Marquesa Maron - MARMAR - Volumen 2 - Capítulo 186
—¡No puedo más! ¡¿Pero por qué tuviste que prenderle fuego a la casa?! ¡¿Cómo puede un adulto hecho y derecho andar jugando con fuego dentro de casa?! ¡Y encima esto es una cabaña de madera!
—Lo siento…
—¡¿Hace cuánto se vino abajo el castillo de Maron?! ¡Y ya estás metido en otro desastre! Señorita Hailey siempre hace lo que le da la gana y se escapa fuera del castillo, pero a mí me toca arreglar todo, ¡y acabo hecha un trapo!
—Perdón, fue mi culpa…
—¿Sabes qué? A mí todavía se me encoge el pecho cada vez que veo las ruinas del castillo, ¿vale? ¿Ahora también voy a llorar cada vez que vea esta casa quemada? Dime, ¡habla! ¿Dónde piensas quedarte ahora? ¿Dónde vas a dormir? ¡Después de que los leñadores trabajaron tan duro para construir esta casa, lo mínimo es que duermas sobre una manta tirada en la calle, Haley!
—Cometí un pecado imperdonable…
¿Cuánto tiempo más tengo que seguir pidiendo perdón?
Sevrino me lo preguntó solo con la mirada. Yo giré la cabeza hacia las montañas lejanas, fingiendo no darme por enterada. Aunque quien estaba recibiendo la bronca era yo, el que pedía perdón era Sevrino.
—¡La mano!
Rápidamente puse mi mano sobre la de Campanilla. No era una quemadura grave, pero el dorso se le había enrojecido un poco.
Campanilla le aplicó una pomada que había preparado Sevrino y, con los labios fruncidos como si hiciera pucheros, sopló suavemente sobre la piel.
—¿Te duele?
—Sí, mucho. ¡Muchísimo! Mira, ¡hasta se me salieron las lágrimas!
Fingía dolor exageradamente, esforzándose por sacar lágrimas que ni siquiera tenía. Campanilla le lanzó una mirada fulminante a Sevrino y gruñó:
—Este tipo… ¿Seguro que esta pomada no es una porquería?
—¡Claro que no! ¡Esa pomada es buenísima! ¿Sabes cuántas veces me quemé las manos haciendo experimentos con pociones? ¡Y míralas ahora, tan suaves! ¡Todo gracias a esa pomada!
—¡Pues ya que sabías tanto de quemarte las manos, podrías haberte abstenido de quemar la casa! ¡Después de tantas quemaduras, ya deberías haber aprendido algo! ¡¿Cómo es que un adulto puede ser tan lento para aprender?!
—Lo siento. De verdad. No volverá a pasar.
Sevrino, con la cola entre las piernas, se escondió rápidamente detrás de mí. Campanilla resopló, suspiró, volvió a resoplar y a suspirar otra vez.
Lo que habíamos quemado era la cabaña de troncos donde nos alojábamos temporalmente. Los leñadores simplemente se rieron con un “menos mal que la señorita no se lastimó”, pero Campanilla, alarmada por el humo negro, salió corriendo del campo y nos echó la bronca de nuestra vida.
—¡Ay, ay!
Poniéndome una mano en la cabeza, fingí que me dolía, con la esperanza de apaciguar la ira de Campanilla… y de paso salvar a Sevrino.
—¡¿Ahora qué?! ¿Dónde te duele otra vez?
—Creo que me dio dolor de cabeza de tanto usar un cerebro que tenía en desuso por estar estudiando magia… Me siento mareada. Me duele la cabeza…
—¿Ves? Por eso hay que usar la cabeza aunque sea un poquito todos los días. Las ruedas de los carruajes, las bisagras de las ventanas… todo se oxida y chirría si no se engrasa de vez en cuando. ¿No es lo mismo con el cerebro? ¡Ay no, qué vamos a hacer si se te daña del todo! ¡Esto es el colmo!
Campanilla me puso su pequeña mano en la frente, como si me tomara la temperatura, toda alborotada. Me conmovió un poco que se preocupara por mí… pero también me incomodó.
Así que esa era la imagen que tenía de mí: una cabeza hueca.
Perezosa, tonta… ¿y además señora del feudo? Soy el típico villano genérico de una novela de fantasía. Ese que el protagonista desprecia desde la primera escena y acaba muerto a la mitad del primer volumen.
Mientras pensaba en eso, levanté la cabeza… y allí estaba Maris.
—¿Eh?
Sabía que venía, pero al tenerlo de repente tan cerca, no pude evitar quedarme con la boca abierta.
Su rostro, aunque familiar, se me hizo extrañamente ajeno, como si no lo viera desde hacía siglos. Se acercaba a mí despacio, paso a paso. Y con cada paso, sonreía.
Un paso… sonrisa. Otro paso… otra sonrisa.
¿Qué le pasa? ¿Se le metió aire en los pulmones o qué?
Las sonrisas de Maris flotaban como pétalos de flores, haciendo que todo a nuestro alrededor quedara en silencio.
Campanilla, que estaba alborotada revisándome, se quedó quieta.
Sevrino, que murmuraba a mis espaldas, se calló.
Incluso los demonios, que desde lejos estaban calculando si podían escaquearse del trabajo de hoy, dejaron de moverse.
—Wow… ¿Es humano?
—Haley.
Maris me llamó con un tono cargado de una risa suave.
—Tu apariencia es tan…
¿Qué, ahora qué?
—…patética.
Su mano se alzó de repente y me tocó la mejilla.
Fue tan natural que ni siquiera me pareció raro. Con sus largos dedos me acarició el rostro con ternura y, con un gesto pausado, sacó un pañuelo. Luego, empezó a limpiarme la cara con cuidado.
El pañuelo blanco se volvió negro en un instante. Al darse cuenta de que con uno no alcanzaría ni de lejos, Maris, con una sonrisa que volvió a florecer como un jardín en primavera, sacó otro pañuelo del bolsillo de su asistente. Y volvió a limpiar mi rostro con ese, hasta que ya no pudo contenerse más y estalló en carcajadas.
—¡Jajajajaja!
Cuando reía tan a gusto que sus ojos desaparecían entre los pliegues, era como si la primavera hubiera regresado al destartalado Castillo de Maron, después de cinco días seguidos de lluvias torrenciales. Hasta parecía que el aire se llenaba del aroma de flores de durazno flotando a nuestro alrededor.
—No puede ser, Haley.
—¿Qué cosa?
—Simplemente, no puede ser.
—¿Qué no puede ser?
—Tú no necesitas saberlo.
Y con eso, apretó con fuerza el pañuelo que ahora era completamente negro.
Desde mi cara, que acababa de limpiar, emanaba un aroma agradable. Donde antes sólo olía a humo y ceniza, ahora se había impregnado el perfume fresco de Maris.
Guau… ¿qué es esto? Siento que yo también voy a florecer.
Todo esto pasa por culpa de esos malditos ojos rosados que aparecen y desaparecen a su antojo. ¡¿Quién le dio permiso de ser tan absurdamente guapo?!
Como hipnotizada, le pregunté:
—¿Mi cara está tan mal?
—Si fuera sólo tu cara, sería un alivio.
—¿Tan mal cómo?
—Parece que acabas de salir de una mina de carbón.
Vaya… como si viniera de una mina.
En vez de buscar un espejo, giré la cabeza y miré a Sevrino. Nuestro refinado médico del castillo estaba cubierto de hollín, con el pelo chamuscado y todo revuelto, como una masa enredada y negra.
Su rostro, igual que el resto de su cuerpo, estaba tan tiznado que sólo se le veían los ojos al parpadear o los dientes al sonreír.
Así que yo también debo estar igual…
—Necesito bañarme.
—Sí. Me parece una excelente idea.
Cada vez que Maris me tocaba, sus manos y la tela de su ropa terminaban manchadas de hollín. Aun así, seguía riéndose cada vez que lo notaba. Viéndolo así, empecé a sentirme culpable… parecía que por mi culpa al pobre príncipe heredero se le había llenado el pecho de aire.
—Vamos a casa, mi señora.
Me arrastraron hasta la cabaña más cercana, donde Fátima —que estaba que se moría de la vergüenza por mí— y una de las chicas del feudo se encargaron de frotarme a fondo.
No sirvió de nada que insistiera en que podía lavarme sola. Al final, terminó sintiéndose como si una señora del spa me estuviera dando el paquete completo, y… bueno, no voy a mentir, no estuvo tan mal.
Cuando salí, un vestido nuevo, recién traído por Maris en el carruaje, estaba extendido sobre la cama.
—¿Y esto ahora por qué? Se nos cayó el castillo, quemamos la casa… ¿y tengo que salir vestida de gala?
—Sí.
—¡¿Por qué?!
—¡Porque usted es la Marquesa! ¡Nosotras también queremos vivir bajo el mando de una señora con un mínimo de presencia! ¿No vio al príncipe heredero hace un rato? Por favor. Piense un poco en nuestra dignidad también.
—Ah, con que no era por la mía…
Me cambié dócilmente y salí con el vestido puesto. Maris estaba conversando con los ancianos del reino demoníaco, acompañado por Reikart.
Tenían expresiones serias, como si estuvieran en una cumbre diplomática, pero con las ruinas del castillo y la casa quemada como fondo… y sentados en sillitas redondas de madera… el conjunto resultaba bastante ridículo.
Mientras yo me reía por lo bajo, Campanilla me lanzó una mirada fulminante.
—¿Y todavía te parece gracioso?
Perdón. Ya paro.
⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅
[Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vi. Espero que se encuentre bien. Este verano, especialmente largo, no parece querer irse, y aunque sé que pronto llegará el otoño, el calor en mi cabeza no da señales de disiparse’
Últimamente me he volcado por completo al estudio. ¿Cómo podría siquiera aspirar a comprender los milagros que obró en mí?
Y aun así, si lograra entender, aunque sea en parte, la profundidad de su voluntad… tal vez, algún día, pueda convertirme en una pequeña chispa a su lado…]
—¿Qué demonios es esta carta?
Rango chasqueó con fastidio.
—¿De verdad tiene que sonar tan empalagosa? ¿Todos los nobles escriben así? ¿Qué pasa, si uno es directo y claro resulta que ya es un plebeyo?
—Fuiste tú quien me pidió ayuda.
replicó Özen, sin levantar la vista ni dejar de escribir.
—Y yo que estaba loco.
—Además, no soy noble.
—Cardenal o noble, da igual. Al final es todo lo mismo. Perros del mismo corral.
A pesar del tono molesto de Rango, Özen no detuvo su pluma.
[Dicen que cuando la añoranza se vuelve demasiado profunda, puede transformarse en resentimiento. Me preocupa que, en mi caso, esa añoranza siga aferrada al mismo lugar, sin moverse jamás
Espero, con todo mi corazón, que este sentimiento no se convierta en una carga para usted]
Madara Info
Madara stands as a beacon for those desiring to craft a captivating online comic and manga reading platform on WordPress
For custom work request, please send email to wpstylish(at)gmail(dot)com