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Rezo, para que me olvides - Capítulo 164

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—Disculpe la impertinencia, pero para serle sincero, pensé que el rumor de que el Padre no podía morir era una farsa inventada por el gobierno para levantar la moral de los soldados. Pero parece que su cuerpo es verdaderamente inmortal.

 

Usted me miraba con tanta admiración, como si yo fuera un dios. Me sentí avergonzado.

 

—Sí, la verdad es que no sé por qué no me muero…….

 

Estaba murmurando para mí mismo, dándome la vuelta, cuando usted se me acercó. Sus ojos se abrieron de par en par y me agarró del brazo. Me quedé inmóvil, sorprendido, como un soldado atacado por sorpresa.

 

—El Padre no muere, pero no por eso no puede resultar herido.

 

Fue entonces cuando me di cuenta de que una bala me había rozado el antebrazo.

 

—¡Dios mío! ¿Y ni siquiera se había dado cuenta de que estaba herido?

 

En el campo de batalla, con los bombardeos incesantes y el enemigo acercándose por todos lados, es común que uno pierda la sensibilidad. El hecho de que no lo sintiera incluso después de regresar, probablemente se deba a mi insensibilidad.

 

—Venga por aquí. Lo voy a curar.

 

Debe haber muchos otros pacientes que necesitaban tratamiento con más urgencia. Solo lo pensé, pero no lo dije.

 

—¿Puede quitarse la chaqueta? Qué suerte. Entonces, voy a rasgarle solo la manga de la camisa. Ay… por suerte no es una herida profunda, pero le molestará hasta que cicatrice.

 

Usted era muy hábil. Si se hubiera hecho médico, le habría ido muy bien.

 

—Voy a limpiarlo y desinfectarlo para que no se infecte.

 

Su mano tocó mi piel. En ese momento, deseé que la bala hubiera volado un poco más cerca, a solo un palmo de distancia.

Si hubiera sido así, podría haber tomado su mano antes de morir.

Durante todo este tiempo, mientras servía a Dios, no creía que existiera, pero el día en que volví a verlos a usted y a Rupert, empecé a pensar que tal vez sí existía.

Sin embargo, no podía comprender la intención de Dios al planear un suceso como ese.

Ese día, mientras sentía su mano por primera vez, interpreté la voluntad de Dios de una forma que me convenía. Pensé que tal vez la razón por la que no había muerto hasta entonces era porque el último plan de Dios era que yo muriera a su lado.

‘Si en mi último momento usted toma mi mano, seré feliz. ¿Podré morir sin sentirme solo y con alegría?’

Imaginé la escena en la que exhalaba mi último aliento mientras usted me miraba. No podría haber una muerte más feliz que esa.

¿Se pondría triste usted?

De todos modos, después de mi muerte, usted intentaría quitar mi placa de identificación y sacaría la cadena de mi camisa. ¿Qué cara pondría al darse cuenta de que eran dos cadenas y que una de ellas era el collar que había perdido hace mucho tiempo?

Era una fantasía completamente egoísta.

En lugar de desaparecer para siempre con mi dolor, se lo estaría pasando a usted, que tiene toda una vida por delante. ¿Qué pecado cometió un ser tan angelical como usted para sufrir semejante desgracia?

 

—Listo, ya está. Le daré vendajes y ungüento para que se los cambie todos los días por un tiempo, y si se le infecta, venga a verme.

 

Me sentí avergonzado por tener pensamientos tan retorcidos sobre usted, que me había tratado con tanta diligencia.

 

—Y aquí tiene, esto es un analgésico. Tómelo rápido antes de que los demás lo vean.

—No. Estoy bien, déselo a otro soldado.

 

En un hospital de campaña siempre hay escasez de medicinas. Se lo rechacé, y usted desapareció un momento. Luego regresó con las manos llenas de cosas.

 

—Entonces, al menos acepte esto.

 

Lo que me entregó fue una caja de cigarros. La caja estaba manchada con sangre y barro, y arrugada. Era obvio que había salido del bolsillo de un soldado muerto.

Eso es algo normal en un campo de batalla. Los objetos que ya no necesitan los muertos se convierten en el patrimonio de aquellos que tienen que seguir sobreviviendo.

Usted también debe haber estado acostumbrado a eso.

Pero en ese momento, yo no fumaba. Solía dar los cigarros que me daban en mi ración a los soldados que asistían a misa. Como un tonto, por pura costumbre, rechacé los cigarros que me ofreció.

 

—Ah, si es así…….

 

Me arrepentí al ver cómo guardaba los cigarros en el bolsillo de su falda, se arreglaba la ropa y se iba. Pero luego, regresó con un montón de cantimploras en los brazos.

 

—Pero, ¿toma agua, verdad?

 

Ante esas palabras, no pude evitar sonreír. Usted me imitó.

Lo que había en las cantimploras no era agua. Antes de que las tropas salieran de las trincheras, se les entregaba alcohol. Los soldados solían llenar sus cantimploras con ese alcohol para superar el miedo.

 

—La tomaré con gusto.

 

Esta vez, no lo rechacé y la acepté. Tenía el presentimiento de que hoy, por primera vez, podría emborracharme de una manera agradable.

Había sentido su toque y su cálido cuidado por primera vez, y había reído con usted por primera vez.

Por primera vez en 10 años, pensé que era una suerte no haber muerto ese día. La misión de rescatar a los heridos también empezó a sentirse como un logro.

Pensé que sería genial no morir mañana y poder rescatar a más personas mañana. Eso también era la primera vez que lo pensaba.

Pero no duró mucho.

Mientras la miraba fijamente ir hacia otro paciente, escuché la voz de Rupert a lo lejos.

 

—Dayna, mi Filomena.

 

Cuando Rupert la llamó, usted fue de inmediato hacia él.

 

—Mi amor, has sufrido mucho.

 

¿Sufrió? Rupert no había hecho nada.

Otros capitanes de compañía bajaban a las trincheras para animar y cuidar a sus hombres, pero yo a él no lo había visto. La primera vez que lo vi fue de regreso, en la madrugada, con los heridos. Estaba parado en la entrada del puesto de avanzada, fumando y charlando con los oficiales.

¿Y dice que sufrió mucho?

 

—Tú también has sufrido mucho. Ven aquí.

 

Cuando él la abrazó, usted lo tomó de las mejillas y lo besó.

En ese momento, la cantimplora que tenía en mis manos se sintió muy insignificante. Y la felicidad que había sentido al recibirla me pareció patética.

‘Ese beso debió ser mío. Mi amor. Este apodo también era mío. El hombre en cuyos brazos está ahora, debí ser yo’

Me sentía patético por seguir pensando en esas cosas… Y, sinceramente, estaba cansado. Si uno se cansa de sí mismo, ¿qué puede hacer? Debería dejar de vivir.

Mi ilusión de querer vivir se desvaneció en un instante.

Ese día, no salí de mi habitación en la casa parroquial. Al principio, estaba tan agotado que me dormí como un muerto sin darme cuenta. Y después de despertar, bebí el alcohol que usted me había dado y solo pensé en la muerte.

Empecé a interpretar la razón por la que Dios me había enviado aquí de una forma diferente. Tal vez Dios se molestó porque yo seguía pidiendo morir, como si fuera un capricho.

‘Dios mío, ¿tenía que matarme de una manera tan cruel?’

El suicidio me resultaba tan deseable que estaba dispuesto a romper mi propia promesa de no hacerlo.

Lamenté no haber aceptado el revólver de autodefensa del ejército. Después de pensarlo, decidí colgarme. Me levanté y caminé hacia la ventana.

Estaba a punto de arrastrar la silla que había frente a la ventana cuando escuché un estornudo que se filtró por el marco suelto. Me detuve en seco.

Si no lo había escuchado mal, era claramente una mujer.

El claro entre la parte de atrás de la iglesia y la casa parroquial no era un lugar para que una mujer estuviera de noche. Era oscuro, desolado, y estaba en medio de una base militar llena de hombres robustos.

Preocupado, corrí la cortina para mirar, pero la cerré de nuevo, sorprendido. La razón era que la cara de la mujer que estaba sentada en un baúl bajo un roble se veía claramente en el momento en que encendió el cigarro que tenía en la boca.

Era usted.

Ese día, cuando usted guardó el cigarro que intentó darme en el bolsillo de su falda, pensé que era para Rupert. Nunca imaginé que sería para usted.

…Dayna, de verdad. Créame.

En ese momento, yo tampoco podía creerlo, igual que usted. Pensé que estaba ebrio y que estaba viendo cosas, así que volví a mirar por la cortina y la observé durante una hora. Sí, era usted.

Me preocupé por usted. Si había inhalado mucho hollín en el incendio de hace 10 años, sus pulmones no estarían bien. ¿Y fumar? Además, estaba sola en ese lugar tan peligroso.

Al final, me senté en la silla que pensaba usar como escalón para ahorcarme y la observé hasta que se fue.

‘¿Vendrá mañana también?’

Me preocupaba que viniera todas las noches a pasar tiempo sola en ese lugar. Es una excusa un poco ridícula, pero estaba tan preocupado por usted que no pude morir en ese momento.

Usted venía casi todos los días. La hora era diferente, pero por las noches, venía al claro detrás de la iglesia, fumaba un cigarro sola, descansaba una hora y se iba. A diferencia de su habitual vitalidad, en esos momentos se veía tan cansada y solitaria como los soldados moribundos.

Un día, después de fumarse un solo cigarro, se levantó de inmediato, pensé que se iría más temprano de lo habitual.

 

 

Toc, toc.

 

 

No esperaba que viniera a mi ventana y la tocara. Me quedé congelado de la sorpresa, y usted, parada afuera de la ventana, me dijo:

 

—Desde anteayer, la luz de la luna está muy brillante. Aunque apague la luz, lo veo detrás de la cortina.

 

El hecho de que usted supiera que yo la estaba observando a escondidas… Quise morirme en ese mismo instante.

 

—¿No es inapropiado que un Padre tenga como pasatiempo espiar a mujeres?


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