Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 269
Su lengua se desliza entre mis labios.
Esta vez, no solo lame mis labios y se retira, sino que entra profundamente en mi boca. La lengua de Giselle acaricia suavemente la húmeda carne de la de él.
…… ¿Eres tú, Edwin Eccleston?
Estoy tan conmocionada que no puedo creerlo, a pesar de que lo estoy mirando a los ojos. Me quedo inmóvil. En su mirada, veo preocupación, y él retira su lengua y separa sus labios.
—¿No te gusta esto?
—No, no me gusta, ah, no… me, ah……
Decir con mis propias palabras que me gusta algo tan erótico. Sin embargo, no pude detener ni corregir mi frase. En cuanto pronuncié la primera sílaba, Edwin volvió a atrapar los labios de Giselle.
Cuando su lengua se desliza de nuevo, esta vez Giselle también intenta lamerla con la punta de su lengua. La sensación es tan suave como el terciopelo y al mismo tiempo, una emoción se enciende desde lo profundo de su pecho, como si fuegos artificiales explotaran.
Parece que el hombre, al que le devolvieron el beso, también siente una emoción insoportable, y un gemido bastante fuerte sale de su boca. Es tan sensual, digno de una cama, que Giselle se sobresalta y abre los ojos de par en par.
Cuando Giselle se detuvo sorprendida, el hombre se sintió avergonzado y se separó de sus labios. Pero ahora, en lugar de eso, se adentra más y más, buscando con insistencia cada rincón de su boca. Tira con fuerza de la nuca de Giselle para que sus labios se unan por completo. Es tan extraño verlo tan concentrado en un beso profundo, que Giselle no puede apartar la vista.
—¿No te gusta esto?
No, al contrario. Creí que a ti no te gustaría.
Era de esperarse que, como un hombre que despreciaba todo lo vulgar y libertino, un beso profundo, en el que se rozan y se frotan las lenguas, sería algo asqueroso para él, no muy diferente del sexo.
Sin embargo, ya sea cuando explora cada rincón de la boca de Giselle con sus ojos llenos de pasión, o cuando la lame y la besa como si quisiera devorarla, con una mirada de depredador, él está disfrutando intensamente de este momento.
Me equivoqué.
Aunque odio equivocarme, esta vez mi cuerpo tiembla de alegría.
Edwin Eccleston también es un hombre.
La tierra gira. El fuego es caliente y el agua está siempre mojada. El duque de Eccleston es el hombre más caballeroso que Giselle ha conocido, y el coronel Eccleston es el superior más exigente.
…….No es que acabara de descubrir una verdad tan obvia como las anteriores.
Sencillamente, se siente tan feliz de que solo los besos de Giselle puedan convertirlo en un hombre, que no sabe qué hacer. Es tan romántico, como un cuento de hadas donde un hechizo se rompe con el beso del amor verdadero. Giselle se sumerge en una inocencia extraña para un beso tan erótico, y de repente…
‘¿Eh? ¿Qué está tocando ahora…?’.
Una vez más, su inesperada inocencia se acaba con un gesto de él que no concuerda con su indiferencia por los deseos físicos. Sus dos manos bajan y se deslizan por el cuerpo de Giselle hasta rodear el interior de sus muslos. No podía creerlo, y cuando bajé la mirada para confirmar, sus labios se separaron bruscamente y solté un pequeño grito.
Edwin ha levantado a Giselle.
Sus ojos azules, que ahora están a la misma altura, muestran una mirada de disculpa.
—¿Te duele el cuello?
Como la diferencia de altura entre ellos es mucha, Giselle tiene que inclinar la cabeza hacia atrás para besarlo de pie. Él malinterpretó su expresión y pensó que, por la incomodidad de la postura, no podía concentrarse en el beso.
—No, no es eso. Me sorprendió… No sabía que te gustaran tanto los besos.
—Yo tampoco lo sabía.
Los labios de Giselle se curvaron, pero no tuvo tiempo de sonreír, ya que Edwin la devoró con sus labios con más fervor.
A la fricción dentro de su boca, se le suma el contacto debajo de su cintura, y el cuerpo de Giselle, atrapado entre el hombre y la pared, empieza a arder. Giselle succiona la lengua de Edwin y baja la mirada, exhalando un suspiro de alivio.
La falda de su uniforme de oficial se ha subido por encima de sus muslos. Se puede ver incluso la liga que sujeta la media.
Lo que hace que esta visión vulgar se convierta en una pintura sensual es la mano de Edwin que agarra la piel desnuda sobre la media. El pulgar le deja una marca hundida. No puede ver los otros dedos, ya que están dentro de la falda, pero siente claramente el roce que le recorre los muslos.
Esta vez, un escalofrío le recorre desde la parte baja del abdomen. Giselle patea con los talones. El estruendo de los dos zapatos que cuelgan precariamente y vuelan por la habitación y se estrellan en algún lugar es fuerte, pero él no voltea a ver.
Sin embargo, como si supiera lo que está pasando, Giselle besa con avidez los labios de él, que dibujan una sonrisa. Además, entrelaza sus dos piernas alrededor de su cintura.
Edwin se excita aún más. Y Giselle no puede evitar excitarse también. En este momento, los dos oficiales del ejército se han olvidado por completo de que tienen que ir a trabajar para defender a la nación.
Giran la cabeza para que la saliva no se les escape, y se niegan a separarse, gimiendo el uno en la boca del otro. Los únicos momentos en que se separan, es cuando sus lenguas se muerden y se lamen.
Después de un rato, un tercer gemido de «¡Aw!, ¡aw!» se une a los gemidos reprimidos de los dos. Loddy, que no se da cuenta de la intimidad, se ha metido por la puerta que Giselle había dejado abierta. Giselle empieza a recuperar su cordura.
Pero no puede dejar el beso de inmediato, así que lo va bajando lentamente, como si estuviera disfrutando del placer posterior. Un hilo transparente se extiende desde la punta de la lengua de Edwin. Un hilo que va a la punta de la lengua de Giselle.
Fue un beso extremadamente sensual hasta el último momento.
Ahora es el momento de borrar los rastros. Pero a Giselle no le queda nada que borrar.
Cuando era niña, un hombre me limpiaba el labial con un pañuelo, ahora que soy adulta, lo hace con un beso.
Siento que mi corazón se tiñe del color rojo pálido en los labios de Edwin. Levanto la mano para limpiarle el labial, pero no lo logro porque él no para de robarle besos a Giselle.
—¿Tan bien se siente?
Él asiente con la cabeza, sonriendo aturdido, al igual que Giselle. Su voz, llena de éxtasis, sale de sus labios, que están entreabiertos por la respiración agitada.
—Voy a suplicarte besos a menudo.
Puedes suplicarme algo más que besos.
A la Giselle de ahora no le basta con el amor infantil que soñaba la niña de trece años.
Porque hoy, Giselle es una adulta.
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Al llegar la última parte de enero, el primer mes del año, Giselle volvió a vivir la vida que tenía antes de su pareja.
En ese momento, llevaba un vestido de seda holgado con un suéter terriblemente hortera, pero increíblemente suave y cálido, que había comprado durante una subasta benéfica en la universidad. Y ni siquiera se había quitado la bufanda que cubría su cabello, que la noche anterior se había enrollado y sujetado con horquillas.
Se veía así porque su cita con Edwin había sido cancelada. Al parecer, hubo un incidente urgente al amanecer, aunque Giselle no supo exactamente qué era, ya que no tenía nada que ver con su trabajo. Él le había llamado por la mañana y le había dicho que tenía que quedarse en su puesto.
Giselle se dio cuenta, solo después de empezar a salir con un coronel, de que no solo los militares de bajo rango sufrían con las guardias y las convocatorias de emergencia, sino que los oficiales de alto rango también estaban constantemente sujetos a llamadas de emergencia y a cargas de trabajo pesadas.
Es una lástima.
Era una lástima por él, pero no se podía decir lo mismo de Giselle. ¿Cuánto tiempo hacía que no pasaba un fin de semana sola?
La satisfacción que uno siente cuando está solo es tan valiosa como la que uno siente cuando está con su pareja.
No podía estar sin defensas con un suéter estirado frente al hombre que le gusta. Nunca había hecho eso, ni siquiera cuando era más joven. Y Edwin tampoco lo hacía. El caballero, que siempre llevaba un traje impecable y una conducta intachable, no mostraba una apariencia descuidada, ni siquiera cuando se lamían las lenguas como animales hambrientos.
Después de mucho tiempo, Giselle, con su atuendo más cómodo, se recostó en el sofá de la sala, donde entraba la luz del sol, escuchando jazz mientras abría un libro. De vez en cuando, bebía un poco de té, y luego miraba a su perro, que dormía sobre su brazo, para comerse a escondidas una galleta.
Mientras disfrutaba de ese momento a solas, de repente pensó que era una oportunidad perfecta para fumar a sus anchas. Se levantó para tomar el cigarrillo que tenía en el cajón de la mesita de noche, cerca de la cama, y se dirigió hacia la ventana.
Ring, ring.
El timbre de la puerta sonó justo en ese momento.
‘Debe ser el cartero. Trajo un paquete demasiado grande para meterlo por la ranura’.
Quería creer que su tiempo a solas no terminaría así, pero al ver a Loddy, que corría hacia la puerta más rápido que ella, la intuición de Giselle no era nada buena. Fue una decisión sabia dejar el cigarrillo y caminar hacia la puerta.
—Papá está aquí, Loddy. Abre la puerta. Ya estás en edad de ir a la escuela, ya debes poder abrir la puerta.
Las palabras que le decía al perro, que jadeaba emocionado con la nariz pegada a la ranura, eran ridículas. Giselle, que ya se reía y estaba a punto de tomar la manija de la puerta, se detuvo cuando sus ojos se encontraron con su reflejo en el espejo.
—¡Espera un momento!
Rápidamente, se quitó la bufanda vieja y las horquillas de su cabello. ¿Por qué había puesto tantas? Maldijo la abundante cabellera que consideraba una bendición, las sacó rápidamente y se sacudió el cabello con fuerza, peinándolo con las manos a toda prisa.
Cuando logró dar forma a los rizos, se dio cuenta de su suéter estirado. No se lo podía quitar. No llevaba sostén.
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Merry
😮
Si que se pusieron romanticones jajaja sigan así
Gracias Asure 🙂