Mi Amado, A Quien Deseo Matar - Capítulo 130
En su imaginación, Giselle no pudo soportar que la marca de los labios de Ajussi terminara en manos de otra mujer, así que, apostando toda su fortuna, desde los bonos nacionales hasta la casa en Terraza Magnolia, volvió a comprar ese trapo sin valor por apenas unas pocas monedas.
Qué patético. Solo era una fantasía, y aun así se sentía miserable. Pero es que las fantasías, al final, son el reflejo más honesto de uno mismo.
Ajussi, pensando que el enfado de Giselle era solo una rabieta, le guiñó un ojo con una sonrisa divertida, pero después empezó a tomárselo en serio.
—Entonces… ¿qué sería adecuado?
—Pues… algo que uno recomendaría pero nunca volvería a leer… o una corbata que ya no se usa porque pasó de moda…
—¿Buscamos algo después de comer?
—Claro.
Claro que sí. Así al menos tendría la excusa perfecta: poder elegir personalmente algo que no le doliera si terminaba en manos de otra mujer, y, además, evitar volver de inmediato después de la comida.
—¿Te gusta estar en la Asociación Estudiantil Patriótica?
—Sí, me gusta.
Pero el instinto de Edwin le decía que Giselle estaba mintiendo.
—¿Y no hay nadie que te moleste?
Sabía perfectamente que Giselle respondería que no, pero igual preguntó.
—Sí hay.
Y recibió una respuesta que no esperaba.
—Muchos.
—¿Quiénes?
—Profesor Davis de Introducción a la Economía, Profesor Milton de Historia Medieval de Mercia, el de Cálculo Básico…
Estaba listo para no perdonar a quien fuera, pero Giselle comenzó a enumerar, uno tras otro, a los profesores de sus clases. El rostro rígido de Edwin se relajó, dejando ver una sonrisa. Que Giselle hubiera vuelto a su rutina diaria ya era un alivio, pero que además tuviera la ligereza de bromear como si nada hubiera pasado, le provocaba hasta gratitud.
—¿Cómo se atreven a agobiar con tareas a mi pequeñita? Esto no puede quedar así. Royce, llama al rector ahora mismo.
Edwin también fingía que no pasaba nada, pero no podía engañarse: sabía que Giselle no estaba tan bien como aparentaba.
¿Cómo se supone que uno olvida lo que vivió encerrado? Solo se sobrevive, soportándolo.
Como la culpa que cargaba por los perros que tuvo que matar para poder seguir con vida.
—Si no me los hubiera comido yo, alguien más los habría robado… o me habría muerto de hambre. Eso habría sido más triste, ¿no cree?
Cuando le preguntaron cómo había conseguido comida en aquellos días, la ‘Natalia’ de entonces confesó, sin querer, que incluso se comió los perros que había criado. Se puso nerviosa al instante e intentó justificarlo ante Edwin. Pero él no se decepcionó, sino que se maravilló por la tenacidad y el valor de una niña de apenas diez años.
—Claro que sí. Lo hiciste bien. Natalia es valiente.
Desde aquel día, nunca volvieron a hablar del tema, y Edwin lo había olvidado por completo. Pensaba que Giselle también… pero se equivocaba.
Así que por eso se puso tan pálida cuando vio aquel perro en la calle, la última vez.
Cuando dijo que no le daban miedo los perros, seguramente era sincera. Lo que le daba miedo no eran los perros, sino los recuerdos.
En la mansión Templeton no se criaban perros, así que Giselle prácticamente no tenía oportunidad de cruzarse con alguno. Cuando era pequeña, Edwin le preguntó si quería un cachorro. Ella dijo que no, y él, ingenuamente, pensó que simplemente no era de su gusto. Qué insensible había sido.
‘Giselle, yo de verdad creo que sobrevivir como lo hiciste fue valiente e inteligente. Lo que hiciste no es un pecado. Al contrario, es prueba de que estás destinada a cosas grandes. No te avergüences, siéntete orgullosa.’
Esa fue, seguía siendo, la sincera convicción de Edwin. Pero para una niña que sufrió tanto que pensó en morir, incluso las mejores palabras no eran más que combustible para un recuerdo convertido en pesadilla. Por eso, desde entonces, él se había guardado sus opiniones… y aun así…
‘Ese bastardo, cómo se atreve.’
Apenas Edwin hizo planes para ver a Giselle, aquel sujeto ignoró su advertencia y le robó el cuerpo.
—Giselle dice que quiere tener un perro. Justo estaba pensando que nos vendría bien uno de guardia.
Hablando como si fuera Edwin, ordenó a Royce que trajera un perro. Ni más ni menos que un mestizo de refugio. Como si quisiera escarbar en las heridas de Giselle…
‘No es cierto.’
El loco dentro de su cabeza lo negó de inmediato, con tono de falsa indignación. Pero ¿cómo creerle, si sus actos decían otra cosa?
Después de haber llamado mascota del duque o sanguijuela a Giselle, tratándola como menos que humana, ¿qué otra cosa podía parecerle aquel perro sino una burla?
‘Solo me comporté como tú me enseñaste.’
Y como si nada, echó la culpa a Edwin, diciendo que solo lo había imitado al no tratarla como persona.
‘¿Quieres que te traten como a un ser humano? Pues empieza por comportarte como uno. ¿Quién actúa así con una mujer que le gusta?’
Esta vez, no recibió respuesta. El otro permaneció en silencio, sin argumentos.
‘¿Dices que sigues mi ejemplo? No me hagas reír.’
Si de verdad actuara como Edwin, ¿cómo explicaría entonces que se atreviera a hurgar en las heridas de Giselle, aquellas que él jamás tocaba?
‘¿Acaso esto es tu forma de disculparte? ¿Y de qué sirve estar arrepentido si todo lo haces mal?’
Si era capaz de imitar a Edwin con tanta precisión, ¿por qué se comportaba de manera tan diferente con las mujeres? Bastaba con recordar cómo Edwin trataba a las mujeres para saber qué hacer y qué evitar. Incluso si no tenía muchas referencias, con tan solo seguir la cortesía y el sentido común que definían a Edwin, podría haber sido un caballero perfecto para Giselle.
Pero alguien que supiera seguir el respeto y el juicio de Edwin jamás habría violado a Giselle como acto de venganza.
‘Hacer algo así y encima decir que te gusta… No solo careces de conciencia, también de inteligencia. ¿Tú? ¿Tú te atreves a fijarte en Giselle?’
Ella, la criatura más preciosa de este mundo, era demasiado para cualquiera. Incluso los hombres más rectos y brillantes no lograban estar a su altura. Y sin embargo, ese patán sin nombre, poco más que un matón, se atrevía a rondarla diciendo que le gustaba. Si hubiera podido, lo habría ahuyentado como al cliente habitual de un prostíbulo, igual que a las citas pasadas de Giselle.
Mientras sostenía una charla ligera con Giselle, sus pensamientos, afilados como cuchillas, se detuvieron en seco. Algo frente a sus ojos había cambiado de pronto. Seguían en el comedor, sentados uno frente al otro, pero Royce y Dawson, que antes esperaban discretamente junto a la pared, ahora se habían acercado a la mesa. Todos, menos Giselle, mostraban tensión en el rostro.
—¿Ha vuelto a aparecer?
—Dice que le dolió que usted le hablara mal.
¿Acaso ese loco había ido y contado a Giselle exactamente lo que Edwin estaba pensando?
—¿Qué fue lo que dijo ese bastardo?
—Solo eso.
Por la reacción de Giselle y de los demás, parecía ser cierto. Al menos sabía que si iba contando en detalle todo lo que se le había dicho, acabaría quedando mal ella misma. Astuto y repugnante al mismo tiempo.
—Le dije que si no se iba, me iría yo. Y entonces se fue. No se preocupe.
Era la segunda vez que ese sujeto aparecía. Giselle, temiendo que su tío sugiriera terminar la velada antes de tiempo, hizo como si nada, siguió comiendo y cambió de tema con naturalidad.
—Su exposición de fotografía también es ese día en el National Memorial, ¿verdad? ¿Cómo van los preparativos?
—Supongo que bien.
La respuesta sonó tan distante que parecía estar hablando de otra persona. Giselle parpadeó, desconcertada, pero él le dedicó una sonrisa tranquila, como si no pasara nada.
—Mi trabajo terminó en cuanto tomé y seleccioné las fotos. Yo solo me divertí, el resto del esfuerzo lo hacen los demás.
—Estoy deseando verla. Iré a la inauguración sin falta.
—Entonces podrás contarme tú cómo reacciona la gente.
—…¿Usted no va a ir?
—¿No crees que sería mejor para todos… incluyéndome a mí?
Él se rió con ligereza al devolver la pregunta, pero el corazón de Giselle se fue hundiendo. Y no solo por la situación de su tío. También porque estaba empezando a comprender que, por más que intentara evitarlo, la conversación sobre él, ese demonio, era ineludible. Y no era el único tema del que no podían escapar.
—Yo me encargo de buscarle un buen hogar al perro. No te preocupes.
—¿Por qué? Parecía muy tranquilo. Yo puedo cuidarlo.
Edwin ya no podía seguirle el juego a Giselle. Daba igual si estaba fingiendo para él o para el otro: a sus ojos, esa obstinación no era otra cosa que una forma de dañarse a sí misma. Le costaba ocultar la mezcla de emociones que lo embargaban al ver su rostro manteniendo esa expresión despreocupada con tanto esfuerzo.
—Giselle…
—Puedo cambiarle el nombre.
—No necesitas criarlo. No es tu responsabilidad.
Palabras que siempre había querido decir: que tampoco fue su culpa lo que les pasó a sus perros. La conocía lo suficiente para saber que habría entendido el mensaje oculto, pero Giselle, aun así, siguió insistiendo.
—De verdad puedo hacerlo. Me haré cargo.
—Terca como siempre. Está bien… Supongo que es mejor un perro que un bebé.
Lo murmuró en voz baja, casi para que solo ella pudiera escucharlo. Y por primera vez, la sonrisa constante que llevaba puesta como una máscara perfecta se agrietó sutilmente en su rostro. Era la señal de que se acercaban a otro de esos temas que no podían esquivar.
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