Marquesa Maron - MARMAR - Volumen 2 - Capítulo 194
—¿En serio?
—Ahora mismo, Casnatura está en su era dorada. Todo gracias a usted, marqués.
—Mientras Nieve y Holt caían, nosotros ascendíamos en la misma medida. Su Alteza Asta es la única princesa de Casnatura, así que incluso si actúa un poco caprichosa, no habrá mayores problemas.
—¿Estás seguro?
Volví a preguntar. Por más que Asta y su consejero dijeran que todo estaba bien, yo, que había sido un humano moderno, no podía dejar de desconfiar del todo.
Basta con mirar la historia. ¿Cuántas tragedias han ocurrido por razones mucho más triviales?
Asta me tomó la mano, como diciendo que no me preocupara.
—Hay que intentar todo lo posible. Si Señorita Haley se esfuerza tanto, ¿cómo podría quedarme sentada sin hacer nada, siendo su hermana menor?
—Como no puedo ir ahora mismo al reino demoníaco a buscar a mi hermano, al menos debo hacer todo lo posible por poner orden en este caos mientras espero.
—Aun así, tú y Quentin…
Esa combinación era algo que mi cerebro se negaba a imaginar. Quentin adolescente con falda y Asta Rosarani. No encajaban en absoluto. Incluso si era un plan desesperado para distraer al falso Maris, esto ya rozaba lo absurdo.
Mientras yo vacilaba, sin poder decidirme, Asta puso punto final al asunto.
—Al final, todos esos compromisos matrimoniales no son más que mentiras presentables. Yo viviré sola toda mi vida.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque es más cómodo estar sola.
—Al tomar decisiones importantes, al tener que ir lejos… Si tuviera familia, mi corazón sería más pesado.
—Con mi padre, mi madre y mi hermano, es suficiente. Si tuviera esposo o hijos, dudaría cada vez que, como princesa, tuviera que sacrificar a alguien por una decisión.
—Vaya, ser princesa es un trabajo de lo más complicado.
—Entonces, volveré a escribir las cartas.
Asta se movió con rapidez. ‘Señor Peach’ y el consejero se reunieron con ella para discutir el contenido de la correspondencia y los horarios. Al tratarse de un viaje oficial, los trámites eran complicados, para simplificarlos, necesitaban la ayuda de varios.
Me acerqué a Valen, que estaba acurrucado en un rincón, medio dormido, me dejé caer a su lado.
—¿Duermes?
—No…
—¿Me prestas tu hombro?
—Claro.
Valen inclinó el hombro hacia mí. Apoyé la cabeza en él y cerré los ojos. Tal vez porque estaba transformado en Maris, resultaba cómodo.
—En momentos como este, tener este cuerpo no está tan mal.
—Cállate. El Valen bebé es el mejor.
—Sí, sí…
Y así, en un instante, me hundí de nuevo en el sueño.
Saber que es un sueño y aún así no poder controlar tu propio cuerpo es más frustrante de lo que pensaba. Sobre todo cuando tu mente está perfectamente lúcida.
—En el sueño, caminaba por los pasillos de la academia.
Era la Academia Holt. El lugar donde la verdadera Haley se había convertido en la hechicera más poderosa del mundo. Avancé a paso rápido, como si alguien me persiguiera, escondiéndome en el edificio principal.
El lugar estaba desierto y envuelto en sombras. De vez en cuando aparecían guardias patrullando, pero solo rondaban el exterior antes de desaparecer.
Sin vacilar, recorrí un largo pasillo. La luz de la luna que se filtraba por las ventanas tenía un tono azul oscuro. Cada vez que pasaba junto a una columna o un ventanal, ese resplandor índigo parpadeaba fugazmente sobre mí.
La biblioteca. Tengo que llegar a la biblioteca.
En el sueño, mi mano apretaba con fuerza una llave antigua. Mikael la robó para mí. Y fue Cyril quien me dijo dónde estaba el libro prohibido.
Al ver mi reflejo en un cristal, noté lo juvenil que lucía: rostro redondeado, mirada ardiente. Pero en mis labios se dibujaba una sonrisa fría y torcida.
Ja. Qué estupidez. ¿Libros prohibidos?
Si de verdad no debía verlos nadie, debieron quemarlos. ¿Por qué dejarlos ahí? Solo los escondieron para leerlos en secreto. ¿Y quiénes son ellos para decidir quién merece verlos o no?
Ni siquiera los entenderían, imbéciles.
Podía escuchar cada palabra de mi propio monólogo en el sueño. Una risa seca escapó de mí. Este es el pasado real de Haley.
Vaya, qué mal carácter tenía.
Mientras observaba todo con curiosidad, de pronto ya estaba dentro de la biblioteca. Pasé junto a cientos de estantes, decenas de muros y una docena de puertas. Avancé con paso firme por ese lugar sumido en la oscuridad —ni una sola vela encendida— hasta llegar, demasiado seguro de mí mismo, a una cámara secreta hábilmente ocultada.
Entré y tomé el libro que buscaba.
Estaba lleno de símbolos y dibujos indescifrables. La versión onírica de mí lo estudiaba con frenesí, mientras yo, el espectador, solo podía quedarme ahí, parado como un tonto.
Oye, ¿de qué sirve que solo tú lo veas? ¡Yo necesito leerlo!
Entonces recordé las palabras de Haley:
El cerebro que uso es el de Haley. El cuerpo que habito es el de Haley. El conocimiento y las experiencias grabadas aquí nunca desaparecen.
Entonces… ¿yo también debería poder entender esto?
Al concentrarme de nuevo en el libro, ocurrió un milagro: las letras incomprensibles empezaron a cobrar sentido, una tras otra. Lo mismo con los dibujos. Lo que parecían garabatos eran códigos, y las ilustraciones, caracteres ocultos.
—Sabía que esto pasaría.
La versión de mí en el sueño sonrió con suficiencia.
—Yo ya lo vi todo. Ahora te toca a ti.
¿A… mí?
—Sí, a ti, cabeza de piedra.
Haley señaló una enorme estantería. ¿Qué clase de academia maldita tiene tantos libros prohibidos? Las paredes enteras estaban cubiertas de ellos.
Libros… Solo quería pedirlos prestados.
—¿En serio tengo que leer todo esto?
—¿No querías abrir el portal al reino demoníaco? ¡Y luego eras el que suplicaba ayuda como un mendigo!
No soy una mendigo. Soy un avatar sagrado.
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Era un rincón olvidado del inframundo, una aldea tan insignificante que ni siquiera tenía nombre. Los demonios que la habitaban eran sencillos —tan acostumbrados a los cambios de señor feudal que ya ni los memorizaban—.
Reikart la llamaba ‘el Selborn del reino demoníaco’.
Tristán miró a Maris con los ojos brillantes:
—Entonces… ¿eres un príncipe? De la realeza humana… Si eres príncipe, ¿acabarás convirtiéndote en el Rey Demonio?
—¿Rey Demonio? Hum… No, solo seré rey. Nada de títulos apocalípticos.
—Ah, por eso irradias ese aire noble.
—¿¡Aire noble!?
Maris contuvo una risa mientras se acomodaba en la silla. Llevaban apenas cinco días en la casa del anciano del pueblo, y ya habían pasado de ser ‘humanos siniestros y aterradores’ a ‘invitados distinguidos’.
—O sea… ¿propones perforar agujeros en el muro del pueblo para disparar ballestas desde dentro, cavar un foso alrededor y reforzar las columnas?
—La clave de una buena defensa está en los suministros. Ampliar el almacén del pueblo es igual de crucial.
—¿Algo más?
—Mantén a los exploradores en condiciones óptimas.
—Pero nosotros solo éramos cazadores…
Tristán suspiró.
Corría el rumor de que ‘un portal al mundo humano se había abierto en el reino demoníaco’. Nadie sabía su origen, pero algunos —quienes lo veían como un presagio del fin— ya habían atacado el pueblo dos veces, exigiendo sacrificios. Gracias a eso, Maris y Reikart se habían visto arrastrados a una guerra en miniatura.
Maris le dio una palmada en el hombro a Tristán:
—No te preocupes demasiado.
—Gracias, Alteza.
—No hace falta. Defendemos este lugar porque también es nuestro camino a casa.
Justo entonces, Reikart entró por la puerta cargando un enorme carnero mutante —la presa del día— y lo dejó caer en el suelo con un golpe sordo.
—¿Su Alteza?
—Llámame Maris. ¿Hasta cuándo con ese tratamiento real?
—No.
Maris, imperturbable incluso ante el frío rechazo, llamó a Reikart con suavidad:
—Rei…
—No me llame por nombre abreviado. No tenemos una relación tan cercana, Alteza.
¿Qué? ¿Pero no eran súper cercanos? Tristán miró alternativamente a ambos con expresión confundida.
Maris hizo un gesto a Reikart y continuó:
—Como todos los aldeanos se fueron como trabajadores al castillo de Maron, solo quedan aquí unos pocos cazadores y los ancianos. Los dos ataques anteriores fueron repelidos fácilmente porque eran simples maleantes… pero lo próximo podría ser distinto.
—¿Tiene alguna razón para pensar eso?
—Los tipos que derrotaste ayer. Tristán dijo que parecían desertores de un gran feudo cercano.
Reikart endureció su expresión y se acercó a Maris. Se pasó los dedos con brusquedad por el cabello, alisándolo hacia atrás, antes de gruñir:
—Un gran feudo. Así que el rumor ya llegó hasta ahí…
Maris asintió.
—El ‘portal al mundo humano’ es un tema extremadamente sensible para ellos. La idea de que se necesitan sacrificios ya se extendió. Debemos prepararnos para un ataque más organizado.
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