Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 321
Me estrellaría contra la pared y, como los tripulantes del bombardero que yo derribé, me convertiría en fragmentos irreconocibles para caer en pedazos al lago. Todo en un parpadeo. Incapaz de cerrar los ojos, me enfrenté al muro que se abalanzaba.
—Lorenz, Lorenz…….
Giselle, pálida de terror, llamó al hombre a su lado, jadeando aún más por la falta de aliento debido a la pérdida de sangre. No se podía distinguir si el breve sonido sibilante que se escuchó en los auriculares era su risa o un ruido estático de la radio.
Instintivamente, extendió su mano vacía. Sentía que no podría soportarlo si no se agarraba a algo. Pero en esta cabina, ¿había algún objeto que pareciera un agarre y no fuera una palanca?
Si lo toco por error, el avión podría caer.
Al final, lo que Giselle se decidió a agarrar fue el antebrazo del piloto. El hombre, que había mantenido su rostro fijo al frente y solo la miraba a ella de vez en cuando, giró completamente su cabeza en ese instante.
Esto, dejando a su espalda la vista frontal donde la presa estaba tan cerca que se podían ver las grietas del muro de concreto y el color verde de los musgos incrustados entre ellas.
—¡Adelante! ¡Mira al frente!
—¿Eh? ¡Oh, cielos!
Lorenz fingió sorpresa, como si la pared hubiera aparecido de repente ante sus ojos, y luego tiró con fuerza de la palanca de mando hasta que las venas del dorso de su mano se tensaron.
Al mismo tiempo, la proa se levantó bruscamente. La hidro avioneta se elevó en una empinada cuesta, saltando la presa por un pelo para remontarse sin obstáculos en el cielo nocturno.
El hombre volvió a girar la cabeza hacia Giselle, que estaba congelada con los hombros encogidos, incapaz de acurrucarse como una pelota por la falta de fuerzas, y sonrió abiertamente. Aunque en realidad no se podía ver porque estaba cubierto por la máscara, la forma en que sus ojos se curvaban hacía que esa sonrisa de ostentación fuera vívida ante ella.
¿Qué tal? ¿Mi habilidad es increíble, no?
Parecía incluso escuchar esa pregunta en los auriculares, aunque solo había ruido estático. En lugar de asombro, Giselle sintió una profunda frustración.
¿Por qué eres tan travieso incluso cuando estás haciendo algo por lo que deberíamos estar agradecidos? ¿Por qué te rebajas el puntaje a ti mismo?
Incluso después de un largo período de enfriamiento tras su feroz enfrentamiento, Lorenz seguía siendo Lorenz; e incluso al intentar ser el héroe que rescata a la bella en apuros, Lorenz seguía siendo Lorenz.
Ella lo miró fijamente, con ganas de sumergirlo en el lago que ya habían dejado atrás. Él, a su vez, cubrió y acarició la mano de Giselle, que aún se aferraba a su manga, y preguntó con una dulzura descarada:
—¿Estás bien?
Lorenz no podía dejar de sonreír, aun cuando ahora sí se preocupaba por si Giselle estaba en condiciones de tolerar sus bromas y la ostentación de sus habilidades.
Ajustó la proa a la horizontal, aparentemente habiendo alcanzado la altitud objetivo. Aunque el despegue había sido completado de forma segura y ahora navegaban, la preocupación de Giselle no terminó.
—¿Sabes a dónde ir?
En lugar de responder, Lorenz asintió y golpeó su pecho y su cabeza, como diciendo que confiara solo en eso: el mapa guardado y su cerebro.
Giselle giró sus ojos aún incrédulos hacia el panorama que se extendía más allá del parabrisas. El cielo en la parte superior era casi azul, pues el amanecer estaba por llegar. Gracias a eso, podía distinguir vagamente el cielo y la tierra, pero si tuviera que dibujar el horizonte, sin duda se equivocaría.
La tierra debajo seguía sumida en la oscuridad. Además, debido al apagón, no se veían ni siquiera las luces de las casas, por lo que era imposible distinguir características geográficas.
¿Tiene algún sentido un mapa en un lugar como este?
¿No es como conducir por un camino nocturno sin señales con nombres de calles ni farolas, confiando solo en un mapa?
Dios mío, aquí ni siquiera hay caminos.
Incluso peor, no podían detenerse en cualquier parte del camino. Pero el hombre, lleno de confianza, no le resultaba confiable a Giselle, sino sospechoso.
—¿Co-cómo sabes? ¿Estás seguro de que sabes?
En lugar de una respuesta, Lorenz extendió la mano que sostenía la palanca de mando hacia Giselle. Acariciaba su cabeza como si ella fuera una niña asustada.
Originalmente, el papel de molestar como un niño era de Lorenz, y el papel de consolar a la fuerza era de Giselle. Ahora era al revés.
Sin embargo, a juzgar por sus ojos brillantes, él estaba disfrutando más que siendo paciente. ¿Estará tan seguro de sí mismo que puede sonreír incluso si lo dudan?
Giselle no tenía forma de saber su verdadero pensamiento: que esto se debía a la inseguridad de Giselle, a que ella le estaba mostrando su ansiedad con honestidad no solo a Edwin Ecclesdon, sino también a él.
—Natalia, yo solo he volado de noche.
Solo entonces recordó. Recordó que, durante los días que vivieron en la Base Portswell, Lorenz solo desaparecía por la noche.
—Y siempre regresé a salvo a la pista de aterrizaje.
Solo entonces Giselle se sintió aliviada por un momento.
—Deja de preocuparte y disfruta de la vista nocturna.
Como indicándole que mirara hacia abajo, él giró la cabeza de Giselle hacia la ventana lateral.
Esa huella humana tan hermosa. El halo de luz cálida. El alivio de que yo también regresaré y seré acogida allí. Mi propia grandeza por tener a la humanidad bajo mis pies.
Giselle no sintió nada de lo que Lorenz había prometido. Esto se debía a que no se veía ninguna luz, ya que era una región con control de iluminación y se encontraban sobre una zona montañosa.
Solo una oscuridad negra y abismal. Se sentía como si estuviera parada sobre una tabla delgada, inclinando la cabeza hacia el abismo, lo que la mareaba. En cualquier momento, parecía que la tabla dejaría de sostenerla y caería absorbida en la profundidad.
¿Por qué a Lorenz no le asustaba esa oscuridad?
A veces el corazón le daba un vuelco cuando la aeronave subía y bajaba, haciendo que el cuerpo flotara, pero aun así, Giselle pensaba que volar no era tan aterrador. Al mirar hacia abajo, su opinión estuvo a punto de cambiar.
Si miro con la misma perspectiva que Lorenz, ¿sentiré lo mismo que él?
Giselle giró la mirada hacia adelante, hacia donde él miraba. Al percibir una luz tenue, su miedo se disipó.
El paisaje ante sus ojos parecía un lienzo que alguna vez había pintado mientras aprendía el claroscuro de Edwin. Sin embargo, esa luz y esa oscuridad, que en sí mismas contenían una profunda sensación de perspectiva, eran un ámbito que Giselle no podía imitar. Solo por eso, le resultó impresionante.
El hecho de que pudiera sentir lo lejano y lo cercano significaba que el cielo se había aclarado un poco más. Solo entonces el camino de Lorenz se hizo visible para Giselle.
Una oscuridad suave se extendía larga hacia el horizonte, en medio de la negrura accidentada y puntiaguda. El sutil brillo que la envolvía era como la cola de un gato negro que ostentaba un pelaje lustroso.
Lorenz estaba siguiendo el río. La base se encontraba al este del río que fluía desde la parte baja del lago.
¿Se podrá ver la base desde aquí?
Después de eso, Giselle miró solo hacia el sureste, pero no pudo distinguir nada.
¿Qué pasará si pasamos de largo sin darnos cuenta de que es la base?
Estaba demasiado exhausta y fría para murmurar sus preocupaciones a Lorenz. A diferencia de su piel, que se sentía cada vez más húmeda debajo de la manta y el uniforme de combate, sus ojos se sentían secos y ásperos.
Sus ojos, que poco a poco perdían el enfoque, se iluminaron de repente.
—Está amaneciendo…
Una franja dorada cruzó ante sus ojos. El horizonte entero parecía estar envuelto en llamas. El color del cielo al amanecer, que ardía en rojo, se volvía anaranjado y luego se dispersaba en azul, le resultaba familiar, pero la sumió en una sensación extraña, como si lo estuviera viendo por primera vez.
Miró el sol naciente. ¿Será esta la sensación de haberse convertido en un ser grandioso, como dijo Lorenz?
—Yo tampoco había visto el sol nacer desde el cielo.
El sol de hoy comenzó a elevarse. Lorenz, que la había estado observando con ojos que parecían haber estado esperando solo este momento, no tardó en mirar el mismo lugar que ella, Giselle, que no podía apartar la vista del que podría ser el último amanecer de su vida. Lo hicieron uno al lado del otro, con sus manos tomadas.
Cuando el sol asomó su cabeza, la tierra se iluminó desde el horizonte, como cuando un amante abre la puerta de una habitación oscura al amanecer.
Miró hacia abajo, a las copas del bosque de abetos que siempre había visto desde abajo. Si lo acariciara con la mano, las puntas afiladas podrían aplastarse suavemente como si fueran terciopelo. El río reluciente parecía quieto, sin fluir a ninguna parte. Las tres granjas acurrucadas en la ladera eran diminutas, del tamaño de una uña, e irreales como juguetes detallados.
El mundo visto desde el cielo se parecía al pequeño mundo de trenes de juguete que le regalaron en la Navidad de sus once años.
Qué ironía vivir en un mundo de juguete que pierde su significado en el instante en que le doy la espalda.
De repente, pensó en eso. En que esta sería la vista que un alma ve de camino al cielo al morir.
Ya no sentía la arrogante sensación de ser un ser grandioso. Todas sus ambiciones y luchas, que eran todo para un ser tan pequeño en esa pequeña tierra, parecían triviales. Porque no tienen sentido para un muerto.
Pero este pequeño ser llamado Giselle Bishop aún no había muerto y no quería morir. Se dio cuenta de que todavía anhelaba todas esas ambiciones y luchas triviales cuando un nido de cañones antiaéreos apareció de repente en la cima de la montaña de enfrente y cobró demasiado significado para ella. No sabía de dónde sacó la fuerza, pero Giselle gritó como si estuviera dando un alarido:
—¡Cañones antiaéreos a las once en punto!
Pudo ver claramente cómo giraban los cañones. La fuerza amiga, al detectar una aeronave con insignias enemigas, estaba a punto de derribarlos.
Asure: Como recordatorio, quedan 13 capítulos y termina la novela
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