Marquesa Maron - MARMAR - Libro 3 - Capítulo 305

La lluvia llegó.

Fue una lluvia fuerte y breve, que duró apenas dos días. Comparado con los largos y húmedos monzones de verano que experimentaba cada año en Seúl, no había otra forma de describirla que como una lluvia corta y feroz.

El problema era que la cantidad de lluvia caída en esos dos días había hinchado el río de forma alarmante, la mirada de Campanilla hacia mí pasó de ser la de un manga shojo en 2D a la de un documental criminal en 3D.

La mañana del día en que la lluvia de dos días cesó abruptamente, vi la silueta de Campanilla entrar en mi habitación y, por costumbre, murmuré una disculpa.

—Lo siento.

—….…

Campanilla, que se detuvo un momento, cerró la puerta en silencio. En la bandeja que sostenía había un tazón de sopa de pescado, desprendiendo un aroma delicioso.

Dado que la lluvia torrencial había cesado de golpe, el aire estaba frío a pesar de ser verano. Como dormía pateando la manta, mi cuerpo se había enfriado, y ansiaba desesperadamente una sopa caliente, así que me levanté rápidamente y me senté.

Campanilla colocó con cuidado la bandeja sobre la pequeña mesa junto a la cama.

Con la cuchara en la mano, volví a murmurar una disculpa.

—Lo siento.

Campanilla no dijo nada. Solo me lanzó una mirada rápida y soltó un profundo suspiro.

—Uf….…

Creí que el techo se iba a caer.

Qué miedo. Eso era más aterrador que una bomba de sermones. Me encogí de hombros, con el ceño fruncido de tristeza, y tomé la sopa.

¡Qué tipo tan mezquino! ¿Qué puedo hacer si todavía soy una deidad novata y torpe por ser tan joven? ¿Es posible que me mire con tanto desprecio, a mí, una persona, no, una deidad, solo porque por error hice llover demasiado? Dice que tiene cien años, ¿cómo puede ser tan estrecho de miras como una libélula?

—Todo se escucha.

—¿Qué cosa?

—La voz del corazón de Señorita Haley.

—No puede ser.

—Seguro me llamó mezquino.

¡Este tipo, parece que lee la mente! ¡Definitivamente es una hada de cien años!

—Príncipe Maris y Gran Duque Ibratan están esperando en la sala desde hace un momento. Termine de comer rápido y salga.

—¿Y tú?

—Yo tengo que sembrar.

—Ah, cierto.

—¿Gracias a quién todos los cultivos que tanto me esforcé en criar murieron?

—Lo siento.

—Uf.

Campanilla, que suspiró una vez más, negó con la cabeza y salió de la habitación. Por su culpa, que se fue murmurando algo sobre su destino tan desafortunado, incluso en la habitación vacía yo comía la sopa con precaución.

Los cultivos que Campanilla había cuidado con tanto esmero murieron por completo con la tormenta del primer día. Los surcos que habían hecho con entusiasmo junto a los habitantes del pueblo fueron arrastrados por el agua de la lluvia sin dejar rastro.

Al ver el campo, donde no solo las semillas sino también los brotes que habían crecido un poco estaban completamente aplastados, Campanilla murmuró bajo la lluvia:

—Esa deidad de la destrucción…….

Al repetir las palabras de Campanilla, sentí que las lágrimas se me subían a los ojos por la injusticia.

—Ni siquiera destrucción… ¿Sino colapso? El matiz me suena aún peor. Parece que me está llamando «deidad colapsada»

Asure: 붕신, un juego de palabras que suena a un insulto en coreano.

—Haley, ¿ya te levantaste?

Escuché a Maris llamarme desde la sala. Le respondí que saldría pronto y me bebí el resto de la sopa de un trago.

La sala estaba inundada de la brillante luz del sol matutino. La casa donde vivía era bastante grande para el pueblo, con varias ventanas grandes orientadas al sur en la espaciosa sala, que permitían que el sol entrara abundantemente.

Maris e Ibratan estaban sentados uno frente al otro en la sala.

Maris, que se había quitado la máscara, tenía el pelo largo cayéndole por un hombro y vestía una camisa blanca y pantalones en tonos rojizos. Ibratan tenía el pelo revuelto y llevaba el uniforme de combate que suelen usar los guerreros del mundo demoníaco.

Los saludé agitando la mano y dije:

—¡Buenos días!

Maris e Ibratan me miraron al mismo tiempo. Y casi al unísono dijeron:

—Haley, deberías ponerte al menos una bata.

—¿Por qué esa forma de vestir?

Sus voces sonaron un poco urgentes.

¿Qué les pasa? ¿Por qué se comportan así? Bajé la mirada y examiné mi ropa. Llevaba el pijama de mujer que había en la casa, y me gustaba mucho porque era ligero, holgado y cómodo.

—¿Qué les pasa? Cualquiera diría que estoy en bikini. Esto es solo un pijama. Lo único que se me ve son los brazos y las pantorrillas…

—Haley.

En lugar de Ibratan, que giró la cabeza con un chasquido, Maris dijo con calma:

—Es transparente.

—¿Eh?

—Es tan delgado que es transparente.

—¡Ay, perdón!

Vaya, les hice ver algo indecente a esos hombres por la mañana. Es cierto. Después de la lluvia, el día se había vuelto tan claro y soleado que no debería verse mi pobre cuerpo a través de la tela. Ay, qué vergüenza.

Estos últimos días había estado llena de cosas de las que disculparme. Con Campanilla, con los habitantes del pueblo. Y ahora incluso con Maris e Ibratan.

Volví a mi habitación, me puse una bata larga y me la abroché con cuidado. Solo entonces, me senté frente a Maris, quien me sonrió y asintió.

—¿Eh?

Como pensé que hablaría principalmente con Maris, me senté frente a él, pero casualmente era al lado de Ibratan.

Tan pronto como me senté en el sofá, él dio un respingo. Me pregunté qué le pasaba y lo miré de reojo; la nuca de Ibratan estaba rojiza.

Con la piel oscura, cuando se ponía roja, parecía que se notaba más que en la piel blanca.

¿Qué? No me digas… ¿No será que se puso así porque mi pobre cuerpo se transparentó un poco?

De repente me dio risa. Presioné el brazo de Ibratan con un dedo y le dije:

—Oye, lo siento.

—¿Por qué?

—Es que he usado mucho tu nombre para mis planes hasta ahora.

—¿Qué quieres decir?

—He estado jugando a ser una mujer desdichada que fue encarcelada y maltratada por un esposo tirano, que se escapó con su hijo.

—…….

Ibratan no respondió. Ni siquiera preguntó qué había pasado. No se enojó, ni soltó una carcajada.

Lo entiendo. Debió quedarse sin palabras.

—Lo siento.

Comencé a excusarme, recogiendo mis palabras una a una, diciendo que era la única persona influyente del mundo demoníaco que todos conocían y que se podía «vender».

Entonces Maris, con una sonrisa que parecía que el hielo se resquebrajaba, dijo:

—Haley, mejor siéntate a mi lado.

—¿Por qué?

—Porque no me gusta mucho verla sentada al lado del duque.

—Maris, eres muy celoso.

—Pensé que solo sentiría celos por Rei.

Cuando el nombre de Reikart salió de la boca de Maris, mi cuerpo se movió de forma natural. Levanté mi trasero del asiento junto a Ibratan y me dirigí hacia Maris.

Pero Ibratan me tomó suavemente la muñeca y dijo:

—Solo siéntate aquí.

—¡Ibratan!

No fui yo quien lo llamó por su nombre, sino Maris. Y con una voz sumamente amenazante.

Me quedé de pie en una posición incómoda, como si estuviera a medio hacer una sentadilla, alternando la mirada entre los dos hombres.

Ibratan dijo:

—Dijiste que tenías muchas preguntas para Maris y muchas historias que escuchar. Yo también. Así que, solo siéntate aquí.

Esta vez, Maris dijo:

—Si te sientas a mi lado, la conversación no se interrumpirá, ¿y esperabas que tu insignificante oración llegara a mí, a pesar de que tu codicia es tanta que no puedes ceder ni esa pequeña distancia?

—Lo mismo digo.

—No soy como tú. Conozco mis deseos mejor que nadie. Los entiendo perfectamente.

¿Por qué están peleando?

Como la guerra entre el ejército del Rey Demonio y los rebeldes en el Mundo Demoniaco, ¿acaso ellos también terminarán así? ¡Por qué tienen que ser enemigos y armar todo este alboroto!

Ibratan dijo:

—Puedo tolerar que me insultes, pero no dudes de mi fe. Soy alguien que puede sacrificar cualquier cosa por Haley.

Maris también.

—Yo ya lo di todo.

¿Esto es un sueño? ¿Por qué estos hombres atractivos están peleando por mí?

Para ser honesta, me gustaba tanto que sentía que me iba a derretir como un pulpo.

El hombre más guapo del mundo de la novela y el hombre con el mejor cuerpo del mundo de la novela estaban discutiendo, pidiéndome que me sentara a su lado. Era tan irreal que casi me sentía injustamente tratada.

¡Quiero sentirlo, quiero sentirlo de verdad! Quería disfrutar este momento al máximo, con el corazón latiendo a punto de estallar, cosquilleando y todo mi cuerpo retorciéndose.

No me importaba si me llamaban ridícula. ¡El mundo de la novela en el que caí finalmente está a punto de hacer algo digno de una fantasía romántica!

El problema era que me dolían demasiado las piernas.

—Me duele.

Simplemente me desplomé en el asiento. Había aguantado demasiado tiempo en una posición a medio hacer una sentadilla.

—Uf, pensé que se me desgarraban los muslos.