La sirvienta fugitiva es amada por el Gran Mago - Capítulo 137
El hombre no pudo ocultar su asombro, con las pupilas dilatadas, mientras miraba a Roina. Las manos temblorosas y las gotas de sudor que le resbalaban por la barbilla daban cuenta de su nerviosismo.
—¿No me digas…?
—Este pincel no tiene esa clase de magia.
—…….
Quién era Roina y quiénes eran ellos ya se había revelado durante el arduo proceso de su historia. Sin embargo, el hombre, como si no pudiera creerlo, miró a su alrededor por un momento, y finalmente se desplomó en el piso.
—… Dios mío.
Con una expresión de dolor, se cubrió el rostro con las manos.
—… Y esta magia ya se ha activado muchas veces.
Al oír las palabras de Roina, el hombre levantó la cabeza de repente. Esperaba que lo que había hecho no hubiera sido en vano.
—Parece que hubo… creación y reflejo… creo que se ha creado un doble.
—Ah. Entonces, ¿las innumerables falsificaciones que maté eran por eso?
Roina asintió con cuidado, el hombre cayó de nuevo en la desesperación.
—No te desanimes tanto… ¿Cómo te llamas?
—… Ernst.
—Ernst. ¿Recuerdas algo de cómo ocurrió?
Ernst. Ahora que lo pensaba, en todo el tiempo que estuvieron juntos, no había oído su nombre. Pensó que era inevitable, ya que casi no habían hablado. Nail repitió el nombre varias veces para memorizarlo.
Ante la pregunta de Roina, Ernst se sumió en profundas cavilaciones. Frunció el ceño, como si realmente no pudiera recordarlo bien. Pasó mucho tiempo, pero Roina esperó con paciencia.
—No puedo asegurarlo porque no es un recuerdo claro, pero…
Y por fin, sus labios se abrieron.
—Ryu-Hyeon, estoy seguro de que ese era su nombre. La persona que me dijo eso.
—Ryu-Hyeon.
Otra vez él. Roina suspiró en silencio al escuchar ese nombre familiar. Parecía que en esta vida no podría vivir en paz si no llegaba a una conclusión con ese hombre.
Según Ernst, un día, después de ver a su padre atrapado en un cristal de maná, Ryu-Hyeon se le acercó y le dijo:
«Dibuja a tu padre a la perfección con este pincel. Así revivirá».
Y así, como hechizado por esas palabras, había puesto toda su obsesión en lo que había estado haciendo hasta ahora.
—Parece que fuiste víctima de un encanto.
Era una técnica tan poderosa que incluso había afectado a Roina, por lo que era obvio lo potente que debía ser. Roina soltó un suspiro.
—Sigan la ruta que marquen las piedras de maná. Es muy probable que ahí encuentren la respuesta.
—… De acuerdo.
Inesperadamente, Camille asintió con facilidad. Ella dijo:
—No tiene gracia ni emoción matar a un enemigo que no opone resistencia. Como dice este, es mejor hacer una ejecución pública. Pero antes de eso…
Camille agarró a Ernst por el cuello, lo hizo girar y lo arrojó al suelo. Cayó como una hoja de papel ante el robusto brazo de la guerrera, y se golpeó la espalda contra el suelo. Gimió con un «¡Cof!» y se quedó un rato agachado y tosiendo.
—No seas arrogante y quédate tranquilo. ¿Quién te dio el derecho de juzgarnos?
Ella frunció el ceño ligeramente y se dio la vuelta sin piedad. Para ella, esto era ya mucha contención. Ernst no lo sabía, pero Camille había perdido sus recuerdos al azar decenas de veces para poder matar al conde. Así que, para Roina, era asombroso que solo se enfureciera hasta ese punto.
—…….
En ese momento, Roina vio a Ethan, que permanecía en silencio. Mientras sus compañeros se ponían de nuevo en marcha, ella le preguntó a Ethan:
—Ethan. ¿Tú no estás enojado?
En realidad, Ethan era alguien a quien el imperio le había arruinado la vida por completo, por lo que no habría sido extraño que se enfureciera o desahogara. Sin embargo, su silencio debía tener una razón.
—… No tengo el derecho de estar enojado.
Roina lo miró un poco al oír esas palabras. ¿Por qué diría eso?
—¿Por qué piensas así?
Ethan dudó ante su pregunta. Su cabello castaño claro, que se había vuelto aún más pálido y parecía casi de color arena, se agitó ligeramente con su movimiento. Como siempre lo llevaba bien peinado y corto, el movimiento no era muy pronunciado. Sus cejas, del mismo color, se fruncieron y se relajaron.
—Al final, soy un príncipe heredero deshonrado que se rindió al imperio. No pude proteger la nación que mi hermana me confió. Por lo tanto, no tengo el derecho de estar enojado.
Roina abrió los ojos ligeramente y puso la mano en el antebrazo de Ethan. A través de sus músculos definidos y sus venas marcadas, podía sentir el pulso.
—¿Y quién te da ese derecho?
Ethan se detuvo con esas palabras. Le resultaba difícil responder a lo que ella le decía.
—Uno mismo lo hace. Qué tonto. No le pongas requisitos a tus emociones. Las emociones no funcionan así.
Ante esas palabras, él la miró sin darse cuenta. De repente, lo volvió a entender. Ella era así.
—Si reprimes tus emociones, de alguna manera se van a escapar. Entiendo que sientas culpa, pero no niegues tus emociones. Si no las dejas salir, te destruirán por dentro.
Él lentamente volvió a abrir la boca. Una emoción difícil de describir lo dominaba. ¿Estaba enojado? Por supuesto que sí. Pero más que eso, estaba atrapado en la idea de que la causa de todo eso era él mismo. Vivía con esa angustia a diario, Roina era su única vía de escape.
—No hagas eso.
Roina le dijo que no lo hiciera.
—Es admirable que no uses la violencia cuando estás enojado, pero no te limites a reprimirte. Me da igual si me lo cuentas o si usas otro método, pero tienes que desahogarte.
—Pero, yo…
‘Porque yo te tengo a ti…’
Ethan no pudo decir más. El camino había llegado a su fin.
—Ah, sigamos hablando después.
Una pequeña criatura encogida por el miedo levantó tímidamente la cabeza en el corazón de Ethan. Él todavía no lo sabía con certeza. Si un ser como él, manchado de pecado, se atrevía a hacer eso. Si podía aceptar la absolución que se le ofrecía.
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—Vaya… Dios mío.
Al final de las piedras de maná había, para su sorpresa, un inmenso precipicio… no, una caverna. Era tan inmensa que dudaron en llamarla así, pero se podía ver el final. Y en el centro, había…
—…un árbol.
Un árbol enorme y blanco se alzaba majestuosamente. Roina se quedó sin habla ante el resplandor que emitía. Nail solo miraba con asombro a su alrededor, pero Roina no podía alegrarse tan de manera tan pura.
Ya había visto ese árbol antes.
—Esto, ¿no es lo que vimos justo antes de entrar a este lugar?
Dijo Ethan. Y tenía razón. Roina asintió con la cabeza mientras miraba de frente. El árbol, inmenso y sin fin, estaba enfermo. No lo notó cuando vio las raíces, pero al mirar el centro desde aquí, era evidente.
—Parece que algo anda mal.
—¿Y está conectado con el cristal de maná que vimos antes?
—Así debe ser.
Roina asintió a la pregunta de Camille. El árbol exudaba una savia que caía y se convertía en las piedras de maná.
—¡Ahg!
De repente, Ernst dejó escapar un gemido.
—¿Qué le pasa?
Nail, que estaba a su lado, lo sostuvo de inmediato y preguntó. Como estaba tan débil, no pudieron dejarlo atrás y lo trajeron con ellos.
Ernst se tambaleó, se llevó una mano a la frente y dijo:
—Ese árbol… lo recuerdo. Él, me dijo que crearía piedras de maná caídas… ¡Ugh!
Se agarró la cabeza y finalmente se desplomó. Nail, que lo sostuvo instintivamente, miró a su alrededor, sin saber qué hacer. Ethan suspiró y lo levantó.
—Supongo que las acciones de Ryu-Hyeon llegan hasta aquí.
Dijo Roina en voz baja. Quizás, llena de furia. La ira hacia ese ser que arruinó su vida y la manipuló a su antojo, finalmente se había encendido. Era la misma rabia que sintió por el príncipe heredero. Hoy, por fin, había aceptado que todo aquello no había terminado. Ya no se dejaba llevar por la desesperación ni actuaba por simple obligación, sino por su propia voluntad.
—¿Por qué demonios…?
Soy mía. Cállate, por favor. Detente. Eso no es amor. Por un momento, un recuerdo lejano y vívido se superpuso. Desde hace mil años, él había sido el mismo.
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