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Rezo, para que me olvides - Capítulo 152

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No solo me gustaban los textos líricos, sino también los libros de historia. Por eso, sabía bien que en esa época no había muchos miembros de la realeza o nobles que tuvieran la suerte de sobrevivir hasta la adultez para morir como héroes. Y, para ser honesto, le dije eso a propósito para molestarlo. A mí también me caía mal Rupert.

 

—¿Lo dices porque me tienes envidia?

—Si necesitas que alguien te envidie, ve a jugar con los otros. Por favor.

 

Había muchos jóvenes nobles de nuestra edad que pasaban el verano en nuestra mansión. Eso significaba que a Rupert, el futuro marqués que se había convertido en el vizconde de Stamford desde su nacimiento, le sería fácil encontrar a alguien para llenar el vacío de su ego, ya que siempre tenía hambre de reconocimiento, ya sea por adulación o por envidia.

Aun así, no entendía por qué me llevaba solo a mí, que siempre estaba aburrido, a pescar en el arroyo.

 

—Como si tuvieras a alguien más con quien hablar……

 

No creo que Rupert se juntara conmigo porque me consideraba su amigo. Ahora que lo pienso, creo que solo me veía como la única persona a la que podía mostrarle sus verdaderos sentimientos sin que yo usara eso en su contra.

 

—Pero en tiempos de paz, un hombre no deja su nombre grabado en la historia.

—Lo dices porque solo lees libros sobre guerras.

 

A mí me gustan los libros de historia, pero no las guerras. No me gusta ninguna masacre, a menos que sea para sobrevivir.

Por eso, en realidad, tampoco me gustaba la pesca. Siempre liberaba a los peces que atrapaba.

 

—Hmm… Mordió el anzuelo…..

 

Cuando lo saqué, era una lubina tan grande que superaba la longitud de mi antebrazo. Mientras retiraba con cuidado el anzuelo de su boca, Rupert me miraba atontado con envidia y me preguntó:

 

—¿Cuánto pesa?

—No lo sé, unas 3 libras.

—Creo que más. Déjame cargarlo.

 

Si se lo daba, él lo pondría rápidamente en su balde y le mentiría a la gente diciendo que él lo había pescado. No era la primera ni la segunda vez que me lo hacía.

Dayna, ¿crees que estoy contando una historia de mi infancia que no necesitas saber para hablar mal de tu esposo?

No es eso. Esta es la razón por la que nosotros somos como somos ahora.

Ese chico, que siempre intentaba quitarme lo que fuera que yo atrapaba, ¿crees que solo se llevó los peces?

En fin, yo, que conocía bien sus malas acciones, solté la lubina de vuelta al arroyo. Mientras veía cómo desaparecía sin problemas entre las olas, escuché un bufido a mis espaldas.

 

—Eres un cobarde.

 

Aunque le repetía que no era lo mismo odiar la matanza que ser un cobarde, él nunca lo entendía y a menudo me trataba como tal.

 

—Hubiera sido mejor si hubieras nacido mujer.

—Si hubiera sido así, me habría tenido que casar contigo.

—¡Ay, qué asco! ¡Qué mal gusto!

—Lo mismo digo.

 

Con esto, supongo que ya sabes qué tipo de relación teníamos Rupert y yo.

En fin, ese día también íbamos de regreso con las manos vacías. Casi salíamos del bosque cuando vi algo blanco tirado en el camino. Era una sombrilla de mujer.

En ese momento, pensé que a la mujer que caminaba sola por el bosque le había pasado algo. Miré a mi alrededor, pero no había rastro de personas ni de animales.

Entonces, pensé que tal vez se había resbalado y caído al arroyo que estaba al lado del camino, así que miré por la ladera. En ese instante, yo fui el que se resbaló, cayendo de la órbita de mi vida.

La chica parada precariamente en la empinada ladera, sosteniendo la rama de un nomeolvides que florecía tardíamente.

Porque te conocí.

Te conté sobre el momento en que nos conocimos por primera vez, el día que disfrutamos de nuestro primer pícnic en Eisenthal, me enamoré de ti a primera vista. Quizás pienses que ya conoces la historia y no necesitas escucharla, pero por favor, escúchame.

Ese día bendito de primavera, pensé que mi amor era un pecado y, como un pecador que confiesa con vergüenza su crimen, hablé brevemente y me detuve. Sin saber que ese era un pecado aún más vergonzoso.

Me he arrepentido de eso hasta el día de hoy. Puede que esta sea la última oportunidad que tenga de contártelo. Así que, por favor, escúchame.

En ese preciso instante… en el que nuestras miradas se encontraron por primera vez, un rayo de luz se posó en el oscuro bosque con su frondosa vegetación. Directamente sobre ti.

La escena fue como si Dios te hubiera señalado con su dedo brillante. Diciendo que eras mi destino.

En realidad, la idea de que fuera una revelación se me ocurrió un poco después. En ese momento, mi primer pensamiento fue muy diferente.

‘¿…Una hada?’

En ese entonces, yo tenía quince años. No cinco.

Y, sin embargo, tuve un pensamiento tan ingenuo como el de un niño de cinco años, y era porque eras la encarnación misma de una belleza que no podía existir en este mundo.

En este mundo no hay cascadas doradas que fluyan sobre una piel de marfil. Si ese era el color rubio, entonces todos los cabellos rubios que había visto hasta ese momento debían ser falsos.

El fino chal y los lazos que ondeaban detrás de ti con el viento que soplaba justo en ese momento eran como las alas de un hada.

Y lo que era más irreal de todo eran tus ojos. Unos ojos azules con un resplandor violeta que temblaba con la luz del sol. Como si los pétalos de nomeolvides que sostenías en la mano se hubieran trasladado a tus ojos. Pensé que si existiera un hada de los nomeolvides, seguramente brillaría de esa manera.

 

—¡Oh!

 

Desperté del sueño que estaba viviendo con los ojos abiertos cuando, al verme, te asustaste y resbalaste. Instintivamente extendí mi mano, pero era demasiado tarde.

Con un splash, el agua salpicó por todas partes. Corrí por la ladera para ayudarte a salir del arroyo. Pero en un instante, te levantaste sola y saliste corriendo por la orilla. Desapareciste en la luz del sol, con el chal ondeando a tu espalda, y seguiste pareciendo una fantasía.

‘¿En serio… era un hada?’

Pero nunca había escuchado que las hadas usaran una sombrilla con la marca de la famosa boutique de Dunry.

 

—Mi nombre es Dayna Loveridge. Es un honor conocer a la honorable familia Ackroyd.

 

Fue hasta la cena de esa noche en la casa que supe que la hada tenía un nombre tan adorable como Dayna Loveridge y que, en realidad, era humana.

Fuiste invitada por mi madre para pasar el verano en la mansión de los Ackroyd, al igual que los otros jóvenes nobles. No sé si sabías que, aunque el pretexto era pasar el verano en el campo, en realidad era el momento de buscar a mi futura esposa.

En ese momento, mi madre ya estaba desesperada por encontrar una pareja para mí. Esto, al igual que cuando obligó a Rupert y a mí a ser amigos, era por preocupación por mi futuro.

Solo hay una manera para que el “hijo sobrante” de una familia noble se aferre a la cuchara de plata con la que nació para llevarla consigo a la tumba.

Casarse con una rica heredera.

Como dije antes, no soy pobre porque mi madre y mis parientes me dejaron algo de dinero. Sin embargo, para los estándares de mi madre, ese dinero era una miseria que no alcanzaba ni para el presupuesto anual de nuestra familia. Ella no podía tolerar que viviera una vida «humilde» en una mansión de diez habitaciones con menos de veinte sirvientes.

Aun así, la razón por la que se apresuró a buscar una esposa para mí antes de que yo llegara a la mayoría de edad fue por una «lección aprendida» con mi hermano.

Parece que mi madre tenía algunas candidatas en mente para mi hermano cuando él llegara a la mayoría de edad. Pero las personas que me gustan, también suelen gustarle a los demás. Así que mientras ella esperaba el momento, otras familias se las llevaron.

Y mi hermano ya se había enamorado de otra persona, de una mujer que no cumplía con las expectativas de mi madre.

Mi madre planeó usar la «lección» aprendida con el primogénito para encontrar una esposa perfecta para mí y que nos casáramos justo en la época en la que yo empezaría a tener mi primer amor.

Pero la vida no siempre sale como uno la planea. Y mucho menos cuando el ejecutor de ese plan es un hijo que siempre decepciona.

Odiaba tanto el plan de mi madre que me la pasaba evitando a las jóvenes invitadas a mi casa.

Aunque si te hubiera invitado como candidata a esposa, habría dejado de evitarlas de inmediato. Tristemente, mi madre no tenía la intención de casarme contigo.

…¿Me preguntas por qué no quería casarme contigo?

Siempre me haces preguntas incómodas.

Pero está bien. Te amo.

No, no estoy tratando de cambiar el tema. Es lo que siento.

Está bien. Para ser honesto, aunque eres la mejor esposa que existe, no cumplías con los criterios de mi madre, que eran completamente subjetivos. No quiero decir que tú eras menos que yo. Yo soy el que no te merece.

…¿Quieres que te diga las palabras de mi madre tal cual?

Dayna, por favor, no me pidas eso…

Ha. Me parece muy cruel que me pidas que te diga algo que te hará daño.

…Está bien. Prometí ser honesto en todo.

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