Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 134
—Nosotros, Dawson y yo, prometemos no apartar la vista de ustedes ni un segundo. No los dejaremos solos bajo ningún concepto. No será diferente a ahora.
—Es cierto. Y ayer tampoco pasó nada. Ajussi, usted sabe que no puedo evitarlo para siempre, ¿verdad?
—Giselle, tú…
¿Acaso no te sientes incómoda? ¿Después de lo que ese tipo te hizo con este mismo rostro? Para superarlo, para ordenar tus sentimientos como decidiste, sería mejor no verse.
¿Qué diablos quieres de mí?
Las palabras que Edwin tragaba en silencio para no herir a Giselle seguían acumulándose, hasta que finalmente se quedó mudo.
¿En qué rayos estaba pensando? Tal vez, con su juventud, no pensaba en nada. Sus palabras sonaban absurdamente ingenuas.
—¿Y no crees que Lorenz también ha bajado la guardia?
—Ese bastardo, en este mismo instante, solo está maquinando cómo apuñalarte por la espalda al oír eso.
‘No es cierto.’
‘Cállate, lunático.’
‘Él está peor que yo. ¿No vio lo que recogió en el campo de batalla? Hasta yo le tengo miedo ahora.’
‘¿Miedo? ¡Regalaste un perro!’
‘Ya verás. Tengo razón. Mientras el «duque» levanta muros por su «dignidad», yo los derribo, aunque me llamen canalla. ¿Quién de los dos la ama de verdad?’
Murmullos. Su cabeza era un caos. Tras más de un año callado o hablando en lenguas incomprensibles, ahora ese tipo no paraba de opinar sobre Giselle. No podía taparle la boca inexistente, y soportar sus disparates era un suplicio.
—Ya no me da miedo.
Y para colmo, las absurdas palabras que resonaban fuera de su cabeza empeoraban el tormento.
—Soy más fuerte de lo que cree. Lo sabe, ¿verdad?
En ese momento, Edwin no pudo guardar silencio.
—Todos afuera. Menos Giselle.
Cuando los dos guardias salieron y se apostaron frente a la puerta, Edwin finalmente soltó las palabras que había reprimido.
—¿Tan fuerte eres que intentaste matarte por un comentario de ese tipo?
En ese instante, Giselle puso una expresión como si le hubieran abofeteado. Edwin no pudo evitar sentir el dolor de su propia espada clavándose en ella.
Si evitaba tocar las heridas de Giselle, no era por dignidad, sino por cuidarla. Pero criar a alguien a veces implicaba ser el villano.
—Eso…
Giselle movió los labios como para replicar, pero al final los apretó sin decir nada. Con el orgullo típico de ella, intentó sostener su mirada, pero sus párpados se enrojecieron, como si las lágrimas estallaran ante una palabra más fría de Edwin.
¿Dónde está tu fuerza ahora?
Giselle parecía frágil, demasiado frágil. Edwin se acercó, envolvió sus inquietas manos entre las suyas y la miró fijamente.
—Giselle, tengo miedo… miedo de que ese tipo vuelva a hacerte daño. Me preocupa. ¿A ti no?
—Pero… solo fue un arrebato mío. Él no intentó matarme, ¿sabes? Tal como dijo, fue un error, e intentó detenerme.
—Que sea capaz de matar por ‘error’ lo hace aún más peligroso. ¿No crees?
En su mente, la voz del otro insistía: ‘¡Yo nunca quise matarla!’, pero Edwin la ignoró. Mientras tanto, Giselle esquivó sus palabras con otra cuestión:
—Ni siquiera me golpeó…
—¿Acaso no tocarte ya te hace sentir segura?
¿En serio no le da miedo un violador solo porque no la golpeó? Lejos de aliviarlo, la falta de temor de la chica le provocaba una preocupación que le nublaba la vista.
—Si ese tipo, mientras recibe una condecoración en palacio, te llama a su cama en lugar de quedarse quieto… ¿qué le dirías?
Las mejillas de Giselle ardieron al instante, como si jamás hubiera esperado que Edwin tocara ese tema tan delicado.
—¡Pues claro que le diría que no!
—¿Y si insiste?
—Lo convenceré con palabras. Sé cómo hablarle.
—¿Por qué tú?
—Porque a mí sí me escucha.
Edwin no creía ni por un segundo que aquel animal egoísta pudiera haberse ‘domesticado’, pero dejó pasar el comentario.
—¿Por qué cargas con esa responsabilidad? ¿Eres su madre? ¿Su dueña? ¿Acaso lo plantaste en mi cabeza? No. Giselle, ¿por qué asumes tú ese rol?
—No es eso… Solo quiero ayudarte, Ajussi.
—Con que vivas tu vida, yo ya tengo suficiente…
Edwin iba a repetir su frase de siempre, pero se detuvo.
—¿Sabes por qué él también te dice que ‘con que vivas como quieras es suficiente’?
—…¿Por qué?
—¿Qué diablos podrías hacer tú por alguien como él?
Recordó la mentira que el hijodeputa había soltado sin pudor.
—Te afecta lo que dijo, ¿verdad? Por eso actúas así.
—No es cierto.
Aunque duró un instante, Edwin no pasó por alto el destello de inquietud que empañó la mirada serena de Giselle.
—¿De verdad le creíste? No pensé que me decepcionarías tanto.
—¡No es que no confíe en usted! Es que… ese tipo me da rabia.
Su expresión era idéntica a cuando perdió aquella partida de ajedrez contra él. Parecía hablar en serio.
—¿No podría darme la oportunidad de demostrarle lo equivocado que está? Si no es por usted, permítame hacerlo… al menos por mí.
Edwin comprendió entonces que llevarse al perro no había sido solo por orgullo. Había caído ante su propio deseo: criarlo hasta el final, para demostrarle a ese bastardo que ya no le importaba.
—Giselle, a veces perder es ganar.
Había que enseñarle a esa niña, demasiado competitiva, que hay momentos en los que es mejor ceder con sabiduría que empeñarse en vencer. Hoy era la oportunidad perfecta.
Así que, tras oponerse hasta el final, Edwin estaba a punto de mandar a Giselle de vuelta… cuando…
—Su Gracia, tengo una petición que hacerle.
De pronto, Loise se arrodilló ante él. En más de veinte años de servicio, jamás lo había hecho.
—No sé qué es, pero levántate y habla.
Loise no tenía por qué arrodillarse. Pero su secretario principal, con una determinación inusual, ignoró la orden.
—Si muero sirviéndole, le ruego que cuide de mi esposa y mis hijas.
No era una súplica, sino una declaración: estaba dispuesto a morir por él, aun frente a ese demonio.
—Su Gracia, soy humano y tengo miedo. Y si me permite la insolencia… estoy agotado.
Loise había sido quien más cerca estuvo de Edwin desde su regreso, quien más tiempo había soportado al otro. Y en los últimos meses, desde la muerte de Profesor Fletcher hasta el intento de suicidio de Edwin y el secuestro de Giselle, había cargado con cada golpe.
El estrés lo había consumido. Cuando Edwin regresó con Giselle a la mansión, Loise parecía haber envejecido años en días. Solo, tuvo que asumir tareas imposibles, como buscar una aguja en un pajar tras los caprichos del otro.
—Sé que es indigno pedir esto, especialmente después de lo que le ocurrió a Señorita Bishop por mi incompetencia.
—Loise, no es así.
Si alguien debía sentir vergüenza, era Edwin, por exigirle lo imposible. Cualquier otro ya habría renunciado. Pero no podía decirle que se fuera: Loise no pedía permiso para retirarse, sino fuerza para seguir.
—Le suplico que me dé una oportunidad. Solo una.
«Estoy dispuesto a morir por usted. Ceda, aunque sea esta vez.» Eso decía Loise.
—Protegeré a Señorita Bishop como si fuera mi hija. Y juro que aprenderé a distinguirle de… él.
Mientras Loise seguía de rodillas y Edwin, incapaz de rechazarlo fríamente, callaba, Giselle intervino:
—Yo tampoco puedo seguirlo a todas partes por la escuela. Solo estaré cerca cuando sea importante. Y Loise necesitará mi ayuda para aprender a reconocerlo.
A veces perder es ganar.
Tal vez ese consejo era más para Edwin que para ella.
—Duque Edwin Eccleston, de las Fuerzas Especiales del Ejército…
El secretario real anunció al primer condecorado mientras el héroe, vestido de gala, observaba desde el estrado a los invitados.
Madara Info
Madara stands as a beacon for those desiring to craft a captivating online comic and manga reading platform on WordPress
For custom work request, please send email to wpstylish(at)gmail(dot)com