Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 131
—Loise, Dawson, esperen un momento afuera. Dejen la puerta abierta y, si escuchan algún alboroto, entren de inmediato y saquen a Giselle.
Los dos hombres solo obedecieron después de que Giselle confirmara que quien daba la orden era efectivamente el Duque. Salieron del comedor y se quedaron apostados frente a la puerta entreabierta.
—Giselle.
Edwin extendió la mano a través de la mesa. Giselle no se la dio de inmediato; primero, escrutó su rostro. Pensaba que era el otro —el lascivo, el impostor—.
Solo cuando se convenció de que era Edwin de verdad, apoyó su mano sobre la de él. Antes de que Edwin la rodeara con la suya, los dedos de Giselle recorrieron su palma, palpando con cuidado la vieja cicatriz donde una vez se clavaron fragmentos de vidrio.
Había estado observando esa mano durante toda la cena. Y Edwin, que lo sabía, se había asegurado de usarla constantemente, para demostrar que ya no quedaba secuela, que estaba bien, que no había por qué seguir sintiéndose culpable.
—Por culpa de esa locura mía… usted terminó herido.
Pero la verdad era al revés.
Giselle, fui yo quien, por actuar imprudentemente, te puso en peligro a ti.
Sujetando su mano, Edwin pasó con suavidad el pulgar por los delicados nudillos que sobresalían en el dorso de aquella pequeña mano.
Ojalá también pudiera acariciar así tus heridas del alma…
Desde tan joven había cargado con tanto daño, y él, que solo quería protegerla, no había hecho más que sumar nuevas cicatrices a ese corazón ya tan marcado.
—Tengo algo que decirte. Supongo que ya te lo imaginas. Si en algún momento te sientes incómoda, dímelo sin miedo.
Guardó estas palabras para decírselas en persona, temiendo que fueran una nueva herida, pero también sabiendo que el silencio solo prolongaría el dolor.
—Recibí los resultados de tu revisión médica.
Giselle entendió que se refería al ginecólogo. Lo supo al instante, porque notó cómo su mano, antes tibia y relajada, se tensaba en la suya. Edwin la sostuvo con más ternura, acariciándola con suavidad mientras abordaba el tema con todo el cuidado posible.
—No encontraron ninguna anomalía. Me alegra mucho.
No había síntomas preocupantes y, además, su ciclo menstrual se había reanudado con normalidad. El médico le había dado el diagnóstico que Edwin temía no escuchar.
—A juzgar por los síntomas, lo más probable es que no se tratara de un aborto, sino simplemente de un retraso menstrual.
—Y saber que no estabas embarazada… eso, todavía más alivio.
Giselle asintió, dando a entender que compartía ese sentir. Pero la leve sonrisa que dibujó parecía más un acto reflejo que una expresión sincera. Aunque su cuerpo estuviera intacto, ¿era como si en el alma hubiese perdido a un hijo?
Edwin notó cómo su mano empezaba a aflojarse, y la sostuvo con más firmeza, sin dejarla ir.
—No me malinterpretes. No lo digo porque quiera eludir mi responsabilidad. Lo digo porque, para alguien como tú, que apenas empieza a ser adulta, un embarazo no sería una bendición… sino una desgracia. Es mejor que no haya ocurrido.
—Lo sé.
—Y sabes que eres lo más valioso que tengo en el mundo, ¿verdad?
Ella asintió enseguida, sin vacilar.
—Un hijo… eso vendrá después. Cuando seas plenamente adulta. Cuando tu cuerpo y tu corazón estén preparados…
Entonces, tengámoslo.
¿Por qué esperó que esas palabras completaran la frase?
—Ojalá puedas tener un hijo algún día… con un hombre que esté sano tanto de cuerpo como de espíritu, y con quien te cases por amor.
Pero lo que acababa de decirle Edwin no era más que un rechazo velado.
Tal como lo dijo aquel demonio: después de todo lo que había pasado, Edwin no sentía nada por ella.
Qué vergüenza le daba ahora… haberse atrevido a esperar algo tan descabellado como una proposición. Quería desaparecer de la vergüenza.
Y, sin embargo, Edwin no soltó su mano.
Así continuaba su ternura cruel.
—Giselle, no estoy rechazando tus sentimientos.
Sus palabras demostraban que comprendía sus emociones hasta el fondo.
Al escuchar de su propia boca que sabía de su amor no correspondido, ella sintió que moriría de pura humillación.
—Jamás pensé que terminaría diciéndote algo así, pero tampoco es que no seas atractiva como mujer. Al contrario… eres tan hermosa y adorable que me duele. Serás demasiado para cualquier hombre. También para mí.
¿Qué podría tener ese hombre más que usted?
¿Por qué no yo?
—¿Piensas que solo son palabras vacías?
También eso le había leído. Giselle creyó que era simplemente la típica excusa de rechazo.
—Giselle, yo no soy un buen hombre.
La frase la sacudió. Hasta entonces, lo había escuchado todo a medias, hundida en su propio dolor. Pero esa confesión la hizo volver en sí por completo.
—No quieres que el asesino de alguien… sea tu marido, ni el padre de tus hijos.
—¿De verdad… él mató al profesor Fletcher?
Al oír el nombre de Fletcher, el rostro de Edwin se ensombreció de inmediato. Giselle entendió sin necesidad de una respuesta.
—Y no fue la primera vez.
Eso significaba que la confesión de que había asesinado a su cuidador solo para tener control total sobre su cuerpo… también era verdad.
—A ti también estuvo a punto de matarte.
—Pero… fue otro quien lo hizo. Usted no tiene la culpa.
—Fui el motivo. Lo hizo por mí. Si lo ves así, te convirtió en su objetivo por mi culpa. No puedo decir que no tenga responsabilidad, aunque tú y yo ni siquiera nos conociéramos aún.
¿Habría ido por ti, de no estar yo en medio?
Giselle no pudo mentir. No, no lo habría hecho.
—Ya que estamos hablando de esto… todo lo que sufriste, me corresponde a mí cargar con ello. Y aunque es una situación que escapa de toda lógica, si lo pensamos desde el sentido común, casarnos sería lo más lógico.
La propuesta que ella misma había soñado hasta hacía unos instantes, ahora que él la mencionaba, le hizo doler el pecho.
—Tampoco es que nunca haya considerado casarme contigo.
Así que aquel que dijo que, si ella estaba embarazada, la asumiría y se casaría… decía la verdad.
Edwin también lo pensó.
—Pero si me uno a ti como pareja —yo, que comparto cuerpo con quien te hirió—, si me caso contigo en nombre de la redención, eso no sería curarte… sino seguir lastimándote. Sería solo una continuación del daño.
Por más que ella pensara distinto, no podía contradecir sus palabras.
Tenía razón. No estaba mal lo que decía.
—¿Qué clase de persona permitiría que la persona que ama viva con un criminal?
¿Amor?
—Giselle, solo he amado a una persona en mi vida… y esa persona eres tú. Claro que no es un amor entre hombre y mujer.
Ya lo sabía.
No esperaba menos.
—Pero aun así, tú siempre serás, por siempre, la única persona a la que ame.
¿Por siempre? ¿Amarme solo a mí?
¿Es siquiera posible algo así?
Él, al fin y al cabo, algún día debería casarse y continuar la línea sucesoria.
Los matrimonios sin amor eran cosa común… pero aun así, muchos padres terminaban amando a los hijos que habían tenido sin planearlo.
Edwin parecía haber leído también esa duda en sus ojos.
—¿Crees que tiene sentido alejarme de ti para protegerte y luego, con toda tranquilidad, ir y estar con otra mujer? Sería una hipocresía total, ¿no te parece?
—Entonces, ¿usted…?
—No pienso volver a tener una relación. Ni casarme.
—…¿Y la sucesión?
—Que la tome alguien de una rama secundaria.
Lo dijo con tal naturalidad que resultaba desconcertante, pero sus palabras eran todo menos ligeras.
¿Duque Eccleston renunciando a su linaje, a perpetuar su sangre, y eligiendo vivir solo el resto de su vida?
Incluso para Giselle, una forastera, aquello sonaba a entregar el ducado a manos ajenas.
La reputación de los Eccleston, construida durante siglos en el continente, estaba en juego.
Los viejos como Duquesa Roxworth no se quedarían quietos al ver cómo todo se derrumba.
Y en las ramas colaterales, seguro no faltaría quien alzara la voz para imponer a su hijo como heredero, desatando el caos.
El simple rumor sacudiría a toda la nobleza.
Y sin embargo, Edwin, que más que nadie debía prever todo eso, había tomado su decisión con plena conciencia.
—No te preocupes por la casa.
Giselle nunca se había preocupado por el linaje de su casa.
Siempre, siempre… lo que le preocupaba era él.
—Pero… ¿por qué tiene que vivir solo toda la vida por culpa de ese?
—No estaré solo. En realidad, me siento más libre así.
De cualquier manera, mi intención siempre fue vivir soltero. Solo estoy regresando al punto de partida.
Qué egoísta soy.
Giselle sabía que pensaba en él… y, aun así, no pudo evitar sentir un alivio mezquino al saber que no habría otra mujer en su vida.
Pero, ¿de qué servía que Edwin cerrara su corazón a todas si con eso también la dejaba fuera a ella?
‘Aunque crezca y me convierta en una mujer mucho más atractiva, no tendré oportunidad alguna de ganarme su corazón…’
La puerta también se cerraba para Giselle.
Y si ese era el final, lo más digno era aceptarlo con gracia y dar un paso atrás.
Esa era su última oportunidad para salvar algo de su orgullo…
‘Con elegancia… con calma.’
Inspiró hondo, en silencio.
Y al exhalar, con una sonrisa suave, dijo:
—Sé que no debe haber sido fácil sacar el tema, así que gracias por hacerlo.
Yo también pensaba que era una conversación que en algún momento debíamos tener.
Para Edwin, sin duda, fue un tema incómodo.
Pero ahora lo que le incomodaba más que el contenido de la charla… era el tono excesivamente cortés de Giselle.
¿Por qué de pronto actúas así conmigo, tan distante?
Sentía que había un muro.
Ella había alzado una barrera en su corazón, y ahora se protegía de él.
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