Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 284
En la cúspide del placer, cuando el sueño llegaba. En el instante en que Edwin recuperaba su cuerpo, Lorenz también podía emerger, empujando al que ocupaba la consciencia. Por eso, de vez en cuando, aparecía justo después de que terminaba la intimidad.
El tiempo era apenas un segundo antes de que el dueño del cuerpo recuperara la razón, así que, a diferencia de lo que temía Edwin, Lorenz no llegaba a hacerle daño. Solo se abrazaba a Giselle, sollozaba amargamente y se desvanecía, susurrando una frase ahogada entre el llanto.
—No me olvides.
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Por las noches, Edwin empezó a tomar pastillas para dormir para no ser poseído por Lorenz. Quizás Giselle también necesitaba un somnífero. Ella observaba por largo tiempo, con los ojos bien abiertos, la silueta difusa del hombre que caía dormido en un instante.
¡Clang!
Pero, ¿en qué momento se durmió? Giselle abrió los ojos de golpe al escuchar un sonido, como de cristales chocando. Aunque no podía ver nada, sintió el vacío del lugar a su lado. La sensación no era buena.
Saltó de la cama y corrió escaleras abajo, encontrándolo por fin en la sala de estar. Tropezando como un ebrio, hurgaba en el armario donde se exhibían las bebidas fuertes. Las botellas de licor, caídas como fichas de dominó, estaban peligrosamente cerca de rodar y romperse. El hombre, para colmo, estaba descalzo.
—¡Basta, Lorenz!
Giselle corrió a apartarlo y, a toda prisa, enderezó las botellas.
—Hola… preciosa…
El hombre, tambaleándose, se recostó contra la espalda de Giselle, como si se estuviera cayendo. Estaba tan indefenso que su peso era enorme. Había logrado superar el somnífero lo suficiente para despertar, pero no para quitárselo de encima. Aun así, se las arregló para abrir una botella de whisky y llevársela a la boca.
—¡¿Estás loco?!
Giselle le arrebató la botella con horror.
—Alcohol con somníferos. Podrías morir.
—De todas formas, ya estoy muerto.
Dice sonriendo algo que haría llorando. Como una persona que ha soltado todo ante un destino que no puede controlar. Algo caliente se le revolvió a Giselle en el pecho.
—¿Así que vas a matar a Edwin primero y luego te vas a suicidar antes de que te maten a ti?
—No, es porque podría despertar.
Dijo que quería beber para dormirlo aún más profundo, por miedo a que despertara y recuperara su cuerpo. Sin saber qué decir, Giselle solo lo miró con furia. Lorenz le cubrió el rostro con ambas manos.
—Quería verte. Aunque te he estado viendo a través de los ojos de otro, aun así…
Sus manos resbalaron sin fuerza por sus mejillas y cayeron pesadamente. ¿Cómo diablos había logrado bajar hasta la sala en ese estado? Al darse cuenta de que era imposible llevarlo arriba, lo sentó en el sofá, pero él, mareado, se tumbó. La miró con ojos desenfocados y luego forzó una sonrisa, jalando las comisuras temblorosas de su boca.
—Eres digna de ser la mejor de la universidad y el as del Servicio de Inteligencia. Giselle Bishop no se equivoca nunca.
Más que el sinsentido fuera de contexto, lo que la desconcertó fue que la había llamado con el nombre que usaba el hombre que odiaba.
—Que yo solo sea el apetito sexual de alguien…
Parecía muy afectado, pues siguió musitando:
—Dicen que yo pude controlar mi cuerpo, vivir el mañana con lo que es mío, porque Edwin Eccleston no podía acostarse con mujeres, tuve que pilotar aviones y bailar tango contigo. Pero ahora ya no puedo hacer nada. Por haberme acostado contigo. Ja… Desaparecer con una sola eyaculación, qué insignificante soy.
Giselle había sentido empatía por el descontento de Lorenz con la vida, pero también cierta irritación. Porque conocía a personas a las que les habían quitado la vida y ni siquiera habían podido vivir con esa condición. Sin embargo, hoy su autocompasión no le pareció un berrinche de alguien que vive en la abundancia.
—Soñé con ser humano, yo que solo soy una comezón que desaparece al rascar, tal como dijiste.
—¿No es ridículo?
Rió en voz alta, pero sus ojos estaban tan húmedos que sonó como un llanto.
—Tenías razón otra vez. Somos diferentes. No soy como las otras sanguijuelas. Ni siquiera tengo mi propio cuerpo.
Si hubiera tenido mi propio cuerpo…
No, de todas formas, nunca me habrías amado. Porque tú solo amas a tu viejo. Así, divagando, de repente se cubrió los ojos con el antebrazo. De lo profundo de su pecho, que se agitaba inestable, brotó la indignación.
—Pero al menos yo no habría muerto por una razón tan miserable como que tú amaras a otro hombre.
Era una elección inevitable, ya que solo podía amarla si ella amaba a otro hombre. Pero el precio que esta alimaña, que parasita el cuerpo de otro, tenía que pagar por un amor inmerecido no era la envidia, sino su vida. La única calidez que podía aliviar la soledad con la que nació, como una maldición, se había convertido en el veneno que lo mataría.
—Para un tipo como yo, el amor fue un lujo que se paga con la vida.
Lorenz se maldijo a sí mismo por desear algo que no le correspondía y por apresurar su propia muerte. Mientras lo hacía, su sollozo cesó, cuando se calló, un silencio pesado aplastó los hombros de Giselle, impidiéndole moverse un solo paso.
Él estiró hacia Giselle el brazo que cubría sus ojos. Ella le tomó la mano, que se veía lánguida y temblaba casi imperceptiblemente, al igual que su propio corazón. Sus ojos, que se veían pálidos por la luz azulada de la luna que se colaba por las rendijas de la persiana, se llenaron de lágrimas al mirarla.
—¿Qué sientes de que voy a morir?
Giselle no pudo responder.
—¿No sientes nada? ¿Porque ya soy un no-humano? ¿Ni siquiera sientes alivio de que por fin voy a morir?
No parecía esperar que ella fuera a lamentar su muerte.
—Eres feliz con otro hombre y ya no piensas en mí…….
La mano que la sujetaba como a una cuerda salvavidas se soltó pesadamente.
—No tienes motivos para desear que viva, ¿verdad? Pero, ¿podrías desear al menos que muera? Entonces, al menos estaría muriendo para conceder tu deseo. Mi muerte tendría un significado, al menos… No sería solo una muerte estúpida, empujado por un perro en celo, literalmente una muerte de perro. ¿Creerás que logré un amor verdadero, aunque para ti solo haya sido una prueba? Porque lo que yo logré por mí mismo ya no tiene ningún sentido. ¿Que mis diez años futuros tendrían valor? Hasta una mujer tan inteligente como tú puede equivocarse… Yo no viví ni diez años después de ese día. Mi muerte, en la que no se celebrará funeral ni se levantará una tumba, ¿nadie la lamentará? No, nadie sabrá. Tal como dijiste, seré olvidado para siempre.
Giselle mordió su labio inferior, masticando una maldición brutal en su boca. Si tan solo él se hubiera resistido, pataleando por no morir, ella habría podido descargar los insultos sobre Lorenz, no sobre sí misma, y se habría sentido aliviada.
—Me siento solo, Natalia.
—……
—¿Por qué nací así?
El hombre, que hasta entonces la había estado mirando desesperado, cerró los ojos, como si se hubiera rendido. Las lágrimas se desbordaron por sus párpados y corrieron por sus sienes. El río de lágrimas no se detenía.
¡Thud!
Al final, no pudo soportarlo más y se sentó a su lado. Cuando le limpió las lágrimas con el pulgar, las comisuras de la boca del hombre se curvaron en una sonrisa. Justo cuando pensaba que era tan típico de Lorenz reír tan pronto después de llorar, sus labios volvieron a caer.
—Perdón. Qué descaro llorar con la cara de otro.
Había malinterpretado que ella estaba limpiando las lágrimas de Edwin, no las suyas. Aun así, apoyó la mejilla en la mano de Giselle y se frotó. Lorenz tragó su llanto, su nuez de Adán subió y bajó varias veces, antes de que sus labios, secos a diferencia de sus mejillas, se separaran.
—¿Tú deseas que muera?
—…….
—De acuerdo, no respondas.
Quitó la mejilla de su palma y giró la cabeza. Giselle se quedó sentada a su lado, observándolo en silencio. Pensó que si eso lo hacía sentir mejor, comenzaría a lamentarse de nuevo, pero solo siguió el sonido de su respiración suave.
Ella fue a buscar una manta y lo cubrió. Tenía que volver a la cama, pero sus pies no se movían.
Me preocupa dejarlo solo aquí.
Si ese era el caso, pudo haberse sentado sola en el sillón, pero se metió bajo la manta y se acostó a su lado en el mismo sofá. Él no puso su mano sobre el cuerpo de Giselle, como si de verdad estuviera dormido.
Así que Giselle puso su mano sobre él. Abrazó la cabeza de Lorenz, hundida en el cojín, y la acarició suavemente.
Imposible que no sienta nada.
Él era la persona que la había arrojado al abismo y, a la vez, la había rescatado de él. Por lo tanto, era tanto su enemigo como su amigo. ¿Alguna vez en la vida había sentido emociones tan contradictorias y complejas por una sola persona, con una amplitud tan vasta como el fondo del abismo y el fin del cielo?
Era imposible no sentir nada cuando esa persona estaba a punto de desaparecer de este mundo sin dejar rastro.
Simplemente se sentía culpable de hablar.
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¡Trrrring!
Edwin abrió los ojos, extrañado por el débil sonido del despertador que claramente estaba junto a su cabeza, y se sintió desconcertado. Era normal ver el pijama de Giselle, pero no lo era que, al girar la cabeza, la vista que encontrara no fuera el dormitorio, sino la sala de estar.
Estaba recostado en el sofá. Giselle también.
—Ah… me dormí…
La mujer, despertada por la presencia de Edwin, murmuró para sí misma.
—¿Por qué estamos aquí? ¿Apareció ese tipo?
Giselle se levantó a trompicones y asintió. Solo entonces Edwin notó algo aún más extraño.
—Pero, ¿por qué tú a ese tipo…?
—Ay… Dios mío… No pude dormir bien por cuidarlo, por miedo a que hiciera alguna locura, ¿y ya es hora de ir a trabajar?
Giselle se dio cuenta de que había sido descubierta y cambió el tema rápidamente. Era, sin lugar a dudas, muy sospechoso.
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magui96
Ahora me da pena Lorenz pero no debería
Merrysama
Ssssssss
Lástima por Lorenz, que sea solo espectador 🤭
Gracias por el capítulo Asure