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Rezo, para que me olvides - Capítulo 118

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  4. Capítulo 118
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—Yo era capitán.

—¡Ay! ¿Capitán? Si apenas nos llevamos un año. Yo soy alférez, pero ¿por qué tú eres capitán?

 

Cuando le pregunté con un puchero, el hombre soltó una carcajada.

 

—Tú te incorporaste más tarde y yo empecé con el rango de teniente…

 

Así que mi suposición de que este hombre tendría un rango más alto que el mío era correcta.

 

—Y por casualidad, como solo fui a zonas de combate de primera línea, mi ascenso fue más rápido que el de otros.

—Ah… claro…

 

Si incluso había recibido medallas y el nombramiento de caballero, debió haber logrado hazañas increíbles en la guerra.

 

—Pero, ¿por qué solo fuiste a zonas de combate? ¿No se supone que al ser hijo de una familia de parientes lejanos de la realeza te habrían enviado a la retaguardia, donde es más seguro?

—Porque me ofrecí como voluntario.

—¿Por qué?

—Solo porque sí.

—¿Quién se ofrece voluntario “solo porque sí” para misiones que garantizan la muerte?

—De todos modos, después de conocerte, dejé de ofrecerme voluntario para ir a zonas peligrosas.

 

El hombre me hizo señas para que viniera a dormir, golpeando la cama y extendiéndome una mano. Me acerqué dócilmente a la cama y me acosté frente a él, pero no tenía intención de dormirme sin antes satisfacer mi curiosidad.

 

—Pero, ¿cómo es que terminamos participando en la operación de infiltración del Cuartel General de Operaciones? El territorio enemigo es tan peligroso como una zona de combate.

 

El hombre mostró sin filtro en su expresión que no quería responder, y solo abrió la boca después de que lo amenacé con no compartir la cama con un hombre que no respondiera honestamente a mis preguntas.

 

—Porque tú dijiste que irías.

—¿Yo?

—Yo te seguí para protegerte.

—Uh… no…

 

Estaba tan sorprendida que no pude continuar hablando.

‘¿Fui yo la primera en ofrecerme como voluntaria para una misión tan peligrosa?’

Era demasiado diferente de lo que había imaginado.

 

—E-entonces…

 

El hombre cerró los ojos, quizás porque no pensaba hacer guardia hoy. Con el corazón acelerado, solté las dudas que tenía sin filtrar.

 

—Ese tipo dijo que…

 

El hombre, que entendió que me refería a Mayor Falkner, cerró los ojos con fuerza. Duró solo un instante, pero se veía angustiado, así que lamenté haber mencionado al comandante para ir al grano.

 

—¿Qué dijo?

 

Pero ya era demasiado tarde para deshacer lo dicho.

 

—Dijo… no, insistió en que tú… me habías… ordenado… matar. Jaja… Es ridículo, ¿verdad?

 

El hombre abrió los ojos de golpe y me miró fijamente. Con ojos sorprendidos.

 

—Tú… al Mayor…

 

El hombre se interrumpió, me examinó y luego corrigió sus palabras.

 

—Ya sabías… lo del Mayor.

—Ah… entonces ese tipo tenía razón…

 

Tan pronto como murmuré, el hombre también murmuró algo en voz baja para sí mismo. Aunque no pude escuchar bien sus palabras, era evidente que estaba maldiciendo al Mayor.

 

—Dayna… no te sientas culpable. No pudiste evitarlo.

 

¿Había pasado yo por un momento tan difícil entonces? El hombre se esforzaba por consolarme, pero se veía más angustiado que yo, y como no me quedaba ninguna emoción de aquel entonces, solo me sentía desconcertada. De todos modos, eso no era lo que me intrigaba.

 

—Entonces, ¿no fuiste tú quien me lo ordenó?

 

El hombre se detuvo un instante y volvió a mirarme fijamente. Esta vez con una mezcla de sorpresa y decepción en sus ojos.

 

—Dayna.

—…¿Sí?

 

Su voz al llamarme era diferente a lo usual. Pude sentir claramente el sudor frío brotando en la nuca, que antes estaba seca.

 

—¿Acaso entendiste mal y pensaste que yo te obligué a matar a alguien?

—Eh, no, no es que lo haya malentendido… solo tenía… curiosidad.

—Parece que sí lo malinterpretaste.

—Te digo que no.

—Entonces yo también voy a decir que no te perdonaré si me mientes.

—¿Y cuál sería el castigo?

 

El hombre pensó un momento y luego murmuró con voz vacía.

 

—No hay.

 

Se veía tan desilusionado que, a pesar de saber que no era el momento, solté una carcajada.

 

—¿Cómo que no? Tú podrías decir que te irás para siempre, igual que yo.

—Eso sería un castigo para mí.

 

Me atrajo hacia él con fuerza y me rodeó el cuerpo con sus brazos. De repente, una voz muy agraviada me hizo cosquillas en la nuca.

 

—De todos modos, el asesinato no lo ordené yo. Fue cosa del Mayor.

 

Así que había otro oficial a cargo de la operación. Claro… este hombre solo se había unido más tarde para protegerme, así que no podía haber sido el comandante.

 

—Él fue quien manchó tus manos, y él fue quien forzó esta estúpida operación, así que si quieres guardar rencor, espero que se lo guardes a él.

—¿Estúpida operación?

 

Dijo que el comandante había forzado la operación a toda prisa, sin prepararla bien y durante mucho tiempo.

 

—Piénsalo. Ni siquiera sabíamos que las costumbres navideñas de los dos países eran diferentes. Por eso nos descubrieron.

—Ah…

—Nos enviaron sin el entrenamiento adecuado. Todo porque él estaba cegado por la gloria. Era el peor comandante, con poca visión pero mucha ambición.

—Pero al final, tuvieron éxito, ¿no?

—¿Y por eso terminó la guerra?

—Ah… no. Pero después de la muerte del comandante de operaciones, Folklana [Falkland] avanzó rápidamente… y el ataque aéreo también fue un éxito…

 

Fue solo después de ver la mirada del hombre cambiar repentinamente al mencionar la palabra «ataque aéreo» que me di cuenta.

 

—Por eso casi mueres.

 

Cierto. Yo casi muero por el exitoso ataque aéreo de nuestro propio ejército. Sentí un sabor amargo en la boca.

 

—Parece que fue mi castigo.

—Dayna, no. Eso también fue culpa del estúpido comandante. Le dije que nos retiráramos de inmediato, pero…

 

Parece que odia mucho al comandante. Claro, si por su mal juicio yo terminé así, es comprensible que lo odie.

 

—Tenía un complejo de inferioridad conmigo, así que todo lo que yo decía, aunque fuera correcto, él lo consideraba incorrecto sin importar qué…

 

El hombre culpó al comandante con un tono frío que rara vez usaba. De repente, pensé que el tono y la temperatura eran similares a los que usaba para culpar a cierto soldado de la familia Hildebrandt que había llevado a su propia esposa a una muerte segura.

 

—¿Esa persona es la misma?

—¿Quién?

—El soldado que, según dicen, llevó a su esposa a una muerte segura porque quería morir con honor.

—Ah…

—La misma persona…

—No.

—Ah, no. Entonces, ¿el comandante? ¿Él también murió?

—Sí, en el ataque aéreo.

—Ah… entonces él pagó su castigo.

—Así es. Y yo estoy pasando una prueba, teniéndote a ti como premio.

 

El hombre me atrajo aún más hacia él. Me rodeó no solo con los brazos, sino también con las piernas. Por ello, mi mejilla y mi pecho quedaron aplastados contra su pecho, dificultándome la respiración. Visto desde fuera, parecía que me había tragado una gruesa raíz de árbol.

 

—Cuando vayamos a nuestro propio cielo, nunca más salgas de ahí. Viviremos seguros y felices para siempre.

 

La voz del hombre, que dejó de hablar de ese tipo y me prometió un futuro, era tan cálida y dulce que parecía la de una persona completamente diferente.

 

—No importa cómo seas… Aunque pierdas no solo la memoria, sino también la juventud… Mi sueño es envejecer a tu lado, así que estaré contigo hasta el final.

 

Recibiendo un afecto tan completo e intacto que se siente aún más extraño, me siento desvergonzada.

Ni mi lesión en la cabeza, ni las dificultades que experimenté después, en realidad, nada de eso fue culpa de este hombre. Al contrario, estoy viva gracias a él.

‘Y este hombre, por salvarme, se vio envuelto en esto y está sufriendo sin culpa alguna…’

Aun así, se disculpó conmigo y cargó con los pecados de otro. Con mis propios pecados.

 

—¿Por qué demonios me ofrecí voluntaria para una operación tan estúpida?

—Porque creías que era tu deber.

—Y tú creíste que era tu deber protegerme…

 

El hombre asintió sin dudar. Incluso parecía ingenuamente feliz de que yo hubiera entendido sus sentimientos. Tan ingenuo que me dolía el corazón.

‘Si fuera yo, odiaría el hecho de haberte arrastrado a este infierno. Yo lo odiaba, cuando pensaba que no era mi culpa, culpaba a este hombre…’

Aun sabiendo que era mi culpa, el hombre me besaba la mano como un caballero que jura lealtad ciega a su señor, sin el menor rastro de resentimiento.

 

—Dayna, te protegeré hasta el final.

 

Levanté la cabeza y los brazos que me rodeaban se aflojaron un poco. El hombre apareció ante mis ojos. El hombre ingenuo que había decidido no ir nunca más a una muerte segura después de volver a verme, pero que me había seguido de nuevo a la boca del lobo. Un hombre tan ingenuo que no podía evitar amarlo.

 

—¡Hmph!

 

Abría los labios como para decir algo y yo los cubrí con los míos. Tan pronto como el hombre exhaló un suspiro emocionado sobre mí, mis labios fueron devorados. Los dos labios, antes resecos, se humedecieron rápidamente y se pegaron pegajosamente.

 

—¡Haa…!

—¡Uh-oh!

 

Hacía tanto tiempo que éramos torpes como la primera vez, pero a la vez tan apasionados, como si quisiéramos devorarnos. Por eso, a pesar de ser solo un beso, el pecho del hombre se hinchó enormemente y su respiración se aceleró al instante. Entre sus piernas, también se endureció en un abrir y cerrar de ojos.

Solo tuve que tocarlo una o dos veces con la mano para que su erección se tensara tanto que parecía que iba a romper sus pantalones. A pesar de que rodaba la punta de su pene con la palma de la mano a través de sus pantalones, sabía que no era el momento para esto, así que siempre pensé que el hombre, que era más racional que yo, se negaría.

 

—¡Ah!

 

Sin embargo, lejos de apartarme, me levantó mientras giraba el cuerpo y me ponía sobre él. En el momento en que me senté sobre él, su pene, presionado contra mi pubis, se retorció y empujó el bulto escondido detrás de mis bragas.

 

—¡Ah!

 

La excitación sexual me invadió de repente, tan intensa que arqueé la cabeza hacia atrás y gemí. Desesperada, perseguí el placer que me había golpeado una vez y luego había huido, frotando vigorosamente la zona de mi clítoris contra el bulto de la punta de su pene.

 

—¡Ugh!

 

El hombre también echó la cabeza hacia atrás y comenzó a gemir. Su nuez de Adán se movía fuertemente en su cuello, donde las venas se tensaban.

 

—¡Haa… Dayna…!

 

Su voz al llamarme era tan ardiente que sabía que de ninguna manera se negaba.

Al contrario, se entregó a mí, dejándome hacer lo que quisiera, como quisiera. Como si fuera a recibir con gratitud lo que yo le diera.

Ahora que no había nada que me lo impidiera, le bajé la bragueta del pantalón y saqué la columna de carne rígidamente erecta.

 

Ssuek-ssuek.

 

Mientras subía y bajaba su carne caliente con la mano, mi garganta se sentía seca.

Era un objeto tan pesado que resultaba difícil de sostener con una sola mano, pero no podía usar ambas. Con la otra mano, tenía que sujetar mi cabello, que había echado hacia un lado.

Justo entonces, sin que yo lo humedeciera, bajé la cabeza hacia su glande, que ya estaba mojado por sí solo.

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