significaba que… aquella conversación fue real?
¿Johann había amado realmente a otra mujer?
¿Y qué? Aunque fuera cierto, si ahora solo me ama a mí, no importa. No es una traición haber amado a alguien antes.
—Para mí, solo existes tú. Siempre ha sido así.
…¿Mentir sí lo sería?
No, no. Si Johann olvidó a Dayna y aprendió a amarme, si al final se casó conmigo y decidió actuar como si ella nunca hubiera existido… entonces, incluso si me mintió, podría perdonar…
Hasta que lo recordé:
Al bajar la vista para evitar su mirada en aquel recuerdo, había algo en mi mano.
Un anillo.
El anillo de bodas que llevo ahora.
Cuando Johann confesó que aún amaba a Dayna… ya era mi esposo.
Aquella confesión no fue sobre un amor del pasado.
Fue la prueba de que, desde el principio, se había casado conmigo mintiendo.
—Ojalá no recordaras nada.
Por eso Johan no quería que recuperara la memoria. Por eso no quería decirme cómo nos casamos. Debió pensar que era mejor olvidarlo. Que me había casado con él sin amarlo… que lo había olvidado… Johan me estuvo engañando desde antes de que perdiera la memoria hasta después.
—Supongo que la Rize Einemann del pasado debió experimentar algo terrible que no debería recordar, ¿verdad?
Este matrimonio fue un fraude.
—A veces es mejor no saber nada.
Pensé que este recuerdo era una medicina, pero es veneno.
—Olvida todo. Conserva solo el amor inolvidable.
Algún día quiero olvidar, tal como Johan me pidió. Pero no hay manera de olvidar un recuerdo una vez recuperado.
—…Rize, ¿esto te gusta de verdad?
Las flores que escogí hoy eran jacintos marchitos por el frío, que florecieron demasiado pronto. No las elegí porque me gustaran, sino porque fueron las flores que encontré por casualidad en medio de mi confusión mental.
—Acéptalas, mi amor.
Miré fijamente la muestra de amor que Johan me entregó en la mano y, sin poder pronunciar una palabra, pregunté:
‘¿Tú… me amas?’
Después de las palabras de Johan, incluso su amor comenzó a ser cuestionado.
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Lalo
Omg 😦