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Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 257

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  4. Capítulo 257
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Edwin detuvo la mano que señalaba el colgante, que tenía el mismo color que los ojos de Giselle. La nuca se le puso roja en un instante. Él se pasó una mano por la cara, revelando su vergüenza, y soltó un débil quejido.

 

—Pega controlando la fuerza. Si lo haces mal, me matas.

—Si muero por esto, es suicidio.

—…….

 

El elocuente hombre que respondía a los ataques de Giselle con ingenio y seguridad, se quedó completamente sin palabras. Me sentí aliviada, como si un peso se me hubiera quitado de encima. En vez del hombre, que no podía reír, yo admiraba la joya con una sonrisa radiante. El gerente regresó con dos cajitas que nunca había visto.

 

—Me preguntó la otra vez si teníamos aretes con las mismas perlas que el collar.

 

Qué buena vista la de él. En el poco tiempo que nos saludamos, se dio cuenta de que el collar de Giselle era de su tienda.

 

—Justo hace poco llegaron dos perlas del mismo tono. La verdad es que son perlas muy buscadas, pero las guardé y no se las mostré a nadie, para el duque.

 

El gerente, con aire de vendedor experimentado, abrió las cajas. Dos perlas redondas del tamaño de un garbanzo lucían un brillo de lujo.

 

—Los hicimos del mismo estilo que el collar.

 

La montura de oro que sostenía las perlas, con diamantes incrustados, tenía la misma forma que el broche del collar. Giselle, empujada por los dos hombres, se los puso.

 

—Al ver a la señorita con tanta elegancia, pienso que fue una buena idea guardarlos. ¿Qué les parece a ustedes?

 

Son bonitos y combinan con el collar, pero ¿no son demasiado grandes?

Mientras dudaba, mirándose al espejo, una mano grande le rodeó la mejilla y le apartó el pelo. Tocó la perla que colgaba de su oreja. Mis mejillas se pusieron rojas en un instante. No por el roce de su mano, sino por el intenso sentimiento que brillaba en sus ojos azules al mirarme. Sin duda, era amor.

 

—A mí me parecen bonitos, ¿y a ti?

—Me encantan.

 

Giselle respondió, como si estuviera hipnotizada. Le gustaba más la mirada de este hombre que los aretes.

El gerente le dijo que se los quedara puestos y guardó en la caja los aretes que Giselle se había quitado. Luego, le dio otra caja.

 

—Aquí está lo que ordenó.

 

¿Otra cosa? No, tal vez no sea para mí. Giselle se quedó quieta mientras Edwin abría la caja.

…..…¿Un collar?

Un colgante verde colgaba de una cadena. ¿Será una esmeralda la piedra verde, engastada en el mismo oro que la cadena? Las cuatro piedras, talladas en forma de corazón y unidas por la punta, formaban un trébol de cuatro hojas muy llamativo.

Edwin lo miró con una leve sonrisa y lo levantó. La inscripción en un lado del engaste llamó su atención:

Edwin.

Giselle se convenció de que era un regalo que había pedido para ella.

Cuando él asintió, indicando que todo estaba bien con el collar, el listo gerente se alejó y les dio su espacio. Edwin le puso el collar por detrás a Giselle y le explicó su significado.

 

—No importa qué relación tengamos, siempre serás mi suerte. Y espero ser tu suerte también.

 

Giselle miró sin parar el trébol de cuatro hojas que brillaba en su pecho. En cuanto él le soltó, ella se dio la vuelta y lo abrazó.

 

—Siempre has sido mi suerte.

 

Era una verdad que sería inalterable, sin importar el futuro.

Aunque me había propuesto pedirle que me comprara todo lo que me llamara la atención, después de eso, ninguna otra joya me interesó.

Cuando nos devolvieron el reloj, después de que lo revisaran, Edwin me lo puso personalmente. De la manga de su camisa, sobresalía un reloj idéntico. La vergüenza que sentí por el malentendido que tuve cuando me lo regaló se había disuelto, y al fin la verdad salía a la luz.

 

 

Tic, tac.

 

 

Los dos relojes corrían al unísono. Era la señal de que los dos habían vuelto a compartir el tiempo.

Pero compartir el tiempo no significa estar juntos las 24 horas del día.

Ese día, salimos de la joyería, contribuimos a la economía con más compras, cenamos en un restaurante con buen ambiente y vimos un espectáculo en un bar de jazz. Las copas se hicieron dos, luego tres, y con la borrachera, salimos a la pista para bailar un baile lento. Justo cuando me apoyé en el hombro de Edwin y me quedé dormida, Giselle se dio cuenta de lo tarde que era.

Cuando llegamos a casa, a la finca Eccleston, ya habían pasado las 11 de la noche. Solo nos quedaban tres pasos para llegar a la puerta, pero Edwin se detuvo en el jardín, no me acompañó a la puerta, y empezó a inspeccionar esto y lo otro, entrometiéndose de repente.

‘¿Aquí también vas a sembrar flores? La puerta de la cerca rechina, hay que engrasarla. Y el buzón necesita una nueva capa de pintura’

Así, en plena noche, cuando no podíamos distinguir ni lo que teníamos bajo los pies, se puso a buscar cosas para reparar en la casa, hasta que, al final…

 

—¿No fumas un cigarro antes de dormir?

 

Incluso me animaba a hacer algo que no me gustaba.

 

—No intente engañarme para no irse.

—¿No es un poco cruel? ¿Quieres que me largue?

—No. Es que después de medianoche, el maravilloso duque desaparece y aparece un pervertido maleducado.

 

Giselle asustó al hombre, que se había sentido ofendido, para que se fuera.

‘No quiero irme. Nosotros vivíamos juntos. No debí darte la casa. ¿Por qué lo hice? Ah, ¿por casualidad no buscas un inquilino?’

La queja que me dejó al irse fue tan ridícula que no pude dejar de reírme, incluso después de entrar a la casa.

‘De verdad que no es el mismo Ajussi que yo conocía’

Había pensado que no sería muy diferente, porque incluso como tutor, no escatimaba en afecto, pero se había convertido en una persona completamente distinta, como el blanco y el negro.

Siempre era yo la que insistía en seguir divirtiéndonos. Y él, con dulzura pero con firmeza, me tranquilizaba y me mandaba a mi cuarto. Me decía que tenía cosas que hacer o que cada uno necesitaba su propio tiempo.

Ahora es al revés. ¿Es así con todas las mujeres?

Giselle recordó el pasado. Se acordaba claramente de las veces que Ajussi iba a encontrarse con mujeres, ella se quedaba esperando su regreso, con una tristeza que no podía mostrarle a nadie. Si se veían de día, regresaba antes de la cena para comer juntos, y si se veían de noche, nunca llegaba más tarde de las 9.

‘Solo es así conmigo’

La sonrisa que no se iba de la cara de Giselle cambió de significado. La tibia calidez que quedaba en la mano de ese hombre, que no la soltó hasta el final, se infiltró en su corazón. Su corazón se llenó de una emoción abrumadora, que la hizo sentir un poco mareada, y todo gracias a un humilde sueño de su infancia que se había hecho realidad.

‘Es porque soy yo, por eso quieres verme y no quieres separarte’

En realidad, lo único que Giselle había deseado de él desde que se enamoró era esto. Aunque sabía que Edwin quería más, Giselle no tenía intención de apresurarse. Porque cuando el estómago está lleno, es natural que la gente se vuelva perezosa.

 

 

 

 

 

 

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

 

 

 

 

 

 

El turno de Dawson como secretario de la casa ducal de Eccleston este domingo era el suyo.

Si el Duque tenía algo que hacer los domingos, él lo acompañaba, pero últimamente, las únicas salidas del duque eran citas, a las que no llevaba a nadie más. Así que su día consistía en pasar el rato en la oficina y recibir las escasas llamadas, pero hoy lo habían llamado hasta el segundo piso, el espacio personal del duque, para una tarea extraña.

Era algo sencillo, solo tenía que sentarse y observar su nuevo pasatiempo, pero cuanto más lo veía, más mareado me sentía.

¿Su nuevo pasatiempo es tejer?

Un hombre que alguna vez dirigió un escuadrón de asesinato con gran frialdad y audacia, ganándose el apodo de «El Verdugo», ahora sostenía un par de agujas, las mismas que las abuelas usan para tejer regalos de Navidad para sus nietos, y se movía sin parar.

‘De verdad que no le queda bien. ¿Estoy soñando?’

No lo podía creer ni viéndolo. Si les contara a sus antiguos compañeros del Batallón Talon, nadie le creería, y él quedaría como un mentiroso.

 

—Disculpe… Duque.

 

El apuesto y solemne hombre levantó una ceja sin apartar la vista de las agujas y el hilo.

 

—¿Usted sabía hacer esto?

—No, Señora Wheeler me enseñó hace poco.

 

Claro, una casa ducal no le enseñaría a tejer a un duque. Dentro de esta situación tan absurda, esto al menos tenía sentido.

Dawson miró fijamente lo que colgaba entre las agujas. Por el tamaño y el color, era para una mujer. No necesitaba preguntar por qué le había pedido a la sirvienta que le enseñara a tejer.

‘El gusto de la señorita es un poco peculiar’

Si ella le pidiera medias, él podría comprarle las mejores de este país, o incluso del mundo, suficientes para toda su vida, y aun así le sobrarían. Sin embargo, ella le pidió al duque que las tejiera con sus propias manos… Ah.

Dawson lo entendió.

Un par de medias tejidas por Duque Eccleston para su amada, no podían ser más raras en el mundo.

Ahora Dawson también quería esas medias. Si no las usaba y las guardaba en una caja fuerte para subastarlas en caso de que su familia se arruinara, obtendría un precio comparable al de las cartas de amor secretas de una celebridad.

Claro, si el duque se dedicaba con tanto esmero a una tarea tan trivial, era poco probable que la fortuna de esa mujer decayera en el futuro.

Así, Dawson, sabiendo todo pero fingiendo no saber nada, preguntó:

 

—¿Es un regalo para la mujer con la que está saliendo?

 

Quería averiguar quién era ella.


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Comments for chapter "Capítulo 257"

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1 Comment

  1. Merry

    Romance romance romance
    Muy linda cita en la joyería jaja
    Gracias por el capítulo de hoy Asure

    agosto 31, 2025 at 5:47 am
    Responder
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