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Rezo, para que me olvides - Capítulo 200

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Que me quisieran casar de nuevo con ese estafador… La repulsión surgió en mí como un reflejo, pero al mismo tiempo me sentí aterrada.

¿Qué sentido tenía celebrar otra boda entre dos personas cuya relación ya se había roto, incluso después de casarse una vez? Entre él y yo no tenía ningún significado. Pero para los que observaban, sí lo tendría.

Ese hombre me había secuestrado y quería realizar otra boda innecesaria solo para mostrarle al mundo que la relación de los marqueses seguía intacta.

 

—Sería bueno que la Señora sonriera.

 

El empleado del Marqués, sosteniendo una cámara, se tomó la libertad de tomarme varias fotos, probablemente para el periódico, y luego se rascó la cabeza exigiéndome algo tan ridículo. No me inmuté en lo absoluto, e hice la expresión más aterradora que pude, fulminando el lente.

 

—Será un problema si hace esto frente a los periodistas. ¿Será capaz la Señora de leer la declaración?

 

Incluso tenían planeado una rueda de prensa con periodistas después de la boda. El contenido de la «declaración» de la que hablaban era obvio sin siquiera leerlo: un anuncio de que había sido secuestrada por la Señora Ackroyd y que todas las acusaciones publicadas a mi nombre eran falsas.

 

—Si le resulta muy difícil, no pasa nada si solo se queda sentada mientras otra persona lee por usted.

 

Mi abuela se inclinó servilmente ante el hombre del Marqués.

 

—Oh, no se preocupe. Me aseguraré de que sea sumisa y obedezca antes de la ceremonia.

 

¿Cómo? Podrían sedarme, pero no podrían lograr que leyera la declaración dócilmente. Incluso si otra persona la leyera, si yo estaba allí drogada, desplomada en una silla como un cadáver, ¿quién iba a creer que esa declaración era mía?

Así que, el Marqués intentó convencerme al principio, incluso con mentiras que no funcionarían, todo por la rueda de prensa. Para hacerme leer una declaración que iba en contra de los hechos mientras estaba en mis cabales, no había más remedio que hacerme creer en el contenido de esa declaración.

O que me apuntaran con un arma en la espalda para amenazarme. Por supuesto, eso tampoco funcionaría.

‘Bien, por ahora, seré obediente.’

Tenía la intención de fingir que seguía sus órdenes. Solo hasta el momento en que pudiera pararme frente a los invitados a la boda y los periodistas para declarar que no aceptaría a Rupert Mansfield como mi esposo, que este matrimonio era nulo, y revelar que había sido arrastrada hasta el altar bajo secuestro y amenazas.

Mientras esperaba ese momento con impaciencia, mi abuela también parecía estar esperando algo, pues caminaba nerviosamente por la habitación murmurando.

 

—¿Por qué no llega todavía?

 

Me enteré de que esa persona era Dr. Loveridge cuando él abrió la puerta de la sala nupcial y entró.

 

—¡Phineas! Por fin llegas.

 

El Doctor iba vestido con un frac, como correspondía al padre de la novia. Me pareció increíble que, a pesar de estar tan ocupado que no me había visitado ni una sola vez desde que fui secuestrada, sí tuviera tiempo para llevarme al altar.

 

—Dayna…

 

El Doctor pasó por alto a su madre, que lo recibía con la cara radiante, y me buscó primero a mí.

 

—Es la primera vez que te veo despierta.

 

¿Acaso había sido un error pensar que él nunca me había visitado? Quizás había estado sedada y durmiendo todo el tiempo, por lo que no me había dado cuenta.

Como no tenía ninguna expectativa de que él se pusiera de mi lado, no hice ninguna súplica pidiéndole que me salvara o me dejara ir.

¿Tendría el Doctor algo que decirme? Dejó su sombrero de seda sobre la mesa, se arrodilló frente a mí y me miró desde abajo. Sus ojos, que examinaban cada rincón de mi rostro, estaban llenos de preocupación.

 

—¿Por qué estás tan delgada?

—Es que he estado…

 

Estaba a punto de reprocharle que, por supuesto, era obvio, pues solo me habían drogado y dormido sin darme de comer, cuando…

 

—Phineas, ¿traes lo que te dije?

 

Mi abuela interrumpió, cortando mis palabras. El Doctor alzó una ceja, como si no hubiera entendido, y la anciana, exasperada, sacudió el hombro de su hijo para apurarlo.

 

—¡La medicina para que sea obediente, digo!

 

¿Medicina?

¿Existía tal cosa? ¿Entonces, por eso mi abuela había garantizado al Marqués que me haría sumisa?

En ese instante, sentí que la sangre se drenaba de mi cuerpo. Si ellos usaban esa medicina en mí, no podría arruinar la boda ni la rueda de prensa. Por el contrario, haría los votos matrimoniales dócilmente y retiraría mi declaración.

‘Tengo que escapar ahora mismo.’

Moví los ojos en todas direcciones, tratando de pensar en una forma, pero la respuesta del Doctor hizo que mis esfuerzos fueran inútiles.

 

—No traje la medicina.

—¡¿Por qué?!

—Madre, ¿cómo podría usar algo así en mi propia hija?

—B-bueno, eso sí…

 

La anciana, que claramente pensaba para sí qué tiene de malo usarla, dijo algo distinto a sus pensamientos. Parecía que el Doctor no sabía que mi abuela ya me había estado drogando.

 

—Tampoco quería llegar a ese extremo, pero Dayna es…

—Intentaré convencerla hablando. Por favor, retírese un momento, Madre.

—Phineas.

 

El rostro de la anciana palideció ligeramente ante la sugerencia de que él se quedara a solas conmigo. Le preocupaba que yo le revelara al Doctor lo que ella me había estado haciendo.

 

—¿De qué vas a hablar con Dayna? Con esta niña no se puede hablar. Hoy ha estado diciendo disparates incomprensibles. Phineas, por favor, ya acéptalo. Dayna es una paciente con una lesión en la cabeza.

 

Mi abuela me presentó como una demente que solo decía tonterías para asegurarse de que el Doctor no creyera ninguna de mis revelaciones, y luego intentó manipularlo, incluso derramando lágrimas.

 

—Eso lo juzgaré yo, que soy médico.

 

Sin embargo, por alguna razón, el Doctor se mostró firme y no cedió ante su madre hoy. La abuela, sintiendo que él estaba actuando diferente, se puso desesperada.

 

—Phineas, no te dejes influenciar por lo que diga. Ella ya es la Marquesa. ¿Tiene sentido que reniegue de un juramento que hizo? ¡Ni que fuera una niña de tres años! ¿Y qué pasará con tu hospital? Ya estamos en una situación en la que deberíamos estar arrastrándonos ante el Marqués por las locuras de esta niña. Por favor, al menos tú, sé sensato y mantente firme.

—Lo sé bien, pero por favor, permítame un momento a solas.

 

Al final, la anciana no pudo con su hijo y fue empujada a salir, no sin antes intentar desacreditar lo que yo pudiera decir.

 

—Dayna ha estado diciendo mentiras durante días: que el Marqués la golpeó, que la drogó… Así que no confíes demasiado en lo que diga.

 

La puerta se cerró y nos quedamos solos. El Doctor se sentó frente a mí, me miró con ojos melancólicos y preguntó:

 

—¿Es cierto que el Marqués te golpeó y te drogó?

—No. Fue mi abuela.

 

Así que, ¿esta era la primera vez que escuchaba que su madre me maltrataba? El Doctor puso una expresión de desconcierto, como si yo hubiera hablado en un idioma extranjero incomprensible.

 

—Dayna…

—Parece que no me cree.

—Lo admito. Es difícil de creer.

 

El Doctor defendió a su madre, diciendo que aunque era anticuada y obstinada debido a su edad, no era tan cruel como para golpear y drogar a su nieta.

 

—¿Y lo de hace un momento, cuando propuso que me drogara?

—Eso fue porque estaba apurada, supongo. A veces la gente comete errores. De todos modos, ella es una persona que, aunque nos regañaba fuerte a mí y a mis hermanos, nunca nos puso una mano encima. Lo mismo con los nietos.

—Usted no conoce bien a su madre.

—Yo conozco a mi madre mejor que tú, que has perdido la memoria.

 

En este punto, quise abandonar cualquier pizca de esperanza que había albergado por el cambio de actitud del Doctor hacia su madre.

 

—Incluso antes de perder la memoria, tú y tu abuela eran muy cercanas. No lo sabes, pero tu madre te quería más que a cualquier otro de sus nietos. Tú también preferías a tu abuela antes que a mí. Aunque te llamara para que vinieras a abrazarme, no venías y te quedabas pegada a ella.

 

No era porque quisiera estar pegada a mi abuela. Seguramente me separó a propósito de mi padre para que yo no le contara el abuso. Ahora entendía por qué la yo del pasado nunca le había revelado a mi padre los hechos del maltrato.

‘Si le cuento la verdad, ¿a quién apoyará mi padre?’

No fue falta de valor lo que me impidió resolver esa duda. Ya conocía la respuesta.

 

—En fin, el Marqués no te golpeó ni te drogó. Entonces, ¿qué pasó justo antes de que mordieras la lengua del Marqués?

 

El Doctor, que no había creído mi primera respuesta, continuó preguntándome sobre otras cosas.

 

—¿Son ciertas todas las acusaciones que publicaste en el periódico?

 

No respondí nada, y le devolví la pregunta.

 

—Doctor, si no puede creer—o más bien, no va a creer—lo que dice una mujer loca con la cabeza lesionada, ¿por qué me pregunta?

 

Ya no quería revelar nada. Solo jugaría en mi contra. Todo lo que dijera sería tratado como mentira, y yo sería tachada de mentirosa patológica que inventa cosas que ni siquiera recuerda.

 

—Dayna…

 

El Doctor, aunque era yo la que había sido herida, parecía ser la persona más dolida.

 

—Soy tu padre.

—Si quiere que lo traten como padre, cumpla con sus obligaciones de padre.


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