Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 313
Giselle salió de la tienda y se paró entre los matorrales que le llegaban a la altura de la cintura. El cuartel general, ubicado en la ladera de la montaña al suroeste de la presa y al sur del lago, ofrecía una vista panorámica de la zona de operaciones.
La presa que detenía una esquina del vasto lago, que parecía no tener fin, se sentía ridículamente pequeña. La estructura, cuya solidez había sido probada al resistir la carga del lago desde antes de que Giselle naciera, parecía ahora precaria, a punto de colapsar en cualquier momento, a causa de la lluvia de disparos provenientes de la ruta de acceso.
Un ejército que intentaba volar la presa y otro que intentaba detenerlo libraban una feroz batalla. En la cima de una torre con el techo destruido, que se alzaba sobre la larga barrera, francotiradores arriesgaban sus vidas para repeler a los enemigos que ponían un pie sobre la presa.
Giselle se colocó los binoculares que llevaba en el cuello. Como era de esperar, Edwin no estaba allí.
‘Por favor, que todos, también Edwin, estén a salvo’
Mientras acariciaba nerviosamente el collar como si pidiera suerte, se ocultó tras una cobertura y observó el combate, pero a medida que pasaba el tiempo, la situación se hacía más difícil de comprender.
El lago se tragaba el sol por el occidente. Era imposible aferrarse al sol poniente. El interior de Giselle se consumía al ver, impotente, cómo la superficie del agua, que ardía en rojo, se enfriaba y se volvía azul oscuro.
Fue cuando el sol desapareció por completo bajo el horizonte. El enemigo, que hasta ahora había mantenido tenazmente su posición, comenzó a retirarse en masa a lo largo de la orilla del lago, como una marea baja. Parecía que habían recibido una orden, actuando de forma disciplinada.
No sentía que hubieran superado una crisis. Estaba justo en el momento en que se preparaba para enfrentar una noche sombría, rogando que la negrura que le hacía sentir que una crisis aún mayor se acercaba fuera una falsa alarma, cuando su cuerpo se endureció de repente. Un escalofrío le recorrió la piel, haciendo que el vello se le pusiera de punta al unísono.
En cuanto sintió la presencia de su mal presentimiento con su sexto sentido, ella gritó:
—¡Ataque aéreo!
Los soldados en el cuartel general de campaña se detuvieron de inmediato y miraron al cielo donde se cruzaban las luces de los reflectores, luego todos inclinaron la cabeza con desconcierto.
Era natural. Para los oídos de los demás, el retumbar grave y rítmico que resonaba en lo alto, al otro lado del lago, estaría ahogado por el ruido del viento cercano y sería inaudible.
En el centro de entrenamiento también era así. Giselle siempre era la primera en detectar este sonido físico de otros motores, oculto entre el sonido del viento. Era un sentido que había adquirido en su infancia, al prestar atención no solo a la presencia humana sino también al ruido de los aviones de combate mientras buscaba comida.
Giselle corrió hacia la cima de la montaña, sin importarle si los demás la veían como una loca. Iba a advertir a la posición de artillería antiaérea en la cumbre.
Si llega tarde, Edwin morirá.
Tenía la intuición de que el enemigo no intentaría otro descenso de la unidad aerotransportada. Dos intentos con personal ya habían fracasado. Si Giselle fuera la comandante, en lugar de intentar una vez más la colocación de bombas en la oscuridad, con demasiadas variables, optaría por una estrategia más fácil, incluso si requería mucha más potencia de fuego.
‘Así que esta vez, lanzarán la bomba directamente sobre la presa’
—¡Teniente Warren!
Afortunadamente, el oficial de control de tiro que defendía la posición era un antiguo compañero de Giselle en el centro de entrenamiento. Al llamarla con el aliento jadeante, Patricia, que estaba regañando a los artilleros, se giró.
—¡Aviones enemigos se acercan!
Patricia frunció el rostro tan pronto como escuchó la advertencia, y corrió hacia el operador de comunicaciones sin siquiera mirar al cielo. Esto era gracias a que había presenciado de cerca lo sensible que era Giselle al ruido de los aviones de combate durante sus días de entrenamiento.
Inmediatamente después de solicitar una respuesta de la Fuerza Aérea, una escuadrilla de aviones enemigos apareció desde el borde del cielo noroeste. Con la sirena de ataque aéreo, comenzó el fuego antiaéreo, y solo entonces los soldados del cuartel general subieron apresuradamente y se refugiaron en el búnker debajo de la posición.
Giselle no los siguió y se mantuvo firme en una esquina de la posición. No podía hacer nada en absoluto, pero sentía que era su deber observar lo que sucediera con Edwin.
—Es peligroso. ¿No vas a entrar?
Sin embargo, Patricia, la comandante de la posición, la apremiaba continuamente. Al final, sintiendo que solo sería un estorbo, Giselle entró al búnker.
‘¿Habrá llegado nuestra fuerza aérea?’
Al mismo tiempo que el sonido de las explosiones de proyectiles se hacía menos frecuente, los ruidos de los motores a reacción se mezclaron en ráfagas. El búnker era estrecho, el único asiento libre estaba cerca de la entrada, por lo que podía escuchar claramente el alboroto exterior, lo cual {¿debería considerarlo una suerte?}.
‘¿Se escuchará también el sonido del colapso de la presa?’
La mano que acariciaba el collar de trébol de cuatro hojas perdía la paciencia cada vez más.
—Teniente, ¿es su primer ataque aéreo? No tiene por qué tener miedo.
Soldados sentados cerca la menospreciaron a la oficial de inteligencia que sostenía un bolígrafo en lugar de un rifle, y le hicieron un gesto.
—Guarden silencio. Estoy concentrada en el ruido de afuera.
No estaba de humor para decir honestamente su pensamiento interno: el ataque aéreo le daba miedo, pero no le asustaba que ella muriera.
‘Entonces, ¿qué sentirá el hombre que está dentro de la presa, sobre la que caen las bombas?’
De repente se dio cuenta de que ella sabía muy bien lo que significaba la sensación de no poder escapar a pesar de saber que el búnker podría convertirse en una tumba en cualquier momento. El recuerdo de su primer campo de batalla, que había olvidado por completo, resurgió. Reflexivamente se puso el casco de acero que le habían dado junto con el uniforme de combate al venir aquí, y que solo llevaba colgado al cuello.
Al menos en aquel entonces, si la presa se derrumbaba y eran arrastrados por el agua, estaban juntos. Si algo así sucediera hoy, Giselle estaría sola, vagando por la tierra donde lo conoció por primera vez, buscando el cuerpo de Edwin.
¡Bang!
El disparo de un rifle estalló cerca, deteniendo la terrible imaginación de Giselle.
—¡Ataque enemigo! ¡Apoyo! ¡Necesitamos apoyo!
Patricia gritó con urgencia. La unidad aerotransportada del enemigo, que se creía en retirada, en realidad se había estado acercando a escondidas bajo la oscuridad.
—¿Por qué pierden el tiempo? ¡Salgan ahora mismo!
En cuanto el oficial que parecía ser el comandante dentro del búnker gritó, los soldados se pusieron sus cascos de acero y, con los rifles en ambas manos, salieron corriendo uno tras otro.
Giselle no pudo unirse a ellos y tuvo que permanecer en el búnker. Porque no tenía armas.
Como no era oficial de combate, no le suministraban armas por norma. Llegó al campo de batalla con las manos vacías porque obtener armas de una unidad que ni siquiera era la suya era complicado y llevaría mucho tiempo.
Dejar que otros se encargaran de su propia seguridad la hacía sentir como si hubiera vuelto a tener diez años. La impotencia no duró mucho. Fue reemplazada por la preocupación.
‘Edwin debe estar armado, ¿verdad? Por favor…’
El sonido de las balas volando e impactando en algún lugar, los gritos de alguien. El estruendo de las granadas, y el grito de alguien más. El desesperado sonido de un avión estrellándose que resonaba como la reverberación de la artillería que destrozaba el cielo.
La mente de Giselle estaba a punto de nublarse por la disonancia de la muerte que resonaba en el suelo. El único ancla que sujetaba su razón, que se agitaba salvajemente, era el miedo de que el ruido del colapso de la presa pudiera irrumpir en ese caos en cualquier momento.
—¡Fin de la situación!
El combate terrestre cesó pronto. Cuando escuchó que pedían médicos afuera, Giselle salió y echó una mano.
Patricia, afortunadamente, estaba bien, excepto por su terrible apariencia, pero la mayoría de sus subordinados resultaron heridos de distinta gravedad. No debía tener pensamientos egoístas ante las vidas que pendían de un hilo frente a ella, pero la artillería antiaérea detenida a causa de eso seguía inquietándola.
‘Giselle, ese es el trabajo de Patricia. Contente.’
Pensaba que habría posiciones antiaéreas en el lado opuesto de la presa, y que ellas detendrían a los bombarderos. Se concentró en los primeros auxilios reprimiendo su impulso, pero…
¡BAM!
El sonido de una explosión que parecía rasgar el lago y hacía temblar el bosque la obligó a levantar la cabeza. Una enorme columna de agua se elevó sobre la superficie. El avión enemigo había lanzado una bomba.
Falló y cayó en el lago, pero no estaba lejos de la presa. La enorme ola provocada por el colapso de la columna de agua embistió la barrera de concreto.
La onda de choque cubrió la presa. Los días en que vio impotente a sus seres queridos morir, junto con la ola que se rompía en blanco, se precipitaron en la mente de Giselle. No quería experimentarlo de nuevo.
Incluso después de que toda el agua desbordada se retiró, la presa seguía en pie.
El muro resistió. Lo que se derrumbó fue la razón de Giselle.
Rápidamente entregó al herido que estaba tratando a un médico y se colocó en el puesto de artillero vacío al lado del cañón antiaéreo.
—¡Teniente Warren!
Giselle llamó a Patricia y agarró el disparador como si fuera su salvavidas.
—¡Dirija el fuego!
La comandante, que gritaba a todo pulmón en el comunicador pidiendo apoyo, se giró hacia Giselle con una mueca.
—¿Recuerdas cómo usar el cañón antiaéreo?
—¿De quién dudas, Subalterna? No, Comandante, ¡no tenemos tiempo para esto!
……..porque la próxima bomba sería lanzada pronto.
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‘A este paso, no pasaremos de esta noche’
Pero por ahora, no había otra alternativa. No se oía el sonido de las tropas amigas golpeando la puerta de acero, la cual no solo estaba firmemente cerrada, sino que también tenía una barricada improvisada. El único ruido exterior era el ocasional y tenue estruendo de la artillería antiaérea que se filtraba.
Edwin, que había terminado de atender sus heridas, suspiró y estaba a punto de apoyarse contra la pared de concreto cuando se detuvo por un ruido metálico y una sensación extraña. Había olvidado el casco de acero que todavía colgaba de su cuello por habérselo quitado deprisa.
Se lo quitó por completo y apoyó la espalda contra la pared. El fresco de la losa de concreto calmó su corazón, que latía salvajemente, empapado en adrenalina.
Sin embargo, en el momento en que vio el estado del casco, todo fue en vano. Edwin pasó la mano, con la sangre seca, sobre la abolladura en el costado. Era la huella de la muerte que había pasado de largo.
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magui96
AAAAAH NOOO POR FAVOR EDWIN VUELVE