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Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 299

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  4. Capítulo 299
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—Hoy no pienses en nada y duerme. Mañana hablamos.

—No tengo nada en qué pensar.

—Otra vez te haces la fuerte.

—Ah, de acuerdo. Mañana fingiré ser débil todo lo que quiera. Aunque no creo que pueda dormir, de todos modos, que descanse.

Giselle se abrazó al hombre que, incluso retrocediendo hasta la puerta del dormitorio, seguía sin moverse, repitiendo sus preocupaciones y consejos, y luego se dio la vuelta y se dirigió al baño.

Solo cuando el agua comenzó a correr, escuchó vagamente el sonido de él bajando las escaleras. Sin embargo, Giselle no se dirigió a la cabina de ducha, a pesar de haber cerrado la puerta.

El botiquín abierto. Las manchas de sangre roja oscura secas en el lavabo. Y la bata de seda tirada en el suelo.

Ella limpió, uno por uno, los escombros que quedaron del alma de Lorenz, naufragada en el turbulento acto sexual. Solo se dio cuenta de que su intención había sido que su estado de ánimo se aligerara si los borraba de su vista, cuando se quedó mirando fijamente el espacio que había regresado a como estaba antes de la llegada de Lorenz.

¿Por qué me siento así?

La venganza siempre había sido dulce. Es la primera vez que el regusto es amargo después de que ese placer visceral se esfuma.

Debería sentirse completamente satisfecha por haber castigado al hombre que la había hecho desear la muerte, incluso a ella que tenía un apego a la vida tan particular.

Sin embargo, Lorenz no solo le había infligido humillaciones a Giselle. ¿Sería porque él también había hecho varias cosas que merecían una recompensa y no una represalia? Pero, si se trataba de dar, Giselle tampoco le debía nada.

Ahora tú y yo hemos saldado todas las deudas en esta relación.

Pero en lugar de sentirse ligera, su corazón estaba pesado. Como si le quedaran residuos horriblemente pegados en el fondo de sus emociones.

Que se laven y se vayan con los fluidos corporales secos, sea lo que sea. Giselle, que desabrochaba los botones de su pijama uno por uno, se detuvo.

… ¿Culpa?

Apenas pensó en este posible nombre para esa emoción, soltó una carcajada. ¿Qué crimen hay en pagar con la misma moneda?

¿Acaso ese bastardo sintió culpa por mí? Si no lo hizo, yo tampoco necesito sentirla.

Terminó de quitarse la ropa y se puso bajo el agua que caía como un aguacero. En el instante en que su cuerpo se encogió por el frío, se dio cuenta de algo.

Al final, yo también caí en ser un monstruo idéntico a Lorenz.

Giselle se quedó mirando fijamente su rostro reflejado en los azulejos brillantes, y luego sacudió la cabeza con violencia.

Giselle, no eres un monstruo.

Pero Natalia podría ser un monstruo.

Ojo por ojo, diente por diente. Violencia por violencia, y muerte por muerte. De repente, pensó que su obsesión por la venganza vulgar y cruel era un vestigio de la guerra que había vivido como Natalia Rudnick.

Todavía recordaba vívidamente el placer vil pero intenso que sintió cuando la persona que había incriminado a su padre, causándole la muerte, fue acusada injustamente y masacrada de la misma manera.

Giselle dejó escapar el aliento que contenía bajo el chorro de agua que caía sin cesar. Cuando un grito la acompañó, se tapó la boca con ambas manos.

Natalia, no, Giselle, seas lo que seas, la masacre terminó hace mucho. Déjalo ir.

Salió corriendo del agua sin poder asearse correctamente. Y es que cerrar los ojos se había convertido en un tormento. Por lo tanto, era imposible que pudiera dormir.

Al acostarse en la cama, se encontró repitiendo arrepentimientos seguidos de excusas, hasta el punto de dudar si el trastorno de personalidad múltiple no lo padecía ella.

Debo dejar esta clase de venganza.

Aun así, lo que le hice a Lorenz es de los males el menor. ¿Acaso lo violé, o lo secuestré?

¿Por qué seguía sintiendo que había hecho algo tan grave como ese lunático, si solo le había dicho que amaba a otra persona?

Como si hubiera matado a alguien.

Solo entonces Giselle encontró la respuesta.

En algún momento, se había prometido que, aunque jugara con el amor de Lorenz, no aniquilaría su personalidad. Quería proteger su voluntad de vivir.

Sin embargo, jugar con su amor terminó rompiendo la voluntad de vivir de ese hombre con sus propias manos y aniquilando su personalidad.

Bien hecho. Ese demonio merecía ser aniquilado.

El Edwin en su cabeza la defendía. Probablemente, ese hombre nunca entendería este sentimiento.

Edwin dijo que todavía estaba vivo, pero Giselle intuyó que Lorenz había perdido toda voluntad al ver esa mirada vacía que se había asomado antes de desaparecer.

Lo único que la había mantenido viva en ese infierno terrenal, sin ser masacrada ni morir de hambre, era la voluntad de vivir, nada más.

Lorenz, en cambio, renunció a eso que ella había protegido con tenacidad, incluso a costa de dañar otras vidas, solo por no ser amado.

¿De qué vive el ser humano?

De sustancias materiales como el oxígeno, el agua, la comida y el calor.

Entonces, ¿de qué vive el ser humano que no existe materialmente?

¿Para el hombre para quien solo existían las necesidades espirituales, el amor era la única fuerza que lo mantenía vivo? Se atrevió a llamarle amor a algo que era equivalente a haber quemado todo el oxígeno de este mundo.

Si Giselle escribiera su diario esta noche, la primera línea sería:

Hoy maté a una persona con amor.

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

Que las ventanas dieran a dos lados, permitiendo que el sol brillara todo el día, tal vez no era una ventaja en pleno verano.

A medida que el sol implacable de la tarde comenzaba a bajar, el interior de la oficina del director se convertía en un sauna. Edwin se arremangó y, no conforme con eso, se aflojó el nudo de la corbata, que nunca se desataba en el trabajo, y desabrochó un par de botones que le oprimían el cuello.

Claro, aun así, era como estar en un sauna con ropa.

Se levantó de su asiento y se acercó a la ventana. Al abrirla de par en par, entró una refrescante brisa de la montaña. Que las voces también se filtraran, permitiéndole escuchar la conversación de otras personas, no fue su intención.

—En invierno o primavera se reía bien, pero ¿por qué está así últimamente?

Parecía que la sala de conferencias de al lado también tenía las ventanas abiertas por el calor. Un olor acre y las voces se escuchaban claramente, pues los oficiales que se preparaban para una reunión programada en unos diez minutos fumaban y charlaban junto a la ventana.

—Simplemente volvió a ser el altivo Teniente Bishop de siempre.

No era una conversación que violara la seguridad, así que no había necesidad de preocuparse, pero si se trataba de su amante, sus sentidos se agudizaban.

—No. Se puso peor. Antes, si le hablabas de cosas triviales por la mañana, ponía cara de que te iba a matar, pero ahora tiene cara de que te va a matar sin importar si es de día o de noche.

—Pues claro, es un clima de matar.

—Esta es mi teoría. ¿No habrá terminado con el novio?

Edwin también había oído el rumor de que Giselle había conseguido un novio, ya que de repente dejó de ir al pub de la base, donde prácticamente vivía después del trabajo.

—Sí, yo también lo creo.

¿Qué de sí? ¡Qué apagado está el instinto de estos oficiales de inteligencia!

Edwin nunca rompió con Giselle. Solo se distanciaron físicamente.

Por su seguridad.

Cambiaron las llaves de la casa de Giselle y pusieron guardias permanentes, de modo que ahora ni siquiera Edwin podía entrar sin vigilancia.

Mientras tanto, él no solo reforzó la seguridad de su dormitorio, sino que también se acostaba atado. Para que el asesino no pudiera hacer más trucos si aparecía.

Pero no podía vivir atándose y alejándose de su amante para siempre. Aniquilar la otra personalidad era la única solución.

Por eso se había reunido con el doctor Galloway, quien lo había ayudado a vencer a ese tipo por primera vez.

—Si una personalidad no desaparece a pesar de haber aceptado y resuelto por completo sus deseos reprimidos, significaría que esa personalidad es algo más que lujuria.

Algo más que lujuria. Entonces, ¿qué diablos era ese tipo?

El doctor dijo que para resolver ese enigma, tenían que remontarse al momento en que esa personalidad nació.

El campo de prisioneros de Constanza.

Ese tiempo doloroso en el que tuvo que sopesar en balanzas separadas su vida y su conciencia, decidiendo si morir torturado o vender los secretos de Estado para salvar su vida.

—La otra personalidad podría ser una especie de mecanismo de defensa.

Si yo fuera una persona de Constanza, no sabría los secretos de Mercia, así que no podría traicionar a mi país. No tendrían que torturarme. No tendría que estar encerrado aquí.

Esa idea se había transformado en una distorsión de la realidad, engañándose a sí mismo hasta el punto de manifestarse en forma de una nueva personalidad.

Si eso era así, ¿la presión por engañar al enemigo se manifestaría como el carácter engañoso de ese tipo? Tenía sentido si lo analizaba.

Aun así, no estaba del todo convencido.

—Esto no es un campo de prisioneros enemigo. Ahora que mi vida no está en peligro, no necesito un mecanismo de defensa. ¿Por qué sigue siendo igual?

—El cuerpo pudo haber escapado de la crisis, pero el espíritu no.

Edwin no podía estar de acuerdo.

—Es cierto que fue un tiempo terrible, pero después de eso, nunca me ha atormentado ese recuerdo.

—Claro que no le atormentaría ese recuerdo. Usted ha estado ocupado siendo atormentado por la otra personalidad. La personalidad nacida de ese tiempo terrible.

En última instancia, el doctor quería decir que Edwin realmente no había superado mentalmente esa época.


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