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Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 266

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  4. Capítulo 266
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—Claro… tienes el derecho a hacerlo.

El tipo soltó una risa apagada y lánguida, aplastó el cigarro en el cenicero y le dio unas palmaditas en la cabeza a Giselle.

—Puedes odiarme, pero no lo hagas por mucho tiempo.

Con el murmullo que siguió, el corazón de Giselle se sintió tan frío como si se hubiera congelado.

—Porque me dan ganas de morir.

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

Al ver que la hora marcaba apenas cinco minutos para el año nuevo, personas con botellas de champán recorrieron la inmensa sala de banquetes llenando las copas de los invitados. El claro sonido de una cucharita chocando contra una copa de cristal resonó, haciendo que todos voltearan a mirar. General Bishop, anfitrión de la fiesta, se aclaró la garganta y comenzó su discurso de buenos deseos.

—Desde el frente y desde la retaguardia, como soldados y como ciudadanos que luchan con sus propias manos, les rindo homenaje a todos por la valiosa dedicación que han demostrado este año. Los que hemos sobrevivido no olvidaremos a aquellos que perecieron sin poder disfrutar el final de esta guerra. ¡Animémonos mutuamente y avancemos juntos hacia la paz!

Mientras todos en el lugar levantaban sus copas y gritaban «¡Avancemos!» a todo pulmón, un hombre y una mujer se escabulleron discretamente de la sala de banquetes.

Pensaron que todos los invitados estaban en la sala, pero se encontraron de frente en el pasillo con dos ancianas que parecían regresar del baño. Pasaron de largo saludándolas con la mirada, pero las ancianas los siguieron con una mirada curiosa.

No podíamos decir qué éramos, pero teníamos que darnos el primer beso del año, por eso nos estábamos yendo.

… No se puede decir eso con franqueza. Después de llevar a Giselle a la fiesta de Navidad del año pasado y ahora a esta, las miradas que sospechaban abiertamente de su relación se hicieron más evidentes.

Sí, somos pareja.

Y la única razón por la que no podían hacerlo público era por esa maldita Operación Comadreja.

Edwin, que conocía bien la mansión porque solía quedarse allí de niño jugando al escondite con sus primos, llevó a Giselle a un pasillo apartado que había visto antes y abrió la puerta al final.

Era una sala acristalada, mitad invernadero. Se notaba que era un espacio muy usado porque, aunque la chimenea estaba apagada, se sentía un calor reconfortante. Sin embargo, en ese momento no había nadie.

Por fin podían recibir el año nuevo a solas. Se sentaron uno al lado del otro en el sofá, cerca de la chimenea, y miraron el oscuro jardín. Al mirar su reloj de pulsera, notó que quedaban poco más de dos minutos para el año nuevo. Edwin le pasó un brazo por el hombro a Giselle y le preguntó:

—¿Quieres pedir un deseo de año nuevo?

—Deseo que la guerra termine pronto y que regreses a salvo.

—Yo también. ¿Y qué más?

—Mmm… si Loddy sigue sano, no puedo pedir nada más.

—¿No puedes pedir nada más?

La mirada de Edwin se hizo más aguda.

—No estás en tus deseos.

—¿Qué más puedo desear de ti? Todo lo que he querido se ha hecho realidad.

Por un lado, sentía el corazón henchido de emoción al escuchar que Giselle había logrado todo lo que quería en su relación, pero por el otro, sentía una profunda sensación de vacío.

—No puedes conformarte con eso, Giselle. Por favor, sé más ambiciosa.

—¿Para ti?

Edwin, al ser interrogado por una oficial de inteligencia perspicaz, no tuvo más remedio que confesar con sinceridad.

—Yo todavía tengo muchos deseos que no se han cumplido.

Él soñaba con que Giselle se casara, que fuera la novia más feliz del mundo llevando un vestido deslumbrante, con las bendiciones de todos. Que formaran una familia feliz, amándose y apoyándose mutuamente por el resto de sus vidas. Este era un sueño que Edwin había tenido desde que Giselle era una niña.

El deseo de que fuera con él, era algo más reciente.

Al pensar en esto, su propio deseo egoísta se entrelaza con ese viejo anhelo que era solo para Giselle.

‘Tú no eres su familia. Algún día serás un extraño.’

A lo largo de su vida, Giselle escuchó muchas veces palabras que casi eran una maldición. Pero ahora podían ser una familia que nadie podría negar. Y él quería serlo.

Ser familia tendría que esperar a que la guerra terminara, pero otro deseo no tenía por qué esperar.

Escuchar a Giselle decir que lo amaba.

10, 9….

A lo lejos, se escuchaba débilmente el conteo regresivo. Edwin, pensando en el pañuelo en su bolsillo, la miró fijamente.

No se habían besado ni una sola vez desde el beso de Navidad.

Aunque besarse a menudo la ayudaría a superar los malos recuerdos, le resultaba imposible terminar con un simple beso, por lo que se había estado conteniendo durante los últimos días. Pero, ¿qué pareja en el mundo no se besa hoy?

—¿Crees en el dicho de que besar a tu pareja en el año nuevo trae buena suerte, no es así?

Giselle no respondió. Con una sonrisa coqueta, sacó algo del bolsillo de su falda. Era un lápiz de labios.

Le estaba pidiendo un beso tan apasionado que se le borrara el lápiz labial. ¿Cómo podría no amar a esa mujer?

3, 2, 1….

Por qué este año, al que le quedaban solo unos segundos, se sentía tan largo.

Al mismo tiempo que se escuchó el grito de «cero» afuera, resonaron los aplausos y la música. Era el momento de desear un feliz año nuevo, pero…

—Te amo, Giselle.

Esperando que uno de sus deseos para este año se cumpliera de inmediato, Edwin inclinó la cabeza.

Este hombre me va a besar.

Aunque no era la primera vez, se sentía increíble. En esos momentos, se le hacía vergonzoso tener que mirarse fijamente, pero no era por eso que el corazón de Giselle latía tan fuerte.

Podía ver claramente la intención de Edwin. Debía poner sus labios, pero las comisuras de su boca se curvaban hacia arriba.

En cuanto sus narices se tocaron, se deslizó hacia su mejilla. Fue en el momento en que inclinaba la cabeza para juntar sus labios.

Su mirada lánguida cambia.

Giselle, como un animal que presiente el peligro, giró bruscamente la cabeza al tiempo que se cubría la boca con la mano. Lorenz ladeó la cabeza, la siguió y, con los ojos fijos en ella, besó su mano con una intensidad tan pegajosa que era casi grotesca. Como Giselle no retiró la mano y solo lo miró fijamente, el tipo comenzó a rogar.

—Solo una vez. Es un día especial. Fui un buen chico el año pasado, así que…

Como no funcionó, se quejó y luego…

Tuc.

Apoyó su frente en la de Giselle y sonrió como alguien a punto de llorar.

—Natalia, pregúntame también cuál es mi deseo de año nuevo.

—Para qué, si ya lo sé.

‘Que me ames.’

Era obvio sin tener que escucharlo. Sin embargo, Lorenz negó con la cabeza.

—¿Me darás la oportunidad de ser un buen hombre?

—¿Qué tiene que ver eso con un beso? Puedes ser un buen hombre sin hacer eso. De hecho, te ves mejor si no lo haces. Ya me has besado antes, cuando me amabas. Y todo fue cuando me engañaste haciéndome creer que eras Edwin o cuando me obligaste a hacerlo, sin yo querer.

—Ahora será diferente.

—No, nada ha cambiado. Sigo sin querer tu beso.

—Al menos yo he cambiado. El yo de antes habría aparecido en medio del beso con ese tipo y te habría robado los labios.

Pero Giselle también sintió, en ese momento de tensión, que él se había detenido justo antes de tocar sus labios.

‘Solo quieres que te bese sabiendo que eres tú. ¿Por qué haría eso, a menos que esté loca?’

—Está bien. Te besaré.

Lorenz no sonrió. Se dio cuenta de que era una trampa. Pero luego sonrió con impotencia. Como si estuviera dispuesto a caer en la trampa. ¿Podría seguir así incluso si veía lo que le esperaba?

—A cambio, ¿puedo pensar que eres Edwin cuando te bese?

Como era de esperar, incluso su sonrisa impotente se desvaneció.

—¿Por qué? ¿No te gusta? Tú lo hiciste conmigo, pero yo no puedo hacerlo contigo, ¿es eso?

Había llegado el momento de devolverle el primer beso que le dio, haciéndole creer que era Edwin.

—Lo hiciste.

Su voz era tan baja y quebradiza que Giselle pensó que había escuchado mal.

—Me besaste haciéndome pasar por otro hombre.

El habla de Giselle se paralizó al recordar la atrocidad que había cometido hacía varios años, cuando estaba borracha la madrugada de Navidad.

—No olvidas lo que yo te hice, pero ¿no recuerdas lo que tú hiciste? Ya te vengaste lo suficiente.

—¿Qué? ¿Ya me vengué lo suficiente?

El absurdo sinsentido le hizo recuperar el habla.

—¿Te violé? ¿Te secuestré? ¿Qué te hice?

Lorenz se quedó callado, mirándola fijamente. Parecía intimidado, pero sus ojos decían que tenía mucho que decir sobre las atrocidades que había cometido. Finalmente abrió la boca, y ella pensó que diría alguna tontería descarada que le subiría la presión, pero…

—Entonces violame y secuestrame tú a mí.

—¡Eres un imbécil!

No pudo evitar que le saliera un insulto vulgar.

—¿Crees que soy una psicópata como tú?

—A ti también te gusta una venganza primitiva, como a mí.

—……

—Lo hiciste el fin de semana pasado.

—…….

—Te conozco.

—… Vete.

—Ahora es mi turno.

Se dio cuenta de que no podía decirle que se fuera y que le dejara a Edwin, ya que ya había pasado la medianoche. Se le desinfló el ánimo.

‘Ugh, el primer beso del año tendrá que esperar’.

Giselle metió el lápiz de labios de nuevo en su bolsillo, se levantó y se dio por vencida.

—Me voy a casa.

—Una cita en casa. Me parece bien.

—¿De qué hablas? Es hora de dormir, ¿sabes? Ven después de que salga el sol.

Ding-dong.

¡Qué idiota! De verdad vino al amanecer y tocó el timbre.


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Comments for chapter "Capítulo 266"

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2 Comments

  1. magui96

    NOOOO LORENZ JUSTO TENIAS QUE APARECER?

    septiembre 12, 2025 at 7:08 pm
    Responder
  2. Merry

    🙁
    Que se vaya Lorenz y llegue Edwin
    Gracias Asure!

    septiembre 14, 2025 at 3:40 am
    Responder
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