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Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 244

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  4. Capítulo 244
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—En el fondo de mi corazón, todavía me lamento de que mi pequeña, que es tan bella, se merece algo mejor que un bastardo como yo. Tengo la confianza de que te cuidaré y te amaré más que cualquier otro hombre en este mundo, pero eso no cambia el hecho de que soy un bastardo.

—Eso es diferente a decir que nunca me enviarás con otro hombre.

—Esa es una decisión que tomé asumiendo que tú me amabas. Obligar a una mujer que no me quiere a quedarse a mi lado no es amor, es violencia.

Aunque era verdad, no era la respuesta que Giselle quería escuchar.

—¿No vas a rogarme desesperadamente? Algo como «Si te vas, mi vida se acaba», o «Tu amor es la única salvación que tengo».

—Esas palabras te harían sentir culpable. Sería como una marca que te diría que, si me rechazas, eres una mala persona. Es una trampa cobarde y astuta.

—Sí, eso es cierto.

—Por cierto, hablas como si ya hubieras escuchado eso. ¿Qué tipo de tipo despreciable te dijo algo así?

—Su otra personalidad, director…

—Claro, por eso es un tipo malo, usa la intimidación.

‘¡Oh, de nuevo va a estallar!’

Giselle echó un vistazo a sus ojos para confirmarlo.

‘Es raro… Ha estado en silencio a pesar de que lo estoy insultando durante todo el paseo. ¿Qué estará tramando?’

—Giselle, yo no haría algo así. Quieres que te haga enamorarte, ¿verdad? No quieres que te dé lástima.

Sin duda, era un comandante de guerra psicológica. Giselle se dejó convencer y asintió. «Así que la conclusión de este hombre es: ‘No hay forma de que me rechaces. Haré que te enamores de mí'». «Su confianza tiene raíces tan fuertes que no se inmuta ante mi provocación de que ‘puedo dejarte en cualquier momento'».

Pero entonces, ¿por qué este hombre, que lo tiene todo, incluso confianza, comenzó a mirarla de reojo, buscando su reacción?

—Si intentas irte, ¿quieres que me aferre a ti hasta el final? Y te diré con honestidad qué sería de mi vida sin ti. Si quieres, lo haré.

Giselle no pudo evitar soltar una carcajada. Él decía que no haría una trampa tan vil porque iba en contra de sus principios, pero si Giselle se lo pedía, él lo haría al instante. Sin embargo, lo que la hizo reír fue lo que dijo después.

«Seré honesto». Quería decir que en su interior ya estaba desesperado, pero que solo no lo mostraba por fuera. «Ya sea sincero o una mentira para calmarme… de cualquier manera, fue una respuesta inteligente, ya que le dio la respuesta que quería Giselle sin comprometer sus principios».

—Ahora sí, ya no quiero.

—Pero, ¿por qué me pediste que me aferrara desesperadamente a ti?

—No es que quiera que te conviertas en un hombre malo como Lorenz. Es solo que…

‘Este hombre está demasiado relajado’

—No me siento como si tuviera el poder y eso le quita la gracia.

Aunque se siente orgullosa de la demostración de afecto de este hombre, su actitud de no tener miedo o dudar, a diferencia de su «yo» del pasado, la hace dudar si realmente han intercambiado roles.

—¿Qué te haría sentir que tienes poder? ¿Quieres darme una orden?

‘¿Una orden? ¿Una teniente a un coronel?’

Se rio de la absurdidad.

—Puedo arrodillarme si me lo pides, o llorar si me lo ordenas.

—Vaya, eso sería interesante. Nunca lo he visto llorar.

‘¡Cuántas veces he llorado por tu culpa y tú ni te has enterado! ¡Qué suerte tienes!’

Se sintió afortunada. Él le dio unas palmaditas en el hombro y entraron al parque. Sin embargo, después de caminar un rato, Giselle solo le daba órdenes al perro, pero no ejercía ningún poder sobre Edwin.

—Dijiste que sería divertido. ¿Por qué no me das una orden?

—Las guardaré para cuando las necesite.

No había forma de que ver a este hombre llorar fuera divertido. Solo haría que el corazón de Giselle se agitara más.

—Ah, ¿las guardarás para el día en que me des tu permiso? En ese caso, puedo llorar sin que me lo pidas.

Ni siquiera podía imaginarlo. Ni a Edwin Eccleston llorando de emoción, ni a ella misma dejando atrás el pasado y amándolo sin reservas.

Por otro lado, este hombre parecía haber superado por completo el pasado. Ella siempre se preocupaba de que su estricta autoexigencia lo mantuviera en la culpa por el resto de su vida.

‘¿Será por el amor?’

—¿Qué se siente al enamorarse? ¿El mundo se ve de color de rosa?

—Yo lo veo… de color gris.

‘¿Este hombre también?’

¿Por qué él, que se mantenía firme con tanta seguridad, veía las cosas de esa manera? Él se acercó a la cara de Giselle, le dio un beso en la frente y susurró, como si fuera un suspiro:

—Porque tú eres adorable, y yo soy un idiota.

Esa respuesta solo generó más preguntas.

—¿Sabes que si le sonríes a otros hombres, pero no a mí, siento que mi día está arruinado?

‘¿No le he sonreído hoy?’

Recordó los momentos en que se encontró con él en el trabajo.

«No seré una mujer fácil. Estoy en horario laboral y él es mi superior. Así que no pienses en el beso de anoche».

Probablemente su expresión estaba más rígida de lo normal, ya que se había repetido esos tres principios durante todo el día en lugar de su código de conducta.

«Pero, ¿acaso solía sonreírle a este hombre?».

—Lo tendré en cuenta para el futuro.

La mirada del hombre se entrecerró al darse cuenta de que, en lugar de prometerle que le sonreiría, ella le estaba enviando un desafío: «A propósito no te sonreiré para arruinar tu día».

Su cabeza se inclinó hacia Giselle. Esta vez no era para besarla, sino para chocar su frente con la de ella por la molestia.

‘Cuando era niña, me dejaba hacer lo que querías, pero ahora no te saldrás con la tuya’

Giselle ladeó la cabeza para esquivarlo y se dio la vuelta para escapar de sus brazos. Sin embargo, él también era un soldado ágil, y antes de que pudiera alejarse, él la jaló de la cintura y la atrajo de vuelta a su abrazo.

—¿Crees que solo tengo celos de los hombres que te interesan?

—Entonces, ¿de quién más tiene celos?

Él soltó una pequeña risa, como si estuviera asombrado de sí mismo, y luego confesó:

—De cualquiera. De cualquiera que parezca que es más importante para ti que yo.

—…¿Existe alguien así?

No tenía ni la menor idea de a quién se refería.

—Tener celos de las personas es algo normal. Tengo celos de los cigarrillos, e incluso de las palomitas de maíz que comes. Es la primera vez en mi vida que siento que valgo menos que un pedazo de maíz frito.

—Dios mío.

Ante una excentricidad que nadie se hubiera imaginado, soltó una carcajada, echando la cabeza hacia atrás. Efectivamente, fue una broma para hacerla reír, ya que las comisuras de los labios del hombre se levantaron con una gran sonrisa.

—Así que la jerarquía de un duque es más baja que la del maíz frito.

—¿Sabes cuánto me estoy esforzando para superar al maíz ahora mismo?

—La razón por la que el mundo le parece gris es porque es más feo que el maíz. Eso tiene sentido.

—Esa es solo la punta del iceberg, tan pequeña como un grano de maíz. Siento un deseo excesivo por ti, y por eso me pongo impaciente…

Aparentemente, el amor no siempre era fácil y feliz, como ella pensaba, ya que él se veía tan tranquilo.

—Qué infantil y ridículo soy al hundirme en sentimientos que odio, sin poder escapar.

Ya no se reía de forma juguetona, sino que mostraba una tenue y amarga sonrisa, propia de la resignación. De repente, frunció el ceño con fuerza, soltó un quejido y se agarró la frente.

—¿Por qué estoy confesando cosas tan tontas? A tus ojos, solo me veré como un inútil.

‘De ninguna manera’

Giselle lo miró como si estuviera hechizada, mientras él se pasaba la mano por la frente y suspiraba. Entonces ella también suspiró. Si él hubiera parecido un inútil, las emociones de Giselle serían mucho más sencillas ahora.

—Yo también lo sé.

Giselle también confesó por una razón desconocida.

—El amor, ¿verdad? Vuelve a la gente muy patética.

Era una confesión que tal vez él ya conocía, ya que en el pasado él mismo se había comportado de manera patética.

El hombre volvió a abrazar a Giselle por el hombro y lentamente inclinó la cabeza. Esta vez, ella no se apartó. Sus frentes se tocaron. Ella miró sus ojos, que se habían cerrado con serenidad, y cerró los suyos también.

Saboreó la suave sonrisa que había quedado como una imagen en su mente. Era una expresión que decía que el sentir de Giselle lo había consolado. Pero, en realidad, Giselle era quien se había sentido consolada.

Había pensado que simplemente habían cambiado de lugar. No se sentía completamente feliz, ya que creyó que había retrocedido al punto de partida, sin ningún avance.

‘Pero hemos avanzado juntos’

Al experimentar una vez la perspectiva de amar y la de ser amado, ambos pudieron empatizar profundamente con la situación del otro.

Una por una, las espinas de su corazón se desprendían, el muro de hielo se derretía, permitiendo que las emociones cálidas se acumularan lentamente.

Sin embargo, el momento de resonancia en sus corazones terminó inesperadamente, cuando sus cuerpos se tambalearon de repente.

—¡Ay, Loddy! ¡No lo hagas! ¡Agh!

Loddy, al ver un montón de hojas secas, tiró de la correa, se soltó de la mano del hombre y se lanzó sobre ellas. Cuando Giselle gritó, ya era demasiado tarde. De todos modos, Loddy no la escuchaba.

Mientras esperaban al perro, que jugaba frotándose contra las hojas, la mano del hombre, que le acariciaba el hombro, fue bajando poco a poco. Ella lo dejó, y la mano llegó hasta su codo. Él la abrazó y la acarició suavemente. Si Giselle no hubiera tenido los brazos cruzados, era obvio que el destino de su mano habría sido la de ella.

‘¿Se la doy o no?’

Mientras se sumergía en esta agradable duda, él le preguntó:

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Comments for chapter "Capítulo 244"

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1 Comment

  1. Merry

    Aaaaaaay, un beso en este paseo sería excelente jajaja
    Gracias Asure!

    agosto 17, 2025 at 7:24 pm
    Responder
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