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Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 270

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  4. Capítulo 270
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No lo sé.

No pude hacer nada con el suéter, así que abrí la puerta. Según mis cálculos, la apariencia de Giselle no sería lo primero que llamara la atención de este hombre. Y así fue, él se acercó a besarla primero.

Pero tan pronto como separó sus labios, miró el cuello de Giselle. Ella vio claramente un rastro de vergüenza en su rostro.

 

—¿Vamos al centro comercial hoy?

—¿Está insultando a mi suéter favorito?

—No, es que quiero comprarme uno igual.

 

Era un hombre tan rápido para improvisar, que Giselle quería aprender a ser como él.

 

—Esto es un objeto raro que no se puede comprar ni con dinero.

 

En ese momento, Giselle subió a su dormitorio, se cambió de suéter y volvió a la sala. El ambiente se sentía diferente. Hace apenas unos minutos, quería estar sola, pero ahora estaba tan emocionada que pensó que, si tuviera una cola como Loddy, la estaría moviendo.

 

—¿El trabajo se resolvió bien?

—Lo suficiente para poder tener una cita.

 

Se sentó a su lado, y el hombre, que estaba jugando con el perro, la miró fijamente y le rodeó la nuca con una mano.

Este hombre, últimamente, intenta besarla cada vez que se miran a los ojos.

Giselle se humedeció los labios mientras sus ojos se movían, pero fue inútil. Edwin apartó su mano de la cabeza y puso algo en la palma de la mano de Giselle. Era una horquilla. Había perdido una mientras se las quitaba a toda prisa. En el instante en que su rostro se puso al rojo vivo, Giselle lo regañó, a la defensiva.

 

—¿Por qué no llamó antes de venir?

—Porque tenía muchas ganas de verte. ¿Tú no?

—Sí, tenía ganas. No podía concentrarme en mi libro.

 

Giselle, a quien se le había pasado el enfado, mintió sin un ápice de vergüenza.

 

—¿Qué libro es?

—Una novela de misterio.

 

Edwin tomó el libro que Giselle había dejado, leyó la sinopsis de la contraportada y frunció el ceño. Y no era para menos, ya que abundaban palabras espantosas como cadáver, asesinato, conspiración y traición.

 

—¿En un fin de semana tan soleado no sería mejor una historia de romance?

 

Giselle respondió, desinteresada:

 

—Mi romance es tan emocionante, que los romances de los demás me parecen aburridos.

 

El hombre que se inclinó para dejar el libro en la mesita de noche detrás de Giselle se detuvo. Miró a Giselle fijamente, a una distancia tan cercana que podía tocarla.

Aunque Edwin era quien estaba fascinado, Giselle también se sintió cautivada por el brillo de sus ojos azules, que la reflejaban. A pesar de que no le interesan mucho las joyas, si esa mirada fuera una, la querría sin falta.

Él empezó a acercarse a Giselle, que se esforzaba por mantener su expresión indiferente. Pero no unió sus labios con los de ella, sino sus frentes.

 

—Parece que nací para oír estas palabras de ti.

—¿Qué quiere decir?

—Qué bueno que nací.

 

Y después, añadió, ‘Qué bueno que fui a la academia militar’. ¿No está exagerando demasiado? Giselle soltó una carcajada, pero Edwin no estaba bromeando.

Se retiró y metió la mano en el bolsillo de su traje. Iba a sacar una lata de mentas. Se detuvo un momento, miró dentro del bolsillo para asegurarse, y luego sacó la mano.

El hombre que solía sacar dos caramelos de menta y darle uno a Giselle, ahora se lo ponía a él mismo en la boca. No es que el Ducado se hubiera quedado sin dinero. Es una advertencia de que está a punto de darle un beso intenso.

 

—Giselle, ¿cómo puedes decir algo así?

 

Giselle no apartó la vista de la menta en su lengua, que se hacía cada vez más pequeña cada vez que él hablaba. Cuando esa mancha blanca desapareciera por completo, él se abalanzaría sobre sus labios. Aunque Giselle no tenía un caramelo en su boca, ya se le hacía agua la boca.

 

—Nunca te eduqué para que fueras una zorra, ¿dónde aprendiste eso? ¿Naciste así?

 

Edwin parecía feliz de que Giselle se hubiera convertido en una zorra sin quererlo.

 

—No lo dije con ninguna intención, ¿sabe? Es la verdad.

 

El hombre, con las piernas cruzadas y la cabeza apoyada en su mano en la sien, parecía relajado por fuera, pero su lengua en su boca perdía la calma.

 

—Eres muy astuta. ¿Quién dice algo tan conmovedor con tanta indiferencia? Eso es trampa.

 

Él gimió y se pasó una mano por el rostro, y la mitad de la menta que quedaba desapareció de la vista de Giselle.

 

—Yo tampoco quiero perder, pero ahora mi mente está en blanco, y solo puedo pensar en algo aburrido para decirte.

—¿Qué es algo aburrido?

—Te amo.

 

Edwin acerca la mano con la que se estaba agarrando la barbilla. En su lengua, que estaba a punto de pronunciar palabras de las que nunca me cansaría, ya no queda nada.

Silenciosamente, Giselle traga saliva y calma su corazón acelerado, mientras él se acerca lentamente. Sus manos se entierran en el cabello de ella y sus rodillas se tocan. Como si eso no fuera suficiente, la otra mano de él se desliza bajo ella, subiendo las dos piernas de Giselle a sus rodillas. En el instante en que se abrazan, sus alientos se entrelazan.

El beso solo se detiene cuando el sabor a menta se ha desvanecido. Cuando la pequeña Giselle decía que su señor no era codicioso, no sabía lo que decía. A pesar de que sus labios ya están hinchados y la lengua le duele, él no puede dejar de tocarla. Le sigue enrollando el cabello entre sus dedos, como si quisiera que el momento nunca terminara.

Edwin se queda pensando un momento y luego le hace un gesto con la cabeza, mirando hacia arriba. ¿Será que quiere ir al dormitorio? Los ojos de Giselle se iluminan.

 

—Ve a cambiarte.

 

……Claro, no podía ser.

 

—Vamos a ver una película.

—¿Ahora?

 

Ver una película por la tarde era parte del plan original…

 

—Vayamos por la noche. O por qué no va a tomar una siesta.

 

Edwin no lleva su uniforme, sino un traje, y huele a jabón. Los ojos ligeramente enrojecidos y las ojeras leves revelan que se fue a casa, se bañó, se cambió y vino directamente. Como parecía cansado, no rechazó la oferta de Giselle.

 

—¿No puedo dormir aquí?

—Claro que sí.

 

Al obtener el permiso, él se levanta y se quita el saco. Giselle lo observa colgarlo en una silla, y le pregunta:

 

—¿Quiere usar el cuarto de invitados?

—No.

—… ¿Quiere dormir en mi cama?

—No.

 

Entonces, ¿dónde iba a dormir? Edwin se vuelve a sentar al lado de Giselle, que lo miraba confundida, y se acuesta, usando sus muslos como almohada.

 

—Quería hacer esto.

 

Sonríe, con una sonrisa tan clara como la de un niño recostado a la sombra de un árbol en un brillante día de primavera. Los ojos de Giselle, que estaban redondos de la sorpresa, se curvan como los de él.

Pero Edwin no deja de mirarla, y a Giselle se le suben los colores al rostro. Se siente avergonzada y no sabe dónde mirar.

 

—Vamos, tiene que dormir.

 

Finalmente, Giselle le cubre los ojos con las manos.

 

—Estoy demasiado emocionado, no puedo dormir…….

 

…….dice, pero en un instante, se queda dormido. Giselle detiene su mano, que acaricia su mejilla. No quiere soltarla. Tampoco quiere apartar la vista de su rostro, que duerme plácidamente.

Soy feliz. Así es como se debe sentir la felicidad.

Cuando era niña, solía dormir la siesta en las rodillas de este hombre. Qué curioso, que la persona que busca apoyo y la persona que da apoyo hayan cambiado de lugar. Se da cuenta, a través de este pequeño, pero valioso momento, de que pasaron de ser una relación en la que uno daba y el otro recibía, a una en la que ambos se dan mutuamente.

La frase «quería dormir con la cabeza en las rodillas de mi pareja» revela el tipo de amor que Edwin quería.

Un amor de igual a igual.

A pesar de que Giselle es adulta, era natural que él no la viera como una pareja, ya que ella necesitaba una protección unilateral. Es comprensible que solo la viera como mujer una vez que ella creció y se convirtió en una persona capaz de protegerse a sí misma e incluso de ayudar a otros.

Giselle se siente orgullosa de sí misma por haberse convertido en una adulta tan fuerte, que incluso un hombre que no suele buscar apoyo, quiere apoyarse en ella.

Le desata la corbata, que parece apretada, y le desabrocha un par de botones de la camisa. Mientras disfruta de esta rara oportunidad de cuidarlo, Loddy, que perdió su lugar, se sube a las rodillas de Giselle y la mira con ojos de perrito triste. Al ver que no funciona, le empuja a Edwin con la nariz.

El hombre, que se ha despertado, frunce el ceño y se da la vuelta para mirar a Giselle. Aprovechando el momento, Giselle se levanta, impidiendo que el perro se suba al sofá.

 

—Voy a darle un premio.

 

Cuando le da el hueso seco más grande del armario, Loddy se instala en la cocina. Probablemente estará entretenido allí por un buen rato.

Al volver a la sala, Edwin está dormido otra vez. Al ver sus ojos cerrados, se le ocurre un plan travieso.

Es el momento perfecto para complacer el aburrimiento de Giselle. Y, por supuesto, para fumar.

Este hombre, como si ya la hubiera conquistado, ha empezado a insistirle que deje de fumar este año. Así que si Giselle pierde esta oportunidad, no podrá disfrutar de un cigarrillo en todo el día.

Con la mirada puesta en Edwin, se acerca lentamente a la mesita de noche junto a su cabeza y saca el cajón sin hacer ruido. Cuando la abertura es lo suficientemente grande como para meter la mano, desliza los dedos. Después de un rato luchando para sacar el encendedor que había empujado accidentalmente, logra sacar con éxito la cajetilla de cigarrillos sin despertarlo.

Justo cuando se da la vuelta para ir al patio trasero, unos brazos la rodean por la cintura. Su cuerpo pierde el equilibrio y se tambalea hacia atrás.

 

Asure: Jojojojo … ya huele a delicioso …. ojalá no decepcione


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Comments for chapter "Capítulo 270"

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2 Comments

  1. Merry

    Jajaj sii Asure! Eso parece!
    Changuitos para que si jajaja 🤞🤞🤞🤞
    Gracias por el doble capítulo 🙂

    septiembre 15, 2025 at 9:41 pm
    Responder
    1. Eliz_2000

      Edwin anda más cachondo que Lorenz y eso ya es decir.

      septiembre 15, 2025 at 10:08 pm
      Responder
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