Marquesa Maron - MARMAR - Libro 3 - Capítulo 301

La sombra caminaba rápido. Sus pasos eran rápidos, pero su cuerpo permanecía en calma y apenas emitía ruido. Él llevó el contenido del diario de Quentin a su familia, esta lo cifró y lo sacó al exterior.

Mago, Duque, Rey Demonio.

La información de que un nuevo Rey Demonio nacería dentro de las fuerzas rebeldes era valiosa. El papel con el cifrado llegó a manos de un noble a través de comerciantes ambulantes que viajaban de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad.

Un hombre que no era un mago, ni particularmente fuerte en combate, pero que se había convertido en el gran señor del suroeste. Un hombre cuya vida entera cambió al conocer a Maris, una humana del mundo mortal.

Conde Akeshio.

Él tomó la punta del papel con unas pinzas y lo quemó con la llama de una vela, diciendo:

—¿Dice que él mismo quiere convertirse en el Rey Demonio?

Luego miró al hombre sentado frente a él.

Era Maris, Demonio Cara de Jade.

—¿Quién, Su Excelencia?

—Marbas. Es el único que, siendo mago y duque, podría aspirar a ser el Rey Demonio en el este.

El trono del Rey Demonio es único. Solo el elegido puede ascender a él. Esa elección depende únicamente de cuán bien domine el maggi.

Conde Akeshio sonrió, recordando ese hecho.

—¿Por qué los Duques y Grandes Duques están tan empeñados en esto? Hasta ahora, nunca ha existido un Rey Demonio en el Mundo Demoníaco que no dominara el maggi. No es algo que se cumpla solo por ser un mago.

—¿En serio?

—Un mago que domina el maggi, claro, es especial. Pero eso no es suficiente. El maggi es un poder aterrador. Se puede robar y usar en secreto, pero no se puede controlar como a un subordinado.

Según Akeshio, Marbas no era más que un ladrón que robaba maggi.

Maris recordó el maggi que seguía a Hailey como un perro obediente.

‘Marbas, eh. Le agradaba la similitud de su nombre con el suyo, lo cual era confuso. Quizás podría usarlo. Si Haley estuviera con él, robar y usar maggi no sería nada.’

En poco tiempo, Maris cambió varios planes en su mente y asintió a la ligera, diciendo:

—Apruébelo.

—¿Qué? ¿En serio?

—Si un Gran Duque que no es mago se proclama Rey Demonio, ¿por qué habría de oponerse?

Conde Akeshio se acercó a él y preguntó:

—¿Entonces yo también tengo posibilidades de convertirme en Rey Demonio?

Su tono era ligero, como una broma. De hecho, los ojos de Akeshio estaban limpios, sin ninguna vacilación.

El velo de Maris se agitó ligeramente. Era una señal de que estaba sonriendo.

—No será el único que piense eso.

—¿Verdad?

—Todos, sin excepción, soñarán con el trono del Rey Demonio. Imaginando cómo podrían usar a ese duque y a ese archiduque, cómo hacer que ambos choquen y se autodestruyan. Esperando que llegue la oportunidad.

—¿De verdad les llegará esa oportunidad?

—Sí, llegará.

—¿En serio?

—Así como usted me tomó de la mano, hay un momento de oportunidad que puede cambiar la vida de cualquiera. Por supuesto, el problema es que no todos eligen aprovecharla.

Conde Akeshio rió con un sonido de cuervo. Este asunto no podía ser más divertido para él.

La propuesta de tomar la mano de los rebeldes.

El consejo de apoderarse del suroeste.

La sugerencia de que, si se iban a infiltrar espías, lo hicieran entre sus propios aliados.

Todo había venido de Maris.

El humano del mundo mortal que Akeshio, quien vivía sin ambiciones en su pequeña propiedad rural en el suroeste, encontró un día por casualidad en el camino.

Un humano peculiar que, conmovido por los demonios oprimidos en el mundo mortal, había pisado por voluntad propia las tierras del Mundo Demoníaco.

—¿Qué hubiera pasado si ese día no te hubiera concedido un favor?

—Usted habría seguido viviendo bien, y yo, al ser descubierto como humano, habría sido quemado en la hoguera.

—¿Eres mi benefactor, o como dicen los rumores… un demonio del infierno que me tienta para arrebatarme el alma?

—No necesito el alma de un demonio. Solo quiero una cosa.

—¿Qué cosa?

Akeshio estaba realmente intrigado. Este hermoso humano parecía no desear nada en absoluto. No tenía codicia por la riqueza, ni sed de conquista. Ni siquiera parecía tener gula o lujuria.

Pero había una cosa que deseaba, incluso si tuviera que sacrificarse por ello. ¿Qué podría ser?

Como si no lo dejara ir hasta que se lo dijera, Akeshio acercó su oído a Maris y le preguntó:

—¿Qué es, dime?

—Es una mujer.

—¿Eh?

—Una mujer. Quiero poseer su corazón.

—Ay, ¿es eso?

Akeshio se reclinó en la silla con una expresión de clara decepción. Luego chasqueó la lengua ligeramente y dijo:

—Simplemente ve y muéstrale tu rostro. ¿Está ciega la mujer? Entonces llévatela y trátala bien. Dale una buena casa, una bóveda llena de oro, comida deliciosa y vestidos lujosos. Susúrrale algunas palabras dulces. ¿No es suficiente con eso?

—No es tan fácil.

Maris murmuró que, aunque algún día se le permitiera quedarse a su lado, no creía que pudiera poseerla por completo.

Akeshio murmuró, como si lo encontrara extraño:

—Hasta un ser tan cruel como tú tiene romanticismo.

—Pronto, algunos de los líderes que ambicionan el trono del Rey Demonio intentarán reclutarlo. Rechácelos una o dos veces con la excusa de un conflicto local, pero al final, acepte la mano que le tienda Duque Marbas.

—¿Por qué precisamente él…?

Akeshio murmuró con una expresión de disgusto. Maris le dio su última instrucción:

—Duplique el número de espías en el territorio de Duque Marbas. De entre ellos, a los más inteligentes, asígneles un protector y envíelos directamente a las tierras del duque.

—De acuerdo.

Akeshio escuchaba todo lo que Maris decía. Ya ni siquiera le preguntaba por qué. Dijeran lo que dijeran los demás, él sabía que Demonio Cara de Jade era diez veces más inteligente que él.

Sin embargo, ese Demonio Cara de Jade no sabía que entre los espías bajo Conde Akeshio, se encontraba Quentin.

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Ibratán dijo:

—Hija.

Campanilla respondió:

—¿Qué quieres?

Valen no pudo contener la risa y salió corriendo. Yo, suspirando profundamente, golpeé con mi bastón de Romero el suelo para que se detuvieran.

—¡Ya basta! ¿Es hora de andar con bromas? No sé si mis bocas que alimentar están vivas o muertas en este vasto Mundo Demoníaco.

—También me he enterado ahora de que Maris ha entrado. Solo sé de Quentin, el rey, y de Reikart.

—También está Rango.

Me dolía la cabeza. Era un hecho que había pasado por alto.

Quentin desapareció primero, seguido de la desaparición de Rango. Reikart se lanzó por su cuenta para salvar a Quentin, Ibratán lo siguió.

Maris fue el último.

—Maris lo sabe todo, pero nadie sabe de Quentin.

—No debe ignorarlo, ahora que he ascendido al trono de Rey Demonio. El hecho de que no haya aparecido a pesar de haber un camino hacia mí…

—Significa que no es libre.

Decidí no imaginar que a Quentin le había pasado algo malo en el Mundo Demoníaco. Yo no abandonaría a un ser que una vez tomé bajo mi protección de esa manera.

Incluso si tuviera que poner patas arriba el Reino Demoníaco y despojarlo por completo, los encontraría a todos.

Porque soy un dios.

Ibratán dijo en voz baja:

—Entiendo bien que mis oraciones no llegaron a usted.

—No tienes por qué estar triste. A Maris le pasa lo mismo.

Al escuchar mis palabras, él sonrió, contoneando los labios.

—Ese bastardo es igual de insolente.

—¡Bastardos! Soy un dios en toda regla, ¿cómo es posible que nadie me crea ni me siga como a un dios? ¡Solo llegan a mí los fieles! ¡No escucho a cualquiera, ni a cualquier historia! ¡Soy un dios de miras estrechas!

—Si Maris está tramando algo solo, no tengo intención de interferir. Aunque usted no lo diga, yo también he estado buscando a Reikart lo mejor que he podido.

—A él probablemente será difícil encontrarlo.

Reikart es el más fuerte físicamente, belicoso y un espíritu libre. Será varias veces más rápido que cualquier rastreador, ¿cómo voy a atraparlo?

¿No hay otra opción?

—¿Debería forjarme una mala reputación…?

¿Al final no hay más remedio? ¿Aquí también tendré que forjarme un nombre como carnicero, asesino y mago malvado? ¿Solo así Reikart regresará a mí?

Entonces Ibratán dijo:

—Más bien, forje su divinidad.

¿Eh?

—Debe forjar su divinidad.

Él hablaba en serio. Realmente lo deseaba. Nunca habíamos tenido una conversación larga y seria, así que lo había olvidado, pero ahora ya no podía evitarlo.

Le dije con franqueza:

—No vivo en el Mundo Demoníaco. No seré tu dios. No tengo la menor intención de responsabilizarme de este mundo ni de cuidarlo. No soy el dios que tú quieres.

—Lo sé.

—¿Lo sabes?

—Está equivocado. Yo no soy el tipo de hombre que lo arrastraría y lo mantendría a su lado.

El tono de Ibratán era brusco y su voz áspera. Incluso sonaba un poco a una orden descarada.

Pero durante toda la conversación, él no me miraba a los ojos, sino que fijaba su vista en el suelo.

—Lo que quiero es…….