Rezo, para que me olvides - Capítulo 39
La mujer recostada cerca de la puerta comenzó a levantarse con un quejido, como si estuviera despertando poco a poco. Empecé a preocuparme por ella.
¿Cuánto se sorprenderá al ver la puerta abierta de par en par y a la señora de la limpieza dentro de la habitación? Por respeto a su dignidad, pensé en apartar la mirada para no avergonzarla mientras se apresuraba a arreglarse. Justo cuando iba a apartar los ojos de la cama—donde había estado fijándome por culpa del Mayor—, ocurrió.
—Ah…
Por mala suerte, la mujer levantó la cabeza de golpe y nuestras miradas se encontraron.
—Dios mío, pero ¿Quién es usted?
La mujer no pareció sorprenderse al verme, ni tampoco hizo ademán de irse. No era alguien que tuviera el decoro o la vergüenza para hacerlo.
¿Brigitte?
La mujer que había pasado la noche con el Mayor era Brigitte Zimmermann, la vecina del piso de abajo de Señora Bauer. La misma mujer descarada que había intentado seducir a Johann y, al fracasar, lo acusó de homosexual.
Después de aquel incidente, Brigitte había permanecido tan callada como un ratón muerto. Aunque en tiempos de guerra se hacía la vista gorda ante ciertas cosas, había límites. Intentar seducir a un hombre casado ya era cruzar la línea, pero al ser rechazada, su mezquino intento de venganza solo logró que su propia indecencia se difundiera por cada rincón del pueblo.
Desde entonces, su reputación quedó hecha añicos, se volvió raro verla en público. Después de que nos mudáramos, ni siquiera tuvimos la oportunidad de encontrarnos por casualidad. La última vez que supe de ella fue hace poco, cuando leí en el boletín de la parroquia la noticia de la muerte de su marido.
El esposo de Brigitte había muerto en combate hacía poco. ¿El funeral sin cuerpo no había sido apenas anteayer? Y aquí estaba ella, apenas viuda, tendiendo su cuerpo en la cama de otro hombre.
Con cualquier otra mujer, me habría compadecido—obligada a vender su cuerpo a un soldado para sobrevivir, sin siquiera tiempo para llorar a su marido. Pero con Brigitte, no sentí ni un ápice de lástima.
No era porque tuviera rencor hacia ella. Sino porque Brigitte no era como esas otras mujeres. No se entregaba al Mayor por necesidad. Lo hacía porque quería. El domingo pasado, Señora Bauer, a quien encontré en la iglesia, me contó lo que había ocurrido en casa de los Zimmermann.
—Aunque no fuera un matrimonio por amor… al fin y al cabo, era su esposo. ¡Y ahora está muerto! Dios mío, apiádate de su pobre alma y de esa niña pequeña…
Resulta que el marido de Brigitte había regresado a casa el otoño pasado. No fue dado de baja por heridas, sino que había desertado. Su familia, ya fuera por previsión o complicidad, lo escondió en casa y mantuvo el secreto incluso con los vecinos.
—Ah, con razón…
Recordé haber visto a Brigitte varias veces a lo lejos el otoño pasado.
—Tenía una expresión como si cargara con el peso del mundo entero. Yo pensé que solo estaba de mal humor por el ajetreo de la temporada.
—Lo que la tenía así era tener a su marido en casa.
Pero todo se complicó cuando el cuartel militar se estableció en la zona. A finales de otoño comenzó una redada masiva para capturar desertores, revolviendo hasta el último rincón de las montañas.
—Hasta entonces, ni siquiera sabía que que seguía en casa.
Los soldados, de algún modo enterados, irrumpieron en la casa de los Zimmermann y se lo llevaron. Lo enviaron directamente al frente, y en menos de dos meses, solo regresaron sus placas de identificación junto con el aviso de su muerte en combate.
—La familia Zimmermann está que tritura los dientes, diciendo que Brigitte es un demonio, no un ser humano.
—Pero ella no lo mató.
Aunque bien pudo haberlo condenado.
—¿No estarás insinuando…?
—Quién sabe. Se comporta de manera que invita a los rumores. ¡Ay, si no quería malentendidos, debió aguantar un poco más!
Cuando pregunté a qué se refería con que Brigitte ‘no aguantó’, me explicó que, en medio del llanto desconsolado de la familia Zimmermann al recibir la noticia, Brigitte había empacado sus cosas y anunciado fríamente: ‘La hija que tuve con ese muerto es asunto suyo ahora.’
Aquel día, el escándalo fue tan fuerte que hasta en la granja de Señora Bauer se oyeron los gritos. Después de una pelea feroz con la familia de su difunto esposo, Brigitte partió directamente a la casa de sus padres en el pueblo vecino.
—Más indomable que yegua desbocada, esa mujer.
¿Y ahora qué hago?
Pensé que al fin escaparía a la ciudad con la que tanto había soñado, pero la ‘yegua desbocada’ solo había galopado hasta la cama de un perro en celo.
—Después de tiempo, Rize.
Brigitte me saludó como si nada, completamente desnuda, con las huellas del acto carnal aún frescas sobre su piel. Seguía mirándome fijamente, imposibilitando cualquier pretensión de ignorarla.
—…Después de tiempo, señora Zimmermann, ah…
Justo cuando pronuncié ‘Zimmermann’, sus ojos se encendieron con furia. El Mayor soltó una risita entre el humo de su cigarrillo. Obviamente pensó que era una provocación disfrazada de error.
Pero juro por Dios que fue genuinamente accidental. Intenté corregirme de inmediato, pero ¿Cómo iba a saber su apellido de soltera? Mi vacilación debió ser evidente, porque Brigitte relajó su mirada y escupió una palabra:
—Latz.
‘Rata’. Le queda mucho mejor que su antiguo apellido, que significaba ‘carpintero’.
Asure: 라츠 = Latz 쥐라니 = Rata 목수란 = carpintero …. no entendí realmente esto, ni en pronunciación se parece (al menos Latz y rata, en español, algo se parece)
—Hace mucho, señorita Latz.
En ese instante, Brigitte torció los labios en una mueca burlona. ¿Acaso creyó que me sometía a ella por corregir un simple error? Qué desagradable. Pero lo que dijo después fue aún peor.
—¿Sigues siendo Señora Lenner?
¿’Sigues’? ¿Qué insinúa con eso?
—¿Ni un marido joven e inteligente pudo evitarlo? Hasta la esposa más preciada termina arrastrándose al dormitorio de otro hombre.
En ese momento, el desagrado se transformó en un presentimiento oscuro.
Mi instinto gritó: Quiere esparcir rumores sobre el Mayor y yo. Inventará cosas que ni siquiera ocurrieron. Aunque Johann no creería cualquier calumnia de Brigitte…
Pero sería un desastre si Johann descubriera que lo de que me llaman al dormitorio del Mayor no es un rumor, sino la verdad.
Y sería aún peor si Brigitte se da cuenta de que Johann aún no lo sabe. Podría ir corriendo a contárselo. No… quizás use esto para chantajearme.
La mejor opción sería no enredarme con ella. La segunda, asegurarme de que no descubra que limpio el dormitorio del Mayor. Pero ambas opciones ya son imposibles. Nos miramos a los ojos, y eso ya fue suficiente para enredarme. Ya he puesto un pie en este dormitorio.
‘¿Y ahora qué hago?’
Quiero irme, pero si lo hago, el Mayor podría venir a buscarme. Desnudo. A la vista de todos. Nadie dudaría que está arrastrándome para violarme. Y está claro que nadie me ayudaría.
Mi mente quedó en blanco. Brigitte me miró con desdén, divertida por mi paralización, aprovechó para menospreciar a Johann:
—¿Qué poder podría tener un mero profesor, y ni siquiera un soldado?
Mientras decía esto, se arrastró sobre la cama y reclinó la cabeza en el pecho del Mayor, como si fuera su esposa. Por un instante, eso me distrajo de mi pánico.
‘…¿Acaso son algo serio?’
Parpadeé, sorprendida, entonces el Mayor apartó el cigarrillo de sus labios y soltó una risotada. Parece que sí lo son.
Qué bien. ¿Las mujeres que sufrían bajo el Mayor por fin tendrán paz? ¿Y yo también? Pero… ¿entonces por qué me llamó hoy?
El entrecejo del Mayor, que me observaba fijamente, se frunció de repente. De un empujón brusco apartó a Brigitte, se envolvió en una bata y, al salir del dormitorio, lanzó una orden:
—No se te ocurra escabullirte como una rata mientras no estoy.
No aclaró si el insulto iba dirigido a Brigitte o a mí.
Ella, asumiendo que la ‘rata’ era yo, ocupó el lugar del Mayor en la cama, sacó un cigarrillo de su paquete y lo encendió. Luego, con un gesto de cabeza, señaló el desastre que había dejado preparado durante la noche.
—¿Por qué te detienes? Limpia. Ya.
‘¿Ahora me trata como a una sirvienta?’
Brigitte, con su mentalidad de clase, me ordenaba algo que solo una dama de alta sociedad le haría a una criada. Ella es una mujer que vende su cuerpo a los soldados, yo solo soy la limpiadora que viene a borrar las huellas de eso. ¿Qué jerarquía podría haber entre nosotras?
Desde el principio, nunca hubo diferencia de estatus entre nosotras. Claro, eso solo lo pensaba yo. En la mente de Brigitte, como mujer de ciudad, yo debía estar por encima de ella. Pero ahora, en su imaginación, nuestros roles se habían invertido.
‘Esto es increíble.’
¿Por qué debería obedecer sus órdenes? Me quedé paralizada, tan indignada que no podía reaccionar…
—¿Así que no vas a limpiar? ¿Desobedecerás una orden militar? ¿No te da miedo el castigo?
Ahora actuaba como si fuera una oficial del ejército.
‘¿Acaso esta mujer es algo para el Mayor?’
Por la ausencia de un anillo, Brigitte no era ni su esposa ni su prometida. Pero quizás no era solo un encuentro de una noche, sino su amante. Si era así, contrariarla podría hacer mi vida aún más miserable que ahora.
Llegué a la conclusión inevitable: tenía que obedecer. Conteniendo la rabia, comencé a limpiar.
‘Al fin y al cabo, este es mi trabajo.’
Me mentí a mí misma, repitiendo que no era a ella a quien obedecía, sino a mi deber. Un último y patético intento de reconstruir mi orgullo herido…
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