Marquesa Maron - MARMAR - Libro 3 - Capítulo 307
Los vientos soplaron y los enormes árboles temblaron. Un viento antinatural y un frío espeluznante se deslizaron hacia él. El vello de sus brazos se erizó, enviando una señal de peligro.
—Ya les dije. Soy una persona magnánima.
Sus ojos, de un azul brillante, resplandecían con una locura que se asomaba entre su cabello, que ahora le llegaba casi hasta los hombros.
—Ataquen todos a la vez.
Reikart empuñó la Lanza Sangrienta con una mano y saltó alto hacia el cielo.
Reikart Winter.
El día que pisó por primera vez el Mundo Demoniaco, el cielo resplandecía de un azul intenso. Nubes caprichosas, como si fueran bolas de algodón esparcidas, y el aroma de flores desconocidas que llegaba de lejos.
Era hermoso. Él pensó que era hermoso. La mayor parte del tiempo que conformaba su vida había estado llena de oscuridad, frío y cosas pútridas.
Antes de conocer a Haley en el Castillo Maron, había vivido en una tierra sin luz ni calidez, con un cuerpo sin alma. Después de conocer a Haley, había vivido confinado en una zona contaminada, infestada de monstruos.
Solo después de enamorarse de Haley, él finalmente se dio cuenta de que el mundo era hermoso.
Con solo unos pequeños brotes de papa y la lluvia primaveral que caía sobre ellos, Haley decía que la vida era realmente hermosa. Que este mundo seguramente le era favorable.
Él pensaba que ella era una mujer extraña que decía tonterías sobre algo tan insignificante como un brote de papa.
Reikart sonrió con picardía y dijo:
—El Mundo Demoniaco seguramente me es favorable.
—¡¿Quién eres?! ¡Identifícate!
De no ser así, no podría haber un clima tan despejado y un viento tan fragante en el mismo instante en que ponía un pie en el Mundo Demoniaco.
Reikart respiró hondo. Aspiró una gran cantidad de aire hasta que sus costillas se tensaron, luego entreabrió los labios y lo exhaló lentamente.
—Bien. No tengo problemas para respirar.
—¡Abajo! ¡Manos a la cabeza! ¡Si no hacen lo que les digo, disparo!
Pensó que había sido una buena idea traer la Lanza Sangrienta, que le había arrebatado a Ibratan, hasta el Mundo Demoniaco. Pensaba que era un arma formidable cuando la usaba en el mundo humano, pero parecía que esta lanza no deseaba sangre humana.
—El forastero, inmediatamente, su identidad……
Reikart preguntó a los soldados, que le habían estado apuntando con sus ballestas desde hacía un rato:
—¿Para qué quieren saber mi identidad?
—¡Pu-pues porque apareció de repente en el aire! ¡Tú, tú qué demonios eres! No me digas…
No será un humano, ¿verdad?
Los demonios, con el rostro pálido, apretaron sus armas sin atreverse a pronunciar esas palabras. Si ese individuo fuera humano, ese humano malvado que extraía corazones de demonios vivos para coleccionarlos, entonces…
Tendrían que detenerlo a costa de sus vidas.
Por supuesto, Reikart no tenía forma de saber qué determinación estaban tomando los soldados.
—Mi identidad, si acaso, es solo Reikart Maron. No sé qué quieren ustedes, pero…
—¡Apuntar! ¡Fuego a la señal!
—Aunque sea una persona magnánima…
La sonrisa desapareció del rostro de Reikart.
—No puedo ser amable con tipos que, apenas me ven, en lugar de saludarme, me apuntan con armas. ¿Entendido? ¿Qué hice para que me traten así? Estos tipos, qué maleducados con un invitado que acaba de llegar al Mundo Demoniaco…
Los demonios encontraron una pista en sus palabras, que rozaban el sarcasmo.
Y era la verdad que menos querían saber.
—¿Humano?
—Es… un humano.
Reikart exclamó con arrogancia, como si lo que dijera fuera obvio:
—¡Pues claro que soy humano! ¿Acaso iba a ser un demonio?
Así es, era humano. Unos gemidos ahogados y groserías escaparon de la boca de los soldados. Intercambiaron miradas solemnes, despidiéndose mentalmente de sus familias en casa y de los señores a quienes servían con lealtad.
—¡Si de verdad eres un humano……!
gritó el soldado que sostenía el enorme escudo en la primera fila.
—¡No podrás avanzar ni un paso más!
Lo que defendían era su hogar, su ciudad. A lo lejos, dentro de las murallas, miles de demonios vivían en paz. Tenían esposas, hijos, padres y señores.
Como esposos, padres, hijos y súbditos, debían detener a ese aterrador humano.
Aunque les costara la vida.
Reikart frunció el ceño y preguntó:
—¿Por qué no puedo pasar?
—¡No lo escuchen! ¡No escuchen lo que dice el humano!
—Pronto será la tarde, tengo que comer, y también necesito saber dónde está este pueblo en el Mundo Demoniaco, tengo un montón de cosas que hacer, así que ¿por qué…?
‘Tengo que comer y necesito saber dónde está’
¿Quería decir que se comería los corazones de los demonios en cada comida y que ocuparía la ciudad por la fuerza?
Los soldados apretaron los dientes y formaron una línea de defensa. Sabían de la fuerza de los humanos, pero ellos eran dieciséis. Pensaron que si lo abrumaban con números, no tendría más remedio que ceder.
—¡Protejan a sus familias, a su hogar, al Mundo Demoniaco!
Alguien gritó una consigna, y los demás lo siguieron, gritando a todo pulmón. Era un grito que se sentía desesperado.
Reikart estaba pasmado.
—Podemos pagar, ¿no? ¿Quién dijo que voy a robar? Solo quiero comer algo, averiguar mi ubicación y seguir mi camino…
—¡Cállate! ¡Cállate y regresa al mundo humano!
—Soy un humano bueno. Un humano pacífico que cultiva y da de comer a las cabras. Creo que me están malinterpretando mucho…
—¡Mátenlo!
—Mátenme, a ver.
Finalmente, Reikart dijo con fastidio:
—Mátenme, idiotas obstinados.
A esa señal, las ballestas de los soldados se dispararon al unísono. Lo que surcaba el aire eran flechas de hierro afiladas. Un solo impacto erróneo podía ser fatal, y si se clavaban en una articulación, dejarían una discapacidad permanente. Eran objetos de alta letalidad.
Pero Reikart blandió la Lanza Sangrienta con una velocidad invisible, desviando todas las flechas que volaban hacia él.
Y como si fuera poco, voló por los aires como un pájaro desde donde estaba y se dejó caer de golpe sobre las cabezas de los soldados.
—¡Cúbranse!
El soldado que sostenía el escudo se arrodilló, enfrentándose a Reikart con todo su cuerpo.
¡Crac! ¡Crac!
Pero, de alguna manera, el costoso escudo de acero se hizo pedazos como papel. La Lanza Sangrienta pasó rozando peligrosamente las orejas, las espaldas y los costados de los soldados.
Las armas se rompieron, las armaduras se hicieron pedazos. Algunos simplemente salieron volando por la fuerza del impacto.
Neutralizar a 16 soldados fue cuestión de un instante.
—Qué débiles, solo ladran ruidosamente.
Reikart no derramó ni una gota de sudor. Su cabello tampoco se despeinó.
—Ey, no los mataré, así que vayan a su pueblo y díganle al demonio más importante que traiga comida y un mapa…
—¡Lo impediremos con nuestras vidas!
Aun sin armas, los soldados se levantaron resueltamente. Pretendían detener a Reikart incluso con las manos desnudas. Porque dentro de esa ciudad estaba su preciada familia.
—Ay, demonios…
Reikart bajó la lanza con fastidio.
El siguiente pueblo fue igual. Solo pidió algo de comida, de repente le preguntaron de dónde venía y cuál era su identidad.
La rebeldía surgió en Reikart, quien gritó con furia: «¡Soy humano, idiotas!», todo el pueblo se conmocionó.
Algunos huyeron sin nada, otros se escondieron en el almacén subterráneo con sus familias, y otros cayeron en pánico y comenzaron a llorar.
—Es un humano. Un humano ha aparecido…
—Vamos a morir. ¡Nos va a comer a todos!
Reikart se sintió realmente mal.
—¡No los comeré! ¡No los mataré! ¡Están locos!
Por más que lo explicaba, no le creían. Solo entonces se dio cuenta de cómo se había grabado la imagen del humano en este maldito Mundo Demoníaco.
Reikart no tuvo más remedio que robar comida de las casas de los demonios que habían huido y volvió a su camino.
—Primero tengo que encontrar a Quentin y Rango…
No tenía ni idea de cuándo ni dónde habían caído esos tipos. Él también era nuevo en el Mundo Demoniaco, y por la reacción de los demonios, supuso que esos dos débiles debían estar ocultando a toda costa el hecho de que eran humanos.
—Entonces será más difícil encontrarlos.
Ah, ¿habrá sido una mala idea venir?
¿Debí haber traído a Maris?
Al tercer día en el Mundo Demoniaco, Reikart, por primera vez, sintió nostalgia por el rostro de ese odioso príncipe.
—Aunque sea su cuerpo……
No, no. Ese tipo no.
Reikart, sabiendo que los ojos de Haley perdían momentáneamente el foco cada vez que veía a Ibratan sin camisa, se prometió a sí mismo que no pediría ayuda al «tipo del buen cuerpo», aunque fuera a expensas de Maris.
Por eso se había adelantado a él y había saltado primero al Mundo Demoniaco.
—¿Dónde demonios se habrán metido esos tipos? Solo que caigan en mis manos…
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