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Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 275

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  4. Capítulo 275
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Como si quisiera cubrirla, el antebrazo grueso la rodea, abrazando su pecho y apretándolo suavemente. Una sensación vertiginosa en la punta del pecho le corta la respiración una vez más. La nuez de Adán de Edwin, apoyada en el hombro de Giselle, se contrae.

Él mueve el brazo a un lado. La manga de la camisa, almidonada, se desliza y roza los dos pezones que estaban ligeramente oprimidos.

 

—Ah…

 

El roce punzante hace que Giselle se estremezca, como si le hubieran tocado el clítoris. No es tela lo que la toca ahora, sino la palma de una mano. Conteniendo la respiración, con el pecho a punto de estallar, un susurro la envuelve, como si la amonestara.

 

—Yo gané.

 

Edwin toma el pecho de Giselle como si fuera un trofeo arrebatado al final de una batalla. Una baja exclamación de admiración se asienta en su oído.

La palma, que sostiene la carne suave y la aprieta, está increíblemente caliente. La razón de Giselle se derrite de nuevo.

La razón de Edwin también parece derretirse junto con su autocontrol de caballero. La mano que explora el pecho pierde la calma. Su respiración se había agitado hacía mucho tiempo, y debajo de sus nalgas, él empieza a sentir los cambios en su cuerpo. Así que, sabiendo la respuesta, Giselle le pregunta.

 

—¿Te gusta?

 

Él le aprieta la carne con fuerza, respondiendo con un gemido de dolor. La aprieta, la retuerce y la aplasta. Toca los pezones con cuidado, y luego los hace rodar como si fueran un clítoris. La mano se vuelve más audaz, y el deseo que ha reprimido durante mucho tiempo se siente denso y espeso.

Más excitado de lo que su expresión podría sugerir, su verga, dura como un pilar, le presiona dolorosamente las nalgas. Le dio curiosidad si su boca sería tan honesta como su cintura.

 

—¿Querías tocarme cada vez que me besabas?

—¿Solo quería tocarte?

 

La mano que estaba en su pecho se mueve hacia su espalda. Sosteniéndola por los omóplatos, él inclina su cuerpo y la acuesta lentamente. Las nalgas de Giselle todavía están apoyadas sobre el muslo de Edwin, que está sentado al borde de la cama.

Él se inclina sobre ella, con el cuerpo de Giselle sonrojado por la anticipación y la tensión, la mira con ojos tranquilos, pero calientes. Las yemas de sus dedos se deslizan por su cuello, pasan el collar de perlas y la clavícula, y suben por su pecho. Rodea la cumbre que se eleva y luego desciende lentamente por la empinada colina, presionándola suavemente como si trazara un camino.

La mano se desliza por su estómago como si corriera por un terreno plano y se encuentra con las dos manos de Giselle, que están sobre su ombligo. Él toma el brasier que colgaba de su muñeca y lo deja caer al suelo.

Edwin junta las muñecas de Giselle, las sostiene con una mano y las jala hacia arriba, por encima de su cabeza. Con las manos entrelazadas y con los cuerpos pegados, él le advierte.

 

—Si no te gusta, dímelo. No lo cubras.

 

Él continúa cuidando a Giselle, pero ahora también planea satisfacer sus propios deseos. Él le muerde los labios que se curvan en una amplia sonrisa. Pero pronto se separa y baja a su cuello.

Él confiesa con su cuerpo lo que quería hacer además de solo tocarla. La punta de su pecho tiembla, a punto de humedecerse, siguiendo el ritmo de su respiración agitada. Edwin se acerca a ese lugar, lentamente, pero con precisión.

Se detiene cuando llega al punto donde la carne se eleva. Los labios del hombre le susurran cuán suave es y lo delicados y dulces que son. El corazón de Giselle se le estremece y siente ganas de llorar, pero al mismo tiempo, los vertiginosos instintos que despierta el hombre que la explora la emborrachan y la hacen gemir.

Él cambia la dirección hacia la que se dirigía, rodeando la aréola rosada y jugando con la piel pálida. Cuando llega a la parte inferior del pecho, no puede resistirse y muerde ligeramente la carne.

 

—¡Ah!

 

Tan pronto como su boca se separa, él cubre el pezón como si no fuera suficiente. Cuando un aliento cálido se esparce sobre el punto sensible, Giselle se encoge como si la hubiera tocado un hielo. Él le acaricia suavemente los dedos entrelazados con el pulgar para calmarla, pero no la suelta.

Sus labios se fruncen y cubren el pezón. Lentamente, como si lo saboreara, él lo succiona.

 

—¡Ayy!

 

En cuanto el sonido de succión resuena, él vuelve a morder el pezón, que se mueve humedecido por la saliva. Esta vez, más profundo. Hasta que su paladar lo toca.

 

—Uhm…

 

Aunque lo muerde tan suavemente que apenas se puede llamar succión, la sensación es tan intensa que todo su mundo se ilumina. ¿Será porque la succión es lenta y se siente tan larga?

La mirada de Edwin también es culpable. Su mirada, densa y pegajosa, se clava en el pecho de Giselle a través de las pestañas que caen como cortinas. Eso por sí solo la hace feliz, pero de vez en cuando, cuando él la mira con los mismos ojos, ella sonríe sin avergonzarse.

Este hombre está mordiendo mi pezón y me mira a los ojos.

Con sus miradas aún entrelazadas, Edwin empieza a usar su lengua. Lame la protuberancia de carne húmeda, y luego la punta de su lengua penetra la superficie lisa de la punta, haciéndole cosquillas.

 

—¡Hmpf, ahhh, ahhh…!

 

Mientras Giselle gime y se retuerce, el aliento que sale sobre la punta de su pecho húmedo se vuelve más áspero. Sus ojos, que la siguen con aún más persistencia, arden con pasión.

Sus manos entrelazadas se sueltan. Él no la soltó porque quisiera, sino porque necesitaba las manos. Edwin junta la carne que se balancea con los movimientos de Giselle y la amasa suavemente.

Cuando el hombre, que había estado lamiendo su pezón como si fuera un caramelo, se separa, Giselle ya está agotada como si hubiera pasado una noche ardiente. La protuberancia brillante no había sido tratada con rudeza, pero dolía incluso con el más leve roce. La excitación había llegado a su punto máximo, y se había endurecido por completo.

Edwin le da un beso a la piel rosada que se ha hinchado por sus actos, con una ternura casi formal, y luego se dirige al otro lado, el que solo había acariciado con la mano.

Al mismo tiempo, los dedos que nunca habían salido de su pantaleta comienzan a moverse. Esta vez, la punta de su dedo se desliza sin siquiera haberle aplicado saliva.

 

—Estás mojada.

 

Edwin exclama con asombro y vuelve a morder su pezón. Tres dedos gruesos se abren camino a través de su carne húmeda y encuentran el lugar donde el líquido de amor brota.

Cuanto más Edwin chupaba su pecho, más agua brotaba de su conchita, el autocontrol del hombre, firme como una roca, empieza a flaquear. Giselle sintió que, a la mañana siguiente, el lado que él estaba mordiendo sería el que más le dolería.

Los dedos, ya empapados solo con lo que fluía de la entrada de la conchita, suben y acarician el clítoris, como si esparcieran el líquido de amor. La sed que creyó haber saciado con el clímax anterior regresa, secando su garganta.

 

—Ah… mmm, hmpf, ¡haaa!

 

Justo cuando pensaba que quería sentir el clímax otra vez, su cuerpo entero se estremece y se pierde. El hombre, que no había soltado su pezón ni por un segundo, se separa y la mira con los ojos desconcertados, como si estuviera sorprendido.

 

—¿Las mujeres pueden eyacular solo con que las toquen un poco?

 

Giselle le devuelve la misma mirada y niega con la cabeza. A veces, debido a las hormonas o por aburrimiento, se tocaba a sí misma, pero siempre le tomaba tanto tiempo que la mano se le acalambraba.

 

—Supongo que es porque se siente el amor en la punta de tus dedos.

—… ¿Dónde aprendiste a decir cosas tan bonitas?

 

Edwin la muerde en los labios, como si la fuera a atacar, preguntando si un hombre podría no volverse loco con algo así. Cuando el beso apasionado termina, él intenta volver a morderle la punta del pecho, pero el solo roce hace que su cuerpo se ponga rígido. Cuando la envuelve con su lengua, no puede contener las cosquillas y se estremece por completo.

 

—¡Hmpf, es-espera! No hace mucho que llegué al clímax. No me toques todavía.

—Ah… ¿entonces el cuerpo se vuelve más sensible?

 

Él prueba deslizando la punta de sus dedos por su espalda. Giselle se encoge como una planta de mimosa que cierra sus hojas al tocarla, estremeciéndose, y sus ojos brillan con curiosidad y deleite.

Sin embargo, él no busca explorar más, sino que se levanta. En lugar del cuerpo de Giselle, lo que Edwin toma es el nudo de su corbata. Por fin, empieza a desvestirse.

Lo real empieza ahora.

Su anticipación aumenta y su cara se sonroja. Edwin mira a Giselle, que se refresca las mejillas con el dorso de ambas manos, con ojos hambrientos, y lanza su corbata sobre el brasier.

 

—Mmm…

 

Mientras se desabotona el chaleco con una mano, con la otra presiona y frota el interior de su pantaleta. Era extraordinario ver a un hombre, que nunca se había abandonado al placer, sin poder quitar la mano del interior de las piernas de Giselle.

Edwin parece fascinado por la reacción de Giselle, que se estremece por todo el cuerpo con solo sus sutiles movimientos. Por eso, el clímax que ella había sentido no desaparece.

 

—Ah…

—Si no quieres, di que pare.

—Aaa…

 

Giselle, que gime, pero nunca dice que se detenga, le parece linda a Edwin, que sonríe y usa sus manos por separado. Una mano, la que se desviste, se mueve con tanta rectitud que parece ascética, mientras que la que está dentro de su ropa interior es de una promiscuidad total.


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Comments for chapter "Capítulo 275"

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3 Comments

  1. Merry

    Aún me da pendiente que algo pase jaja, Gracias por los capítulos de hoy Asure 🙂
    Necesitamos más jajaja que tengas lindo fin de semana!

    septiembre 19, 2025 at 12:47 pm
    Responder
  2. RousZu192022

    ¡Que ricooooo! Ahora si nos trajeron plato principal y hasta postre, nada de migajas.🤣
    Gracias Asure.🤝

    septiembre 19, 2025 at 3:15 pm
    Responder
  3. EmySanVal

    Me encanta! 💖 Yo también espero q Lorenz no estorbe!
    Gracias Asure!

    septiembre 21, 2025 at 2:08 am
    Responder
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