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Marquesa Maron - MARMAR - Libro 3 - Capítulo 310

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  4. Capítulo 310 - 34
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Salí y vi al monstruoso murciélago lanzando los peces que había cazado directamente en la plaza de nuestro pueblo. Con qué fuerza los golpeaba; el pez, que cayó de cabeza, parecía completamente flácido y desmayado.

‘¿Qué le pasa? ¿Por qué hace esto? ¿Será que se enojó porque me burlé de que no podía atrapar un pescado correctamente?’

Valen estaba ocupada evacuando a los aldeanos, Campanilla estaba ocupado culpándome. Maris se reía, diciendo que a estas alturas ya no le sorprendían esas cosas, y se quedó bajo el techo observando. Akeshio, a su lado, no sabía qué hacer y me miraba de reojo.

Mientras un suave olor a pescado impregnaba la plaza, Campanilla gritó:

—¡Haga algo!

‘Supongo que tengo que hacerlo, ¿verdad? Parece que es mi culpa, ¿no?’

El monstruoso murciélago del Bosque Lunar que abandonó su hogar para seguirme, que no para de chillar sobre mi cabeza, que se alegra como un niño perdido que encuentra a su madre cada vez que ve mis alas…….

Todo debe haber ocurrido por mi culpa.

—Ya vuelvo.

Como me parecía que si lo llamaba a la plaza del pueblo mucha gente se desmayaría, le hice una señal al murciélago para que me siguiera y salí hacia la orilla del río.

Luego, en la amplia orilla de arena, le dije:

—Baja y siéntate.

La criatura parecía entender mis palabras, pero giró la cabeza con altivez y simplemente aleteó sus alas tranquilamente en el cielo. Sin embargo, me miraba de reojo, lo cual era realmente ridículo.

‘¿Bestia Divina? ¡Por favor! ¿Acaso todas las Bestias Divinas se congelaron y murieron?’

Había una manera de forzarlo a bajar y sentarse. Pero no lo hice; simplemente extendí mis alas de maná. Calculaba que si le mostraba lo que le gustaba, me haría caso.

Y, como era de esperar, en cuanto el monstruoso murciélago vio mis alas, se precipitó hacia la orilla del río, aterrizó con un ¡Boom! y apoyó sus cuatro patas.

—Ey.

‘¿A esto le llaman dragón en las novelas de fantasía? Pero por más que lo miro, no parece un dragón. Parece una mezcla de murciélago, lagarto y cocodrilo, y en cierto modo, también parece un pájaro feo’

—Vete a tu casa.

Le estaba diciendo que volviera al Bosque Lunar.

—Si no te vas, te convertirás en un murciélago de compañía. ¿Sabes lo que eso significa? No eres un murciélago salvaje, sino un murciélago doméstico. Eso significa un murciélago criado en casa. Comiendo la comida que le da su cuidador…

No sé si lo entendió o no. Al hablar, de repente, solté un suspiro. Me preguntaba qué demonios estaba haciendo, así que plegué mis alas y le dije:

—Si realmente eres el Guardián del Infierno, demuéstralo. Este pueblo ahora es mío, así que si vienen retadores o atacantes, échalos lejos.

A partir de mañana, por un tiempo, ayudaría a Maris. Si alguien tenía que quedarse a proteger el pueblo en mi lugar, ¿no sería mejor este tipo, que impone respeto solo con su presencia, que los adorables Campanilla o Valen?

—¿Tú también lo crees?

¡Kieeeeee!

‘¡Así es!’

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

El Bosque Lunar era inmenso. Inmenso y vasto. Tan grande que ni siquiera Reikart, que corría por las zonas contaminadas como si paseara, podía estimar su tamaño real. Quizás este bosque era la tierra abandonada más grande del Mundo Demoníaco.

Se decía que el monstruo venía de «lo profundo del Bosque Lunar». No sabía si ese «profundo» significaba el norte, el sur, el oeste o el este, así que simplemente caminó. Tan pronto como encontró el bosque, avanzó en línea recta, cortando todo lo que se interponía en su camino.

Al principio, solo aparecían animales de aspecto normal como conejos y ciervos. No se veía ni la sombra de ningún monstruo.

Era aburrido y pacífico. Tanto que, en un momento, incluso refunfuñó, pensando que el señor feudal con el que había peleado por última vez le había mentido para deshacerse de él.

Fue por entonces. Cuando Reikart llevaba aproximadamente medio mes deambulando por el Bosque Lunar.

A lo lejos, se escuchó un extraño aullido. Tenía un tono demasiado bajo para ser un pájaro, y el sonido venía de un lugar alto, no del suelo, como si fuera una bestia de cuatro patas.

—¿Es un monstruo?

Reikart sonrió y corrió. Los enormes árboles del Bosque Lunar no eran un obstáculo para él. Trepó por los árboles, balanceándose de rama en rama como un mono, y avanzó en dirección al sonido.

El monstruo estaba allí.

Una lagartija alada estaba adherida a un acantilado tan alto que parecía tocar el cielo. Tenía las alas plegadas dos veces sobre su espalda y usaba sus cuatro poderosas patas para escalar el acantilado, clavando sus garras.

Era un monstruo gigantesco. Era más grande que cualquier bestia que hubiera visto en ese extraño bosque. Una carreta de carga se haría añicos como una caja de juguetes si la bestia solo moviera su pata delantera.

Nódulos que sobresalían de su piel, decenas de cuernos que se extendían desde su frente hasta su espalda, y un hedor acre a carbón que se desprendía cada vez que exhalaba lentamente.

Reikart murmuró:

—Lo encontré.

Sí, solo algo así valía la pena una pelea.

Desde hacía un tiempo, ni los humanos ni los demonios eran rival para él. La habilidad de Ibratan era considerable, pero no hasta el punto de que tuviera que arriesgar su vida.

Solo Romero era el oponente contra el que podía luchar con todas sus fuerzas.

Su corazón latía a punto de estallar. Excepto cuando se le confesó a Hailey, su corazón estaba latiendo con la mayor emoción que había sentido últimamente.

¡Tum-tum!

En el instante en que Reikart abrió la boca, incapaz de ocultar su espíritu de lucha, el monstruo giró su mirada hacia él.

—…….

Todo estaba en silencio.

El largo gruñido de garganta, que parecía buscar algo, cesó de repente. El monstruo vio el espíritu de lucha en los ojos de Reikart, vio el alma enloquecida por la victoria y el desafío, y también vio la lanza de sangre que temblaba levemente en respuesta.

Estaba a solo un salto de distancia. Un hombre y un monstruo intercambiaban respiraciones ásperas y lentas.

Reikart preguntó:

—¿Eres tú?

El monstruo que ni siquiera los dioses pudieron encerrar.

Los músculos de su muslo se tensaron. Su pecho se llenó de una gran bocanada de aire, a punto de estallar. Los dedos que sostenían la lanza se crisparon. Pensaba atacar con toda su fuerza ante la más mínima señal.

Sin embargo, el monstruo permaneció en silencio.

El monstruo era mucho más cauteloso que Reikart. No rugía con furia, sino que lo observaba con ojos desprovistos de emoción.

—Soy un humano generoso, así que no puedo golpear a un tipo que no me ataca. Así que, ataca. Eres un monstruo que ni siquiera los dioses pudieron encerrar, así que no huirás de un humano pequeño como yo…

El monstruo giró bruscamente la cabeza.

—¿Eh?

Y luego, lentamente, comenzó a escalar el acantilado. Clavó sus garras de acero en la roca y movió sus cuatro patas. Sus alas seguían plegadas firmemente.

Reikart, completamente ignorado por el monstruo, gritó con irritación:

—¡Te dije que atacaras! ¡Oye, monstruo!

No hubo respuesta. Al monstruo no le importaban las provocaciones de Reikart. Parecía que todo su cuerpo decía: «Tú habla, yo me voy».

Reikart, furioso, persiguió al monstruo. La criatura subía el acantilado casi destruyéndolo, y rocas del tamaño de casas caían sobre su cabeza.

Aun así, no se rindió. Clavó la lanza de sangre entre las rocas y subió el acantilado siguiendo al monstruo.

Cuando Reikart casi había terminado de escalar el altísimo acantilado, cuyo final parecía no llegar nunca, el monstruo, que ya había pisado la cima, rugió con fuerza.

¡Grrraaaah!

No era un aullido. Era insuficiente para ser una amenaza. ¿Cómo decirlo? Era una advertencia. Una intimidación dirigida a un mundo, a una vasta legión.

—Ah……

Finalmente, el infierno se desplegó ante los ojos de Reikart, que estaba en la cima del acantilado.

En la tierra hirviente, pululaban innumerables bestias. Bestias parecidas a hienas, bestias parecidas a serpientes, bestias parecidas a perros salvajes levantaban la cabeza, haciendo brillar sus dientes amarillentos y sus ojos rojos.

Todas se abalanzaban sobre el monstruo gigantesco.

¡Grrraaaah!

El Guardián del Infierno se elevó. Extendió las alas que había plegado para cumplir su función.

Comenzó una batalla: uno contra cientos.

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

Me desperté por la mañana y vi a Maris peinando el cabello de Valen. El apuesto príncipe era tan hábil que, con solo un pequeño peine y algunas cuerdas toscas, había logrado un peinado perfecto en forma de moño.

Valen se sentó frente al espejo, tocándose el cabello una y otra vez.

—¡Guau!

Aunque no tenía un vestido de princesita tan perfecto y lindo como los que usaba en el Castillo Maron, en el Mundo Demoníaco también había mucha ropa hermosa. Ese día, Valen vestía pantalones anchos y cinturones de colores, como un personaje de Las mil y una noches.

—¿Qué te parece? ¿Te gusta?

—Sí.

Las mejillas de Valen se sonrojaron. A Maris también parecía gustarle su obra.

Valen preguntó:

—¿Le peino yo, príncipe?

En el instante en que Maris estaba a punto de responder, Campanilla apareció de repente y dijo:

—¿Príncipe? Deberías llamarlo papá.

—Ah.

‘¿Eh?’

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