Rezo, para que me olvides - Capítulo 49
—Entonces, si la mayor expresión de amor después de la muerte es el matrimonio… pero nosotros ya nos hemos casado. No podemos hacerlo otra vez…
Johann decía que con solo transmitirle lo que yo ardía por decirle, mi amor llegaba completo. Pero a mí eso no me bastaba. Mientras me devanaba los sesos, de pronto encontré una forma de expresarlo que me encantó:
—Quiero tener tu hijo.
Lo único que poseía era mi cuerpo. Así que entregárselo para amarlo significaba darle todo. Concebir y parir a su hijo también era ofrendarle mi cuerpo, igual que la muerte o el matrimonio.
¿Cómo será el bebé de Johann?
Más adorable e inteligente que Thomas, sin duda. Quiero dar a luz a un hijo que se le parezca. Sería tan feliz si Johann no pudiera soltar a ese niño, idéntico a él, de sus brazos.
No, mejor que sea una hija. O tener cuatro o cinco. Cada vez que lo imaginaba rodeado de niños, pensaba: ¿Y si todos fueran nuestros?, y me embargaba la felicidad.
…Pero, ¿es esto realmente una expresión de amor?
Solo sería amor si a Johann también lo hiciera feliz. Si solo yo era feliz, entonces era puro egoísmo.
—Nuestro hijo… Sería nuestra expresión de amor hecha juntos.
Por suerte, a Johann le encantó mi forma de expresarle el amor.
—Y es algo que solo tú puedes hacer por mí.
—Exacto.
Solo yo podía convertirlo en padre. El pecho me ardía. Y lo que palpitaba a punto de estallar no era solo mi corazón.
Quiero llevar a su hijo dentro de mí. Ahora mismo.
Ya sentía la sangre acumulándose: entre mis piernas latía, y mi vientre ardía.
—Vamos a casa.
Solté los brazos que lo ceñían y tomé su mano. Iba a echar a andar cuando Johann tiró de mí, deteniéndome.
—Rize, sabes que no podemos. Aún no.
Había que esperar a que las cosas mejoraran. Y mi cuerpo no estaba listo. Lo sabía.
—Pero esta noche podríamos……
Johann, arrojando un balde de agua fría sobre mis impulsos —que amenazaban con cegar mi razón—, golpeó ligeramente el frasco de mantequilla en su bolsillo.
—Come al menos dos rebanadas de pan bien untadas con esto.
—Si lo hago, mi aliento apestará a ajo hasta mañana.
Tras negociar que una rebanada llevaría mantequilla normal, volvimos a tomar las manos y emprendimos el regreso. Caminando en silencio, recordé algo que había olvidado: tenía algo que decirle antes de que la conversación se desviara.
—Johann, rechazaste la oferta de Señora Hildebrandt porque querías pasar tiempo conmigo, ¿verdad? Yo estoy bien, ¿por qué no la aceptas?
Era una oportunidad demasiado buena para dejarla pasar. No todos los días se tenía la ocasión de estrechar lazos con los oficiales del búnker.
—Pero es que el padre del niño no es un simple oficial, ¡sino nada menos que el segundo al mando del Estado Mayor, un general del ejército! ¿No es esta la oportunidad perfecta para conectar con un alto mando militar?
—Yo no estoy bien con eso.
—¿Por qué no?
—Rize, no soy una máquina que trabaje sin cansancio. También quiero pasar unas horas al día descansando contigo, en casa.
—Ah….
Sin querer, había terminado presionándolo para que ganara más dinero.
—Lo siento. No era mi intención.
—Lo sé. No tienes que disculparte.
Aunque él lo entendía, yo seguía incómoda, así que me enredé en explicaciones que sonaban a excusas:
—Es solo que me da pena que no aproveches la oportunidad de ascender. Dos veces ha llegado una ocasión así, dejarla escapar las dos… es un desperdicio.
Y, además, no entendía por qué rechazaba una oportunidad que les daría una vida más cómoda y próspera.
A mí me basta con Johann, pero él siempre dice que lamenta no poder darme una mansión con sirvientas….. ahora que tiene la ocasión, la rechaza. ¿Eran solo palabras vacías?
No dudaba de su amor, pero sí de sus palabras.
—Rize, no todo lo que viene en un frasco es medicina. También podría ser veneno.
Johann respondió solo eso y cambió de tema.
—¿Qué flores quieres recibir hoy? Te cortaré cualquier cosa, excepto las que aún no han florecido.
—Entonces no es ‘cualquier cosa’.»
Nos reímos y pasamos de largo frente a nuestra casa. En el mercado no había flores silvestres, claro.
—Claro que en el jardín de la escuela hay crocus y narcisos brotando… pero una maestra no puede arrancar flores de los macizos.
Desde que empezaron a florecer las primeras flores, Johann solía caminar hasta el final del pueblo al volver del trabajo para traerme ramilletes silvestres del borde del bosque.
—Hoy vamos juntos, así que podrás elegir las flores que quieras recibir, no solo las que yo quiera darte.
—Mmm… ¿cuál será…?
Mientras caminaba pensando en narcisos, crocus, jacintos y demás flores tempranas, llegamos al límite del pueblo.
—¿Eh? ¿Eso es…?
Un coche de lujo estacionado junto al camino llamó mi atención. La forma de su parte trasera me resultaba familiar.
—¿No es el auto de Señora Hildebrandt?
Así era. Al acercarnos, vimos a la Señora y a Thomas sentados en los asientos traseros. Pero el oficial, que debería estar al volante, estaba de pie frente al coche, rascándose la cabeza. Parecía que el auto se había descompuesto.
—¿Qué ha pasado?
Cuando Johann se acercó a preguntar, el oficial soltó un suspiro exasperado antes de responder:
—El auto ha decidido morir. Parece un problema en el motor, pero yo no entiendo nada de estas cosas……
Dentro del capó abierto, un amasijo de metal temblaba con un ruido sordo. Hasta para mí, que nunca había visto un motor de cerca, el sonido sonaba anormal.
—¿Habrá algún lugar donde pueda alquilar un carruaje por aquí? Necesito traer a un técnico del búnker.
preguntó el oficial, mirando alrededor. En este pueblo de montaña, donde todos se movían a caballo o en carreta, nadie sabría reparar un automóvil. Pero Johann no le sugirió ningún sitio.
—¿Le importa si echo un vistazo?
¿Johann sabía arreglar coches? Tanto el oficial como yo nos miramos sorprendidos.
—¿Sabe de mecánica?
—No como un profesional, pero manejé uno antes. Lo básico lo entiendo.
¿Que Johann había conducido? La sorpresa se acumulaba. Se quitó el abrigo, se remangó la camisa y comenzó a discutir con el oficial sobre el intrincado mecanismo del vehículo. No entendí ni una palabra.
—Señora Lener, cuánto tiempo.
Mientras observaba boquiabierta, Señora Hildebrandt salió del auto con su hijo y se situó a mi lado.
—Su esposo es un hombre de muchos talentos.
—Sí… A mí también me ha sorprendido.
Era evidente que la reparación tomaría tiempo, prefería conversar conmigo antes que quedarse en el incómodo silencio del auto. Sobre todo porque los vecinos empezaban a observarnos: asomándose por las ventanas entreabiertas, fingiendo trabajar en sus jardines mientras nos espiaban.
Antes, habrían salido de sus casas para rodear el vehículo, dando consejos sin saber o remangándose para ayudar. Pero esa gente que tanto disfrutaba auxiliando al prójimo… había cambiado. Solo con los del búnker.
Cuando el gobierno y el Estado Mayor llegaron, los aldeanos, llenos de patriotismo, los recibieron con los brazos abiertos. Pero lo único que obtuvieron a cambio fueron reclutamientos forzosos y cacerías de desertores. Desde entonces, la gente de Eisenthal evitaba a los del búnker.
Claro que algunos aún se acercaban a los oficiales por interés. Sobre todo si eran de alto rango, como la familia de un general. Pero para gente humilde como los de este barrio, tejer vínculos con ellos traía más peligros que beneficios.
‘No todo lo que viene en un frasco es medicina. También podría ser veneno’
Ahora entendía lo que Johann quiso decir.
¿No estará pensando que, si ayuda a la esposa del general, podrían reclutarlo como mecánico militar?
Y, sin embargo, allí estaba, remangándose sin vacilar. A pesar de tener la edad más riesgosa para ser arrastrado a un servicio obligatorio.
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