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Marquesa Maron - MARMAR - Libro 3 - Capítulo 358

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  4. Capítulo 358 - 82
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Incliné la cabeza, mirando la puerta ondulante al mundo de los dioses, que se encontraba en un lado del campamento.

 

—Qué raro. Mis cosas desaparecen, pero no sé cuáles son.

 

Pequeño Romero revoloteó y se acurrucó en mis brazos. A menudo tenía que disculparme por él, porque le decía a cualquiera «tonto» o «idiota».

«Qué malo es». «Pero es tierno». «Sí, es tierno… con eso basta». «¡Ser tierno es lo mejor!».

En estos días me dolía la cabeza de pensar qué excusa le daría a Romero en el Castillo Maron para explicar por qué el bebé se había criado así.

 

—Escúchame. Te crio Campanilla. Yo no te crie. Romero te arrancó para que me protegieras, pero ¿por qué todos los que crio terminan así?

 

Mientras murmuraba cosas sin sentido y consolaba a Pequeño Romero, de repente Campanilla salió disparado de la puerta del mundo de los dioses.

Luego me miró y me gritó:

 

—¡AAAAAAAH!

—¡AAAAAAY, ¿por qué?!

—¡¿Por qué está ahí parado?! ¡Asustó al elfo! Ay, por poco me da un infarto.

—Estoy en mi propio campamento, ¿por qué necesito tu permiso?

—Haley, de verdad…

 

Campanilla se acercó a mí con pasitos cortos. Sus mejillas estaban sonrojadas. Parecía que algo muy bueno le había pasado. Su voz, al hablarme, tenía una alegría que no podía ocultar.

 

—¿Cómo lo hizo tan idéntico? Es muy grande y todavía no he caminado por todo el lugar, pero el Castillo Maron, nuestro pueblo, el campo de trigo y el lago son casi idénticos. Las cosas pequeñas las podemos llevar cuando nos mudemos, así que…

—¿Te gusta?

—Cuando usted dijo que fuéramos a vivir en el nuevo mundo que creó, me preocupé mucho porque pensé que nosotros dos… no, los tres… íbamos a tener que construir un refugio y empezar a cultivar fresas de cero…

—No te haría pasar por eso dos veces.

 

No pude decir las mismas palabras que mi abuela, la cantante de trot, de que construyamos una casa de ensueño en una pradera verde, pero aun así, traté de decirlo de la forma más cursi posible. Pero, en lugar de que Campanilla me llamara asqueroso, se colgó de mi cintura y frotó sus mejillas contra mí.

 

—Si es con usted, una cabaña y un campo de fresas están bien. ¡Aunque prefiero el mundo de los dioses! ¡Me gusta mucho, mucho más!

—¡Babao!

—Ay, mis pequeños y adorables.

 

Abracé a Campanilla y a Pequeño Romero y bailé como un tonto. Campanilla se rio conmigo, y luego, después de recuperar la compostura, se aclaró la garganta y me preguntó:

 

—Demonio de Jade ya eligió su habitación, ¿sabe? El otro demonio seguramente usará la habitación que usaba antes… ¿Sería mejor darle una habitación lejos de él al demonio «sin forma»?

—¿Eh?

 

‘¿De qué está hablando?’

No pude evitar preguntarle a Campanilla:

 

—¿Por qué Ibratan iría a mi casa?

—¿No lo va a llevar?

—¿Qué quiere decir con que Marís ya eligió su habitación…? No, un momento. Ibratan se convertirá en el rey de los demonios, ¿verdad? Por supuesto que no puedo llevármelo.

—No es así. Marís dijo que sí iría.

 

Campanilla inclinó la cabeza. Sentí la necesidad de hablar con Marís una vez más. Campanilla se bajó de mis brazos, se puso la mochila de forma decidida y dijo:

 

—Vamos juntos.

 

Definitivamente tengo que preguntarle.

‘¿Por qué todos están tomando decisiones sin mí?’

 

 

 

 

 

 

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

 

 

 

 

 

 

Cuando Haley regresó y salvó el mundo demoníaco de una tormenta gigantesca, Ibratan sintió como si su corazón estallara y su sangre fluyera hasta sus pies. Se sentía abrumado. No sabía qué palabras usar para expresar sus sentimientos.

Decirle «gracias» o «haré cualquier cosa por ti» eran promesas demasiado triviales para Haley.

Él era un guerrero. Había nacido con habilidades y un destino superiores a los de los demás, y había cruzado el mundo de los demonios con una sola lanza. Las hazañas de Ibratan eran como cuentos de héroes para los jóvenes demonios.

«¿Cuántos de esos jóvenes había perdido en el guerra?». Mientras observaba a Haley revivir la tierra negra y quemada poco a poco, Ibratan se acostaba todas las noches, reviviendo su pasado.

Y tenía un sueño.

Su sueño estaba lleno de los cadáveres de guerreros muertos y armas rotas. Guerreros con los cuerpos cortados y cubiertos a medias por escudos oxidados yacían en el campo, mirándolo. Sus ojos podridos se habían descompuesto, y de las cuencas vacías salía un hedor.

Lo miraban y le preguntaban:

 

—¿Y bien, gran duque? ¿Es este el mundo que quería?

 

‘No’

Ibratan respondió de esa manera. Los guerreros le dieron la espalda. Los gusanos pululaban sobre los cuerpos cubiertos por los escudos. Todas las noches, Ibratan los quemaba en sus sueños. Recogía leña hasta caer exhausto y celebraba funerales interminables.

 

—Oye, ¿cuánto tiempo más vas a dormir?

 

Reikart lo sacudió bruscamente. Tal vez por el frío, su mano estaba fría. Ibratan se despertó, lo miró aturdido y preguntó:

 

—¿Qué día es hoy? No, ¿dónde… dónde estamos?

—¿Aún no te has despertado? Estamos rastreando al ejército del infierno que escapó. Y como corrieron hacia la dirección de Akeshio y sus tierras, tenemos que darnos prisa.

 

El tono de Reikart era brusco. Su voz tenía un toque de molestia. Pero aun así, se acercó a Ibratan, le puso la mano en la frente para tomarle la temperatura, y chasqueó la lengua dos veces.

 

—Con razón estabas diciendo tonterías. Descansa hoy.

—Estoy bien.

—No, no lo estás. Cuando alguien tan fuerte como tú se enferma, es porque está muy enfermo. Si yo tuviera esa fiebre, Campanilla me habría atado a la cama con una cuerda.

 

Reikart se rio entre dientes y le tiró una manta encima a Ibratan. No se la acomodó amablemente, pero Ibratan sabía que estaba preocupado.

‘¿Estoy enfermo?’

Ibratan parpadeó. No sentía dolor, pero el peso de la manta se sentía inmensamente pesado. Era como si un calor se extendiera por todo su cuerpo. De su corazón, que se sentía tan abrumado que había estallado, la sangre seguía fluyendo.

Ibratan preguntó:

 

—¿Qué se siente trascender tus límites?

—Sientes que puedes volar sin alas, y que puedes romper rocas con las manos, aunque sean de huesos y carne. Tu visión llega más lejos de lo normal, puedes sentir más cosas de lo normal… En otras palabras, sientes que tu corazón late por todo tu cuerpo.

 

Reikart habló de su propia experiencia. Él sabía que Ibratan había trascendido sus límites, y que había sido gracias a Haley.

El consejo de un experto es valioso. Especialmente cuando solo hay uno, vale su peso en oro.

Ibratan se consideraba afortunado. Reikart había estado a su lado desde que trascendió sus límites.

Pero él y Reikart eran diferentes.

 

—Mi corazón no late por todo mi cuerpo.

—¿Qué?

—Mi corazón está fluyendo, sin parar. Fluye sin cesar hasta mis pies. Siento que toda la sangre de mi cuerpo está desapareciendo.

—Oye, eso es porque tienes fiebre ahora.

—Así me sentí desde el principio.

 

‘Por eso creí que iba a morir’

dijo Ibratan, levantándose. Reikart se dio por vencido, se cruzó de brazos y dijo, de forma torcida:

 

—Cada uno puede sentirlo de forma diferente. De todos modos, si te interpones en el camino con ese cuerpo, seré yo quien te mate.

—Eso no va a pasar.

 

Ibratan empujó la manta y agarró su lanza teñida de sangre.

La batalla de ese día fue muy larga. No porque el enemigo fuera fuerte, sino porque huían a gran velocidad. Rastrear y cazar bestias que se abandonaban por completo a la huida no era una tarea fácil ni para guerreros como Ibratan o Reikart.

Ambos corrían sin cesar, con la idea de atrapar a uno más, y el número de guerreros que se quedaban atrás, incapaces de seguirles el ritmo, aumentaba.

 

—Es mejor que vayamos nosotros dos solos.

 

Reikart chasqueó la lengua y dijo:

 

—¿Esa ciudad de enfrente es la que gobierna Akeshio?

 

Una de las grandes ciudades que gobernaba Akeshio había sido tomada por el ejército del infierno hacía poco, pero los ciudadanos que habían huido de allí esperaban en la siguiente ciudad a que la guerra terminara.

Reikart sonrió y murmuró que debían ir rápido y decirles que la guerra había terminado.

Ibratan miró la ciudad. Había muchos demonios dentro y fuera de las puertas de la ciudad. Los refugiados que habían perdido sus hogares y sus tierras se apoyaban unos en otros en pequeñas cabañas, esperando a que pasara el tiempo.

Pero no había alboroto. Tampoco se veían infelices. Iban y venían de la ciudad libremente y recibían comida y suministros. Todos los soldados habían salido de la ciudad para proteger a los refugiados.

 

—Akeshio ordenó eso.

 

Reikart dijo que era algo noble.

 

—De seguro Marís se lo dijo.


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