La sirvienta fugitiva es amada por el Gran Mago - Capítulo 115

Se dice que Conde Icardo ha estado explotando el imperio y al Príncipe Heredero, y que continuó con esta práctica incluso después del éxito de la revolución.

La casa a la que Alzan los condujo estaba realmente muy cerca del templo, a solo un callejón de distancia.

Como era un hombre bastante rico, su casa era bastante grande. Aunque era un espacio pequeño, tenía su propio jardín, predominantemente con plantas del desierto, lo cual era un símbolo de riqueza en esta región, a menos que fueras un sacerdote de Aiha.

Sin embargo, a diferencia de lo que se veía por fuera, la casa estaba desolada y desordenada por dentro, como si no hubiera nadie.

Alzan, que los había guiado hasta la casa, se mostró algo sombrío y tranquilo, a diferencia del alboroto que había causado en el templo.

—La casa está un poco desordenada, discúlpenme. Después de que mi hija desapareció, la registré de arriba abajo en busca de cualquier pista, todavía no he podido limpiarla.

Dijo eso mientras se frotaba el rostro con las manos con un gesto de cansancio. Con eso, comenzaron una larga conversación. Hablaron de la situación actual del Reino de Castelo, los movimientos de Conde Icardo y la situación del imperio según lo que ella sabía.

Al conversar, se dieron cuenta de que Roina y sus compañeros habían llegado antes de que la noticia llegara al lugar, debido a que el viaje a través de la torre mágica era excesivamente rápido.

Por lo general, se tardaba al menos dos semanas en transmitir una noticia desde la capital del imperio hasta este lugar.

‘Hace poco más de una semana de la fiesta de Año Nuevo. Es posible que ni siquiera Conde Icardo conozca las noticias todavía’.

Alzan, que había estado hablando con calma, inclinó la cabeza después de escuchar un poco más de su situación.

—Ya veo….. Por fin……

Frunció el ceño con dolor.

—Hace un rato, insulté al sacerdote de maná, llamándolo secuaz del imperio y traidor, pero en realidad, yo tampoco tengo derecho a insultarlo.

Habló con un ligero temblor en el cuerpo, probablemente por humillación.

—Durante los cinco años de dominio del imperio, yo elegí someterme en lugar de resistir. En ese momento, era beneficioso terminar la guerra rápidamente. No sé de los demás, pero yo creo que el Príncipe Heredero hizo lo correcto.

Roina miró de reojo a Ethan. Él se mantenía de pie con una expresión inexpresiva, sin saber qué pensar.

—Solo que la gente del imperio era aún más sucia de lo que pensábamos… Fingieron ser tan amables, y nunca me imaginé que nos apuñalarían por la espalda de esta manera…

Se refería a Conde Icardo. Al principio, había ofrecido muchos beneficios a las clases adineradas y a los de alto rango para ganárselos, y explotó al resto. La política fue bastante efectiva, pero se dice que no cumplió su promesa en lo que respecta a las mujeres.

—¡Que el señor Aihaha lo castigue, a ese hombre que se atrevió a… a mi hija, una flor que no pudo florecer!

Alzan resopló y trajo algo. Era un amuleto con el símbolo sagrado de Kail, que se asemejaba a un sol, y el símbolo sagrado de Aihaha, en forma de lágrima, grabados juntos.

—Desde hace algún tiempo, mi hija ha estado visitando ese templo y sirviendo a los dioses de esta extraña manera. No lo entendía, pero pensé que estaba bien porque era un templo. Además, siempre he pagado a tiempo, así que no creí que algo malo pudiera pasar. Pero mire esto.

Alzan torció una cuenta de metal excepcionalmente grande que estaba entre los amuletos, y un pequeño trozo de papel cayó de adentro. Era una nota con la hora de anoche y un símbolo sagrado característico superpuesto.

—Este amuleto de mi hija cayó de la pared de ese templo. Ese sacerdote llamado Maná debe haberla engañado. La hora en la nota también coincide con la hora en que mi hija desapareció. Mi hija fue al templo anoche.

Al escuchar eso, Roina miró a sus compañeros. Cada uno escuchaba la historia con una expresión inexpresiva, tranquila o aburrida. Ethan, que parecía estar un poco pensativo, notó la mirada de Roina, la miró a los ojos y asintió.

—Lo investigaremos.

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Alzan, tras dudar un buen rato, les encargó el asunto de su hija. Había aceptado que él solo no tenía una respuesta. Una y otra vez, antes de que se fueran, les suplicó que la cuidaran y que le devolvieran a su hija. Lo curioso era que se dirigía a Ethan y no a Roina.

Pensando que tal vez confiaba más en él por ser un compatriota, Roina no dijo nada y dejó pasar el asunto.

—Maldita sea, ese viejo detestable.

—¿Jason? ¿Qué pasa?

Roina le preguntó confundida, y Jason respondió de mal humor:

—¿No te diste cuenta durante la conversación? Hablaba contigo, pero miraba a Ethan. Ese hombre no respeta a las mujeres.

—¿Hmm, de verdad?

Roina se encogió de hombros. No le dio mucha importancia. Como había sido una esclava, el desprecio de la gente no la afectaba mucho.

—Bueno, si de verdad secuestraron a su hija, es un problema grave. Tenemos que hablar con ese sacerdote, Maná, de todos modos, así que vayamos.

—Realmente, eres… ¿Cómo esperas vivir siendo tan buena?

Jason hizo un sonido con la lengua y la siguió. No era que fuera buena, sino que realmente no le importaba, pero Roina solo sonrió con un suspiro y lo dejó pasar.

—…Me quedé callado porque pensé que no lo querría, señorita Roina.

Ethan, que había estado escuchando en silencio, habló.

—Iré y lo mataré.

—¡¡No, no!! ¡¿Qué estás diciendo?! ¡Detente!

Roina agarró la muñeca de Ethan. Él mantuvo una expresión seria todo el tiempo.

—¿No puedo?

—¡Claro que no puedes!

Ella pensó que Ethan era el más sensato de todos, pero ¿por qué se había vuelto tan extremo?

Roina suspiró por un momento. Al verla, Laiger habló.

—Era un hombre triste.

Roina lo miró de reojo. Él había permanecido en silencio todo el tiempo, así que pensó que no quería involucrarse en el asunto.

—¿Triste?

—Sí. Se odiaba a sí mismo. Aunque su forma de expresarlo no parecía muy considerada.

—¿Qué significa eso?

—……

Laiger guardó silencio por un momento. Parecía estar pensando en la mejor manera de decirlo. Su flequillo blanco se movió suavemente.

—Estaba desahogando su ira odiando a alguien, pero en realidad, la flecha iba dirigida a sí mismo.

—¿Dices que se estaba autodestruyendo?

Jason levantó una ceja y preguntó. Laiger asintió con calma.

—Parecía estar liberando su decepción consigo mismo a través del odio hacia los demás.

—¿Y qué hay de su hija?

—Podría ser cierto… pero creo que hay algo más.

Roina pensó detenidamente en esas palabras y asintió.

—Gracias por contarnos. Lo pensaré bien.

¿Sería porque Laiger era un caballero sagrado? Su forma de hablar se parecía un poco a la de los sacerdotes. En cualquier caso, por ahora solo eran suposiciones, así que tendrían que investigar más a fondo.

El objetivo principal que tenían era infiltrarse en el palacio real. Si Maná realmente había secuestrado a Nella y la había enviado allí, él podría ser la persona que les dijera cómo infiltrarse sin ser descubiertos. Encontrar a la hija de Alzan era un asunto secundario.

‘Claro que haré mi mejor esfuerzo…’

Una sensación amarga se apoderó de ella, como si hubiera algo más en el fondo que ellos no sabían.

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Cuando regresaron al templo, Maná los recibió calurosamente. Un hombre apuesto con vestiduras de sacerdote los recibía en el edificio blanco y grande del templo, lo que les daba una sensación extrañamente animada.

Roina se presionó el pecho.

‘¿Por qué me siento así? ¿Será por esto que tienen tantos fieles?’.

Fueron guiados a una sala de recepción dentro del templo, donde se notaba claramente que recibían un trato especial por parecer ser del imperio, ya que la fila de gente de Castelo seguía siendo larga.

Roina se sentó en el sofá de la habitación a la que la habían guiado y comió un simple refrigerio que se les había ofrecido. El crujido de la galleta hizo que el sabor a mantequilla y almendras explotara en su boca. Era delicioso.

—Son galletas realmente buenas.

—Sí… Es un templo muy lujoso.

Laiger murmuró, algo extrañado. Para él, que había vivido toda su vida con sencillez, era un espectáculo muy inusual.

—Es el resultado de la fe de muchas personas.

En ese momento, un sacerdote entró, apartando una cortina hecha de pequeñas cuentas. Era Maná, el sacerdote de Castelo, con cabello color trigo. Sonrió al ver a Roina y a sus compañeros.

—¿Qué los trae aquí con sus preocupaciones?

Roina lo miró con calma.