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Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 268

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  4. Capítulo 268
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Así no voy a poder dormir.

Giselle abrió los ojos de golpe y volteó la cabeza de un tirón para encontrarse con el pervertido que estaba sobre ella.

 

—¿Tantas ganas tienes?

 

El idiota asintió con la cabeza, una y otra vez, como si fuera uno de esos perritos con el cuello de resorte que se ponen en los autos.

 

—¿Qué tal si vas a rebuscar mis bragas en el cajón o en la canasta de ropa sucia, y te diviertes tú solo, y a mí me dejas en paz?

—Si me das las que traes puestas.

—No. Son caras.

—No me voy a correr en ellas.

—No te excedas. Mejor escoge unas viejas, haz lo que quieras y diviértete. Solo lávalas cuando termines. O deséchalas. No es una broma, lo digo en serio.

 

A ella no le importaba qué clase de perversión hiciera con su ropa interior, siempre y cuando la dejara dormir, pero Lorenz se rehusaba a irse del vestidor.

 

—Entonces, ¿me das permiso de correr… mientras te miro?

 

El sonido del cinturón desabrochándose y del cierre bajando, justo debajo de la cintura, hizo que Giselle se levantara de golpe y saliera de la cama.

 

—¡Ah, por favor, vete de aquí!

 

Le echó el edredón encima y le dio puñetazos sin parar en la espalda. Era amplia, fácil de golpear, y lo mejor era que no le veía la cara. Mientras Giselle se desahogaba, resoplando, el enorme bulto bajo el edredón se estremecía, riéndose a carcajadas.

‘Este idiota lo hace a propósito.’

Le parecía raro que no parara de lanzarle obscenidades y de acosarla, a sabiendas de que Giselle jamás se acostaría con él. Claramente, tenía otro objetivo.

 

—¿Ya se te fue el sueño, preciosura? Entonces te voy a preparar el desayuno.

 

¿Sería que se sintió amenazado porque Edwin dijo que le prepararía estofado?

Cuando decía «preparar el desayuno» se refería a que el tostador se encargaría del pan, y él solo sacaría la mermelada y el jamón del refrigerador. Lo único que podría considerarse «cocina» eran los huevos, pero los cocinaba tan mal que siempre se rompían y se convertían en unos extraños huevos escalfados.

Mientras mordisqueaba el pan, ella lo fulminaba con la mirada. Él, por su parte, se sostenía la barbilla y la observaba con una sonrisa de satisfacción. No parecía un novio que se siente satisfecho solo con ver a su pareja comer, sino más bien como un niño jugando a las casitas.

 

—¿Qué vamos a hacer hoy?

 

Era un poco como Loddy, cuando Giselle se levantaba.

 

—¿Por qué tan contento?

 

Vio a la mujer que le gustaba besar a otro hombre y ella no se acostaba con él. Debería estar deprimido.

 

—Estar contigo es lo más divertido.

—¿Hay más gente con la que te diviertes, además de mí?

—No.

 

Respondió con una sonrisa, pero su voz carecía de alegría. ‘Le volví a tocar una herida. Juro que no fue a propósito.’ Giselle se detuvo justo cuando iba a llevarse la taza de café a la boca, la bajó y se inclinó hacia el hombre sentado frente a ella.

 

—Lorenz, ¿por qué no intentas hacerte amigo de otras personas además de mí? A menos que conozcan a Edwin, podrías hacer amigos bajo tu propio nombre.

—“Hola, encantado de conocerte, Lorenz. Por cierto, ¿cuál es tu apellido? ¿Por qué te llamas así? ¿Eres un inmigrante? ¿De dónde eres? ¿A qué te dedicas? ¿Dónde vives?”

 

Lorenz comenzó a burlarse alegremente, y a Giselle se le cerró la boca. Para hacer amigos, tenía que contar la historia de su vida. Claro, podía inventarse una, pero ¿sería una amistad sincera si estuviera basada en mentiras?

 

—Bueno… si ese es el caso, también podrías llevarte bien con gente que ya sabe quién eres.

—¿Quién? ¿Lois? ¿Dawson? ¿El médico?

 

Giselle pensó que se burlaría así de ella, pero se sorprendió con la respuesta.

 

—Ya lo intenté.

—¿Sí?

 

Fue muy alentador saber que no solo había pensado en llevarse bien con personas que no fueran Giselle, sino que también lo había intentado.

 

—¿Y qué pasó?

—Todos me tratan como a un asesino que los secuestró a la fuerza. Me adulan y me vigilan, o me miran con recelo de forma descarada.

—Mmm… Bueno, no es su culpa, tú ya sabes lo que hiciste.

—Pero tú eres la única que no me tiene miedo, que no me ve como una enfermedad mental que le dio al duque que respeta, sino como un ser humano.

 

‘¿Así se sentirá un perro callejero que me sigue, me deja jugar con él y luego no puedo ahuyentar?’ Giselle no pudo ignorar la pregunta de Lorenz.

 

—Hace frío y me da pereza salir. Y como no me dejaste dormir, no tengo energía para bailar. ¿Qué tal si me ayudas a quitar las decoraciones del árbol de Navidad?

 

Aunque era casi como una declaración de que lo pondría a trabajar, él asintió con la cabeza. Ella pensó que, una vez que decidieran qué hacer, podrían desayunar en silencio, pero no le dio ni un momento para tomar un sorbo de café antes de preguntarle algo más.

 

—Por cierto, ¿dónde está la maceta que te di?

 

Él no pasó por alto que la maceta con los ásteres que estaba en la ventana de la cocina había desaparecido.

 

—La puse en el jardín.

—¿Por qué? Hace frío.

 

‘¿Acaso es una persona la flor?’

 

—Los ásteres son resistentes al frío. No te preocupes, no se van a congelar.

 

Mientras las flores estaban vivas, eran divertidas de ver, pero una vez que se marchitaron, se convirtieron en una molestia que no debía olvidar regar. Pensó que, como llovía a menudo en invierno, era mejor dejarla afuera, tanto para la vida de la flor como para una persona ocupada como ella.

Lorenz abrió la ventana, miró al patio trasero e hizo un puchero.

 

—Se secó.

—De qué hablas, pueblerino. Está hibernando, es invierno.

 

Parecía que las flores marchitas, que no había cortado, le hacían pensar que estaba muerta. Cuando Giselle le dijo que seguía viva, él regresó a su asiento de buena gana, pero su expresión era muy solitaria.

Como si él mismo hubiera sido echado de la casa.

 

 

 

 

 

 

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

 

 

 

 

 

 

Al día siguiente, mientras Giselle se dirigía a su trabajo, el mayordomo la detuvo justo cuando dejaba a Loddy en la mansión del duque, como de costumbre.

 

—El duque desea verla por un momento.

 

‘¿Tendrá algo que decirme?’

 

—¿Dónde está?

—En su dormitorio.

 

Subió al segundo piso y llamó a la puerta del dormitorio, que estaba entreabierta.

 

—¿Giselle?

—Sí.

—Pasa.

 

Abrió la puerta. ‘Con razón su voz se sentía lejana’, pensó. No había nadie en el dormitorio.

Giselle sintió que le picaba la cara por entrar en un espacio tan íntimo, así que, de forma inusual, se detuvo y cruzó la habitación con cautela. Al llegar al vestidor, un hombre estaba parado frente al espejo de cuerpo entero, abotonándose la camisa. Al verla, se detuvo y levantó la comisura de sus labios en una sonrisa.

 

—Buenos días. ¿Dormiste bien anoche?

—…

—¿Qué pasa?

—Sí, dormí bien. Buenos días.

 

Giselle levantó rápidamente la mirada del espacio abierto de la camisa sin abotonar y le devolvió el saludo.

Edwin, al notar por qué su respuesta había tardado, la miró fijamente con una expresión extraña. Giselle se hizo la desentendida y le preguntó:

 

—¿Te salió un moretón donde te golpeé ayer?

 

Como si esa fuera la razón por la que estaba viendo su pecho desnudo. Edwin apretó el labio inferior con una sonrisa contenida y entrecerró los ojos. Era un viejo hábito que había adquirido de niño: cuando iba a decir una mentira simpática, en lugar de morder a Giselle, se mordía el labio.

 

—¿Quieres que te muestre?

—No, gracias. ¿A qué se debe la visita tan temprano?

 

Una estrategia tan simple no funcionaría con el comandante del engaño. Giselle cambió rápidamente de tema.

 

—Aún no he llegado al trabajo y ya me tratas como una jefa de la que quieres huir.

 

El hombre, que ya se había abotonado la camisa hasta el cuello, se puso la corbata negra y señaló hacia adelante con la mirada.

 

—No te voy a comer. No te quedes ahí parada, ven aquí.

 

Giselle, fingiendo desgano, se acercó lentamente y se apoyó contra la pared junto al espejo. Edwin se anudó la corbata mirándola a ella en lugar del espejo. Como era algo que hacía por costumbre, sus manos se movían sin dudar, aunque no estuviera mirando.

El picor en la cara se debía a la mirada intensa, y la picazón en la nariz debía ser por el olor a jabón más fuerte de lo habitual. El hombre estaba vestido de forma impecable, pero ella no sabía dónde mirar.

 

—Entonces, ¿a qué se debe la visita?

—¿Por qué actúas como si quisieras huir de mí?

—Se siente un poco extraño estar aquí.

—¿Qué? La otra vez entraste sin problema.

 

‘Porque en ese momento no estabas aquí, recién salido de la ducha y vistiéndote con un olor tan fuerte’, pensó. …Pero era muy pronto para responder eso.

 

—En ese entonces era de noche, nadie me vio entrar al dormitorio de un hombre. Hoy, en cambio, el mayordomo me envió aquí.

 

Si la gente no supiera de la relación de ambos, pensarían algo raro.

 

—¿Los empleados de la casa del duque saben lo que hay entre nosotros?

—Todavía no lo saben. ¿Pero no lo sabrán si sales de mi dormitorio con el lápiz labial corrido?

 

En el momento en que sus ojos se abrieron de par en par por la sorpresa, Edwin se acercó rápidamente a Giselle, tirando del nudo de su corbata hacia arriba.

La razón por la que este hombre la había llamado a su dormitorio tan temprano en la mañana era para darle el beso que no pudieron compartir cuando el año cambió. ¿No pudo esperar ni siquiera hasta el fin de semana, o incluso hasta esta noche?

Cuando se dio cuenta de la situación, ya estaban tan cerca que sus cuerpos casi se tocaban. Edwin puso ambos brazos en la pared, atrapándola como si ella fuera una presa que intentaba escapar, y se humedeció el labio inferior con la punta de la lengua, como una bestia hambrienta.

 

—¿Creíste cuando te dije que no te iba a comer? Qué ingenua.

—El ingenuo es el hombre que no sabe que entré aquí porque quería ser comidita.

 

Ante la provocadora respuesta de Giselle, él perdió su sonrisa juguetona y susurró como si le doliera.

 

—Te vas a arrepentir de haber dicho eso.

 

Justo después de lanzar esa advertencia sobre un beso nada inocente, sus labios se abalanzaron sobre ella como si realmente fuera a devorarla. Los ojos de Giselle no se abrieron de par en par por la fuerza con la que la empujaba y succionaba, que era muy diferente a la última vez.


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Comments for chapter "Capítulo 268"

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1 Comment

  1. Merry

    Iiiiii el primer beso del año jaja ahora si, muy pasional por lo visto!
    Será este el momento que hemos estado esperando?
    Ojalá que si jajaja
    Muchas gracias Asure 🙂

    septiembre 14, 2025 at 4:33 am
    Responder
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