Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 319
Era un hombre.
—Hay una oficial más en el puesto. ¿Qué le pasó?
Les preguntó a los médicos, pero todos negaron con la cabeza. Dijeron que no la habían visto. Que tampoco había fragmentos de cuerpos sin dueño.
Eso significaba que Gisele seguía en algún lugar de la cima de esa montaña, todavía allí. Incapaz de salir por sí misma del lugar donde se escondía. Viva. Que la rescataran. Incapaz siquiera de alzar la voz.
Edwin se lamentó, deseando que, de ser así, al menos sus heridas fueran solo graves. ¿Qué clase de plegaria cruel era esa?
Mientras Gisele se debatía entre la vida y la muerte, sufriendo de miedo y dolor, él había estado en un lugar seguro, simplemente espantando el sueño. Un sabor a bilis le subía a la garganta junto con el olor a sangre. Le daba vergüenza ir a buscarla tan tarde.
Por favor, por favor, espérame.
Edwin envió inmediatamente al personal médico al puesto. Esta vez, él también iba. Sentado en el asiento del copiloto, su corazón latía violentamente, sacudiéndose como la camioneta que subía a toda velocidad por el camino de la montaña.
Así que este era el precio por haber sobrevivido a toda costa para reunirse de nuevo con Gisele.
¿Por qué estás ahí? ¿Por qué manejas un cañón antiaéreo? Te dije que no lo hicieras. ¿Por qué no me escuchas?
Siempre obstinada, Gisele Bishop. La mujer que siempre volvía loco a Edwin Eccleston, la razón de su vida que nunca volvería a encontrar.
Gisele, no soy nada sin ti. Así que, por favor, solo quédate viva, sin importar cómo te veas.
No quería ver un rostro dormido para siempre. A partir de ese momento, ya no podría agradecer el seguir vivo. La vida de Edwin se detendría en ese instante.
Edwin escudriñó cada detalle del camino de tierra y del bosque por donde pasaba la luz de los faros. Tristemente, la suerte de que Gisele saliera corriendo ilesa no se produjo. Ni siquiera vio rastros de alguien caído.
Al mirar hacia la ladera, el final de un cañón que se alzaba hacia el cielo de color azul oscuro entró en su campo de visión. Se estaban acercando al puesto.
¿Qué destino me esperará allí?
Fue un instante en que cerró los ojos con fuerza para armarse de valor, y luego los abrió. Mientras el vehículo giraba siguiendo el camino sinuoso, un pequeño destello de luz brilló en el bosque que acababa de ser iluminado por los faros.
Color dorado.
Era un brillo artificial que no se podía encontrar en el bosque.
—Detente.
Aunque era diminuto y pasó tan rápido que le costó asegurar que lo había visto bien, Edwin no pudo ignorar la intuición de que era un objeto familiar. En cuanto el auto se detuvo, saltó.
Buscó en el bosque con la linterna. La luz brilló una vez más. Se acercó apuntando la luz por un buen rato y, por fin, lo vio. Un collar de trébol de cuatro hojas enganchado en un arbusto.
Gisele está aquí.
—¡Alumbra con los faros hacia acá!
Dos haces de luz amarilla atravesaron el bosque sumido en la oscuridad. La pendiente era tan empinada que no podían iluminar el lado más lejano del terraplén.
—¡Giselle!
—¡Teniente Bishop!
Comenzaron a buscar en la ladera con una linterna en una mano y una vara o rama en la otra. Cada vez que Edwin pinchaba la rama en la maleza, donde no había ninguna señal de vida, irónicamente, deseaba que no se enganchara en nada.
—¡Silencio todos!
Le pareció haber escuchado una voz familiar. Aguzó el oído en el bosque silencioso, pero solo se escuchaba el ulular indiferente de un búho.
¿Habrá sido una alucinación?
Justo cuando estaba a punto de apretar el trébol de cuatro hojas en su mano con resentimiento.
—Aquí… Aquí…
En la oscuridad, la voz de Gisele se extendió finamente y luego se dispersó. Es a la izquierda. Edwin y los médicos se dirigieron inmediatamente en la dirección de donde provenía el sonido.
Gisele está viva.
¿Podría haber mejor suerte en medio de la desgracia que el hecho de que pudiera hablar? Su plegaria cruel había sido respondida. Ya no importaba por qué Gisele no había podido salir por sí misma.
El corazón que latía a toda velocidad hacia ella se detuvo en el momento en que su linterna iluminó una escena terrible. Gisele estaba boca abajo en la ladera. Estaba atrapada bajo un tronco de árbol que había sido partido y derribado.
—¡Giselle!
Corrió hacia ella de inmediato, le quitó el casco suelto de la cabeza que estaba girada de lado y se inclinó para mirarla a los ojos. Sus pupilas, que temblaban de terror, se fijaron en Edwin en ese instante. Sus ojos se abrieron y las lágrimas comenzaron a asomarse.
—¿No estoy viendo visiones?
Tal vez pensando que estaba alucinando con Edwin en sus últimos momentos de vida, el cuerpo entero de Gisele temblaba finamente.
—No. ¿Sientes mi mano?
Quería abrazarla, pero no podía.
—¿Puedes mover tus brazos y piernas? Dime si algo te duele o si no tienes sensibilidad en alguna parte.
—Siento que me está saliendo sangre.
—¿De dónde?
—No lo sé. No puedo verlo, así que no puedo detener la hemorragia.
—Está bien. La vamos a encontrar y la vamos a curar.
Acariciar la cabeza de Gisele y sujetar su mano mientras los médicos revisaban sus heridas era todo el consuelo que Edwin podía darle.
Por suerte, las extremidades estaban intactas. Tenía el uniforme de combate rasgado y desgarrado por todas partes, y pensó que le había alcanzado algún fragmento, pero solo eran rasguños por rodar por la ladera. Edwin respiró hondo, aliviado, y de pronto se detuvo.
Siendo así, ¿de dónde venía este olor a sangre…?
La luz de su linterna recorrió el cuerpo de Gisele y se detuvo, como congelada, bajo el fragmento de madera que cruzaba sobre su muslo. Un lado del pantalón del uniforme de combate estaba completamente empapado de un color rojo oscuro. Debajo, el musgo, que debería ser azul verdoso, estaba sumergido en un charco rojo.
Era la sangre de Gisele.
—Desde que te alistaste, he soñado que te encuentro tirada en un charco de sangre. Pero esta vez, es la pesadilla donde esa sangre es tuya.
La pesadilla de Edwin se había vuelto realidad.
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Un fragmento de proyectil de mortero estaba incrustado en el costado de su muslo izquierdo. Era del tamaño y grosor de un encendedor, de esos que Gisele siempre llevaba consigo.
El fragmento no cortó el hilo de la vida de Gisele, pero sí destrozó la compostura de Edwin en un instante. Era solo que aún no había muerto.
—Existe la posibilidad de que haya afectado un vaso sanguíneo importante.
El vaso sanguíneo había sido obstruido por el fragmento incrustado en la carne y presionado por el tronco de árbol caído, lo que había retrasado el sangrado. Sin embargo, la cantidad de sangre que Gisele había perdido mientras se retrasaba el rescate no era insignificante.
Tan pronto como los médicos terminaron de detener la hemorragia y hacer la reanimación, trasladaron urgentemente a la paciente montaña abajo.
Habrá un doctor abajo. Estará bien.
Edwin le dijo algo completamente diferente a los pensamientos siniestros que se clavaban como metralla en su cabeza, mientras sujetaba firmemente la mano de Gisele, que yacía en la parte trasera de la ambulancia inestable.
Su mano estaba fría y húmeda. El rostro, pálido, y sus labios, que respiraban con dificultad a pesar de estar acostada, sin duda se estaban poniendo morados.
—No te duermas.
Edwin la despertó golpeando suavemente la mejilla de Gisele, cuyos párpados marchitos se cerraban. El que pareciera estar tan bien como para hablar en la montaña fue gracias a que su cabeza estaba hacia abajo. Ahora, constantemente intentaba perder la consciencia.
—Por eso te dije que te quedaras tranquila en la base. ¿Por qué no me escuchas?
Le hablaba para mantenerla despierta, pero lo único que se le ocurría eran reproches. Tan pronto como soltó el lamento, sintió un profundo asco por sí mismo. Al fin y al cabo, él fue la causa de que Gisele terminara así, ¿a quién estaba culpando?
En el momento en que cerró sus ojos ardientes de arrepentimiento, la pequeña mano atrapada en su puño se movió. Gisele reunió toda su fuerza para devolverle el agarre y levantó levemente la comisura de sus labios.
—Menos mal que no le hice caso.
—¿Qué tiene de bueno estar en estas condiciones?
Qué pena que toda su fuerza solo le alcanzara para eso. La mujer que siempre estaba llena de energía a pesar del dolor o la frustración, apenas susurró con una voz frágil y débil, que parecía a punto de romperse.
—Derribé el último bombardero, fui yo.
¿Acaso no ves mi expresión ahora? Ella le sonrió con dificultad, con una expresión de orgullo, incluso mientras lo miraba, a él, que estaba paralizado por la conmoción, como si la hubiera alcanzado el proyectil disparado por Gisele.
—Yo te salvé.
Ella miró fijamente a la persona que había salvado, con ojos que buscaban una alabanza. Los elogios y el agradecimiento que de buena gana y de corazón había ofrecido a otros heridos hace un momento, ahora le resultaban repugnantes.
Nunca quise vivir a cambio de tu vida.
—…Bien hecho. Viví gracias a ti.
Sin embargo, Edwin eligió la mentira que la haría feliz. Porque presentía que si esa era su última conversación, lamentaría su honestidad de hoy incluso después de que ella muriera.
Sus palabras de que estaría bien al ver al médico eran, en realidad, más una esperanza que un engaño.
La esperanza fue destrozada sin piedad cuando el médico militar le dio la mala noticia de que la transfusión de sangre era imposible, ya que todo el suministro se había agotado debido a la gran cantidad de heridos. Edwin se subió la manga sin dudarlo, ofreciendo toda su sangre a Gisele, pero ni siquiera eso era posible allí.
—No hay más remedio que evacuarla a la base. ¿Cuál es su decisión?
El médico militar le preguntó por su veredicto. El hospital más cercano era solo una clínica rural. Incluso si la evacuaban de inmediato, la base estaba a más de dos horas de distancia.
Mínimo dos horas. Podría morir en el camino. Incluso si sobrevivía, podría perder la pierna debido al torniquete puesto por mucho tiempo. Sin embargo, si se quedaba allí, solo le esperaba una muerte segura.
Si al final solo había una respuesta, ¿qué importaba preguntar? Justo cuando estaba a punto de asentir con la cabeza, agobiado por el peso de la desesperación, una voz se escuchó claramente, abriéndose paso entre el ruido indistinto de todos los pensamientos que se superponían confusamente en su cabeza.
‘Déjamelo a mí.’
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Connieaaranda
Noooooooooooooooo :(((
Connieaaranda
Por favor, que no muera giselle