Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 333
Sin embargo, no pudo regresar. Era porque su mente se resistía. El doctor, que ya había experimentado varios fracasos, se dio cuenta de inmediato e intentó calmarlo.
—Es probable que le resulte desagradable y atemorizante. Pero el recuerdo no puede hacerle daño.
Las palabras del doctor tenían fuerza, pero curiosamente, no surtían efecto con ese recuerdo en particular.
—Incluso si le hiciera daño, solo reaparecería la otra personalidad. Eso es exactamente lo que usted desea. Cuando quiera huir, pregúntese por qué debe regresar a ese recuerdo.
‘Giselle’
Edwin reafirmó su decisión y se acercó al recuerdo que había enterrado profundamente en el fondo de su mente. Era como profanar una tumba. Y lo hacía sabiendo que el cadáver se levantaría de un salto para matarlo.
Los rostros de los interrogadores, que había creído haber olvidado, aparecieron vívidamente. También sintió ese aire extraño impregnado de olor a humedad y moho, y a quemado seco. Su mandíbula se tensó hasta el dolor, no sabía si porque sus sentidos revivían intensamente o porque estaba apretando los dientes como en aquel momento.
Los electrodos se acercaban, chocando y chispeando ante sus ojos, anunciando que lo llevarían a la muerte. Pero preguntas aún más peligrosas lo empujaban a la muerte mental.
Era un momento en el que pensó que sería más fácil volverse loco. Tal vez ese fue el detonante.
El electrodo se acercaba. Quería detenerlo antes de que tocara su cuerpo.
‘Giselle. Piensa en las lágrimas de Giselle’
Había sido así incluso en el momento que fue realidad, no un recuerdo. ‘Debo sobrevivir y volver con Giselle.’ ¿Acaso no había resistido siempre pensando en ella?
El electrodo finalmente lo alcanzó. Un dolor que la fuerza humana no podía superar atravesó todo su cuerpo. Las lágrimas que no pudo derramar débilmente frente al enemigo en ese entonces corrieron por las mejillas de Edwin.
—Ha resistido bien. Ahora no le dolerá.
‘A pesar de ser torturado con tanto dolor, has sobrevivido. Sí, resististe bien. Eres increíble.’
El hombre, que nunca fue indulgente consigo mismo, se reconoció por primera vez. ¿Sería porque el foco de su pensamiento se había desplazado hacia un futuro seguro, es decir, hacia el presente? Después de eso, mirar el recuerdo se volvió cada vez menos doloroso.
En un momento, mientras observaba como una película con un ángulo de observador en primera persona, sintió que el hombre que estaba siendo torturado ya no era él. La forma de hablar cambió y la actitud se transformó. Afirmaba ser otra persona.
Había aparecido.
Edwin se separó de sí mismo, atado a la silla. El haber pasado tanto tiempo explorando el mar del otro, intentando innumerables imposibles en el subconsciente, había valido la pena. Ahora se realizaba con solo pensarlo, como si controlara un sueño.
Edwin Eccleston se había convertido en dos personas. Por lo tanto, a partir de ese momento, eso no era un recuerdo. Era una trampa.
Conteniendo la respiración, se acercó a su otro yo, como si fuera a capturar una presa escurridiza. El otro, que aún era parte del recuerdo, seguía divagando tonterías a los interrogadores detrás de Edwin, a pesar de que Edwin estaba justo frente a él.
—Lorenz.
Lo agarró por el cuello para que lo mirara. Antes de que sus ojos se encontraran, el rostro se desvaneció y todo su cuerpo se derritió en espuma.
Edwin no se dio por vencido. Repitió el recuerdo una y otra vez hasta que el miedo y el dolor se mitigaron.
Revivió sin cesar el momento en que nació la otra personalidad e hizo que él viera sus propios recuerdos y sintiera sus emociones para resucitar al Lorenz que él conocía. Continuó hasta que se convirtió en una personalidad con conciencia propia, en lugar de una mera parte del recuerdo.
Después de un arduo intento, Lorenz finalmente lo vio. Sus ojos turbios se reconocieron. Y así, se reconoció a sí mismo. Estaba confundido, como alguien que abre los ojos después de un sueño profundo y se encuentra en un lugar completamente extraño.
Edwin agarró al hombre que se negaba a aceptar la realidad de su resurrección y seguía tratando de volver al recuerdo, le gritó:
—Lamento no haberte reconocido. Ahora te reconozco. Yo te creé. Eres parte de mí.
‘Por lo tanto, eres el crimen que debo cargar y otra parte de mí que debo abrazar’
—Tu muerte no fue una liberación para nadie.
Edwin prometió que, en lugar de robarle su descanso y atarlo de nuevo a sí mismo, le daría lo que él deseaba.
—¡Giselle te quiere! ¡Así que vuelve con la mujer que ambos amamos!
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En el jardín trasero de la casa de Giselle, los tulipanes habían alargado sus tallos y comenzaban a abrir sus capullos, compitiendo entre sí.
Cada vez que los veía, recordaba al hombre con el que los había plantado. Habían preparado juntos la siguiente primavera, pero no pudieron recibirla juntos.
La primera primavera, Giselle lo rechazó, y él desechó todas las primaveras futuras.
Giselle clavó su paleta en la tierra y suspiró. Había empezado a trabajar en el jardín para ordenar su mente, pero solo había logrado que se desordenara más.
‘Deja de pensar en Lorenz.’
‘Es evidente que Edwin se fue por eso.’
Él le había dicho que tenía un lugar al que ir solo, pero no le dijo dónde. Aunque la había llamado religiosamente todos los días durante tres días para preguntarle cómo estaba, no le dio el número de teléfono del lugar donde se alojaba.
‘Debe haber escuchado lo que le dije a Lorenz.’
Quizás estaba enojado, pero no quería pelear con Giselle y se estaba tomando un tiempo para asimilarlo solo.
—Hah…
Aunque su cuerpo estaba en el jardín, su atención estaba puesta por completo en el teléfono, con la puerta de la casa abierta de par en par. Hoy no había vuelto a llamar desde la única llamada de la mañana.
‘¿Voy a perder a Edwin, después de Lorenz?’
Giselle Bishop era la peor mujer, pues lastimaba a cada hombre que la amaba.
Giselle se dedicó a arrancar malas hierbas en lugar de tirarse del cabello. En solo unos días de haberse quedado encerrada en casa, la maleza ya había invadido el macizo de flores.
Incluso en medio de las ramas esqueléticas del áster muerto, una hoja verde y fresca crecía con descaro. Giselle recogió el tallo alargado y tiró, sobresaltándose en el momento en que sintió que el áster entero se soltaba de raíz.
Rápidamente lo soltó y lo miró de cerca, sin poder creer lo que veían sus ojos. No era una mala hierba. Eran hojas nuevas del áster.
—Ha revivido.
Ding-dong.
El sonido del timbre la asustó, haciendo que levantara la cabeza de donde había estado mirando el áster aturdida. No era el teléfono, sino el timbre de la puerta.
Edwin había regresado.
—¿Qué estabas haciendo?
—Esperándote.
Giselle, tan feliz que le daban ganas de llorar por no haberlo visto en solo tres días, se hundió profundamente en sus anchos brazos y lo abrazó.
Una luna creciente de luz tenue se dibujaba sobre sus cabezas. Su ansiedad se disolvió en cuanto se encontró con su mirada amorosa, que no había cambiado.
—Tengo algo que decirte.
‘¿De qué hablará?’ Mientras se dejaba guiar por él para sentarse en el sofá de la sala de estar, su corazón se congeló de nuevo. Sentado a su lado, Edwin tomó su mano. Su sonrisa seguía siendo cariñosa, y en sus ojos, mientras la miraba fijamente, comenzó a aparecer una extraña expectativa. Como si hubiera traído una sorpresa o una buena noticia.
‘Parece que no son malas noticias.’
—La verdad es que lo escuché todo. Cuando llorabas llamando a Lorenz.
Las malas noticias la golpearon sin darle tiempo a prepararse mentalmente. Por eso, no pudo ocultar la emoción que afloró. Giselle bajó la cabeza tardíamente.
—Lamento que hayas escuchado eso.
‘Así que a este hombre le dolió ese asunto. Por eso se fue.’ Ella intentó aferrarse a él para aclarar el malentendido, pero Edwin la retuvo a ella.
—No te disculpes. Entiendo cómo te sientes. Yo tampoco me sentí completamente aliviado cuando ese tipo se fue por su cuenta.
Su confesión fue impactante. Que el hombre que debería haberse sentido completamente aliviado no lo estuviera. Era impropio del Edwin que deseaba la aniquilación de Lorenz por encima de todo, pero, a la vez, muy propio del Edwin de buen corazón.
—Es cierto que me sentí herido por ti, pero fue porque intentaste ocultarme tus sentimientos. Por supuesto, en el fondo, mi culpa es que no soy el tipo de persona con la que puedes hablar cómodamente de cualquier cosa.
—No es culpa tuya. Es que no es un tema del que se pueda hablar fácilmente, ¿verdad? ¿Cómo le voy a decir a alguien que está feliz de haberse curado de una larga enfermedad que yo no estoy completamente feliz?
—¿Por qué no puedes decírmelo, si no somos cualquier pareja? Cuando dijiste que Lorenz te daba lástima, te critiqué diciendo que no lo entendía. Cuando dijiste que le tenías afecto, te dije que te desapegaras. ¿Por qué no puedes hacer lo mismo conmigo?
—Es que…
—¿Porque no quieres pelear? Sí, nos hemos tratado con cuidado, como cristal frágil, y hemos evitado los conflictos, por lo que no hemos peleado mucho. Pero no sé si estamos tan cerca como lo estabas tú con Lorenz, con quien peleabas tan ferozmente. Y eso que hemos pasado más tiempo juntos.
Ella quiso discutir que eso era un argumento sin sentido, pero se abstuvo al ver la expresión tan solitaria de Edwin. Giselle se abrazó a él y le dijo suplicante:
—Yo no creo eso.
Ella se retira por miedo a romperse si choca con él. Así, demuestra que Edwin tiene razón.
—¿Sabes cuál es la causa? La cortesía y el respeto que siempre intenté mantener contigo. Esa distancia me convirtió en el hombre más lejano a tu corazón, incluso más que un desvergonzado maleducado.
—¿Crees que amé a Lorenz más que a ti?
Él la rodeó con ambos brazos y la besó en la frente mientras Giselle finalmente comenzaba a increparlo.
—No. Esto no es un reproche hacia ti, sino mi propia autocrítica.
Edwin era una persona que creía que el amor consistía en proteger a Giselle para siempre de los perros, asegurándose de que nunca se encontrara con uno, si ella les tenía miedo debido a un recuerdo terrible. En cambio, para Lorenz, el amor era regalarle un perro en esa situación. Le daba a Giselle la oportunidad de salir de su zona de confort y ganar la batalla.
Si Lorenz no hubiera existido, Giselle solo habría crecido dentro de la cerca de Edwin, como una flor hermosa, pero débil, que caería fácilmente ante la menor llovizna.
—Intentaré dejar de sobreprotegerte. Así que tú también, sin pensar en mis sentimientos, muéstrame todo lo que llevas dentro.
—Yo también lo intentaré.
Los labios de ambos, que dibujaban la misma curva aunque de diferente tamaño, se unieron como sellando un trato y luego se separaron. Ella pensó que la conversación había terminado bien en ese punto, pero solo era el comienzo.
—La verdad, yo también tengo algo que no te he contado honestamente.
Asure: Solo falta 1 capítulo y termina la novela … espero hayan disfrutado la mini maratón de 5 capítulos …. el último capítulo lo publicaré el fin de semana (¡adivinen el día!) … ¡Quédense con las ganas! … Pasen un buen jueves
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EmySanVal
😭 no puede ser q ya termine… y ni siquiera hay extras… pero bueno fue una buena novela…. muchas gracias por la mini maratón … estaré pendiente del capitulo final 🥺