Rezo, para que me olvides - Capítulo 159
Quité el broche con el escudo de mi escuela de la solapa del uniforme de la escuela interna y lo puse en el libro donde nos escribíamos.
⌈Asisto a Mulberry College. Con esto, puedo probar que tengo tu misma edad y que soy de la nobleza, ¿verdad?⌋
En ese momento, había otros cuatro o cinco muchachos de mi misma escuela que se quedaban en la mansión. Así que no podrías estar segura de inmediato de que era yo. Pero, por otro lado, era un acto con la esperanza de que al menos sospecharas que podría serlo.
De todos modos, funcionó. Me llegó una respuesta.
⌈Quiero que te aparezcas frente a mí y me lo demuestres. No quería ver un broche como este⌋
⌈Apareceré frente a ti antes de que termine el verano⌋
Yo seguía estancado. Seguía fracasando al intentar hablar con las mujeres. Tú no tenías idea de cuántas veces me acerqué a ti y me retiré sin siquiera poder intercambiar un saludo.
En ese momento, me dominaba el miedo de que si me aparecía frente a ti, ese tiempo de ensueño podría terminar. Así que la cobarde idea de revelar mi identidad lo más tarde posible me impedía acercarme a ti.
⌈Es muy tarde. Ya estoy recibiendo propuestas de muchos lados. No puedo rechazar a otros pretendientes solo por esperar una propuesta tuya, que no sé si se hará o no⌋
Probablemente lo dijiste para presionarme. Para que me apareciera y te propusiera matrimonio de inmediato.
Sin embargo, en ese momento, torpe con el amor y con la gente, esa frase me hizo querer esconderme aún más, lo cual fue patético.
‘¿Que ya te están pidiendo la mano por todos lados?’
Lo primero que pensé fue que tal vez no era mejor que esos hombres anónimos. ¿Había alguna razón para que rechazaras a tantos pretendientes y te casaras conmigo?
¿Amor?
Tú nunca dijiste que me amabas. Mientras yo te decía que te amaba tan a menudo como respiraba, tú nunca me dijiste ni siquiera que te gustaba. Me di cuenta de eso recién en ese momento.
⌈Dayna, ¿tú me amas?⌋
No sé qué tan tonto fui al preguntarlo impulsivamente.
‘Es obvio que me responderás: ‘¿Cómo voy a amar a un hombre del que no conozco ni su cara ni su nombre?’’
Pero la respuesta que recibí fue completamente diferente.
⌈¿Tienes curiosidad? Si abres esto, podrás saber a quién amo⌋
Dejaste en el libro un collar con un relicario de plata. El mismo que ahora llevas puesto en el cuello.
Me lo dijiste por la tarde. Yo estaba nervioso, pensando que podría haber una foto o un retrato de otro hombre adentro. “¿Y si me está rechazando así?”. Sostuve el relicario, que se calentaba con el calor de mi cuerpo, dudando, hasta que finalmente lo abrí.
‘…¿Un espejo?’
Me tomó un momento entender el significado. En cuanto lo comprendí, me alegré más que cuando recibí tu primera respuesta.
Ahora tenías una razón para rechazar a otros pretendientes y casarte conmigo. Yo te amaba.
Dejaste otra respuesta, doblada en un trozo pequeño, en el interior de la tapa del relicario.
⌈Mi amor, yo también quiero ver la cara que se refleja en este espejo⌋
En ese momento, el amor era para mí una palabra con el poder de superar cualquier adversidad. Sentía que si tú me amabas, me aceptarías incluso si fuera un chico que no podía hablar.
Para evitar que mi confianza se desvaneciera de nuevo, corrí a mi habitación para escribir una respuesta pidiéndote que nos viéramos hoy mismo. Pero mi corazón, que volaba por el cielo, se estrelló en el momento en que abrí la puerta.
—¿Rupert? ¿Qué haces en mi habitación?
Rupert había entrado a mi habitación sin permiso y estaba sentado en mi cama. En su mano tenía una carta conocida. Las cartas esparcidas por la cama también me resultaban familiares. Eran tus cartas que yo había escondido debajo de la cama. Al instante, la ira y el miedo me invadieron y sentí un calor en el rostro.
—¿Quieres que te echen de inmediato por entrar sin permiso del dueño y hurgar en mis cosas?
Le arrebaté la carta de la mano y lo agarré del cuello, arrastrándolo hacia la puerta.
—Para echarme, tendrías que ser el rey, ¿verdad?
En lugar de parecer asustado por haber sido descubierto, se mostró descarado y se burló de mí.
—A un ladrón que hurga debajo de la cama de otro, se le puede echar aunque no sea rey.
—¿Ladrón? Solo estaba preocupado por ti. Si fueras un hombre de verdad, esconderías al menos un par de calcetines sucios debajo de la cama. Si no, sería un gran problema.
Rupert se había metido en mi habitación para encontrar algo que usar en mi contra, inseguro de que yo tuviera algo para usar en su contra.
—Pero al menos encontré una prueba de que eres un hombre de verdad.
Mientras yo lo empujaba para que saliera de la puerta, él seguía hablando con su boca descarada.
—La dueña de las cartas parece ser Dayna Loveridge, ¿verdad?
Y luego, dijo cosas desagradables sobre ti.
—¿Qué? ¿Te deja que la llames Dayna? ¿Se cree que es una princesa? Es una mujer astuta, ¿no? Heredó la habilidad de su madre para jugar con los hombres. Killian, a ese tipo de mujer hay que controlarla. De lo contrario, te sacará todo tu dinero, te dejará en la ruina y se irá con otro hombre. Por lo que veo, eres demasiado blando y ya te está manipulando, así que reacciona y déjala. A una chica así solo la disciplina un hombre severo como yo.
Me enojé y al mismo tiempo me asusté. Tuve la premonición de que Rupert podría intentar robarte para joderme la vida.
Rupert ya tenía un título de nobleza y un día se convertiría en marqués. Yo no podía alcanzar ni la punta de su riqueza y estatus. Aunque me dejaras y te fueras con Rupert, no podría culparte.
Solo esperaba que fueras sensata. Que te dieras cuenta de que Rupert no te amaba de verdad, sino que te deseaba solo porque yo te quería, y que sin duda jugaría contigo por un tiempo y luego te abandonaría…
—¿Sabías que Filomena en realidad era hija de una cortesana? A pesar de eso, actuaba como si fuera una princesa, se creía muy superior y jugaba con los hombres, hasta que conoció a Godwin y se convirtió en una esposa recatada.
Pero, ¿y si ese tipo no solo quisiera joderme, sino que de verdad te quisiera? Si te propusiera matrimonio, mi amor terminaría ahí.
Me entró la urgencia. Apenas lo eché, llamé a una sirvienta y le pedí que cortara algunas flores del invernadero para hacer un ramo.
Mientras esperaba, junté tus cartas, las escondí en otro lugar y escribí una carta nueva. Era por si las palabras no salían de mi boca.
‘Dayna, mi amor. Yo soy el hombre que amas’
Murmuraba sin parar lo que te diría, me puse mi mejor traje y salí con el ramo y la carta que la sirvienta me había traído, con el relicario de plata en el cuello para que me reconocieras.
Iba camino a proponerte matrimonio.
Salí del edificio principal y caminaba hacia el anexo donde te alojabas. En ese momento, un sirviente corrió apresurado desde la dirección opuesta gritando hacia el edificio principal:
—¡El anexo se está incendiando!
Solo entonces me di cuenta del humo que salía de la ladera de la colina. Corrí a toda velocidad. El jardín frente al anexo ya era un caos, con gente que había escapado y personas que intentaban apagar el fuego. Tú no estabas ahí.
—¡Señorita! ¡Señorita Anne, ¿dónde está?!
El anexo era el dormitorio de las señoritas de la nobleza. Las sirvientas buscaban desesperadamente a las señoritas a su cargo, pero nadie gritaba tu nombre. Tu abuela y tu sirvienta habían salido y no estaban en la mansión. Así que solo yo sabía que definitivamente estabas en el anexo.
—Heather, Señorita Dayna Loveridge también está en el anexo. Busca a Señorita Loveridge con las otras sirvientas.
Tomé a la sirvienta de mi casa y le pedí que te buscara. Pero no podía quedarme de brazos cruzados. Ignoré a los sirvientes que intentaban detenerme y me metí al edificio.
—¡Dayna!
Pude gritar tu nombre. Porque ahí no había nadie. Desesperadamente.
Habías dicho que te quedabas en el tercer piso. Intenté subir, pero las llamas ya se habían tragado las escaleras desde el segundo piso y no había forma de subir.
Salí corriendo y busqué en las ventanas de tu habitación. Pero no vi a nadie. Mientras corría alrededor del edificio, revisando todas las ventanas y poniéndome cada vez más pálido de terror, escuché:
—¡Que alguien me, sal, ve, por favor, Snif…
Escuché tu llanto pidiendo ayuda. Lo escuché claramente, pero nadie a mi alrededor dijo que te había escuchado llorar. Tal vez era una alucinación creada por mi desesperación, pero yo estaba lo suficientemente desesperado como para aferrarme incluso a una alucinación.
Si no te veía desde abajo, la única opción era revisar cada ventana yo mismo. Me quité la chaqueta y escalé la pared de donde venía el sonido.
—¡Killian! ¡¿Qué haces?! ¡Déjalo en manos de los sirvientes y baja ahora mismo!
Mi madre, que había llegado al anexo, casi gritaba al verme, pero yo no la escuché. Sentía que si no hacía esto, me arrepentiría de ese día por el resto de mi vida.
Tuve la certeza de que era la mejor decisión que había tomado en mi vida cuando vi tu mano pálida entre las rejas de una de las ventanas del tercer piso.
—¡Dayna!
El dicho de que en situaciones extremas los humanos demuestran una fuerza sobrehumana no es un mito. Yo, que nunca había podido pronunciar una sola palabra frente a ti, grité tu nombre. Lo sorprendente no terminó ahí.
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