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Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 305

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  4. Capítulo 305
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—Tengo todo el lápiz labial corrido.

 

Ella corrió al asiento del copiloto, sacó un espejo y el lápiz labial, se retocó el maquillaje y solo entonces se paró junto a la señal del pueblo. Edwin colocó la cámara frente a su ojo, encuadrando la toma, y le advirtió:

 

—Si no quieres que tu labial se corra de nuevo, pórtate bien.

 

 

Clic.

 

 

Ella no sacó la lengua, pero sí le lanzó una mirada de reojo. Las personas que vean esta foto en el futuro pensarán que fue tomada justo después de una pelea de amantes. Después de todo, el rubor rojizo dejado por el beso intenso no se vería en la foto.

Subieron de nuevo al coche y entraron al pueblo. Conducían por el camino sin pavimentar cuando un anciano con un sombrero de paja se acercó en una carreta tirada por un burro.

El camino era estrecho, por lo que Edwin se orilló y detuvo el coche. El anciano se quitó el sombrero al pasar para expresar su agradecimiento y sonrió, con profundas arrugas marcando su rostro.

A Giselle le sorprendió encontrarse con alguien. Solo entonces se dio cuenta de que implícitamente había creído que después de la masacre, todos los vivos se habrían ido como ella, convirtiendo el lugar en un pueblo fantasma.

El coche entró en la calle principal del pueblo, pavimentada con piedras. Las claras campanadas de la iglesia, con su alto campanario, resonaron. En la pequeña fuente en medio de la plaza, los niños se refrescaban jugando con el agua.

Era una escena de vida completamente normal.

Los residentes parecían estar en paz y las casas estaban intactas, como si no hubieran experimentado masacres, ocupaciones o bombardeos en esta guerra.

Muchos de los edificios habían sido reconstruidos tras el incidente del Cisne, ya que muchos se habían derrumbado y quemado, por lo que eran desconocidos para Giselle. Solo una o dos casas eran iguales a como las recordaba.

Al menos el camino era el mismo. Ya fuera porque Edwin lo recordaba o porque se había informado de antemano, el coche no se detuvo ni una vez, salió de la carretera pavimentada, condujo por el camino de tierra y se detuvo frente a una granja familiar.

La casa Rudnik.

Era la casa donde Giselle había nacido.

Este lugar también estaba intacto. Por supuesto, una casa deshabitada durante más de diez años no podía mantener su apariencia original por sí sola.

Aunque los colores eran los mismos que Giselle recordaba, el techo y los marcos de las ventanas eran nuevos, ya que se habrían deteriorado y reemplazado. Edwin le había dicho una vez que, aunque Giselle era la dueña de la casa, él se encargaría de su mantenimiento ya que ella era demasiado joven. Mientras Giselle lo había olvidado por completo, él había cumplido su promesa sin decir nada.

 

—Wow… ¿Cómo es que nada ha cambiado desde que me fui?

—¿En serio? Me alegro.

 

Tomó la mano de Edwin y exploró el exterior antes de entrar. Habían contactado al administrador para que limpiara el interior, por lo que no había ni una pizca de polvo.

Pero las huellas de su familia no se habían borrado.

Tocó los objetos que su madre usaba a diario en la cocina y luego subió al segundo piso, donde vivían los niños, para seguir el rastro de sus hermanos.

Tres libros que solo su hermano, el único de los hermanos que sabía leer en ese momento, solía mirar, estaban sobre la cómoda. En aquel entonces no sabía el contenido, pero ahora podía leer los títulos en el lomo. A diferencia de las pertenencias de sus otros hermanos, revolvió estos con una sonrisa.

Cuatro muñecos de trapo desgarrados por haber sido heredados una y otra vez todavía estaban sentados en la cama que su padre había construido con poca destreza. Originalmente eran cinco, pero el más querido de Sasha fue enterrado con ella bajo tierra.

Giselle estaba a punto de salir de la habitación, pero se detuvo al pasar por la puerta. Esto se debió a que las numerosas marcas esporádicas grabadas en el marco de la puerta atrajeron su mirada.

Sus padres registraban la altura de los niños en este marco cada primer día del año. Las muescas talladas junto con la inicial de sus nombres o un apodo estaban todas por debajo de la altura de Giselle.

Lo que estaba destinado a registrar el crecimiento se había convertido en la crónica de los niños que ya no podían crecer.

‘Si tan solo hubieran aguantado un poco más… Si yo hubiera tenido un poco más de fuerza para protegerlos…’

Mientras miraba las marcas con profundos remordimientos, Edwin la hizo girar. ¿Quizás pensó que estaba llorando y quería consolarla? Edwin sonrió y la empujó hacia atrás. Hasta que su espalda tocó el marco de la puerta.

 

—Quédate quieta.

 

Sacó una navaja y la abrió. Una sonrisa idéntica a la suya se extendió por los labios de Giselle al darse cuenta de lo que él iba a hacer.

Edwin marcó la altura de ‘Naty’ completamente crecida.

Giselle le arrebató el cuchillo y lo colocó en el mismo lugar.

También había un pilar en la mansión Templeton donde se registraba la altura de los niños Eccleston. Edwin había registrado el crecimiento de Giselle en ese lugar, sin hacer caso a las reprimendas de la duquesa Roxworth.

La joven Giselle solía comparar su altura con la muesca marcada como ‘Eddy’, preguntándose cuántos años tenía ese ‘tío’. En ese momento, ella deseaba alcanzar a ese hombre desesperadamente, pero ahora se daba cuenta de que había estado soñando un sueño que nunca podría cumplir.

La coronilla del hombre estaba peligrosamente cerca de tocar la parte superior del marco de la puerta. No se veía el lugar donde debía hacer la muesca. Giselle se puso de puntillas y, no conforme con eso, se inclinó contra él mientras grababa la altura.

Porque Edwin era familia y merecía quedarse aquí.

 

 

 

 

 

 

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

 

 

 

 

 

 

Pensó que solo echarían un vistazo a la casa y volverían al coche.

Sin embargo, por alguna razón, Edwin tomó la mano de Giselle y caminaron hacia el patio trasero. Cruzaron la pequeña puerta en la valla que marcaba el límite entre las casas y entraron en la propiedad de la casa de al lado sin detenerse.

Un granero deteriorado con la pintura desprendida y la madera podrida le pareció vagamente familiar. Solo entonces se dio cuenta de que se dirigían al lugar donde lo había conocido por primera vez.

Justo en ese momento, un hombre rechoncho, de piel curtida por el sol, salió del granero, cuya puerta estaba completamente abierta, sacudiéndose las manos. Giró la cabeza hacia ellos y se sobresaltó al verlos.

‘Seguro que se molestará de que unos extraños hayan entrado sin permiso’

Giselle se detuvo, temerosa de que surgiera una situación incómoda, pero Edwin se dirigió directamente hacia el hombre, como si hubiera estado esperando que apareciera el dueño de casa. El hombre los miró fijamente con ojos desconcertados, y luego se golpeó la frente, como si hubiera recordado.

 

—Ah, qué cabeza tengo. Me dijo que venía hoy.

 

Esto significaba que les había avisado de su visita con antelación. Solo entonces Giselle se acercó, aliviada. El hombre, que estrechaba la mano de Edwin, abrió los ojos de par en par al verla.

 

—Entonces, ¿esta jovencita es Naty de los Rudnik?

 

Su apodo, dicho por un extraño.

 

—¿Me… conoce?

 

Chiselle preguntó vacilante, sintiendo que su acento de Rozelle sonaba extraño al usarlo después de tanto tiempo.

Resultó que el hombre era un antiguo vecino que vivía en esta casa. Había sido reclutado durante el incidente del Cisne, regresó con vida y no se había marchado desde entonces.

 

—Por fin nos encontramos para darle las gracias.

 

El viejo vecino le estrechó la mano a Edwin una vez más.

 

—Gracias por permitir que mi madre descanse en paz.

 

Era el hijo de la señora que había compartido patatas podridas con la joven Giselle, que había sido asesinada injustamente por el ejército de Constanza, a quien Edwin había recogido y enterrado.

 

—Den una vuelta con calma. Estaré dentro, así que llamen si necesitan algo.

 

Tras el saludo, el hombre se dirigió a su casa. Edwin caminó lentamente detrás, sosteniendo la mano de Giselle, pero se detuvo a mitad de camino y miró a su alrededor.

 

—Creo que fue por aquí… ¿Qué piensas tú?

 

Estaba buscando el lugar donde se conocieron por primera vez.

 

—Bueno… creo que podría ser por aquí…

 

Ella sabía que había sido en el camino del granero a la casa, pero no podía recordar la ubicación exacta porque había sido un momento de mucha confusión.

Ahora, la estación y el paisaje eran diferentes. La tierra, donde no solo la hierba, sino incluso la gente había muerto y la sangre se había congelado, estaba cubierta de un color verde de vida. Varios polluelos que picoteaban dientes de león se acercaron curiosos a los pies de Giselle, piando, antes de huir de repente.

 

—Pero, ¿por qué aquí…?

 

Giselle, que miraba al suelo, se giró hacia Edwin y se sobresaltó, retrocediendo un paso sin querer, siguiendo a los polluelos.

Edwin estaba arrodillado sobre una rodilla, mirándola. Solo entonces se dio cuenta de la razón por la que este hombre había querido venir a su pueblo natal.

Para proponerle matrimonio en el lugar donde se conocieron por primera vez.

Con una caja de anillos en una mano, tomó la mano izquierda de Giselle y comenzó a proponer.

 

—Giselle.

 

Aunque había esperado que este día llegara, al encontrarse con el momento, no sabía qué hacer. Su respiración se aceleró de repente. No podía recordar cómo se respiraba.

Comprendió perfectamente al hombre de ayer.

Y sin embargo, su corazón latía tan rápido que el palpitar resonaba hasta la punta de sus dedos. Edwin también pareció sentir su temblor y apretó su mano con más fuerza.

 

—Yo creo en la frase: ‘Detrás de cada nube oscura brilla un sol radiante’. Porque la guerra, que me hizo arrepentirme de ser soldado, me trajo la mayor suerte de mi vida.

—Es suerte que usted mismo creó. Porque salvó a su amor futuro.

 

Una tierna sonrisa se cruzó entre los amantes, cuyas alturas no eran tan diferentes a pesar de que él estaba arrodillado.

 

—La esencia del amor ha cambiado con el tiempo, pero desde ese momento hasta ahora, y para siempre, te amaré sin cambiar.

—Yo también te he amado sin cambiar, desde ese día hasta ahora, y siempre.

 

Tal vez la razón por la que Giselle nunca había dicho «te amo» primero era porque este hombre le había arrebatado la oportunidad una y otra vez.

Sus labios, marcados por la alegría, dibujaron una línea recta y firme. Era la señal de que estaba a punto de decir la frase más importante.


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Comments for chapter "Capítulo 305"

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1 Comment

  1. magui96

    Que hermoso <3

    octubre 24, 2025 at 3:56 pm
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