Rezo, para que me olvides - Capítulo 120
—Me preguntas algo que ya sabes.
—Eso significa…
Todavía no podía sacudirme la ansiedad, así que uní mis labios a los suyos, que temblaban.
—Es natural que quiera que tengamos un bebé. Pero ahora, decir que solo irás tú y que lo dejemos así, ¡eso es ser mezquino!
Enrollé mis brazos alrededor de su cuello como una enredadera y apreté firmemente por debajo, sujetándolo mientras se hundía en mí. Solo entonces, sus ojos y su respiración recuperaron la calma al instante. Él dudó, pareciendo contento y a la vez incómodo.
—Si hago eso, todo se escapará…
—Tú puedes volver a meterlo cuando quieras.
Solo entonces el hombre sonrió, frotó la punta de su nariz con la mía y empezó a mover sus caderas.
Crak, crak, crak.
—Ah… mmh…
Una fricción violenta ocurrió, el cuerpo del hombre dentro de mí se hizo grande y duro de nuevo en un instante. Pum. Pum. Se clavaba sin piedad en lo más profundo de mí, como si abriera la puerta de la casa donde se alojaría un bebé.
—¡Ay, despacio…!
—¿Te duele?
—No, es… ¡Ah! ¡Ah, espera, ugh!
Desde el principio, el implacable movimiento de su cadera me dejó sin aliento. Mi vista ya parpadeaba, chispas saltaban ante mis ojos, y donde estábamos unidos, el agua salpicaba en todas direcciones, empapando nuestros ombligos. Se dice que el agua apaga el fuego, pero donde estábamos unidos, cuanto más fluía el agua, más ardía el fuego.
Caliente.
La noche era sofocante. Al menos, en el dormitorio de esta granja abandonada.
—Haa…
El hombre también parecía tener calor, tanto como yo, se quitó la camisa. Cada vez que las llamas de la chimenea danzaban, su cuerpo bronceado brillaba como una estatua de bronce calentándose en el fuego. Era porque su piel estaba empapada en sudor.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que pude contemplar a este hombre como es debido mientras hacíamos el amor. Porque había pensado que no estaba haciendo el amor conmigo.
—Dayna…….
Hoy no había razón para evitar su mirada apasionada, ni sus labios repitiendo mi nombre. Había tenido tanta sed de verlo experimentar placer conmigo que no podía perder ni la más mínima reacción, y mis ojos no se apartaban de su rostro.
En ese momento, una gota de sudor que cruzaba su rostro me llamó la atención. Logró sortear su marcada mandíbula y se detuvo en su nuez de Adán.
—¡Ah!
Me invadió una sensación de nerviosismo y, sin darme cuenta, lo observé. Una mano caliente se deslizó de repente bajo mi chemise y me agarró un seno. Me sobresalté y mi cadera se levantó bruscamente; en ese instante, mi nuez de Adán también se movió al compás.
Tac.
La gota de sudor que colgaba al final cayó sobre mí. Justo en el pezón del seno que el hombre estaba apretando.
El sudor se extendió, empapando la tela fina y haciendo que la mancha se agrandara. Debajo, el color rosado de la carne y su forma redondeada comenzaron a verse con claridad.
La mano que apretaba y masajeaba la suave carne se detuvo. Pude ver su pulgar acercándose al lugar húmedo que se transparentaba bajo la fina tela. No era la primera vez que él tocaba mi pezón, pero contuve la respiración, nerviosa.
—Ah…
La áspera yema de su dedo tocó el borde donde cambiaba el color de mi piel. El hombre no agarró el pezón directamente, sino que solo rodeó la areola con la punta de su dedo.
En cualquier momento me tocaría aquí.
A medida que el tiempo pasaba, la expectativa crecía, y mis pezones se endurecían aún más, empujando la tela hacia arriba. La reacción de mi cuerpo era tan descarada que me sentía avergonzada.
En el momento en que enterré mi rostro entre mis manos…
—¡Ah!
La punta de su pulgar presionó mi pezón, que estaba duro y erecto. El pezón, que se había hundido en la carne, rebotó hacia arriba como si fuera un resorte en el momento en que la presión desapareció. El hombre frotó suavemente el pezón y luego comenzó a hacerlo rodar con la punta.
—Ah, uhm…
Cuando cerré los ojos para sentirlo, el dedo que me tocaba era el índice.
—Dayna, mírame. Mírame y ve quién es el hombre que te está tocando ahora mismo.
¿Acaso no era suficiente con sentirlo? Todavía me preguntaba por qué este hombre seguía obsesionado con confirmar que era él quien me hacía el amor.
—Hoo-aah, ¿por qué tú, siempre…?
Pero tan pronto abrí los ojos, olvidé lo que iba a preguntar. La imagen de él tocándome, visible a través de la tela mojada, era increíblemente sensual. Volví a excitarme como al principio y…
—¡Ahh, más, este lado también, haa, tócame! Mmh, ¡ah!, si lo chupas así… ¡uff!, se siente tan…
Bien. Me siento locamente bien.
Le había dicho adiós a Rize, pero no pude despedirme de la «Rize libidinosa». Comencé a pedirle esto y aquello con palabras explícitas que él jamás me hubiera pedido usar.
—¡Ha, maldita sea…!
Como no podía controlar mi excitación, él también se excitó sin control. Parecía tan enfadado por no poder morderme y chuparme a su antojo debido a la tela que cubría mi cuerpo, que incluso soltó palabrotas que rara vez usaba mientras me desnudaba y arrojaba mi ropa.
—Dayna…
—¡Ah!
El hombre me rodeó con un brazo y me levantó. En el instante en que me senté sobre él, su miembro, que solo había entrado a medias, se clavó profundamente, llegando al punto de placer más oculto.
—¡Haaag!
Con un solo golpe, me vi abrumada y arqueé la espalda fuertemente, y me vine.
—Ahh….…
Tan pronto como la abrumadora sensación de clímax me atravesó, un placer punzante se extendió hasta mis extremidades. El hombre me sostuvo con una mano, incapaz de controlar mi cuerpo por la resaca del clímax, y recorrió mi cuerpo con sus labios.
Desde mis labios hasta mi cuello, desde mi clavícula hasta la punta de mi pecho. Mi piel, después del clímax, estaba más sensible que nunca, y con solo el aliento dispersándose sobre ella, me estremecía una y otra vez.
—Ah, uh, mmh…
—Dayna…
Sus besos cuidadosos y su voz suave eran tan reverentes que sentía como si me estuviera adorando.
—¡Ahhh!
Sin embargo, para ser adoración, el acto de tomar mi pezón en su boca y hacerlo rodar era excesivamente obsceno.
—Haa, haa…
—Dayna…
El hombre volvió a acostarme en la cama, yo, que estaba perdida en el éxtasis que me había dado su obscena adoración. Con los ojos tan embriagados como los míos, contempló mi cuerpo desnudo, cubierto de las marcas de sus besos apasionados, y repitió mi nombre una y otra vez.
—Dayna, cuánto este momento…
Incapaz de seguir hablando, como si estuviera abrumado, me abrazó con fuerza.
Creak, creak, crak, crak.
—Ah, hng… Haa… ¡Ah, aahh!
Con la parte superior e inferior siendo estimuladas al mismo tiempo, no tuve tiempo de recuperar la compostura. Mi cuerpo ya no me pertenecía, y yo no podía hacer nada más que estremecerme según lo sentía, pero el hombre seguía…
—Dayna, mírame.
Me suplicaba que lo mirara. Como si yo lo estuviera ignorando a propósito.
—Por favor… mírame.
Su voz era tan lastimera que no pude soportarlo. Con dificultad, levanté mis párpados temblorosos, como mi cuerpo empapado de placer. En ese instante, la mirada del hombre que me observaba se clavó en la mía.
‘¿Por qué?’
Yo ya me sentía tan llena, como si fuera a estallar, pero los ojos del hombre seguían hambrientos. Me anhelaba como alguien que, aun teniéndome por completo, no me posee. No podía entenderlo.
—Dayna.
El hombre solo sonrió cuando mis ojos se encontraron con los suyos. Pero por alguna razón, era una sonrisa precaria.
—Siento que hoy es nuestra primera noche.
¿Nuestra primera noche y esta noche eran similares?
Una casa ajena abandonada, una cama ajena, la chimenea. ¿Era eso lo que era similar? Pero poco después, me di cuenta de que no se refería al lugar o a la situación.
—Dayna.
Quería decir que, al llamarse el uno al otro por sus nombres verdaderos mientras hacían el amor, se sentía como su primera noche.
Ahora entendía por qué había estado llamando mi nombre incansablemente durante todo el acto de amor, y por qué actuaba como si, aun teniéndome, no me poseyera.
—Dayna.
—¿Sí?
—Solo por.
—¿Solo por?
Era la misma razón por la que había dicho tonterías mientras descansaba sobre mis piernas durante el día.
—Quería llamarte.
¿Cuánto tiempo habría deseado llamar mi nombre? Sabiendo que no debía, incluso lo había llamado sin darse cuenta mientras hacía el amor con ‘Rize’, así que ¿cuánto más no habría sido?
—Killian.
Pronuncié el nombre del hombre. En ese instante, el movimiento de su cadera se detuvo abruptamente. Era comprensible su sorpresa.
Nunca lo había llamado por su verdadero nombre desde que me lo dijo. Para mí, él seguía siendo Johan, y me sentía extraña al llamarlo con un nombre nuevo. Por supuesto, también había un poco de malicia en ello.
—Otra vez, vuelve a llamarme.
—Killian. Ese es tu nombre, ¿no?
No podía creer lo que oía, y la duda brilló en sus ojos por un instante, pero desapareció rápidamente, y en su lugar comenzó a surgir la emoción.
—Una vez más.
—Killian.
No pregunté por qué, solo lo llamé tantas veces como me pidió. Un hombre que tanto había deseado llamarme por mi nombre, sin duda, anhelaba que lo llamaran por el suyo con la misma intensidad.
—Dayna.
Me abrazó con fuerza, tan feliz que incluso derramó lágrimas.
—Ese soy yo. Ese es mi nombre. Yo… soy real.
Así que era algo que le dolía hasta las lágrimas. Mi negativa a llamarlo por su nombre debió haber contribuido a su ansiedad de que yo pudiera dejarlo. Debió sentir como si yo estuviera rechazando a su verdadero yo.
—Killian, este nombre me gusta más.
Todavía te amo. Así que no tengas miedo, mi amor.
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