Rezo, para que me olvides - Capítulo 173
—Por favor, por favor…
Mientras más nos acercábamos a donde vivías, más loco me sentía.
El paisaje de la ciudad, que estaba en buenas condiciones, se convertía en ruinas poco a poco. Te habías mudado cerca del comando de operaciones. Era obvio que los bombardeos se concentrarían en esa zona.
Cuando solo quedaba una esquina para llegar, el camino estaba bloqueado por escombros, no pude seguir conduciendo.
En cuanto bajé del auto y empecé a correr, me detuve.
—No puede ser……
En el lugar donde había estado la casa de ladrillos rojos de tres pisos, solo había montones de ladrillos rotos y escombros.
—¡Rize!
Grité tu nombre falso en medio de la caótica calle, pero nadie respondió. Le pregunté a las personas que estaban en medio de las labores de rescate, pero nadie te había visto a ti ni a Rupert.
‘Cuando suenan las alarmas de bombardeo, lo normal es refugiarse en un sótano. Seguramente tú y Rupert están en el sótano del edificio derrumbado’.
Comencé a mover los escombros a mano con la gente. Al anochecer, justo cuando el sol detrás de mí empezaba a lastimar mis ojos, encontramos la entrada del sótano.
En cuanto aparté las rocas que bloqueaban la entrada y entré, todo se puso oscuro. El techo del sótano también se había derrumbado.
—¡E-estamos vivos! ¡Vivos!
Afortunadamente, algunas personas que no habían sido aplastadas por el techo derrumbado empezaron a arrastrarse hacia la luz. Tú no estabas entre ellas.
—¡Rize!
Tenías que estar ahí, pero no respondías, y eso me estaba volviendo loco. Estaba buscando desesperadamente entre los escombros, llamándote, y verificando los rostros de las personas que habían muerto aplastadas.
Entonces, encontré a Rupert.
Estaba enterrado bajo una pila de rocas. Su pierna, aplastada por un grueso tronco de madera, estaba doblada de forma anormal. Estaba solo, sin ti.
—¿Dónde está Dayna?
En mi desesperación, lo agarré por el cuello y lo arrastré fuera de los escombros. Se movió como un cadáver. No abrió los ojos ni respondió, por más que lo sacudí.
—¡¿Por qué estás solo, maldito bastardo?!
No pude contener la frustración y la rabia, se la desquité con el cadáver.
—¡Dijiste que estarías a su lado! ¡Dijiste que la protegerías!
Se jactaba de ser un descendiente de Godwin y de que solo confiara en él.
En el momento en que arrojé a Rupert de nuevo sobre los escombros, me di cuenta de algo. La tabla plana a su lado no era el piso del sótano.
A través de una grieta debajo de ella, se veía una uña rota, con costras de sangre en el borde. Era una mano que no podría dejar de reconocer.
Ese momento, cuando levanté esa pesada tabla, fue el más aterrador de mi vida.
Al quitarla, te vi acurrucada de lado. No había sangre ni partes del cuerpo irreconocibles, pero en ese momento, pensé que habías muerto.
Ah… todavía no puedo olvidar esa imagen. Cada vez que te veo acurrucada, me acuerdo de esa escena.
Pero ahora estás viva y sana. Si no fuera así, viviría en esa pesadilla cada segundo de mi vida.
—Dayna… No…
Te levanté, pero tus brazos y tu cabeza estaban completamente flácidos. No podía aceptar que te habías ido de este mundo.
Qué bueno que no lo acepté. Lleno de una última esperanza, palpé tu cuello y sentí un pulso. Pero en ese momento, pensé que solo era mi desesperación.
—¿Dayna? Abre los ojos. Por favor.
Te golpeé suavemente la mejilla, y tus párpados comenzaron a temblar. Pero no los abriste. Sin embargo, esa débil reacción fue lo suficientemente poderosa como para volver a iluminar mi mundo, que se había quedado sin luz.
Te levanté y salí. Te subí al auto y conduje a toda velocidad hacia el hospital.
El camino seguía siendo un desastre, lo que me obligaba a dar vueltas o a conducir a una velocidad más lenta que si fuera caminando.
Al final, la desesperación me venció, y te cargué en mi espalda y me puse a correr.
—Un poco más, solo un poco más. Ya casi llegamos.
Todavía recuerdo la frustración de que el sudor o las lágrimas, no sé qué era, me nublaban la vista mientras corría y te hablaba, aunque estabas inconsciente.
En ese momento, sentí que cada paso que daba era una decisión entre el cielo y el infierno. Era horrible.
El hospital estaba abarrotado de pacientes y sus familiares. Había muchos pacientes tan graves como tú, y me dijeron que esperara mi turno. Estaba a punto de enloquecer.
—En realidad, hay una orden de dejar pasar primero a los que pueden pagar el tratamiento.
Una de las recepcionistas, al ver mi rostro pálido, me lo susurró. Mi rostro se iluminó por un momento, pero luego volvió a ponerse pálido. Me había olvidado la chaqueta con mi cartera en el auto, en la prisa por llegar.
Justo cuando no sabía qué hacer, si dejarte sola en la entrada del hospital y volver por ella, me fijé en tu ropa. Llevabas el abrigo de Rupert encima del tuyo.
Rebusqué en los bolsillos y encontré su cartera. Al abrirla, vi que no tenía mucho dinero en efectivo.
—¿Servirá esto como prueba de que puedo pagar el tratamiento?
En lugar de dinero, les di la identificación de un oficial del comando de operaciones. Era una forma de decir que mi identidad y mis ingresos eran seguros.
—¿Es usted Johann Lenner?
—Sí, soy yo.
Si hubiera dicho que no, habrías muerto mientras esperabas tu turno.
Fue así como, sin querer, terminé haciéndome pasar por tu esposo.
No es que tuviera malas intenciones ni que quisiera engañarte desde el principio. Créeme.
No te robé de Rupert, que estaba vivo. De verdad, pensé que había muerto.
Incluso regresé por si acaso, para llevarlo al hospital si estaba vivo. Pero para ese entonces, ya había desaparecido sin dejar rastro.
Les pregunté a las personas que trabajaban en el rescate, pero como habían visto a hombres de su edad siendo llevados todo el día, nadie se acordaba de Rupert.
Busqué en todos los hospitales de Lenningen y sus alrededores. No estaba en ningún lado.
No tuve más remedio que pensar: ‘Debe haber muerto. Lo habrán puesto en una carreta con otros cadáveres y lo habrán enterrado en una fosa común’.
…Lo sé. Tu esposo está vivo. Tampoco sé cómo pasó.
De verdad, yo no sabía que Rupert estaba vivo hasta hace unos días. Créeme.
…¿Qué cuándo y cómo me enteré?
Si termino de contarte esto, no querrás oír nada más de mí. Y esta será… la despedida, ¿verdad…?
…No dices que no. Supongo que es una suerte que tampoco digas que es el final…
Dayna, sé que es una desfachatez de mi parte pedirte que me escuches ahora, cuando me quedé callado cuando me pediste que te contara mi historia, pero te lo ruego una vez. Escucha mi historia hasta el final.
Me preocupa que me malentiendas por el resto de tu vida si todo termina aquí.
He vivido toda mi vida siendo malentendido, así que crees que estoy acostumbrado, pero no es así. El hecho de que tú me malentiendas me duele más que cualquier otra cosa.
Por favor. Es mi último favor.
…Gracias.
Después de eso, me quedé a tu lado, sin separarme de ti.
—Lamento mucho tener que irme solo.
—No se preocupe, señor Miller. Le debo una deuda de por vida solo por haberse quedado y ayudado.
Afortunadamente, Miller no se fue de inmediato y se quedó para ayudarnos hasta justo antes de Año Nuevo. También fue él quien consiguió parte del dinero para el hospital y la falsa identificación de Johann Lehner.
Pero no podía pedirle que esperara hasta que despertaras. Las puertas para regresar a nuestra patria se cerraban a cada instante.
—Le deseo un regreso seguro. Rezaré para que la marquesa pueda regresar con usted, pero si no es posible, espero que al menos el sacerdote regrese.
No quería ni pensar en la posibilidad de regresar solo, pero en ese momento, lo único que pensaba era en volver a casa. Le pedí a Miller que llevara una carta a mi hermano y le hice una promesa.
—Algún día, regresaré sin falta.
Así fue como me quedé en un país enemigo, solo, para protegerte.
La Navidad pasó sin que me diera cuenta, y un nuevo año ya había comenzado. Aun así, no despertabas.
Incluso si permanecías inmóvil como un cadáver, tus uñas seguían creciendo. Pasé la Nochevieja, la del cambio de año, arreglándote las uñas y llorando.
Ahora que lo pienso, solo fueron dos semanas, pero ¿por qué se sintieron tan largas en ese momento? Era como si estuviera arrastrándome por un túnel que no tenía fin. El hecho de no saber a dónde me llevaba me estaba volviendo loco.
En esa desesperación abrumadora, me di cuenta de que la impotencia que había sentido en mi vida no era nada comparada con la que sentía al ver que la muerte se acercaba a ti sin que yo pudiera hacer nada. Me di cuenta de que mi desesperación no era más que un capricho de alguien que lo tiene todo.
—Oh, Dios, aunque esta mujer sea la esposa de mi enemigo, aunque no me ame, o aunque me odie, no me importa, solo déjala vivir.
Lo único que podía hacer era rezar. Y hasta eso lo hacía con miedo de que pareciera atrevido, ya que antes le había pedido que me quitara la vida y ahora le rogaba que te salvara.
—Si salvas a esta mujer, si me permites regresarla a salvo a su hogar, prometo que me arrepentiré de mi desconfianza e insolencia y viviré el resto de mi vida como tu fiel servidor.
Era una oración atrevida. Una negociación que se hacía pasar por una oración. Cuando se trataba de ti, siempre era un descarado.
Yo, que era un sacerdote sin fe, me convertí en un fanático por tu culpa. Porque un día, cuando incluso los médicos me dijeron que me preparara para lo peor, tú abriste los ojos y me miraste.
En ese momento, sentí la presencia de Dios en ti.
—…Ri… ¿Rize?
Tú recuperaste la conciencia mientras yo estaba ausente por un momento. Entré en la habitación del hospital, esperando que tu cama no estuviera vacía, y ahí estabas tú, que siempre habías estado acostada, sentada mirándome fijamente.
En ese momento, me sentí tan feliz que quise arrodillarme y darle gracias a Dios. Sentí que me elevaba al cielo de nuevo.
Pero un miedo repentino se apoderó de mí, aferrándose a mi tobillo, justo cuando estaba a punto de volar.
‘¿Y si le habías hablado en el idioma de Las Malvinas a los médicos y enfermeras?’
Madara Info
Madara stands as a beacon for those desiring to craft a captivating online comic and manga reading platform on WordPress
For custom work request, please send email to wpstylish(at)gmail(dot)com