Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 272
Cuando Giselle se sentó en silencio para ver la película, las manos de Edwin volvieron a estar ocupadas.
Temiendo que su majestad el rey Popcorn, superior a él, se pusiera celoso de entrar en la boca de su amada, hoy había elegido una paleta. Mientras Giselle la tenía en la boca, él le palpaba la mejilla abultada o agarraba el palo y lo movía suavemente para frotárselo en la lengua.
¿No es un juego de manos con intenciones lascivas?
Parecido a lo que Lorenz había hecho al meter su pinga en la boca de Giselle.
—Giselle, como aún eres joven y no sabes nada, te voy a enseñar algo. De ahora en adelante, es mejor que evites meterte helado o cualquier cosa parecida en la boca, chuparlo o lamerlo frente a un hombre. Cuando los hombres ven eso, se imaginan que estás chupando su verga y lamiendo su semen.
¿Sentiría este hombre también ese tipo de deseo?
Naturalmente, el gran incidente que había ocurrido esa tarde le vino a la mente. Cuando se giró sorprendida, Edwin estaba durmiendo profundamente. Lorenz, en cambio, se habría despertado para intentar algo con ella.
Entonces, el hombre que se había convertido en un macho era Edwin.
Giselle sintió esa caricia que, sin duda, era lujuria, no afecto, y levantó la barbilla para susurrarle al oído.
—¿Soñaste algo atrevido mientras dormías esta tarde?
La comisura de su boca, que estaba ligeramente curvada, se endureció. Edwin giró la cabeza para mirarla de frente. Giselle vio cómo sus ojos temblaban y lo presionó, sin darle tiempo a inventar una mentira.
—¿Quién salió en tu sueño?
—Claro que…
El hombre, atrapado en su pregunta capciosa, apenas logró reaccionar justo antes de confesar que había tenido un sueño atrevido. Aun así, su expresión de vergüenza era como una confesión.
—¿Hablé dormido?
—Demostró con su propio cuerpo que no sufre de disfunción eréctil.
Al oír que se había excitado, Edwin cerró los ojos con fuerza, con el rostro de alguien que ha cometido un pecado.
—Lo siento.
¿Por qué se disculparía?
—Si pensar en cosas atrevidas conmigo es algo por lo que disculparse, yo también lo siento.
Edwin abrió los ojos de par en par al escuchar la confesión de Giselle de que ella también había imaginado hacer cosas atrevidas con él. Ya que había sacado el tema, Giselle le preguntó algo que siempre le había dado curiosidad.
—Cuando me besas, ¿sientes ganas de hacer algo más?
Él entrecerró los ojos y frunció el ceño. Ella pensó que no le iba a responder.
—¿Solo cuando te beso?
Entonces, ¿habría tenido pensamientos perversos mientras ella chupaba la paleta?
—¿Por ejemplo?
Él desvió la mirada hacia el frente y susurró, como si estuviera dando una lección.
—Giselle, la seda se pega al cuerpo. No la uses frente a otros hombres.
La ropa que había usado en casa esa tarde era de seda. Giselle no tenía idea de que había revelado la silueta de su cintura hacia abajo tan descaradamente.
—¿Por eso tuviste un sueño atrevido? ¿Qué hiciste conmigo en el sueño?
—Ve la película.
—No es divertida. ¿Quieres ir a casa y beber una botella de vino?
Si le daba una oportunidad así, pensó que cedería. Pero Edwin se rio, llamándola borracha, preguntando por qué una botella y no solo una copa. Sin embargo, lo que añadió al final, quitando toda la sonrisa de su cara, le hizo ver que solo había fingido no entender su intención.
—Igual no te contaré lo del sueño.
—Eres más tímido de lo que pareces. Y a mí no me gustan los hombres tímidos.
Él se dejó provocar, pero no de la manera que Giselle esperaba.
—¿Sabes por qué no puedo decírtelo?
Por la expresión fría como el hielo en su rostro, era evidente que la respuesta no era la timidez.
—Me siento asqueado de mí mismo por tener un sueño así y me siento mal contigo.
¿Todavía pensaba que el deseo sexual era algo sucio? Esta también era una respuesta equivocada.
—En el sueño, tu imagen es muy vívida. ¿Por qué crees que es?
Porque ha visto su cuerpo desnudo. Edwin, dándose cuenta de que Giselle lo había entendido, añadió como para justificarse:
—No es exactamente como lo recuerdo.
No es que reviva el pasado en el que Giselle sufrió con Lorenz y sienta placer.
—Entonces no hay problema.
—Me alivia que tú no lo veas como un problema, pero para mí sí lo es.
Ella entendía que él se sintiera más culpable por desear un cuerpo que ya conocía que por imaginar uno que no. Sin embargo, para Giselle, el simple hecho de que él sintiera algún tipo de deseo por ella hacía que su culpa se sintiera mucho más ligera.
—Por eso no quiero hablar de eso. Mucho menos aquí.
Edwin volvió a girar la cabeza hacia el frente.
‘Entonces, ¿dejamos la película y vamos a hacer buenos recuerdos?’
Giselle sintió que podía decir algo así. Pero no pudo, porque en cuanto abrió la boca, Edwin se la cubrió con la palma de la mano. Cuando Giselle se calló, él retiró la mano. Unos momentos después, volvió a juguetear con ella como si nada.
Agarró el palo de la paleta, lo metió y lo sacó suavemente. Frotó algo duro contra la lengua de Giselle.
—Entonces, ¿por qué haces esto?
Sus palabras y sus acciones eran muy diferentes.
—¿Qué tiene de malo?
Ante esa respuesta inocente, el corazón de Giselle se desplomó. Justo cuando se dio cuenta de que este hombre tenía intenciones completamente puras, lamentablemente, Edwin se dio cuenta de la malinterpretación impura que ella estaba teniendo.
Horrorizado, como si accidentalmente hubiera agarrado la parte íntima de alguien, él soltó el palo de la paleta y comenzó a explicarse con desesperación.
—No, esto no es nada de eso. Es que eres adorable. Giselle, ¿por qué iba a querer hacerte algo raro? ¿Por qué piensas eso…?
Solo entonces Giselle cerró la boca.
Pasó mucho tiempo.
Incluso después de que la película terminara y regresaran a la Terraza Magnolia.
—¿Por qué estás tan callada?
—Porque no hay nada que decir.
Después de tres meses de noviazgo, uno se vuelve experto en el lenguaje del otro. Edwin sabía que la interpretación correcta era: «Estoy enojada y no quiero hablar contigo».
—¿Qué te molestó?
El juego con la paleta. El haberle preguntado por qué había malinterpretado sus intenciones. El no haber respondido a sus preguntas. El no dejarla hablar cuando quería.
Había varias opciones y no sabía cuál era la correcta.
—Solo estoy callada porque no quiero convertirme de nuevo en una pervertida si abro la boca.
El hecho de que le respondiera a pesar de decir que no quería hablar indicaba que unas pocas palabras bastarían para que se sintiera mejor.
—¿Por qué serías tú la pervertida? El pervertido soy yo, que hice que mi pura dama tuviera una malinterpretación impura.
Ella lo había recordado por lo que le había hecho ese paciente con perversión sexual. Edwin, por su parte, no había pensado en eso y había actuado de una manera que podía malinterpretarse. En cualquier caso, él era el culpable. Se disculpó, pero Giselle se mantuvo fría.
—No te disculpes.
Cuando se disculpó una vez más, la mirada feroz de Giselle le hizo entender que no estaba diciendo eso por cortesía. Necesitaba ayuda.
—¿Qué vino te gustaría? Iré a buscarlo.
—No hay. El borracho que vive en esta casa se lo bebió todo.
Giselle dejó al hombre en apuros y subió rápidamente al tercer piso.
No quería hablar. Cuanto más hablaban, más hurgaban en sus heridas y más incómodos se sentían. Ahora entendía por qué Edwin había tratado de cambiar de tema. Pero, ¿por qué había sido tan tonta de sacar el tema? Se sentía como si hubiera vuelto a ser la estúpida niña que fue engañada por Lorenz.
Pasó por el dormitorio y entró en el vestidor, y la presencia que la había seguido continuó hasta allí. Giselle le dijo sin mirarlo:
—Quiero estar sola.
La intuición que había acumulado en tres meses gritó a Edwin: no la dejes sola.
En ese momento, él tuvo otra corazonada. Este no era un problema que se pudiera resolver con palabras. Solo la acción era la respuesta.
—Me voy a cambiar.
A pesar de que él sabía que ella le estaba pidiendo que se fuera, Edwin la hizo girar y comenzó a desabrochar los botones de su abrigo. Luego, le hizo una seña a su bolsillo interior.
—No tengo manos, ¿me harías el favor de sacar algo?
Le pedía que le sacara una caja de mentas.
—Si voy a hacer un favor que no me has pedido, mejor hazlo tú mismo.
—Solo haz lo que te digo, por favor.
¿Qué trucos estaba tramando?
—¿Crees que un beso como si le dieras una paleta a una niña enojada me hará sentir mejor? ¿Tan simple te parezco?
—Sácalo y lo pensamos.
Su tono era firme. Como si él tuviera una intención mucho más profunda y Giselle solo estuviera malinterpretando las cosas de forma simple. No era agradable sentirse como una niña de mente estrecha una y otra vez. Giselle apretó los labios en una línea recta y metió la mano en la chaqueta de Edwin. Trató de agarrar lo que sentía, pero se detuvo.
¿Por qué había dos latas?
Eran de tamaños y formas ligeramente diferentes, por lo que no eran las mismas mentas. Inclinó la cabeza y trató de sacar la primera que sintió, pero Edwin la detuvo agarrándola de la muñeca. Él la miró fijamente y sus labios se curvaron en una sonrisa significativa.
Era una sonrisa tan provocadora y seductora que no podía apartar la vista. Sus ojos, como llamas que ardían en silencio, se veían relajados pero extrañamente afilados y sensibles. Con un rostro tan peligroso, le susurró en voz baja, y Giselle sintió un escalofrío.
—Elige con cuidado. Porque lo que saques, lo usaré esta noche.
Ella se dio cuenta de lo que era la otra lata.
Un anticonceptivo.
Asure: Me la corto sino pasa nada en el siguiente capítulo :v
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Merry
Jajajajja aaaaaaaah >.<
Esperemos que no tengas que llegar a eso Asure jaja y si lleguen 🙂 seamos positivos jajaja
EmySanVal
Jajaja… Ay q emosión!
Gracias Asure!
RousZu192022
Asure, subes evidencia cuando te la cortes. XD
Estos cabrones nos tienen en suspensooooooo no hacen nada de nadita.
magui96
AAAAAH YA COJAN!