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Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 197

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Después de eso, cuando Giselle cortó lazos con Edwin, él debió haber perdido aún más su valor, sin embargo, el enemigo lo ha mantenido con vida hasta ahora.

 

—Eso significa que Nikolas debe ver en él una utilidad o un valor que va más allá de ser un medio para acercarse a mí. Por eso, incluso si descubre la traición, es muy probable que lo mantenga con vida.

 

Como si estuviera convencida, los ojos color agua de Giselle, que habían dejado de llorar, se llenaron de confianza. ¿Sería esta interpretación, que incluso a Edwin le sonaba plausible, un deseo subjetivo o un juicio objetivo?

 

 

 

 

 

 

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

 

 

 

 

 

 

En el sótano lleno de humo de cigarro, el agente de Constanza extendió su mano derecha hacia el héroe de su patria, quien tenía el rostro del enemigo.

 

—Entonces, confiaré plenamente en usted, Barón.

 

El hombre, llamado Barón, le estrechó la mano con firmeza. En su agarre se sentía una voluntad inquebrantable.

 

—Hasta el día en que regresemos a la patria, ofrendaré gustosamente mi propio cuerpo, no, mejor dicho, el cuerpo de este hombre.

 

Era la hora del brindis. Los dos hombres sacaron un cigarro nuevo de Constanza, traído por el que estaba libre, y lo encendieron. Antes de llevárselo a la boca, el legendario héroe, a quien alguna vez llamaron el Grifo de Acero, alzó el cigarro al aire como si fuera una copa de champán y deseó:

 

—¡Por la victoria de Constanza!

 

 

 

 

 

 

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

 

 

 

 

 

 

Giselle abrió los ojos de golpe. Loddy, que le lamía la mejilla, jadeó, como si hubiera tenido éxito.

Que tuviera la cara húmeda era, en parte, culpa del perro. Sin embargo, no podía culparlo por su espalda empapada.

Giselle abrazó a Loddy y le besó la frente. Era su recompensa por despertarla de la pesadilla.

 

—Naty, no quiero morir.

 

Aunque siempre tenía la misma pesadilla, últimamente su hermano había comenzado a aparecer en lugar de su hermano menor. Una voz, tan desvanecida que no podía estar segura de si era la de su hermano, la llamaba incluso ahora que estaba despierta.

 

—Aaah……

 

Giselle se incorporó, se apoyó en el cabecero de la cama y estiró la mano hacia la mesita de noche. Tomó la libreta que estaba frente al reloj que marcaba las tres y media de la madrugada y la abrió. Las páginas estaban repletas de notas que había garabateado hasta justo antes de quedarse dormida.

 

—Giselle, yo encontraré a tu hermano. Solo tienes que confiar en mí y esperar.

 

Había prometido hacerlo, pero no era fácil cumplirlo. Claro que Giselle confiaba en él. Lo difícil era simplemente esperar sin hacer nada.

Lo único que podía hacer una persona que ni siquiera tenía la capacidad de averiguar si el prisionero del país enemigo estaba vivo o muerto, y mucho menos rescatarlo, era rezar inútilmente y tener ideas que tal vez sí sirvieran.

Giselle golpeó el lápiz sobre las notas que había escrito al azar la noche anterior, repasando los pensamientos que tenía antes de dormir. Después de que el Teniente Coronel le informara sobre el paradero de su hermano, pasó una semana así, cavilando sobre cómo averiguar si estaba vivo o muerto o cómo rescatarlo.

Llamar al Teniente Coronel cada mañana y tarde para bombardearlo con sus ideas y molestarlo era parte de su rutina. Él simplemente la escuchaba y luego respondía:

 

—Se lo transmitiré a la unidad de inteligencia.

 

‘¿Transmitírselo? ¿A quién?’

Sonaba formal y evasivo. No dudaba en absoluto de la voluntad del Teniente Coronel. Era solo que él le ocultaba algo.

‘Usted mismo es el comandante de la unidad de inteligencia, ¿no es así?’

No había otra explicación para la rapidez con la que se organizó la operación y se ejecutó a la perfección tan pronto como se recibió el informe, a menos que la persona que lo recibió fuera el comandante. La actitud de los soldados hacia el Teniente Coronel en la fase final de la operación reforzó las sospechas de Giselle, y él mismo había tomado su declaración, así que ya todo estaba descubierto, pero el Teniente Coronel seguía intentando ocultar el hecho de que él dirigía la unidad de inteligencia.

La razón era comprensible incluso sin que él se la dijera. Sería un secreto. Por supuesto, la reacción esperada de Giselle si lo revelaba también debió haber influido.

‘Yo también quiero trabajar en esa unidad’

Sabía que allí abundaban los genios de la guerra de inteligencia, más inteligentes y experimentados que ella. Sin embargo, estaba segura de que ellos no tendrían la misma desesperación que ella por este asunto.

Por eso, hoy también, sin poder dormir, estaba concretando el plan que había ideado la noche anterior y revisándolo punto por punto. Mientras lo hacía, recordó naturalmente la llamada que había recibido el martes.

 

—Soy Lorenz.

 

Se refería a la llamada que empezaba con él mismo diciendo el nombre que una vez había lamentado que fuera solo un objeto de burla. Parecía que odiaba ser confundido con el dueño de la voz, incluso por un instante.

De hecho, la llamada con Lorenz el martes no fue la primera. Después de regresar a Richmond, él la llamaba sin falta a la medianoche. Era la hora en que solía disfrutar de un cigarrillo a escondidas en el centro de entrenamiento. Era como si quisiera grabar en la mente de Giselle que, a partir de ahora, la medianoche era «su» momento.

Sin embargo, el martes la llamó antes de la medianoche. Fue inesperado, pero la trivialidad de su conversación era constante. Aun así, no esperaba que preguntara esto:

 

—¿Por qué el modelo 209 de Stahlsschmidt, a pesar de batir el récord mundial de velocidad en ese momento, no se utilizó en combate real durante el incidente de Schwanho?

 

Era extraño que recordara con exactitud el enigma que Giselle había planteado años atrás, y absurdo que se interesara por la respuesta solo años después.

 

—Porque el sistema de enfriamiento del motor ocupaba casi toda el ala, así que no había espacio para armas.

 

Ahora que no necesitaba ocultarlo, se lo dijo honestamente. Lorenz colgó el teléfono sin decir una palabra. Antes que Giselle. Era la primera vez.

Le desconcertó que hiciera tantas cosas que no solía hacer, pero cuando apareció en su casa a la madrugada y tocó el timbre, la perplejidad fue extrema. Por supuesto, no tenía intención de dejarlo entrar, pero Giselle misma abrió la puerta con una sola frase que él pronunció:

 

—Convencí al espía.

 

La noche anterior, cuando el Teniente Coronel la visitó brevemente para verificarla, Giselle le había preguntado insistentemente cómo iba a fingir que el espía no había sido atrapado. Por la reacción del Teniente Coronel en ese momento, parecía que aún no había encontrado un método, pero en cuestión de horas, Lorenz dijo que lo había resuelto.

 

—¿Cómo?

 

Si fuera el verdadero dueño del cuerpo, uno que no necesita ostentar, se habría quedado callado. Pero el hombre, cuya existencia nadie notaría si no hablaba, se jactó como si hubiera estado esperando que Giselle le preguntara:

 

—Ya te dije que soy el Grifo de Acero.

 

Decía ser el alma del as de la Fuerza Aérea de Constanza, residiendo en el cuerpo del enemigo que lo había matado. En otras palabras, había usado su mejor habilidad: el engaño.

 

—¿Y el espía se lo creyó?

 

¿No es absurdo que un agente de inteligencia, uno que no se inmuta ante los interrogatorios y las técnicas de persuasión de los expertos, creyera una tontería tan descabellada que incluso un niño la tomaría a broma?

Pero al parecer, el espía ya sabía que había otra persona dentro de Edwin Eccleston. Eso era comprensible, ya que el trastorno de personalidad múltiple se había manifestado por primera vez en un campo de prisioneros de guerra de Constanza. Sin embargo, parece que el ejército de Constanza no sabía la verdad: que la otra personalidad que aparecía ocasionalmente no era un espíritu o un demonio, sino una especie de enfermedad mental.

Además, al hablar plausiblemente de historias personales que solo el Grifo de Acero podría conocer, o de la situación política de Constanza cuando él estaba vivo, lograron convencerlo de que era el alma de un hombre muerto. Parecía que la pregunta sobre los aviones de combate de Constanza también fue para ese propósito.

 

—Le dije que había estado esperando el día para vengarme del enemigo que me mató, sus ojos brillaron. Entonces le dije: ‘Quiero volver a casa con el cuerpo de Teniente Coronel Eccleston’. Y el tipo se volvió ambicioso. Dijo que me quedara aquí por ahora, que filtrara los secretos más cruciales del ejército enemigo a mi patria,  que luego regresara como un general victorioso después de la caída de Mercia. Todo fue como lo calculé.

 

Para seguir el plan del espía, tendrían que contactar a Constanza. Pero los espías ya no podían hacerlo. Si se convertían en dobles agentes, el ejército de Mercia les devolvería el equipo de comunicaciones, pero él debió pensar que no podrían filtrar secretos ya que las comunicaciones serían censuradas.

 

—Así que me enseñó el sistema de cifrado y cómo usar el equipo de comunicaciones, pidiéndome que luchara por la patria en su lugar.

 

Dios mío. Lograr que un espía revelara de su propia boca secretos de máxima seguridad que expondrían completamente toda la red de inteligencia militar al enemigo. Qué brillante es este estafador mentiroso, que saca su habilidad a relucir en tales circunstancias.

 

—Mis hombres están verificando la información que obtuve a través de otros espías. Tan pronto como terminen, enviaré un mensaje a Constanza para confirmar el paradero de tu hermano, así que confía en mí.

—Lorenz……

 

Fue el primer momento en que el holgazán, que solo vivía a costa de los demás, le pareció genial.

‘¿Habrá madurado por fin?’

¿Madurar? Pensó que esa palabra jamás se aplicaría a un holgazán que vivía el día a día sin pensar en el mañana, pero no pudo evitarlo. Era demasiado diferente del Lorenz que Giselle conocía.

‘Pensé que no querías que buscara a mi hermano’

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