Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 267
Estaba a punto de ignorarlo, pero no se iba y seguía tocando el timbre. Podría despertar a los vecinos. Loddy ya estaba despierto, parado frente a la puerta cerrada del dormitorio, moviendo sus patas. No tuve más remedio que salir de la cama sin poder abrir bien los ojos y abrir la puerta del dormitorio.
—Mi querida Natalia, si me esperas, podré regresar a tu lado.
El canto resonó ruidosamente por toda la casa. Parecía que estaba cantando a través de la ranura para cartas, y que fuera un himno militar enemigo, ¿significa que realmente se había vuelto loco?
Antes de que un vecino llamara a las fuerzas militares, bajé corriendo y, en cuanto le abrí la puerta, lo regañé. Luego me di la vuelta para subir a mi habitación y, como era de esperarse, él me siguió. Giselle no lo echó y se deslizó en la cama. Si el sueño se me iba, me costaría volver a dormir.
—Quédate ahí y solo mírame dormir. Si me tocas, no habrá más citas. Y le diré todos tus secretos a Edwin.
Con esa amenaza, cerré los ojos. Justo cuando el calor de la manta comenzaba a derretir mi cuerpo, la cama de al lado se hundió y mi sueño se desvaneció. Cuando la manta se levantó y el calor también parecía irse, Giselle abrió los ojos de par en par, miró al hombre que se había metido en la cama y que ahora yacía a su lado.
—Te advertí que no me tocaras.
Giselle se volteó, se acurrucó con Loddy, a quien Lorenz había empujado hacia ese lado. Como si la advertencia hubiera funcionado, él se mantuvo cerca, pero sin pegarse a ella. Con tres hornos biológicos bajo una misma manta, pronto se sintieron calientes. Tranquila, Giselle se volvió a dormir en un instante.
… ¿Mmm?
Pero de repente, una extraña sensación en la punta de mi pie me hizo despertar de nuevo. Un calcetín se me estaba deslizando lentamente. El otro, que estaba fuera de la manta, ya estaba sin nada.
‘¿Qué le va a hacer este pervertido a una mujer dormida?’
Giselle levantó la cabeza de golpe y, al mismo tiempo, lanzó una patada hacia el pecho de Lorenz, quien estaba sentado en el borde de la cama.
—¡Agh!
—¡Ah!
Al ver la mirada cambiada en el momento en que se echó hacia atrás, Giselle se sentó sorprendida y abrazó al hombre a quien había pateado. Pero Edwin desapareció tras ser agredido sin motivo. En cuanto Lorenz reapareció, Giselle lo soltó y lo empujó como si fuera el cuerpo de otro hombre.
‘Nunca había visto a una persona tan descarada como este.’
Con una mirada feroz, le señaló la puerta del dormitorio con la mano. Por supuesto, él no iba a irse tan fácilmente.
—No te toqué.
Dijo descaradamente, sosteniendo un calcetín que colgaba de la punta de su dedo.
—¿Por qué me lo quitaste?
—No es un calcetín que yo te diera.
‘¿Me lo quitó porque se le hizo insoportable que fuera un calcetín que Edwin me tejió?’ Puse los ojos en blanco, incrédula, pero Lorenz lanzó el calcetín al suelo como si fuera un trapo sucio tejido por otro hombre. La mirada de Giselle se volvió salvaje.
—Recógelo.
—Si usas calcetines de otro tipo cuando él viene y cuando yo vengo, ¿no sabías que me volvería loco?
—¿Por qué iba a ponérmelos si ni siquiera me los tejió para mí?
—… ¿Qué?
—Hiciste lo mismo que Edwin. Se lo diste primero para robarle a tu rival la emoción de un regalo y apuñalarlo por la espalda. Eres un ladrón.
Aunque no era la primera vez que le llamaban ladrón, Lorenz miró a Giselle con una expresión de desconcierto, como si hubiera recibido un gran impacto.
—¿Por qué das por sentado que te lo robé?
—¿Cuántas veces tengo que decirte que tienes antecedentes?
—¿Y por eso me acusaste de ladrón sin siquiera pensarlo? El que te pidió que le tejieras calcetines soy yo. Es mi recuerdo. Entonces, ¿por qué soy yo el ladrón y no ese idiota?
La indignación comenzaba a humedecer sus ojos.
—Si hubieras pasado la víspera de Navidad con él, yo habría perdido la oportunidad de conmoverte y me habrían apuñalado por la espalda. Yo preparé tu regalo desde hace un mes y fue mucho después que me metiste en ese almacén molesto. ¿Y dices que yo planeé dar un regalo idéntico primero y apuñalarlo por la espalda?
—Lorenz…
—No eres tan tonta como para no saber esto. Solo no querías saberlo. Para que Edwin Eccleston sea siempre el buen chico, yo tengo que ser el malo, no importa lo que haga.
Tal vez era cierto que se había dejado llevar por los prejuicios. Giselle se sintió mal por haberlo acusado de ladrón precipitadamente, se apoyó en Lorenz y le rodeó la cintura con los brazos.
—Tú también fuiste bueno. No le dijiste a Edwin que le diste un regalo primero.
Le dio unas palmaditas en la espalda y él le rodeó la cintura con los brazos para abrazarla de vuelta.
—Entonces dame un beso en señal de gratitud.
En cuanto se dio cuenta de que se había calmado, Giselle se separó de él de inmediato. La petición de un beso no valía la pena responder, así que la ignoró y le mostró un pie descalzo.
—Tengo frío en el pie, así que devuélveme mi calcetín.
—Usa el mío, te dije.
Cuando el hombre se levantó como si fuera a buscarlo, Giselle señaló el suelo con una mirada feroz.
—Recógelo. No lo tires. Si lo tiras, tiraré los tuyos también.
Él hizo un mohín de disgusto, pero obedientemente recogió los dos calcetines y se dirigió al vestidor. Giselle se recostó de nuevo, pero el sonido de los cajones abriéndose y cerrándose era tan ruidoso que no podía dormir.
—¿Dónde están? ¿Dónde los metiste?
—En el segundo cajón de la izquierda, en el fondo del estante de arriba.
Al final se hizo el silencio y Lorenz regresó al dormitorio. Tenía en la mano un par de calcetines rojos con corazones blancos, del mismo diseño que los de Edwin, pero con los colores invertidos.
Giselle cerró los ojos y le ofreció el pie, como si le dijera que si él se los había quitado, él debía ponérselos. Sin embargo, en lugar de agarrarle el pie, él levantó el borde de la manta de repente.
—¿Antes no dormías con algo como un negligé?
—Era verano, ¿recuerdas?
¿Se sentía decepcionado de que ahora ella estuviera usando pijamas y no pudiera verle la ropa interior? Él mismo reveló lo que pensaba.
—Si yo hubiera sido él y me hubieras dado esa señal de que querías sexo, habría dedicado todo mi cuerpo a servirte durante el resto del día. Ese idiota de Edwin Eccleston es impotente.
—Yo no quería tener sexo, ¿sabes?
El hombre que estaba poniéndole el calcetín se rio a carcajadas, como si quisiera que ella lo oyera.
—Entonces, ¿por qué le enseñas tu ropa interior a un hombre? ¿Para presumir tu ropa interior nueva?
—Es un panty de seda que compré con mi bono de Navidad, por si no lo sabías.
Lorenz se rio como si se estuviera divirtiendo con la respuesta, pero no se limitó a reír.
—Es lamentable que sigas en la misma situación que antes, rogándole a un hombre que ni siquiera se excita contigo.
—¿Cuándo le rogué yo?
Giselle se molestó, quitó la manta y lo fulminó con la mirada. Pero cuando él sonrió como si su provocación hubiera funcionado, se cubrió la cabeza con la manta de nuevo.
—Si quieres hacerlo, hazlo conmigo.
—Jamás querría hacerlo contigo.
—Precisamente por eso, más aún deberías hacerlo conmigo.
¿Qué clase de lógica retorcida era esa?
—Déjame expiar mi pecado.
—Vaya, qué conmovedor. Me siento tan mal de haberte acusado de querer robar el primer beso, que ahora parece que lo que en realidad querías era ser el primero en tener sexo.
—Natalia, de verdad quiero redimirme.
—Niño, una redención sincera comienza con un arrepentimiento y una disculpa genuinos.
En lugar de ponerle el otro calcetín, seguía masajeándole el pie. Debería haberlo pateado, pero al presionar con el pulgar la planta del pie, sentía una extraña sensación de fatiga, así que se dejó.
—Soy bueno haciendo que tu cuerpo se sienta bien.
—Yo no recuerdo haber disfrutado de eso contigo. ¿Te estarás confundiendo con otra mujer? ¡Qué lástima! Eres joven y ya tienes mala memoria. Qué patético.
A él le divertía tanto que lo trataran como a un niño tonto que se volvió a reír entre dientes.
—Sé exactamente dónde y cómo hacer para que te sientas bien.
Presionó con el pulgar el arco de la planta del pie y lo empujó hacia arriba. Debería doler, pero una gratificación refrescante me invadió, y un gemido se me escapó. Se rio, como si Giselle hubiera demostrado con su cuerpo que lo que decía era verdad.
—Natalia, ese tipo no tiene experiencia y no conoce el cuerpo de una mujer, así que no te puede satisfacer. Y como ya te habrás dado cuenta, el sexo le da asco y no le apetece. Mira, incluso cuando una dama le da la oportunidad, él huye. Es un cobarde. Te lo dije, nada ha cambiado.
Mejor que se calle y siga con lo suyo. Lorenz se puso el otro calcetín y se metió de nuevo bajo la manta.
Pero no se acostó a su lado, sino que se subió encima de Giselle. Su cabeza se detuvo en su pecho. Aunque no la tocaba, la miraba con tanta intensidad que la punta de su pecho se erizó por debajo de su pijama.
—¿Por qué no llevas sostén?
Giselle lo empujó y se dio la vuelta, respondiendo con fastidio:
—Porque me acabo de despertar. Y porque me voy a seguir durmiendo. Así que, por favor, cállate.
—A ese tipo no se lo enseñas.
Giselle puso los ojos en blanco y los volvió a cerrar.
—¿Estás diciendo que te lo mostré a propósito para seducirte? Tus sueños son enormes.
—Mi… también se está poniendo grande.
—¡Ay, en serio!
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Merry
Increible, si está celoso y muy interesado Lorenz
Gracias por el capítulo Asure