Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 254
—Lorenz, me alegra y me enorgullece que hayas tomado en cuenta mi consejo y te hayas esforzado. Pero, ¿por qué tuviste que aprender algo que no puedo disfrutar contigo?
—Te reíste de mí, dijiste que yo no sabía pilotar un avión.
…..…Entonces, ¿fue por mi culpa?
—No me estaba riendo, solo te estaba cuestionando porque estabas mintiendo.
En ese momento, se jactó con tanta confianza que pensé que no le había afectado.
—¿Te guardaste esas palabras?
En sus ojos oscuros, que miraban fijamente a Giselle, se podía ver un profundo resentimiento.
¿Habría sido un golpe bajo?
No sé cuán impactante y confusa fue la agonía por la que Lorenz tuvo que pasar para aceptar la realidad de que no era ni de lejos el héroe de Constanza, ni nadie más, pero era evidente que el hecho de no saber pilotar un avión de combate fue uno de los detonantes.
El corazón de Giselle se conmovió al entender los sentimientos de Lorenz, quien, al empezar a soñar con un mañana como cualquier ser humano, aprendió a volar antes que ninguna otra cosa.
—Estaba esperando el día en que pudiera mostrarte que también puedo hacerlo. Pero tú lo olvidaste, ¿verdad? Por eso crees que lo aprendí para molestarte. Es ridículo que me emocionara tanto por mi cuenta, sabiendo que, aunque me esforzara, tú no lo mirarías. Tal como dijiste, creo que soy estúpido.
Se rió, menospreciándose a sí mismo. Con una amargura que bien podría definirse como llanto.
Esta vez, nadie podía ver su llanto. A pesar de que no tendría que importarle, ¿por qué se le clavaba como una espina en el corazón?
Giselle, sin entenderlo del todo, lo rodeó con sus brazos y se apoyó en él. Intentaba abrazarlo, pero la gran diferencia de tamaño hizo que, en cambio, fuera Giselle quien terminara acurrucada en sus brazos. Su forma de darle palmaditas en el hombro también era torpe al extremo.
—Lo siento. No lo he olvidado. No sabía que te lo habías guardado. Me diste una buena sorpresa. Me dejaste de piedra. Es increíble. Eres genial. Lo digo en serio.
—No siento ni una pizca de sinceridad. ¿Qué tiene de genial si ni siquiera lo has visto?
Giselle suspiró y levantó la cabeza para mirar al hombre que estaba completamente enfurruñado.
—Yo también quiero verte pilotar un avión de una manera genial, pero me da miedo. Si me amas, no deberías obligarme a hacer algo que no me gusta.
Claro, esperaba que Lorenz no le hiciera caso, ya que siempre había sido así. Por eso, cuando él miró el hangar con una expresión decepcionada, le tomó la mano, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el coche, ella se sintió extrañamente confundida, a pesar de que las cosas se estaban desarrollando tal como ella quería.
El hombro del hombre, que subió a Giselle en el asiento del copiloto y se dirigía al asiento del conductor, estaba caído. No estaba así en el camino de ida. A Giselle también se le estaba bajando el ánimo solo con verlo.
¿No habrá otra forma?
De vuelta en el coche, mientras recorrían de nuevo el camino rural, comenzó a cavilar.
—Lorenz.
—¿Sí?
—No solo vas a aprender eso, ¿verdad? ¿Qué tal si la próxima vez aprendes algo que yo también pueda disfrutar?
Así, podría librarse de esa sensación de incomodidad.
—¿Como qué?
—Uh……
¿Qué podría hacer Lorenz que Edwin Eccleston no pudiera, y que a Giselle no le desagradara? Las condiciones eran tan exigentes que no se le ocurría nada. A Lorenz le pasaba lo mismo.
—Algo que te guste… Alcohol, tabaco.
—¿Por qué eso es lo primero que se te ocurre?
Giselle fulminó con la mirada al hombre en el asiento del conductor.
—Helado, viajes, escuchar discos, ir a comprarlos, ver amigos, ir al cine. Son cosas así. ¿Qué voy a aprender yo? ¿Aprender a actuar para ser un actor de cine?
—Eso sí que sería una doble vida para el Duque. Suena divertido.
De repente, un brillo inusual apareció en sus ojos, que antes miraban con desinterés la carretera.
—Es broma. No lo hagas.
—Claro, si no es mi cara.
—¡No me refería a eso! ¡Tendrías que besar a otras mujeres!
—Es verdad. Descartado.
—Tú lo propusiste y tú lo descartas. Es increíble.
Mientras la conversación se desviaba por un camino inesperado, apareció un obstáculo más.
—Que sea algo que puedas aprender conmigo o que me puedas enseñar.
Lorenz había añadido una condición más.
¿Qué podría ser?
El problema no era Giselle ni Lorenz, sino Edwin Eccleston. Es un hombre que ha incursionado en casi todos los deportes y pasatiempos, así que no sería una exageración decir que no hay nada que no haya hecho.
—Entonces, ¿quieres ir a la universidad? Te ayudo a estudiar. Te convertirías en mi compañero de Kingsbridge.
—Yo estudiaría y el nombre de Edwin Eccleston iría en el título.
Uf, qué difícil eres. Giselle siguió exprimiéndose el cerebro como si fuera una toalla seca y finalmente se le ocurrieron un par de cosas que cumplían con todas las condiciones.
—¿Qué te parece si aprendemos a cocinar juntos? Yo sé hacer cosas sencillas, pero no las complicadas. Como hornear un pastel.
Sabía que a él no le interesaría, pero esperaba que se sintiera intrigado por el hecho de hacerlo juntos, sin embargo, él solo se mofó. Entonces, pensó que la siguiente idea tendría aún menos posibilidades, pero ¿qué tal si usaba un cebo?
—¿Y si yo te enseño a tejer? Duque Eccleston no sabe hacer eso. Y a mí me gustaría recibir calcetines que alguien haya tejido a mano y con cariño para Navidad.
Pero Lorenz solo la miró con frialdad, como si no valiera la pena responder.
—Bah, si no te gusta nada, pues ya.
Lorenz sonrió y pellizcó con ternura la mejilla de Giselle, quien se cruzó de brazos y se quedó en silencio, mirando solo hacia adelante. Por su actitud relajada, parecía que había pensado en algo. En el camino de regreso, solo divagó con otros temas y no fue hasta que se separaron en la Terraza Magnolia que lo soltó.
—Baile.
—El baile es un campo que el Duque ya ha dominado, ¿no?
—Hay un baile que el honorable Duque considera demasiado vulgar y lascivo como para haberlo bailado alguna vez.
—¿Cuál?
—Te lo diré si prometes que lo aprenderemos juntos.
—No. Se lo preguntaré a Edwin mañana.
Para una trampa, otra trampa es el mejor antídoto. Lorenz la llamó con cariño y ella le dio la espalda con indiferencia, así que él la tomó por la cintura, la atrajo hacia sí y sus caderas quedaron unidas. Sin darle tiempo a apartarlo, el cuerpo de Giselle se inclinó hacia atrás.
Lorenz se inclinó hacia ella y le susurró al oído de una forma sugerente:
—Tango.
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Afuera, se sentía el frío aliento del invierno que se acercaba, pero este lugar, donde las dos personas caminaban juntas, se sentía tan cálido como el regazo de la primavera. Era el invernadero de un vivero.
Giselle, que caminaba mirando atentamente las rústicas cajas alineadas en los mostradores con sus etiquetas, se detuvo en una que tenía el nombre peculiar de ‘narcisos’ y tomó una pequeña bolsa para ponerla en la canasta que llevaba Edwin.
Había más de cincuenta bulbos en la canasta. ¿En qué parte del jardín, que no era tan grande, pensaba sembrarlos? No, para Edwin, el momento era más importante que el lugar.
—¿Cuándo vas a sembrarlos?
—El próximo fin de semana, si no llueve.
—Siémbralos el sábado. Si llueve, los siembras el siguiente domingo.
Giselle se echó a reír al entender sus intenciones. Ambas fechas eran turnos de Lorenz para tener una cita con Giselle.
—¿O qué tal si te envío yo a un jardinero? ¿No sería más fácil para ti?
Giselle lo fulminó con la mirada mientras dejaba de elegir azafranes.
—¿El Duque no conoce el placer de la jardinería? No es un trabajo tedioso. No se atreva a arrebatarme la emoción de preparar la próxima primavera.
—Entonces, ¿qué tal si los sembramos juntos el próximo domingo?
Hace un momento le había dicho que pusiera a Lorenz a trabajar y de repente cambió de opinión para hacerlo él mismo. Era obvio que quería experimentar el significado de darle la bienvenida a la primavera con ella.
O tal vez era una artimaña astuta para hacer que el otro hombre hiciera el trabajo de jardinería. Por supuesto, Lorenz, que vivía en su mente y veía todos sus pensamientos, sabría que era una trampa desde el principio, pero aun así caería. No podría simplemente quedarse de brazos cruzados mientras Giselle le daba la bienvenida a la primavera con su rival.
—Está bien.
A Giselle le daba igual quién de los dos excavara el jardín por ella.
—¿Cuánto tiempo tomaría?
—Mmm… ¿Unas dos o tres horas, incluyendo la limpieza del jardín?
—Entonces podríamos terminar por la mañana.
El tono de su voz era de alivio.
—¿Tienes planes para la tarde?
—Sí, una cita contigo.
Giselle soltó una risita, puso los ojos en blanco y buscó en la siguiente caja, murmurando.
—Ya me lo imaginaba. Me preguntaba qué habías hecho para tener otro compromiso.
—De ninguna manera. Todo mi tiempo es tuyo.
Sonrió con esos labios rosados, más hermosos que cualquier flor en ese lugar, y la tomó de la mano. La mano de Giselle se sintió llena del calor de Edwin, pero su corazón se sentía extrañamente vacío. Como si la mujer que amaba deseara que él tuviera otros planes.
No era una fantasía solitaria nacida de una inseguridad sin fundamento. Hace dos semanas, Giselle declaró que tener citas todos los días era demasiado y que solo saldría los fines de semana. Al principio, él pensó que era por las tareas de la casa y se ofreció a enviarle una sirvienta cada dos días. Giselle no lo rechazó, pero aun así se mantuvo firme en su decisión de verse solo los fines de semana.
—De todas formas, cuando nos vemos entre semana, es solo para cenar y dar un paseo. Prácticamente me estás pidiendo que me incluya en tus planes. ¿No te gusta eso?
—Necesito tiempo para mí misma.
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Merry
😮
Increibleeee
Que pasará ahora
Gracias por el capítulo Asure!