Rezo, para que me olvides - Capítulo 151

La mirada de él, que había estado fija en mi mano, cayó al suelo siguiendo el sobre y los papeles que se me cayeron. Sus ojos tristes, que se posaron en el suelo y luego se posaron de nuevo en mí, dijeron:

‘Ahora lo sabes’

Eso significaba que todo lo que estaba escrito en esos documentos era cierto. La furia me invadió.

—¡Me has engañado!

Él era el hombre al que yo amaba con mi vida, pero en ese momento no sentía nada de amor por él. Solo veía a un farsante que había engañado descaradamente a una mujer con amnesia para burlarse de ella.

Este hombre seguramente tuvo varias oportunidades para decirme la verdad, pero no lo hizo. O tal vez nunca tuvo la intención de hacerlo desde el principio. Quizás todas las historias que me contó como si fueran la verdad también eran mentiras inventadas.

El hombre en quien ya no podía confiar se levantó de la cama e intentó acercarse. Un miedo repentino me invadió y agarré el revólver que sobresalía de mi bolso y le apunté.

El hombre no pareció asustarse por mi amenaza y se levantó sin detenerse. Estaba tan desnudo como yo.

‘Entonces, yo… yo he cometido adulterio con otro hombre, con mi marido aún vivo…’

En el momento en que me estremecí al darme cuenta de que había cometido adulterio sin saberlo, un fluido corrió por mis piernas, recordándome cruelmente que había ocurrido algo aún más inmoral.

‘Tal vez quede embarazada de un bastardo’

Y un bastardo de un sacerdote que había hecho votos de castidad.

‘¡Oh, Dios mío! Por favor, que eso no ocurra…’

No temblaba de miedo por ser una mujer devota. Para mí, que era mundana, los humanos eran más aterradores que un Dios al que nunca vería antes de morir.

‘Me señalarán como una mujer sucia por el resto de mi vida’

Aunque todavía me cuesta creerlo, ¿no me habían dicho que era la Marquesa y no la esposa de un hombre común y corriente? La Marquesa, embarazada del hijo de un sacerdote. El mundo entero se burlaría de mí y me destrozaría hasta que yo muriera. Y era obvio que el niño también nacería como un producto de la inmoralidad y estaría destinado a sufrir por un pecado que no cometió.

‘¡Dios mío, por favor, haz que no quede embarazada…’

No pude evitar rezar lo contrario de lo que había rezado antes de saltar a esa cama.

‘N-no lo sabía. Yo… lo hice sin saber. Por favor, que el mundo tampoco lo sepa…’

…Tal vez el adulterio ya ha sido descubierto.

Me quedé sin fuerzas en las piernas al recordar al marido que me había seguido hasta la posada para recuperarme. El hombre se levantó apresuradamente, extendiendo su mano hacia mí.

—¡No te acerques!

Clack.

En ese instante, recobré el sentido, levanté el cañón del arma que había bajado y amartillé el percutor.

—Si te acercas, disparo.

Para que supiera que no estaba bromeando.

—¡Dime! ¿Quién eres? ¿Por qué fingiste ser mi marido?

¿A quién amé todo este tiempo? Se sentía vacío y sin sentido.

Mi vida era incompleta, pero mi amor era el ancla que me sostenía en mi vida, que siempre había sido inestable.

Pero en realidad, solo era una trampa que me ataba.

Una trampa profundamente arraigada en el engaño.

¿Podría llamarse amor a un sentimiento que nació y creció del engaño? Al perder mi ancla, comencé a temblar de nuevo. Y grité:

—¡¿Por qué me hiciste esto?!

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Mi amor, estás lista para escuchar.

La determinación que tengo para hablar ya no retrocederá cobardemente.

Será una historia muy larga, así que siéntate. El arma no será necesaria, pero si te hace sentir segura, está bien que la sostengas. Si apuntas con ella porque quieres matarme, te ruego encarecidamente que lo hagas después de escuchar toda mi historia.

No estoy usando una estratagema para evitar la muerte. Te lo dije antes: si intentas matarme, con gusto moriré. Esa promesa siempre fue sincera. Así que no te preocupes.

Ahora te lo contaré todo. Esto no es una excusa, es una explicación.

Una explicación para ti, que no recuerdas cómo llegamos a esta situación.

No tienes por qué sospechar que torceré la verdad a mi favor. Una excusa es la lucha desesperada de quien quiere ser perdonado. Me disculparé, pero no te pediré perdón.

Para explicarte cómo llegamos a este punto, no me queda más remedio que empezar desde el momento en que nací. Por favor, escucha, aunque no quieras.

Siempre fui el hijo que no cumplía con las expectativas de mis padres. Nací sin ser esperado y, en contra de las expectativas, nací hombre.

Mis padres ya tenían un heredero perfecto en todos los sentidos: mi hermano, ocho años mayor que yo.

Así que no necesitaban otro hijo. Necesitaban una hija.

Una hija no puede ser la dueña de la familia, pero sí puede ser la matriarca de otra familia noble. En ese momento, la hermana de mi madre acababa de dar a luz al heredero de la familia del Marqués de Mansfield. Rupert, para ser exactos.

Así es. Mis padres intentaron ponerme en el lugar que tú ocupas ahora.

Fue horrible.

Yo estaba satisfecho de haber nacido hombre, pero mis padres no. Mi madre, que no podía renunciar a sus deseos, cambió su objetivo: me convertiría en el mejor amigo del futuro Marqués de Mansfield.

El deseo de mi madre era en realidad por mi bien, más que por el de ella. Ya te había dicho cómo era el futuro de un hijo que no era el heredero. Mi madre esperaba que mi vida fuera más fácil si era el mejor amigo del futuro marqués.

Rupert y yo solo nos llevamos medio año. Como mi madre deseaba, crecimos juntos y, aunque éramos primos, éramos como hermanos.

Pero eso… no significa que nos lleváramos bien, en lo absoluto.

La madre de Rupert y mi madre son gemelas. Él y yo nos parecemos a nuestras madres. Así que no había otra forma de que nos pareciéramos, como hermanos.

Pero nadie nos confundía, ya que nuestras expresiones eran diferentes. Tal vez era porque todo lo demás en nosotros era diferente.

La caza, el tiro, el polo… Yo era bueno en las cosas que se consideraban masculinas, pero no las disfrutaba. En cambio, Rupert las disfrutaba, aunque no fuera bueno.

El único pasatiempo que disfrutábamos juntos era la lectura. Pero nos gustaban géneros diferentes. A mí me gustaban los escritos líricos y contemplativos, mientras que Rupert estaba obsesionado con las novelas de guerra, especialmente las historias de héroes.

—Killian, creo que nací en la época equivocada.

El chico que quería ser un héroe se sentía frustrado por haber nacido como el heredero de un marqués en la era más pacífica y próspera de la historia. Había crecido sin carencias, por lo que no conocía la satisfacción y, como nunca había salido del paraíso, no conocía el infierno.

—¡Debí haber nacido en la antigüedad, cuando la lucha por el territorio era feroz!

—Si hubieras nacido en esa época, habrías muerto de la peste antes de aprender a caminar.

—¡Ja! No me hagas reír. Esa es una historia para alguien débil como tú.

Yo solo estaba diciendo un hecho histórico. Él lo tomó como un insulto personal.

Siempre fue así. Rupert me tenía envidia porque yo era bueno en las cosas que él no podía hacer, pero no tenía ningún interés en ellas. Por eso, a menudo me menospreciaba sin ninguna razón. Como tú me dijiste que también lo sentiste en el pasado, no era solo una ilusión mía.

—Yo habría muerto como un héroe en la guerra. Y habría pasado a la historia como una leyenda. ¡Porque la sangre de Godwin corre por mis venas!

Godwin es un ancestro lejano de Rupert. Fue un héroe que murió siglos atrás, cuando no se había inventado la pólvora, deteniendo la invasión de la gente que ahora se llama Highland, junto a su esposa Filomena.

Sí, la misma Filomena de la que dices haber escuchado en tus recuerdos. Rupert debió ser quien te lo dijo.

La leyenda de Godwin y Filomena, que sacrificaron su amor y sus vidas por la patria, era el orgullo de la familia de Marqués Mansfield. La obsesión de Rupert por las historias de héroes seguramente se debió a esa leyenda.

—¡Quiero morir con honor!

El único heredero del marqués quería morir. Era un sueño que habría hecho desmayar a mi madre, que se había esforzado por tener un heredero después de tener cuatro hijas. Aunque le daba todo lo que quería a su precioso hijo, se habría opuesto a eso con todas sus fuerzas. Al pensar en lo que hizo el chico más tarde, parece que al final no pudo detenerlo.

—Que haya una guerra, donde sea… antes de que cumpla los 30.

El sueño de morir con honor del chico tenía otra condición: morir joven. En el momento más hermoso.

—Imagínate un cuadro de mi última batalla que quede para la posteridad, con arrugas y canas. ¡Ugh, qué horrible!

«No tienes que preocuparte por las canas», pensé en ese momento.

El chico, que tenía solo quince años, ya temía a la vejez. Su padre y su abuelo habían empezado a quedarse calvos a mediados de sus treinta. Él también estaba destinado a eso en 20 años.

Querer morir joven para no quedarse calvo. ¿No te parece absurdo?

Cuando me quedaba callado porque no valía la pena responder, él intentaba convencerme.

—Killian, para un hombre, la reputación es su vida. El cuerpo es finito. Cuando mueres, el cuerpo se pudre y se olvida, pero el honor no. Si tu reputación sobrevive, vives para siempre. ¿No crees?

¿Por qué tenía que escucharme a mí, que lo detestaba, decir que él tenía razón? Yo solo quería señalar las fallas lógicas de su sofisma.

—Mira el anzuelo.

—Eres un aburrido.

—Preferiría vivir aburrido a desear una guerra por aburrimiento.

Me contuve de llamarlo un tonto con cabeza de pescado en lugar de una cabeza humana. Y aunque las palabras que salieron de mí no fueron exactamente amables, no fue porque las filtrara.

—¿Quieres que rece por ti a partir de hoy? «Oh, Dios, por favor, haz que Rupert Mansfield regrese a una época en la que las guerras eran frecuentes. Y que la vida del joven cordero, que heredó el título a los cinco años porque su padre murió en la guerra y fue envenenado por sus parientes que codiciaban su puesto, sea divertida».