Marquesa Maron - MARMAR - Volumen 2 - Capítulo 263
El Reino Sagrado había caído.
Aunque no fue obra mía, sentí una extraña responsabilidad. A decir verdad, el Papa se había buscado su propia ruina. Si no hubiera sido yo, alguien más habría intervenido, o quizás un desastre natural, para derribar el Reino Sagrado.
¿Acaso Anastasía no lo sabía también? Que la Iglesia estaba condenada de todos modos. Pensé que ella quizás se había estado preparando para este día desde que el Papa designó a Özen como su sucesor.
Las fuerzas de Holt entraron en el caído Reino Sagrado. Los Aquaphers rescatados fueron entregados a Misty y sus compañeros, mientras Quentin y Reikart se concentraron en lidiar con los restos.
Asta, quien había ido al norte de Niebe, anunció la muerte del Rey de Niebe y confirmó que la mayoría de las familias que formaban el reino habían abandonado sus tierras y huido.
En efecto, era la caída de Niebe.
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Özen Widemark era un prisionero valioso. Aunque el Reino Sagrado había caído y la Iglesia se había desintegrado, como era el sucesor de una Iglesia que ejercía una influencia comparable a la de un reino, se le trataba como un prisionero de alto valor.
—Me alegré cuando escuché que los enviados de la Iglesia cruzaban la frontera para atacarnos.
—¿Se alegró?
—Sí. Pensé: «Finalmente, podré destrozarlos a todos con mis propias manos».
Özen asintió con una expresión ligeramente hastiada. Su rostro, ya de por sí pálido por la enfermedad, estaba a punto de perder el poco color que le quedaba.
Y no era para menos, pues el que estaba frente a él, diciendo que quería destrozar a los caballeros sagrados, era el Gran Demonio del Norte.
El hombre que un día apareció de repente en la zona contaminada y devastó Niebe. Aquel de quien se decía que había expulsado a los que habitaban lo que antaño fue el territorio del Ducado de Winter como si fueran cucarachas, para luego desaparecer repentinamente hacia la frontera norte.
El Gran Demonio.
Su nombre era Vítor. Hace mucho tiempo, el cazador y guerrero más hábil de la frontera norte, secuestrado por el Ducado de Winter y abandonado en la zona contaminada, pero renacido como el Gran Demonio al albergar el núcleo de la magia demoníaca.
En la frontera norte, no había nadie que no conociera su nombre. Los guerreros nómadas del norte coreaban su nombre mientras ocupaban Niebe.
Cabello rubio y ojos azules, una sonrisa afilada.
Un hombre inquietantemente parecido a Reikart Winter.
—Me gusta la gente que no quiere pelear.
—Me gustan aún más los cobardes que se arrodillan antes de siquiera sacar sus armas.
Decía que le gustaban, pero sus ojos eran fríos. Fríos, por no decir asesinos. Uno sentía que si hacía algo que le disgustara lo más mínimo, sería masticado y tragado con todo y huesos.
Vítor preguntó:
—¿Me dirás por qué tienes esa cara de alivio, después de haberme empujado a tus subordinados para que los aniquilara?
Özen tragó saliva.
Para ser honesto, era una historia demasiado larga. Había crecido sufriendo abusos en el orfanato de la Iglesia, sabía que la Iglesia estaba corrompiéndose y retorciéndose, aún así, cuando descubrió que poseía un poder divino desbordante…
Había recibido una revelación para derrocar a la Iglesia.
Cuando la ira y la culpa se acumularon, convirtiéndose en los grilletes del deber, Özen tomó una decisión.
—Quería poner a prueba al Papa.
—Qué insolencia.
—Mi poder divino es el de lavar el cerebro a otros. Curiosamente… era un poder que solo funcionaba en aquellos con una fe fuerte. No afectaba en lo más mínimo a quienes no creían en Dios o lo rechazaban.
—Eso es algo interesante.
—El Papa no creía en Dios, ni lo deseaba.
Mientras estuvo al lado del Papa, Özen siempre se sintió como si caminara sobre hielo delgado. Constantemente en tensión, pensando que Anastasía podría matarlo en cualquier momento. Su débil cuerpo no podía resistir, a menudo caía enfermo a pesar de albergar un corazón de demonio.
Aun así, se esforzó por lavarle el cerebro al Papa.
—Cada día, usaba mi poder divino desde las cosas más triviales. Pensé que no podría hacer que el Papa me amara, así que hice lo contrario.
—¿Hacerle creer que tú amabas al Papa?
Özen asintió.
—Lo repetía todos los días como una oración: «Lo respeto. Lo amo. Confío en usted como si fuera mi madre. La razón por la que Dios me dio este poder es solo para servirle».
Vítor soltó una risa ahogada.
—¿Funcionó?
—Para nada.
Özen negó con la cabeza.
—No me creyó en lo más mínimo. Aunque me nombró su sucesor y me llamó su hijo, era fácil ver que no era sincero. El Papa solo quería un sucesor plausible.
—¿Crees que te nombró sucesor sabiendo que lo traicionarías?
—Sí.
—No entiendo.
Vítor se acercó y le agarró la barbilla a Özen. Solo un ligero apretón, pero el dolor era tan intenso que parecía que su mandíbula se fuera a romper.
—Eres débil. ¿Por qué te eligió a ti, un mocoso así, como sucesor? Había Ejecutores fuertes y obedientes por todas partes.
—El poder divino……
—¿Qué?
—Necesitaba poder divino.
—¿Por qué?
—Porque se estaba muriendo.
Özen logró mover la boca para hablar. A pesar de que gemía de dolor, Vítor no le soltó la barbilla. En cambio, le preguntó:
—¿Podía vivir si te tenía a ti?
—Podría haber retrasado la muerte.
‘¿Cómo es posible eso?’
Vítor estaba a punto de preguntar eso.
Se abrió la puerta y Asta apareció, diciendo:
—El Papa cazó a innumerables demonios y les arrebató sus corazones. Cada vez, debió necesitar una gran cantidad de poder divino. Por muy grandioso que fuera como sacerdote, es imposible que no perdiera poder divino a lo largo de tantos años, apuñalando tantos corazones.
—Asta.
Vítor sonrió ampliamente y soltó la barbilla de Özen. Luego, corrió a toda velocidad como quien recibe a un invitado bienvenido y la abrazó con fuerza.
—Te has puesto más bonita.
—Finalmente sé su nombre.
—Te lo dije. Lo oirías en algún lugar.
—Felicidades por la victoria.
—Era de esperarse.
Vítor tenía el cabello un poco más largo y seguía con un rostro joven. Viéndolo de nuevo, se parecía tanto a Reikart que Asta, sin darse cuenta, contuvo un suspiro.
La aparición de Asta también sorprendió a Özen, quien la miró con ojos asombrados.
—¿Qué demonios…?
—¿Pregunta cómo supe venir?
dijo Asta, mirando a lo lejos en dirección al Reino Sagrado.
—Señorita Haley me lo dijo. Que si iba al norte, Cardenal Özen estaría prisionero. Que lo protegiera para que no fuera ejecutado, que fuera a ver al padre de Reikart.
—¿Padre?
—¿Acaso no lo ves?
dijo Asta, señalando a Vítor con un gesto.
—Son idénticos.
Özen cerró los ojos.
‘Con razón. Qué fastidio’
A lo lejos, se escuchaban las voces de los guerreros declarando la caída de Niebe. Miles de guerreros del límite norte, que habían bajado, celebraban al pisar de nuevo su tierra natal perdida.
Estaban emocionados con la idea de volver a las montañas en cuanto llegara la primavera para traer a sus familias y vecinos.
Todos los miembros de la realeza de Niebe estaban muertos o habían desaparecido, y las grandes familias que formaban el reino habían tomado solo sus tesoros más valiosos y se habían exiliado.
La vasta tierra que se extendía desde la frontera norte hasta Grandis ahora no tenía dueño.
Asta miró a Vítor con el rostro ligeramente tenso.
—Vítor.
—No me gusta ser rey.
—¿Qué?
—¿Acaso no ibas a preguntar si iba a establecer un reino? Soy el tipo de persona que odia eso. Si hubiera podido vivir así, me habría quedado en el Ducado de Winter, los habría matado a todos y me habría convertido en duque para vivir con lujos.
—Entonces……
—Bueno, ¿Qué haré?
Vítor rio a carcajadas. Se parecía mucho a Reikart, pero a diferencia de su hijo, era una sonrisa generosa y un tanto astuta.
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