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Rezo, para que me olvides - Capítulo 167

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  4. Capítulo 167
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Se lo dije. Mis oraciones nunca se cumplen.

 

—Mi papá estaba muy feliz. Aún está orgulloso de mí.

—¿Y usted está feliz? ¿Está orgullosa de la persona que es ahora?

—……

 

Usted puso una expresión de incomodidad. Solo después me di cuenta de qué la incomodaba. Su padre había establecido un hospital con la inversión de Rupert. El fin del compromiso no era solo un problema de usted y Rupert.

 

—Es mi decisión. Soy adulta y debo asumir la responsabilidad de mis decisiones.

—Y el coraje para retractarse de una mala decisión antes de que sea demasiado tarde…

—Además, nadie vive la vida que soñaba de niño. ¿Para usted fue un sueño de niño ser capellán militar?

—……

—Y nadie vive haciendo todo lo que quiere. Y aunque pienso que no tengo una vida de la que quejarme… solo soy una persona que se quejó por un momento.

—No hay vida de la que no se pueda quejar. Mi pregunta era si esta es la vida que usted quería…

—Padre.

—……

—¿Dónde hay en este mundo alguien que no tenga un poco de resentimiento hacia su pareja? Es demasiado extremo que me diga que reconsidere mi compromiso solo por un comentario.

 

¿Me dejé llevar por mis sentimientos y fui demasiado insistente? Al final, solo logré el efecto contrario.

 

—Rupert me ama. Y yo amo a Rupert.

 

‘No, usted me ama a mí, y por eso ama a Rupert.’

 

—Rupert no ha cambiado, solo se hizo un adulto. Ya no tenemos la edad para jugar a que nos amamos. Cada uno tiene su papel y debe pensar en su relación con los demás.

 

En ese momento, dejé de intentar convencerla.

 

—Aprecio que se preocupe, pero no tiene por qué tomar en serio mis tonterías.

 

Después de eso, usted nunca más me mostró su descontento con Rupert. Me arrepentí. Y tuve un conflicto interno.

‘¿Debería haberle mostrado el collar y decirle la verdad?’

Ese conflicto se quedó estancado por meses.

Mientras tanto, Rupert comenzó a mostrar su verdadera cara: una inexplicable envidia hacia mí.

Yo era un héroe reconocido por la nación, pero Rupert no. Y los méritos no se pueden robar como un pescado o una mujer.

Cuando metía a mi compañía en operaciones peligrosas y batallas sin descanso, no me di cuenta de que su intención era superarme y tener más méritos que yo. Cuando se quejaba de mis sermones, también lo dudaba.

 

—No les quites el ánimo a los soldados.

 

Yo aceptaba y no negaba que los soldados eran humanos. Y esperaba que no olvidaran su humanidad, incluso en la tierra donde no podían serlo. Me preocupaba el futuro que les esperaba si sobrevivían.

Pero Rupert quería que ellos olvidaran su humanidad y se convirtieran en leales máquinas de matar.

 

—Decir que el liderazgo es como ovejas tontas que se desvían, si no te llamaras Ackroyd, ya te hubieran mandado al calabozo. Ya basta.

 

No me callé por escuchar esas cosas, pero no creí que lo que él decía fuera una mentira. Me di cuenta de que solo quería menospreciarme porque me envidiaba cuando lo vi imitándome de nuevo.

 

—¡Soldados!

 

Un día, el que nunca lo hacía, reunió a la compañía en la plaza antes de una batalla y dio un discurso para que todos lo escucharan.

 

—¿Van a dejar que nuestros enemigos, malvados y crueles, violen a nuestra patria, a nuestras madres? ¡La patria que les dio la vida quiere sus vidas! ¡Ha llegado el momento de pagarles!

 

Los hábitos de robar no desaparecen. El discurso era una copia de algún libro.

Los novatos, que no sabían nada, se dejaron manipular y vitorearon. Los veteranos que conocían bien a su comandante, suspiraban mientras aceptaban el costoso alcohol y los cigarrillos que él había comprado con su dinero. Ya sentían que sería difícil regresar con vida.

Mientras escuchaba ese discurso, se me hizo un nudo en la garganta al pensar que pronto tendría que oficiar el funeral de todos ellos.

No sé en qué estaba pensando usted, que miraba por la ventana del hospital.

 

—Killian, cuida de los hombres de mi compañía.

 

Me dijo eso mientras despedía a los soldados que subían al camión. Me estaba diciendo que fuera yo. El comandante de la compañía no iba a ir.

‘¿Será que quiere que muera allí?’

Incluso tuve esa sospecha.

Y cuando regresé con vida y lo vi, su expresión amarga me confirmó que mis sospechas no eran infundadas.

Aunque la batalla fue muy dañina, la compañía alcanzó su objetivo y todos los heridos fueron recuperados, así que se consideró una victoria. Rupert había conseguido una victoria.

 

—Marqués, el que usted nos acompañe es como si Dios cuidara de nuestros soldados, me hace sentir más tranquilo.

 

Pero el coronel se lo atribuyó a mí. La cara de Rupert se puso rígida.

Al final, la envidia que sentía por mí lo llevó a querer poner en práctica su sueño absurdo de morir gloriosamente en su mejor momento para ser recordado en la historia.

 

—Léelo.

 

Un día, me dio un documento. Era una propuesta para infiltrarse en la base de operaciones de Heilant.

 

—¿Qué te parece?

—¿Por qué me muestras esto a mí?

—Porque me preguntaba si te gustaría participar.

 

No era un militar o un espía, sino un capellán militar. Y quería que yo, a quien consideraba una espina en su ojo, me uniera a él en una operación de infiltración. No sabía si lo decía en serio o solo para alardear.

Como no quería compartir la gloria conmigo, me parecía que solo estaba alardeando. Pero también pensé que podría estar hablando en serio. Desde el momento en que me infiltrara en el país enemigo, mi mito de ser inmortal terminaría allí. Y para él, esa no podía ser más que una buena noticia.

 

—No creo que esto sea para mí. Suerte.

 

Independientemente de cuál fuera su verdadera intención, no tenía motivos para unirme a ese tipo. Por supuesto, lo rechacé.

Él no volvió a insistir. Resulta que en ese momento, ni siquiera había recibido el permiso de nuestro Comando.

Me dijeron que los altos mandos se oponían, porque era algo imprudente.

Nuestro ejército ya tenía espías entrenados que se habían infiltrado en las bases militares y agencias gubernamentales de la parte noroeste de Heilant, que limitaba con nuestro frente, para obtener información. Si Rupert, que no tenía experiencia como espía, se infiltraba, podría arruinar nuestra red de espionaje, y la pérdida sería grande.

Pero me dijeron que él utilizó todo su poder y sus contactos para presionarlos persistentemente.

Recuerdo que mi coronel, que no estaba muy contento con Rupert porque no iba a las trincheras, suspiró de impotencia: «El capitán está cansado de jugar a los soldaditos y ahora quiere jugar a las escondidas. ¿Cómo se atreve un coronel como yo a decirle que no?».

Al final, el tipo consiguió el permiso. Pero con la condición de que, si lo atrapaban, el país se haría el que no lo conocía, y si moría, no se harían responsables.

‘Si se iba a morir él solo, no era mi problema.’ Pero no iba a morir solo.

 

—Padre, ya regresé.

 

Un día, usted, que no la había visto por una semana, tocó mi ventana con Rupert.

 

—¿Dónde habías estado?

 

Pensé que se había ido de vacaciones a casa, y me sorprendí al ver que usted se veía más pálida y más delgada que antes.

 

—Estuve en un entrenamiento. Usted conoce esa operación, ¿verdad?

—¿La operación de infiltración al Comando de Leiningen? ¿Va a participar en esa operación?

—Así es.

—¿Por qué usted…?

—Me era difícil ver a los soldados morir mientras el frente se quedaba estancado. Si el sacrificio de unos pocos puede terminar la guerra más rápido, se salvarían vidas valiosas y sería bueno para el país.

 

Pensé que esa respuesta no era suya, sino de Rupert. Que usted se había dejado convencer por él.

Me sentí frustrado al ver que usted, que era tan inteligente, confiaba y obedecía a un tonto como Rupert. Para ser honesto, me decepcionaba ver cómo defendía y llamaba «amor» a una relación con un farsante tan obvio como él.

Quería dejar de insistir y dejarla en paz, pero, ¿cómo iba a dejar que caminara sola hacia un campo minado? No, no podía permitirlo.

 

—Padre, por favor, comparta la bendición de Dios conmigo.

 

Incluso me pidió que le diera la bendición, como a los soldados que iban al frente, tal vez por miedo a que la atraparan y la mataran durante la infiltración.

Al verla tomarme la mano y ponerla en su cabeza, orando con ambas manos juntas, puse fin a mi largo conflicto.

 

—Dayna, tengo algo que decirle.


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