Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 183
Creí que si yo estaba bien, él también lo estaría. Qué perfecta equivocación.
Pensar que una propuesta de matrimonio tan generosa y benévola hirió más a quien la ofreció que a quien la recibió. Fue un descubrimiento que todavía me desconcierta al recordarlo.
Por otro lado, Giselle no solo había cometido un desliz con Edwin Eccleston ese día. Lorenz también debió haberlo escuchado.
—Howard, ten cuidado de no llamar la atención de nuestro comandante de batallón.
—¿Por qué?
—Porque no sé qué locura podría hacerte un desquiciado que se cree mi novio, haciéndose pasar por el comandante de batallón.
Ese día, le expliqué al Mayor que había rechazado la propuesta de Howard y que no había nada entre nosotros. La misma noche, le dije a Lorenz que los hombres que se entrometen en la vida social de las mujeres no son atractivos. Sin embargo, mi mente no se sentía tranquila.
—Solo es que… parece que no le agradas mucho…
—Mmm, ¿a mí por qué? ¿Acaso el Mayor te ve como mujer?
—¿Qué?
¿Por qué este tipo sacaba a colación cosas tan absurdas de la nada? ¿Se habrá equivocado y comido veneno para ratas? Hacía un momento había dicho que el Mayor trataba a Giselle como a una piedra, así que no tenía sentido.
—Eso no puede ser.
—¿Y tú?
—¿Eh?
—¿Todavía lo amas?
¿Esto era lo que quería preguntar?
Debió ser en mi primer año de universidad. Para calmar los sucios rumores que habían empezado a seguir a Duque Eccleston por un error mío, les había hecho una confesión premeditada y borracha a mis compañeros, diciendo que yo sola lo había amado en secreto. Giselle acababa de recordar que Howard también estaba allí.
—No. Mi amor no correspondido terminó hace mucho tiempo. ¿Tú te emocionarías con un hombre que te hizo correr diez vueltas con equipo militar?
Una clara expresión de alivio se extendió por el rostro de Howard. De repente, acercó la cabeza a Giselle, la miró fijamente a los ojos y volvió a lanzarle una mirada coqueta y astuta.
—¿Entonces hay un lugar para mí en tu corazón?
—No.
Una sombra se cernió sobre su cabeza, y otra voz, en lugar de Giselle, respondió. Giró la cabeza sorprendida y se encontró con los ojos del hombre vestido con uniforme de oficial que estaba de pie detrás de ella. Howard se levantó de golpe antes que Giselle, quien tenía la mente enredada por la inesperada llegada de la peor situación.
—Mayor, buenos días.
—Howard, ese hombre no es el Mayor.
La mirada en sus ojos, que miraban al otro hombre junto a Giselle como si quisiera matarlo, era tan turbia como agua estancada. Más que nunca, revuelta por los celos.
¿Cómo supo que estaba con Howard aquí? Incluso si lo vio pasar por casualidad, ¿cómo se acercó sin hacer ruido desde la pista de obstáculos hasta la banca? Realmente era un perro.
—Ese lugar es de otro hombre, así que ni se te ocurra mirarlo.
No, era un maldito perro.
Howard, sorprendido por la inesperada declaración, miró a Giselle con una expresión que preguntaba quién demonios era «ese otro hombre». Su dolor de cabeza se intensificó con cada golpe.
¿Debería estar agradecida de que al menos no hubiera dicho que ese lugar era suyo?
Giselle se levantó y se interpuso entre Howard y Lorenz, tratando de cambiar de tema.
—¿Viniste a pasear a Loddy?
Pero, ¿dónde estaba Loddy? Miró hacia el sendero del bosque y la pista de obstáculos de abajo, pero no vio ningún perro correteando por allí.
—No, vine a buscarte porque me dijeron que te habías vuelto a escapar al bosque como una perra a la que se le suelta la correa.
Sorprendida por la confesión indirecta de que la había estado vigilando a través de alguien, tardó un poco en darse cuenta de que la había comparado con una perra.
—Pero no sabía que la perra ya estaba en celo.
Menos mal que Howard estaba detrás y no podía ver la expresión de Giselle. ¿Sería una suerte que Giselle tampoco lo viera a él? ¿Qué haría si Howard notaba que el Mayor estaba diferente de lo habitual?
—No es eso, Mayor. Lamento haberle causado preocupación. Volveré al cuartel ahora mismo.
Necesitaba alejar a ese desquiciado de Howard antes de que, cegado por los celos, causara un problema aún mayor. Giselle se disculpó innecesariamente, cediendo ante él, y lo pasó para caminar por el sendero del bosque, pero se detuvo a los pocos pasos.
‘¿Por qué no me sigue?’
Se dio la vuelta y vio que Lorenz seguía de pie, de cara a Howard.
‘Me va a volver loca.’
No podía arrastrar o empujar al mismísimo comandante del batallón como si fuera un niño, y menos delante de otro cadete.
Como era un perro, ¿acaso respondería a un silbido?
Mientras reprimía el impulso, estaba a punto de llamarlo indirectamente, con una cortesía excesiva para un perro, diciendo: «Ya que me buscó, ¿no debería el Mayor volver al batallón?». En ese preciso instante, Howard, con una expresión decidida, abrió la boca como si fuera a decirle algo a Lorenz.
‘No. No puede ser.’
Ya sea que él tratara de congraciarse con el pensando que era el Duque Eccleston, o preguntara quién era el otro hombre, o revelara sus sentimientos por Giselle, en el momento en que lo hiciera, este encuentro se convertiría en un desastre irrecuperable.
Por un impulso, a punto de silbar como se llama a un perro para desviar la atención, se escuchó un grito que llamaba a un perro de verdad desde abajo del camino.
—¡Loddy!
—¿Loddy?
—¡Loddy!
Giselle giró la cabeza y vio a un soldado dando vueltas por la pista de obstáculos, gritando el nombre del perro. El soldado, que estaba a punto de subir, se detuvo en seco al ver a las tres personas.
Se notaba claramente su palidez, aunque estuviera a veinte pasos de distancia. Giselle también sintió cómo la sangre se le iba del cuerpo. El soldado era la persona encargada de pasear al perro del Mayor cuando este estaba ocupado, y el perro no se veía por ningún lado.
—¿Dónde está Loddy?
Cuando Giselle preguntó, el soldado subió corriendo con el rostro compungido y le dijo al «Mayor»:
—Mayor, lo siento. Cuando salía a pasearlo en el campo de desfiles, tropecé y me caí, y se me soltó la correa. Lo seguí de inmediato, pero ya se había alejado…
El soldado observó nerviosamente al hombre indiferente y luego, mirando a su alrededor de reojo, preguntó:
—Creí que había venido al lugar de siempre para pasear… ¿Acaso no lo vieron?
—No.
Giselle respondió en lugar de Lorenz.
—Hemos estado aquí desde las 4 y no vimos a Loddy.
Este perro, ¿a dónde habrá ido?
Giselle les pidió a los cadetes que descansaban en el batallón que se unieran a la búsqueda. Además, Howard reunió al Batallón 108, y el soldado a cargo de Loddy juntó a los miembros de su pelotón, haciendo que toda la unidad de entrenamiento registrara la base, que era más grande que la mayoría de los pueblos, en busca de un solo perro.
Buscaron por todas partes, desde los lugares donde Loddy solía pasear hasta la perrera militar, pero el animal no aparecía por ningún lado. A estas alturas, todo tipo de imaginaciones funestas martirizaban la mente de Giselle.
‘¿Y si alguien que le guarda rencor al Mayor se robó a Loddy? ¿Para vengarse de su perro querido…?’
Solo de pensarlo, sentía que la sangre se le helaba. Los únicos que podrían guardarle rencor eran los del Batallón 108, pero ¿cómo podría confirmarlo? Su mente se puso en blanco y no se le ocurría ningún método, hasta que recordó a la única persona que podría tener la solución. Giselle fue a buscar al maldito perro de mal carácter que, como si no fuera su asunto, estaba sentado tranquilamente en la oficina del comandante del batallón mientras todos buscaban al perro.
—Lorenz, devuélveme al Mayor. Lo necesito para encontrar a Loddy.
Sin embargo, la fría luz del abismo que la miraba no cambió.
—¿Y yo?
—¿Qué?
—Si yo desapareciera, ¿tú también me buscarías como a ese perro? ¿Llamando desesperadamente un nombre que es solo una burla para una bestia que apenas aceptaste, y suplicando a un hombre que ni siquiera aprecia al animal desaparecido que lo recupere?
—Tú ahora estás celoso del perro……
—¡Mayor!
Afortunadamente, la discusión, que solo sería una pérdida de tiempo inútil, ni siquiera pudo comenzar cuando el soldado a cargo entró corriendo por la puerta abierta.
—Hace 30 minutos, el centinela de la entrada sur de la base dijo que vio al perro del Mayor.
—¿Y qué? ¿Lo retuvieron?
El soldado hizo una mueca de disculpa, sin saber qué hacer. Giselle apenas logró reprimir la ansiedad que la volvía loca y preguntó:
—… ¿Y entonces?
—Cuando el perro se acercó a la entrada, tenía una correa, así que creyeron que el dueño lo seguía y lo dejaron pasar, el perro salió de la base. Nadie lo siguió, fue entonces cuando pensaron que alguien podría haber perdido al perro, pero no conocían al dueño y la misión de los centinelas es vigilar sus puestos, así que ……
Entonces debieron haber llamado a la sala de transmisiones y pedir que anunciaran si alguien había perdido un perro. Giselle sentía rabia por la actitud indiferente de los centinelas hacia el perro ajeno, pero discutir sobre quién tenía la culpa no servía de nada en ese momento.
—Mayor, permítanos salir de la base y buscarlo.
Giselle hizo un gesto de súplica al «Mayor» y luego, acercándose a Lorenz para que solo él la oyera, susurró:
—Si buscamos un perro que no me obedece, ¿cómo no vamos a buscar a un hombre que sí me obedece?
Así que, hazme caso.
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