La sirvienta fugitiva es amada por el Gran Mago - Capítulo 58
Él la empujó hasta llevarla mucho más allá de lo que ella creía que era su límite. En todo ese proceso, nunca se detuvo, ni disminuyó la intensidad. Al contrario, parecía volverse más fuerte cuanto más avanzaban. Al final, ella llegó al punto en que su conciencia se apagaba por momentos, solo para volver en sí y encontrarse retorciéndose ante otra explosión de placer en su mente. Cuando recuperó el sentido, estaba apoyada contra el vitral de la capilla, mientras él la penetraba por detrás.
—¡Haaah! ¡Ah! ¡Ahhhh!
Sintió algo derramarse desde lo más profundo de su interior. Su entrepierna estaba empapada por el placer continuo, y en donde sus cuerpos se unían, solo había espuma formada por sus propios fluidos.
Splash, splash.
los sonidos obscenos resonaban sin cesar. Ella estaba al borde del llanto. Quería dejar de sentir, pero el placer voraz sacudía su cerebro como un terremoto.
—Ugh… Adentro tuyo… se siente tan bien……
—¡Mmm, ah, haah, ah, ahhh!
Algo andaba mal. Las pupilas de Laiger no tenían enfoque. Él había perdido por completo la razón y navegaba sin control en ese espacio estrecho y húmedo de ella.
El vidrio frío de la ventana le rozaba los pechos. Desde lejos, el vitral parecía pequeño, pero al apoyarse, se dio cuenta de que era lo suficientemente ancho como para extender ambos brazos. Sin embargo, sus miembros estaban atrapados por el caballero sagrado.
Él sujetó sus manos por detrás y levantó sus caderas con fuerza, aplastando sus pechos blancos y redondos contra el cristal. Si no fuera porque aquel espacio era una creación de su mente —un lugar donde nadie podía entrar hasta que el contrato se cumpliera—, su figura retorciéndose de placer habría quedado expuesta ante todos.
La penetración desde atrás era una sensación completamente nueva. Ella sentía que sus fuerzas se agotaban, pero, por desgracia, el caballero —que aún tenía energía de sobra— sostuvo su vientre bajo con una mano para evitar que cayera. Cada vez que su palma presionaba ahí, podía sentir cómo su bajo vientre se deformaba al ritmo de sus embestidas. Y ella no podía hacer más que gemir.
¿Qué clase de contrato era este? Parecía condenada a temblar y llorar de placer tanto como en aquellos pactos fallidos del pasado. Pero esta vez, solo ella era la que llegaba al clímax una y otra vez. Mientras ella se derrumbaba por décima vez, él no había tenido ni un solo orgasmo.
Con sus manos liberadas, logró apoyarse contra el vitral para no resbalar. En su visión nublada, vio el reflejo de la pareja en el cristal: el hombre, absorto en su tarea, sujetando sus caderas mientras violaba su interior con sonidos húmedos. Solo de verlo, otra ola de excitación la invadió. Su miembro entraba y salía de ella en un ritmo constante, sus nalgas aplastándose contra su pelvis. Y entonces, otra vez, una oleada de placer la arrasó. Esta vez era enorme, como si fuera el final.
¡Bang!
Su miembro golpeó con fuerza las paredes que ya había conquistado cientos de veces. Y ella sintió otro orgasmo brutal acumulándose en su vientre.
—¡Haaah, ah, por favor! ¡Laiger…!
—¡Hff…!
Por favor, basta… Era la primera vez que entendía que el placer, en exceso, podía sentirse como dolor.
Y cuando gritó su nombre, notó cómo él se dejaba llevar por una pasión aún más feroz.
—¡Laiger! ¡Lai, haah! ¡Ah! ¡Laiger!
—¡Ah, ugh, mierda…! ¡Roina…! ¡Hah, ah!
Esa era la clave. Mientras él la dominaba, Roina no dejó de suplicar su nombre entre gemidos. Y cada vez que lo hacía, la ola crecía hasta convertirse en un tsunami que los arrastraba a ambos.
Él gritó su nombre, agarrando sus nalgas con tanta fuerza que las deformó, la penetró más profundamente que nunca. Con un gruñido ronco, finalmente eyaculó dentro de ella, vertiendo todo el semen que había estado reteniendo.
Era la primera vez —desde su pubertad— que tenía una eyaculación tan intensa. Su semen era espeso, concentrado, y demasiado abundante. En segundos, su interior se llenó por completo. Él tembló, empujando cada último hilo de su semilla blanca dentro de ella, como si no quisiera desperdiciar ni una gota.
Todo en ese acto había sido demasiado: la dureza de su cuerpo, la fuerza de sus embestidas, la velocidad, la duración… incluso la cantidad de semen.
Después de venir, todavía exploró su interior un poco más, antes de retirarse con reluctancia.
Glu, glu.
una mezcla de sus fluidos y su semen goteó inmediatamente. Ella sintió como si su vientre se hinchara solo con lo que él había dejado dentro.
Aun si no era eso, el tamaño era similar al de Lutan, pero como él la exploró dentro con más fuerza, persistencia y rapidez que cualquiera, ella sintió que la cosa de Laiger quedó grabada a fuego en su interior.
Incluso después de que él se retiró, el camino que había recorrido ardía en su interior, marcando su presencia. Era como si ese lugar siguiera abierto de par en par para él.
Roina, al final, se desplomó en el suelo del templo, sin fuerzas. Jadeando, su cuerpo desnudo y pálido quedó expuesto bajo la mirada devoradora de Laiger.
Con la mente nublada, reordenó su magia: sintió cómo los nudos del contrato corrupto que carcomía su alma se deshacían, transformándose en un vínculo más fuerte que ahora le pertenecía.
Ella extendió su mano hacia él. Él besó con solemnidad el dorso. Un gesto cuidadoso, en marcado contraste con la mirada voraz que parecía dispuesta a devorarla entera.
Después de este acto, ya no estaba segura de haber tomado la decisión correcta. Lo que había comenzado como una necesidad del contrato se convirtió en algo sin precedentes en su vida: un acto que, en muchos sentidos, quedaría grabado a fuego en su memoria.
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—¡Qué alivio que todos hayan regresado sanos y salvos…!
Josef, con la tensión disipada, se dejó caer en el sofá. Nadie lo dijo, pero los caballeros presentes compartían su alivio en silencio.
—Mmm, ¿así que un problema menos? Las chicas ya volvieron a casa.
dijo Maili con despreocupación, hasta que Josef, con los ojos encendidos, la fulminó con la mirada.
—¡Hermana, ¿es en serio?! ¡Al menos piensa en cómo me preocupé!
—O me tratas de tú o de usted, pero ¡decídete!
—¡¿ESO ES LO QUE TE IMPORTA AHORA?!
rugió Josef, escandalizado. Roina, por primera vez, vio a Maili perder ante alguien. A fin de cuentas, eran hermanos que se querían: por eso él se había preocupado tanto.
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—¡Muchísimas gracias, señor feudal! ¡Dios lo bendiga!
La abuela de Sofía —con los ojos hinchados de tanto llorar— llegó al castillo e intentó postrarse una y otra vez. Sofía, a su lado, la sostenía con cuidado: cada vez que la anciana se arrodillaba, sus huesos crujían como leña seca.
Maili tardó un buen rato en calmarla. Finalmente, la abuela —agradecida por rescatar a su nieta— le ofreció una gallina ponedora, huevos y papas que, claramente, eran provisiones para el invierno.
—Aprecio el gesto, pero no puedo quitarles la comida de la temporada. Solo aceptaré esto.
dijo Maili, devolviendo la gallina y las papas, tomando solo unos huevos frescos.
—Ay, mi nieta es todo para esta vieja… ¿Cómo voy a pagar esta deuda si ni esto acepta? Ya me queda poco tiempo…
—Con esto basta. Si quiere pagarme más, hágalo viviendo muchos años más, sana y feliz, junto a su linda nieta.
Maili sonrió frescamente al decir eso. La abuela murmuró mientras se marchaba: «Ay, mi señor feudal, me ha dado una tarea demasiado difícil. Con lo que yo quería morirme pronto y descansar en paz…». Al escucharla, Maili soltó una carcajada aún más grande.
Cuando todo terminó, Jack, el cazador que había servido como guía al principio, recibió una generosa recompensa. Pero rascándose la cabeza, dijo con incomodidad:
—A un solterón como yo no le sienta bien tanto dinero. No tengo esposa que mantener ni retoños que alimentar. Si lo guardo, sólo me temblarán las manos de nervios. Si me lo dan, lo malgastaré en alcohol. Así que si de verdad quieren dármelo, mejor úsenlo para cuidar a los niños.
Y sin ningún remordimiento, se dio la vuelta y se marchó. Su dinero terminó siendo donado, por fuerza, al orfanato local como fondo para los niños huérfanos del feudo.
Más tarde se supo que la directora del orfanato, una mujer de mediana edad con un rostro cálido y amable, quedó tan conmovida por la «donación sin pretensiones» de Jack que, desde entonces, empezó a visitar su cabaña con frecuencia llevándole las sobras de comida envueltas con cuidado.
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