Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 278
Sin embargo, a juzgar por su expresión, quizá haya sido derrotado por unos celos que se negaba a admitir. No tenía el rostro de una serpiente que, tras acechar en silencio, finalmente atrapa a su presa.
Tenía los ojos muy abiertos e inyectados en sangre. La mandíbula apretada en una línea recta temblaba levemente. Pero sus ojos, llenos de locura, estaban llorosos, lo que lo hacía parecer más un hombre enloquecido por el dolor que por los celos.
‘Al final, ¿será este el fin?’
En cuanto me encontré con Lorenz, suspiré, y él cerró los ojos y soltó un quejido de dolor. La agonía en su rostro se disipó al instante y fue reemplazada por una oleada de placer.
Cuando él se retorció para sentir más a Giselle, me di cuenta de que el placer provenía del roce de nuestros pechos al respirar y de la compresión de su miembro. Lo empujé por el hombro, pero él no se inmutó.
—Quítate.
—¿Te parece bien si lo hago? Podrías terminar mostrándome tu cuerpo.
—¿No lo viste ya todo?
—Y al final, ya hicimos todo lo que teníamos que hacer.
Su lógica era que, como ya se habían acostado, no había razón para no volver a hacerlo. No había ninguna razón para que no lo hiciéramos, pero tampoco había ninguna para que lo hiciéramos.
Giselle levantó el pie y empujó la cadera del hombre que estaba sobre ella. Al mismo tiempo, hizo fuerza para expulsar la columna de carne que tenía clavada dentro.
—¡Ah…!
Lorenz soltó un gemido, se desplomó sobre Giselle y su cuerpo se estremeció, mientras sostenía los tobillos de ella y se los abría.
—Creo que me voy a correr.
Giselle no tenía la más mínima intención de darle el gusto a Lorenz. Dejó de luchar con su cuerpo y se rindió.
—¿Qué parte quieres que se te rasgue ahora para que sigas haciendo esta estupidez?
Hacía poco, a Lorenz le habían rasgado las comisuras de la boca por culpa de Edwin. Nadie le había dicho por qué, pero era obvio que había sido el castigo por intentar besar a Giselle y susurrarle algo a Edwin en la cabeza.
—Me pregunto si ese tipo será capaz de arrancarse su propia verga.
Me molestaba su actitud de que no le tenía miedo a nada.
—¿Qué cambió? Sigues siendo el mismo desgraciado que ignora lo que quiero y solo busca su propio placer.
—No me metí aquí para violarte.
—Entonces vete. Si de verdad lo sientes, no te aparezcas antes de medianoche.
—Es un tormento, Natalia.
—Esa es tu culpa, ¿qué esperas que haga yo?
—¿Crees que me atormenta el hecho de no poder acostarme contigo, de que solo puedo sentirte si te acuestas con otro?
—No me interesa.
—Eres patética por creerle a un hombre que te dice que no quiere hacer este tipo de cosas obscenas contigo.
—…¿Qué?
—Ese imbécil te está mintiendo.
‘Otra vez’
pensé. Mientras yo trataba de encontrar una forma de echar a este tipo, los trucos de Lorenz continuaron.
—Edwin Eccleston no disfrutó ni un solo momento de esta noche. Al contrario, se sintió asqueado. Porque los juegos previos y la reacción que tuvo los aprendió todos de mí.
Cuando lo miré con furia, se defendió: «No son mis palabras. Son sus pensamientos».
—Al momento de la penetración, le desagradó la forma en que moviste tus caderas, como una mujer viciosa. Él odia a las personas promiscuas. Por mucho que te ame, ¿crees que le parece adorable que le muestres de forma tan descarada la costumbre de acostarte con otros?
Los ojos de Giselle, que se habían afilado ante la vulgaridad de la frase, temblaron por un instante.
—Es gracioso, porque no es como si él fuera virgen. ¿Por qué se esfuerza tanto en fingir que es la primera vez? Porque lo recuerdo. Durante todo el tiempo en que tuve que servirte aquí.
Lorenz enfatizó la palabra «aquí».
—Natalia, si fueras Edwin Eccleston, ¿querrías revolcarte como un perro contigo, y hacer el mismo acto que te hizo sentir pecadora?
—……
—¿Por qué crees que él no fue serio y actuó tan a la ligera durante todo el juego previo? ¿De la emoción? No. Por dentro, se sentía muy incómodo. No quería hacer esto.
‘Pero no parecía para nada que no quisiera’
El tipo respondió como si hubiera leído mis pensamientos.
—Porque estaba actuando, imitándome a mí.
—¿Y esto también puede ser una actuación?
dije, agarrando su miembro.
Él se estremeció de nuevo, incapaz de mantenerse, gimió.
—Ah… esto no tiene nada que ver con el corazón. A ti también te pasó, ¿no? Aunque tu mente diga que no, tu cuerpo lo siente. Lo mismo pasa con los hombres.
Comenzó a mover su cuerpo lentamente. Lo envolví con mis piernas y lo atraje hacia mí para que no pudiera moverse. A él le gustó eso, y sus ojos se perdieron en el placer.
—Además, el que tuvo una erección fui yo hoy en la mañana. El sueño erótico que dice haber tenido lo robó de mi imaginación. Es un ladrón. Por eso no puede decírtelo directamente.
Lorenz tomó la lata de metal que Edwin había usado y dejado en la mesita de noche.
—Ese imbécil ni siquiera pensaba usar condones. Los compré yo solo para que tuviera algo de protección, porque sabía que pronto se acostaría contigo.
Él confesó que, en la mañana de Año Nuevo, creyó que Giselle estaba en la cama con Lorenz y se había confundido. Edwin nunca había dicho nada al respecto, por lo que lo había olvidado.
—Edwin Eccleston no está preparado para hacer el amor contigo. Quizás algún día lo esté, pero no es hoy. Entonces, ¿cómo llegó a esta situación? Porque te enojaste.
Por eso él lo había descrito como un «servicio forzado».
—Sé honesta. ¿No te pareció extraño? «Este hombre no es así», pensaste. Tuviste tus dudas, pero lo ignoraste porque es lo que querías que pasara.
—……
—Me molesta ver esta situación. Me molesta más que te comportes como una perra en celo, diciéndole con tu cuerpo y tus palabras que lo deseas, que el hecho de que él te esté mintiendo y no quiera acostarse contigo. ¿Por qué te esfuerzas tanto en seducir a un hombre que no te desea? ¿No tienes orgullo? Sigues siendo la perrita faldera que le mueve la cola a Edwin Eccleston, sin importar lo que haga.
Giselle no respondió, pero la expresión de sus ojos cambió constantemente. Cuando la comparó con una perra, su mirada se volvió feroz.
—Desearías que estuviera inventando todo esto por celos, ¿verdad?
Lorenz torció la boca con amargura.
—¿He dicho alguna mentira sobre ese tipo desde que me dijiste que dejara de hacerlo? ¿He robado alguno de sus besos a la mitad? No. No quiero que me odies. Intenté callarme y aguantar, pero simplemente no puedo. ¿Cómo te sentirías si estuvieras en mi lugar, escuchando los pensamientos de un imbécil que son completamente opuestos a sus acciones, mientras te observo?
—Entonces, ¿tu conclusión es que no debo acostarme con el hombre que no me desea, sino contigo?
—No. Sé que no quieres acostarte conmigo. Y yo tampoco quiero eso. ¿Te gusta acostarte con un hombre que no te desea?
Las miradas de súplica y confusión se mezclaron en sus ojos. En este momento, no había forma de saber quién decía la verdad. Giselle, después de pensarlo un momento, suspiró y empujó el hombro del hombre.
—Fuera. Voy a lavarme y a dormir.
—Qué buena idea.
Lorenz le dio un beso en la frente a Giselle y se levantó. El miembro que estaba dentro de ella salió sin oponer resistencia.
Justo cuando estaba a punto de separarse por completo, el borde de su miembro se detuvo en su vagina. Él abrazó a Giselle y empujó su cintura, la cual estaba levantada, hacia abajo. Su miembro se clavó dentro de ella de nuevo, raspando las paredes vaginales.
—¡Ah, ay!
Giselle se estremeció de placer y se sintió traicionada. «Siempre fue una tontería confiar en ti», pensó. En el momento en que se retorció para apartar a Lorenz, sus miradas se encontraron.
—Es una mentira. No le creas.
—¿Edwin?
Él besó a Giselle, que estaba atónita, y continuó con los movimientos de su cadera. Giselle no pudo corresponder a ninguno de ellos. Con los ojos muy abiertos, solo podía mirar fijamente sus pupilas, que se habían desenfocado por el placer. El miembro, que había entrado y salido varias veces, se detuvo.
—¿Qué pasa? ¿Quieres que me detenga?
—No. No te detengas.
Giselle se apresuró a abrazar el cuello de Edwin. No lo había correspondido porque creyera a Lorenz. Los movimientos de su cadera, que no dudaban ni por un segundo, y su expresión, que parecía querer detenerse en cualquier momento, pero en realidad no quería, refutaban por completo las mentiras del otro.
‘¿Cómo regresó?’
Edwin solo había recuperado su cuerpo en los momentos en que la fuerza de voluntad de Lorenz se debilitaba. ¿Acaso no es la primera vez que se lo quita a otra personalidad que está en pleno control de su mente?
‘¿No está sorprendido?’
Él no le dio importancia al extraordinario suceso y se concentró en frotar su cuerpo contra el de Giselle. Y poco después, Giselle también se olvidó de eso.
Squeak. Squeak. Squeak. Squeak.
—Ay, ay, ah…
—Ah, ¿qué pasa? ¿Te sientes incómoda?
—Sí, es que es muy lento.
—¿Qué, que esto, es lento?
—¡Ay, ay, ay…!
Para que una mentira sea creíble, debe basarse en la verdad.
El profundo rechazo de él hacia el sexo es real. La culpa que siente por Giselle también.
Para que una mentira sea creíble, se debe ocultar la verdad incómoda.
Por ejemplo, los sentimientos que hacen dudar a Edwin y los deseos de un hombre que no puede coexistir con la tranquilidad. Quizá la sangre no mienta. Existe una obsesión peligrosa por el cuerpo de la mujer que hierve bajo su cintura, lista para estallar en el momento en que la ocasión se lo permita.
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magui96
Edwin tiene que controlar su cuerpo en vez de Lorenz.
Dream
Bueno cap, gracias Asu!
Merry
Rayos! Estará Lorenz jugando con la mente de Giselle… me hizo dudar , veremos que pasa! Gracias por el capítulo Asure