La lección secreta de Señorita Baronesa Felice - 88
Claude entró al salón con su abrigo en la mano, luciendo impecablemente vestido.
Se había peinado el cabello hacia atrás de forma pulcra, y despedía un aroma a almizcle más intenso de lo habitual. Una corbata de color oscuro estaba atada de forma floja sobre el chaleco, el cual estaba bien abotonado.
—¿Podemos hablar un momento?
—Sí. Claro que sí.
Felice dejó la pluma y el cuaderno que sostenía sobre la mesa y asintió.
—Sucede que voy a ausentarme de la mansión por dos días a partir de mañana, así que vine para avisarle con anticipación.
Claude sonrió sutilmente mientras se acercaba a la mesa. Felice asintió con calma y se sentó después de que él le diera permiso.
Justo en ese momento, Felice también tenía que tocar con Claude el tema de Élise.
—Yo también tenía algo que decirle. ¿Estaría bien si la conversación se extiende un poco?
—Saldré debido a un compromiso mañana por la mañana, así que tengo tiempo suficiente.
—Ah, qué alivio.
Claude se acercó lentamente y se sentó frente a Felice. Al mismo tiempo, una sirvienta entró para preparar los refrigerios. Mientras escuchaba el tintineo de los utensilios, Felice reflexionaba sobre cómo abordar con Claude la historia de Élise y las lecciones.
—Maestra, sobre nuestras clases…
Pero tan pronto como la sirvienta salió, Claude fue quien mencionó el tema de las lecciones.
—Ah, sí.
—Creo que deberíamos dejarlas.
Los ojos de Claude, de un azul intenso, se posaron en Felice con agudeza.
—… ¿Disculpe?
—Sería ideal si pudiera acompañarme solo hasta el baile para el que fui invitado como anfitrión principal. No se preocupe por la deuda saldada o el encargo de mi madre.
Ante las repentinas palabras de Claude, Felice apretó fuertemente sus dos manos debajo de la mesa.
—¿A qué se refiere con eso?
—En primer lugar, con respecto al pago de la deuda, usted ya ha cumplido con creces su papel, Maestra. Asiste al baile por mi culpa, y recientemente ha pasado por grandes dificultades a causa de lo del artículo del periódico. Ha desempeñado un papel tan importante que estaría dispuesto a pagar una suma mucho mayor a los diez mil francos.
—Ah…
—Y sobre las clases… creo que debo decirle la verdad.
Los ojos de Claude se fijaron en Felice.
—Parece que mi timidez en el romance me impidió ser sincero al expresar mis sentimientos.
Mientras decía eso, Claude miraba fijamente a Felice con voz serena.
—La verdad es que me gusta usted, Maestra Felice.
Felice se estremeció ante su confesión inesperada.
—Nunca tuve la señorita Élise en mi corazón. Solo usé la excusa de las lecciones para poder verla un poco más.
—… ¿Disculpe?
Ante la confesión de Claude, que no esperaba en absoluto, la mente de Felice se quedó completamente en blanco.
La idea de hablar sobre Élise y su sugerencia de practicar la clase en el baile desaparecieron al instante de su cabeza.
—Pero como dijo que le gustaba el pintor, me dieron celos y mentí. No tuve malas intenciones. Solo quería que se quedara a mi lado. Lo lamento.
Los ojos azules de Claude, ligeramente entrecerrados, brillaron con claridad.
Al mismo tiempo que su corazón palpitaba, el ánimo de Felice se volvía cada vez más pesado a medida que continuaba la confesión de Claude.
—Es… que… no sé… qué… quiere… decir… con… eso…
—El amor a veces puede herir a la otra persona, ¿sabe?
—Ah… No. Yo, yo…
—Lamento haber sido egoísta al querer retenerla a mi lado, cuando dijo que le gustaba Julian Bale.
Ante la educada disculpa de Claude, Felice no pudo decir nada y solo abrió y cerró los labios en silencio.
—Maestra Felice. Ha pasado por muchas dificultades en la Mansión Radcliffe por mi egoísmo durante estos meses.
—Oh… Señor Claude…
—Le enseñó a leer y escribir a Annie, y le mostró mucha bondad al personal de la mansión. Muchas gracias, de verdad.
Claude tocó la campanilla sobre la mesa.
En ese momento, el mayordomo entró al salón con una bandeja grande junto a varios sirvientes. Sobre la bandeja, una caja de cristal exhibía la espada de la familia Kelton.
—Como muestra de mi arrepentimiento, he preparado la espada de la familia Kelton y algunos regalos más.
—Oh… Esto… esto no. Habíamos acordado que la recibiría por las lecciones de Señorita Élise, pero ahora mismo… no puedo aceptarla. Estoy lo suficientemente agradecida y avergonzada con el hecho de que haya pagado mi deuda. Como sabe, yo tengo el encargo de Su Majestad la Reina…
—Todo esto ha sucedido por mi culpa, ¿no es así? Usted, Maestra Felice, simplemente se vio envuelta en asuntos innecesarios. Está recibiendo la compensación que le corresponde.
—Pero…
—¿De qué me serviría tenerla yo? Además, Señor Whitmore también aceptó que la espada regresara a la familia Kelton.
—Ah…
Felice observó los ojos de Claude, que parecían tristes, y alternó su mirada entre la espada y Claude, sin saber qué hacer.
Su sensación de arrepentimiento crecía cada vez más.
—Por cierto, Maestra Felice, también dijo que tenía algo que decir.
El mayordomo y el sirviente se retiraron de nuevo del salón.
—Ah… Sí, pues…..
Felice mordió su labio inferior mientras contemplaba la espada.
—Es… que yo también quería hablar sobre las clases…
Pero, ¿tenía ella derecho a hablar de esto?
Comparada con Claude, que había dicho la verdad, ella…
La mirada de Felice no pudo alcanzar a Claude y cayó al suelo.
Felice fue quien había comenzado la mentira.
Cuando Claude mencionó la «grabación», ella sabía exactamente lo que significaba. Cuando él preguntó qué significaba el «cielo»… fue ella quien lo indujo a ese malentendido.
Sin embargo, Felice no pudo pronunciar una sola palabra de disculpa.
Porque eso significaría revelar su verdadero sentir y, en otro sentido, sería engañar a Claude.
Él había accedido a renunciar a su amor de buen grado por ella.
Pero, aun así…
Felice tragó saliva.
Las palabras no salían.
Temía que si abría un poco la boca, el llanto se le adelantaría.
Felice finalmente asintió con la cabeza.
—No… si va a suspender las clases, creo que no tengo más nada que decirle. Yo iba a hablarle de temas relacionados con las clases. Ya estoy agradecida por haber saldado mi deuda, ahora me da incluso la espada Kelton… De verdad, muchas gracias. Pero… pero, ¿puedo preguntarle algo más por última vez?
—Sí.
—¿De verdad… de verdad no tiene absolutamente ninguna intención de estar con Señorita Élise?
Felice preguntó, a sabiendas de lo cruel que sería para el hombre que le acababa de confesar su amor, que le preguntara si tenía intenciones de unirse a otra mujer.
—No. Ninguna.
Claude respondió con firmeza.
—Mis sentimientos permanecerán aquí, y los acontecimientos futuros se desarrollarán de acuerdo con la voluntad de mi madre.
—Ah…
Ante la profunda sinceridad de Claude, Felice no pudo sostenerle la mirada y volvió a bajar la cabeza bruscamente. Hasta el final, Claude le había dejado una declaración de amor.
—Maestra Felice… no, Señorita Felice, ya no tiene que quedarse más tiempo en la Mansión Radcliffe. Espero que aproveche el tiempo en el que estaré ausente de la mansión para despedirse adecuadamente del personal.
Ah… con razón me lo dijo hoy. Es porque tiene que ausentarse de la mansión…
Ante su profunda consideración, Felice cerró los ojos con fuerza.
—Enviaré la espada Kelton junto con los regalos y sus pertenencias en el carruaje, así que no se preocupe por eso y dedíquese por completo a su despedida. Entonces… me levantaré.
Claude se levantó de su asiento.
—¡S-Señor Claude!
Felice se levantó sin querer de su silla y llamó a Claude, que estaba a punto de irse.
—Sí.
Claude asintió y miró a Felice.
—De verdad… de verdad, muchas gracias por todo este tiempo.
Felice movió a duras penas sus labios, que no se despegaban.
—Gracias por la innumerable amabilidad que me ha demostrado durante mi estancia en la Mansión Radcliffe. Gracias a usted… fui muy feliz.
Aunque lo vería en el baile, esta sería la última vez que podrían hablar así.
—Gracias a usted, Señor Claude, pude conocer a Annie, al mayordomo, a Señora Pritchard… Pude conocer a muchas personas buenas. Y…
Felice miró fijamente a Claude.
—Por último, fue un honor haberlo conocido también a usted, Señor Claude.
Felice sonrió radiantemente.
Tal como lo hizo el día que se conocieron, Felice agregó:
—Espero que el sol de la Casa Real de Buford brille siempre con esplendor.
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