Rezo, para que me olvides - Capítulo 187
Ese me escaneó de arriba abajo y soltó una risita burlona.
—Hasta te arreglaste. Como si hubieras venido a seducir a algún hombre.
……¿No entiende mis intenciones? ¿O está fingiendo que no? De todos modos, yo también decidí fingir.
—De hecho, esta es mi casa.
—Vete.
El marqués me miró con frialdad y señaló la puerta del salón de visitas. Me trataba como una total intrusa. No como a su esposa. Como si fuera una persona a la que no volvería a ver jamás.
Mi corazón latía con fuerza.
—¿Anularás el matrimonio?
—¿Yo? ¿Para que a quién le vaya bien?
—Entonces, ¿y la viudez?
—… ¿Qué? ¿Me estás amenazando de muerte ahora?
—No. ¿Acaso no era tu deseo morir como Godwin?
Lo había olvidado, pero justo en ese momento, un gran retrato de ese maldito Godwin y Filomena colgaba en el salón de visitas, y me lo recordó.
—Solo preguntaba si aún no pensabas en morir.
—Ahora no puedo morir. ¿Cómo podría hacerte una viuda?
—Para que a quién le vaya bien.
El marqués apretó los dientes, pude escuchar la voz con la que casi escupió esas palabras.
—Vete ahora mismo.
—¡Ah…!
Iba a irme por mi cuenta, pero él no pudo esperar un momento y me agarró del brazo, intentando sacarme.
A pesar de que su paso era más lento que el mío. Y por eso, soportar su demencia durante tanto tiempo había sido una tortura.
—Quédate escondida tranquilamente en esa casa hasta que termine el año. El próximo, te haré vivir sumisa a mis pies. Porque tenemos que tener un heredero.
Estúpido. Voy a escapar antes de eso.
—Después de que nazca el hijo, te encerraré en un cuarto en la zona rural de Stamford hasta que mueras. Para entonces, de nada servirá que te arrodilles y me ruegues perdón.
—Eso no pasará. Suéltame.
—Tienes cuatro meses para pensar bien si quieres terminar así, y el próximo año te reencontrarás conmigo como la Dayna de antes. ¿Entiendes?
—¡Esa mujer murió! ¡Tú la mataste! ¿Por qué sigues vivo? ¡Dijiste que querías morir con ella! ¡Cobarde!
—¡Cállate!
—¡Mmm, mmm!
—Ese estúpido estafador te ha lavado el cerebro muy bien.
Parecía que le costaba arrastrarme por las escaleras sin mostrar la dificultad de su pierna. Se detuvo frente a las escaleras.
—Llama al sirviente de la familia Loveridge.
No. Si lo hace, será difícil escapar de aquí.
—¡Me iré sola!
Me solté de su mano y bajé las escaleras, pero el mayordomo, que solo obedece al marqués, corrió a la puerta principal para llamar a mi escolta.
‘Tengo que bajar rápido y huir por la puerta trasera’
Bajé las escaleras a toda prisa, pero la entrada principal se agitó. Me llevé un susto, pensando que mi escolta ya había llegado, pero la voz era de una mujer desconocida.
—Sé que Rupert está aquí. Apártate de inmediato.
—No puedo, señora.
Al bajar más, vi que el mayordomo, a quien creí que ya había salido por la puerta principal, estaba forcejeando con una mujer que intentaba entrar.
—¡Dije que te apartaras! ¿Cómo te atreves a ponerme las manos encima? ¿Crees que mi hermano, que es juez, se quedará de brazos cruzados?
La mujer agitó su sombrilla y, amenazando, empujó al mayordomo y entró gritando.
—¡Rupert! ¡Sal ahora mismo!
Este era el momento perfecto para escapar, pero me quedé inmóvil. Pude ver el rostro de la mujer con total claridad.
—¡¿Cómo pudiste hacernos esto?!
La anciana tenía un parecido asombroso con el marqués, como si fuera su madre. Pero ¿qué empleado de un marqués trataría a la madre de este como una intrusa?
‘Eso significa que……’
En cuanto me di cuenta, bajé corriendo el resto de las escaleras y le pregunté a la anciana:
—¿Usted es la madre de Killian?
La anciana, que estaba a punto de amenazar al mayordomo con el extremo de su sombrilla, se detuvo y se giró para mirarme. Parecía desconcertada, como si no me reconociera.
—Usted es la madre de Killian, ¿cierto?
—Sí. Soy Kathleen Akroyd. ¿Y tú quién eres?
Justo cuando iba a presentarme, un grito furioso resonó desde arriba.
—¡Haz que esa mujer se vaya ahora mismo!
El mayordomo dudó, sin saber a qué mujer se refería. Mientras tanto, los ojos de la anciana se abrieron el doble de su tamaño, me miró y preguntó:
—¿Tú eres Dayna Loveridge?
—Sí.
Justo en ese momento, otra orden cayó desde arriba.
—¡Saca a mi esposa! …Digo.
Él mismo se sintió incómodo con lo que había dicho, y la orden se apagó al final. El mayordomo extendió la mano hacia mí.
—No me toques.
Como había olvidado mi sombrilla, no me quedó más remedio que golpear su mano con mi bolso, imitando a la Sra. Akroyd.
—¿Sabes quién es mi padre? El marqués puede conseguir un nuevo mayordomo, pero Doctor Loveridge solo tiene una hija.
Sin querer, agregué una amenaza que la anciana no había hecho. La idea de perder esta oportunidad de conocer a la madre de Killian me nubló la vista.
No sé si fue porque la amenaza funcionó o porque la sombrilla de la Sra. Akroyd se sumó a la batalla, pero el mayordomo se retiró, diciendo, a pesar de los gritos de su amo para que me sacara de allí:
—Lo siento, marqués. Llamaré a alguien de la familia Loveridge.
—Sí, puedo conseguir un nuevo mayordomo. ¡Si no quieres que te despida, haz que esa mujer se vaya de inmediato!
El mayordomo ya había desaparecido por la puerta, así que no hubo respuesta al eco vacío del marqués.
—¡Vete ahora mismo!
¿Ahora intentará sacarme él mismo? El marqués empezó a bajar las escaleras. Su paso era lento, como si odiara revelar su cojera frente a la Sra. Akroyd y a mí más de lo que temía que yo descubriera la verdad. En ese momento, confirmé la verdad con la anciana.
—Señora, mi primer amor es su segundo hijo, ¿verdad? La persona que me dio estas cartas es Killian, ¿cierto? ¿Y usted me vendió a ese estafador, verdad?
Los ojos de la anciana que me miraban temblaban cada vez más. ¿Sería por la culpa? Incluso intentó dar un paso atrás. Yo la seguí mientras continuaba preguntando.
—… ¿Que te vendí?
—¡Estoy preguntando si Killian es el verdadero!
Mi voz se elevó un poco por la desesperación. La anciana abrió la boca, pero la voz que hace un momento le había salido tan bien no le salía, así que asintió con la cabeza. Eso significaba que Killian era el verdadero.
—Ah…
Ese simple asentimiento fue suficiente para mí.
Killian es el verdadero. No me mintió. La verdad era lo que yo quería.
—Ja, ja… snif, snif…
Me reí a carcajadas y luego lloré a mares.
Me reí porque ahora podía amar a Killian con honestidad, y lloré porque, aun amándolo, le había mentido al decirle que ya no lo hacía.
‘Ahora yo también soy una estafadora’
Hace apenas unos días, ¿no me había convencido de que no debía amarlo porque, fuera o no el verdadero, de todos modos era un estafador que me había engañado? Pero ahora, ¿por qué debería eso ser un motivo para no amarlo? Después de todo, yo también soy una estafadora.
Pero el pecado de engañar por amor y el de engañar diciendo que no amas son de distinta gravedad.
‘Voy a ir con él ahora mismo. Tengo que pedirle perdón’
Pero para eso necesitaba a su madre, la Sra. Akroyd caminaba ahora hacia el marqués, que solo había bajado la mitad de las escaleras.
—Así que… la señorita Lovridge era la amante de Killian desde el principio, y tú la robaste. ¿Y ahora te vengas por la mezquindad de que te la hayan quitado?
Yo, que iba a seguir a la anciana para detenerla, me quedé paralizada.
—¡Hay un límite para la venganza! ¿Acaso Killian cometió un crimen tan grave? ¿Aún te consideras un ser humano después de esto?
—¿Q-qué significa eso?
Volví a la realidad y me aferré a la anciana, preguntándole. Ella se sorprendió y me respondió con otra pregunta.
—¿No sabías lo que esa criatura malvada le hizo a Killian?
—Él… él me dijo que estaba vivo… que había vuelto a casa…
El mentón apretado de la anciana temblaba tanto como mi voz.
—Ahora está vivo. Ahora. Pero pronto será tildado de traidor y colgado.
—¿Qué es… eso?
—Killian está en la cárcel acusado de traición.
En cuanto escuché esas palabras, recordé algo al instante.
—Killian Akroyd, ¿es él quien escribió esto?
Esa carta.
Pensé que solo me lo había preguntado por celos, ¿pero no era así? ¿Acaso esa carta se convirtió en un discurso que apareció en la gaceta de Highland?
—¡La tierra lejana en la que habito será tu hogar! ¡El lugar donde tú respires es mi hogar!
Espera. También se convirtió en un himno militar.
Quizás el marqués, como Falkner, que se hartó de escuchar el himno de los prisioneros de las Malvinas, se hartó de escuchar el himno militar del enemigo, cuya letra era una carta de amor de Killian.
«¿Cómo pude olvidarlo?»
Si lo hubiera recordado, no le habría entregado el arma para matar a Killian a este demonio con mis propias manos. Me odiaba a mí misma y sentía que iba a enloquecer.
—¡Aaaah!
No pude contener el odio que me invadió y me agarré el cabello. Mis ojos se encontraron con los del demonio, que me miraba desde las escaleras como si estuviera loca.
—¡Estafador, me mentiste!
Lo señalé con el dedo y grité con todas mis fuerzas.
—Para ser honesto, estaba enojado con ese idiota. Pero no me vengué.
¿Qué? ¿Que no se vengó? ¡Tan pronto como obtuvo la evidencia de mí, fue a arrestar a ese hombre! ¡Ya se había vengado!
Ese hombre me había mentido desde el principio, y su primera mentira fue la más grande de todas. Pero no podía perdonarlo por haberme engañado para convertirme en su esposa, sino por haberme engañado para que yo misma convirtiera a mi amante en un hombre condenado a muerte.
—¡Te voy a matar!
Pero tenía prisa por salvar a Killian y no tenía tiempo.
—¡Muérete antes de que te quedes calvo, como tanto deseas!
Le lancé una maldición y empecé a correr. Hacia el lado opuesto de la puerta principal.
—¡Dayna!
Tenía que escapar antes de que llegara ese demonio, antes de que llegara el séquito de la familia Loveridge. El hecho de haberle pedido que me mostrara el interior de la mansión había sido una excelente idea.
Corrí por el laberinto de pasillos y cuando vi una puerta lateral que daba al exterior, la abrí de par en par. Pero no salí corriendo hacia el patio trasero para escapar.
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