La lección secreta de Señorita Baronesa Felice - 65
Felice dudó un momento antes de tomar con cautela la mano de Claude.
Tomó una respiración profunda y luego miró hacia arriba a Claude, cuya mano le envolvía suavemente la cintura.
Justo cuando estaba pensando en el siguiente paso, se fijó en su atuendo.
El cordón del albornoz, atado con prisa en la cintura, y su ridículo cabello llenaron su campo visual. En particular, el cabello de la parte frontal estaba lacio y calmado, pero la parte de atrás se erizaba a su antojo, por lo que no pudo contener la risa.
—Ah… ¡Ejem, ejem!
Felice carraspeó sin motivo y trató de concentrarse en el baile, pero finalmente la risa estalló. Al final, Felice bajó la cabeza y le temblaron los hombros.
—Ah… ¡Jaja! Esto, ah… creo que esto no va a funcionar, Lord Claude.
Felice añadió que lo sentía, pero la risa era imposible de detener.
Una de las cejas de Claude se alzó.
—¿Se está riendo?
—Ah… Pero es que los dos nos vemos ridículos ahora. No estamos nada coordinados para bailar juntos.
Le brotaron lágrimas en el rabillo de los ojos por reír tanto. Felice se secó la zona de los ojos con la mano y dijo:
—Entonces, cambiemos la hora de la clase a la noche, ¿qué le parece?
—Jaja… Me parece bien.
Felice sonrió ampliamente y asintió.
Fue entonces.
Toc-Toc-
Se escuchó un golpe en la puerta y la voz grave del mayordomo Ben resonó.
—Amo, soy Ben.
—Habla desde afuera.
—Ah… Es que…
Ben dudó por un momento. Luego tragó saliva y continuó:
—Ha venido un periodista del periódico The True, nos dice que se ha enterado por Barón Kelton de que la señorita Felice está aquí. Ahora mismo le está pidiendo una entrevista al Barón.
Con las palabras del mayordomo, la sonrisa en el rostro de Felice desapareció al instante.
—¿Barón Kelton…?
Felice parpadeó aturdida.
—Dile que Señorita Felice no se encuentra aquí y hazlo volver. Y adviértele firmemente que no aceptaremos peticiones de entrevista por un tiempo.
—Sí. Entendido. Además, el jardinero, Señor Thomas, dice que esta mañana temprano ahuyentó a un periodista que se había colado en la mansión. Creo que sería bueno aumentar el número de guardias de seguridad.
—Que así sea. Aumenta al doble la seguridad habitual y diles a los sirvientes que salen que si reciben alguna pregunta extraña, regresen a la mansión de inmediato.
—Sí. Entendido.
El mayordomo respondió y se retiró.
Y el rostro de Felice, que había escuchado todo, ya se había puesto pálido.
—Padre… Mi padre…
Felice repitió la única palabra «padre» al aire, con incredulidad en sus ojos.
—Felice.
Claude la sujetó suavemente por los hombros.
—Lord Claude… Lo siento. Mi padre…
—Barón Kelton no pudo haber hecho eso, Felice.
—¿Qué?
—No lo hizo. ¿Qué ganaría revelando el paradero de su hija? Y, si es The True, es el periódico de la familia Robert. Es el lugar que más rumores falsos ha difundido sobre la familia de Barón Kelton; es imposible que el Barón lo hiciera.
—Ah…
Los ojos de Felice miraron fijamente a Claude.
Sus ojos azules brillaban fríamente. Parecía afilado, como una cuchilla bien pulida.
Por un momento, le recordó a la espada de su abuelo.
—Se dijo que estaba cegado por el juego, pero si realmente lo estuviera, Barón Kelton ya no sería Barón.
A diferencia de Felice, que se había dejado llevar por las palabras del periodista, Claude no vaciló en absoluto. La calmó con total naturalidad y le dio palabras para tranquilizarla.
—Yo me encargaré de investigar al Barón, mientras tanto, tú quédate en la mansión y practica el baile. …Estudiante Felice.
Claude sonrió ampliamente y le dio un suave beso en la coronilla.
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Después de que Felice salió de la habitación, Claude llamó al mayordomo.
Aunque le había dicho a ella que se calmara, la verdad era que no podía estar seguro de Barón Kelton. Sin embargo, tenía un pequeño as bajo la manga que le daba cierta confianza.
El retrato de Felice que estaba sobre la mesita de noche en la enfermería estaba inmaculadamente limpio.
Pero, ¿y si la familia Robert le hubiera ofrecido pagar sus deudas? ¿O si le hubieran ofrecido una cantidad incluso mayor que la deuda?
En ese caso, la historia podría ser diferente.
El corazón humano a veces era tan falsario que se dejaba influenciar por el dinero.
El dinero era capaz de derrumbar incluso la sociedad de clases.
En una sociedad donde la gente renunciaba hasta al honor por perseguir el dinero, quizás para el Barón la elección no requería ninguna duda.
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En la residencia más grande de la calle Templeton Row 12, propiedad de la familia Robert, se estaba sirviendo una cuidada cena familiar después de mucho tiempo. Cubiertos de plata y copas de cristal estaban dispuestos sobre la larga mesa, apropiada para el espacioso comedor.
—Padre. Madre dice que baje a cenar.
Elise se paró frente a la puerta abierta del estudio, y el Primer Ministro Robert levantó la cabeza del periódico.
—De acuerdo. Bajo enseguida.
—Las noticias de hoy no son muy diferentes a las de ayer, ¿por qué sigue leyendo?
—Quiero ver cómo cubrió la historia el periódico Justice. Por si acaso.
—¿Le preocupa tanto?
Elise mencionó a Barón Radcliffe.
Ante la pregunta de su hija, Robert dobló el periódico y se levantó de su asiento.
—Es el hombre que tiene a Trouville de cabeza, por supuesto. Y más aún, podría ser el futuro prometido de mi hija. Para mí, es como un rival.
Luego le dedicó una sonrisa a su hija. Le dio una palmadita afectuosa en el hombro.
—Bajemos.
—Sí.
Elise sonrió ampliamente y caminó por el pasillo.
De camino al comedor, Elise le contó una historia de una novela que había leído unos días antes. El Primer Ministro asentía a su relato y le hacía preguntas apropiadas para que la conversación de Elise no decayera.
—… Cariño. ¡Ya viniste! Elise, bien hecho. Gracias a ti bajó temprano hoy. Si lo llamo, siempre se pone a leer una página más del periódico. ¡De verdad!
Señora Robert le lanzó una mirada juguetona al Primer Ministro, luego abrazó a Elise y se rio.
—Y bien, ¿qué decía la respuesta de la carta, Elise?
Justo cuando el sirviente estaba poniendo la sopa en la mesa, la señora Robert le preguntó a Elise. El Primer Ministro, sentado en la cabecera, también sonrió complacido, mirando a Elise mientras esperaba la respuesta.
—Mmm… ¿Qué creen que decía?
—Ay, por favor, responde a la pregunta.
Señora Robert negó levemente con la cabeza, como si estuviera harta del acertijo de su hija, y se llevó la sopa a la boca.
El Primer Ministro Robert, sentado en la cabecera, soltó una carcajada y puso una expresión de estar meditando.
—No sé. Aunque no conozco bien a Barón Radcliffe, creo que envió una respuesta cortés.
Ante la respuesta de su padre, Elise esbozó una sonrisa peculiar.
—… Dijo que no.
Elise respondió sonriendo dulcemente.
—¡¿Qué?! ¡¿Dijo que no?!
La primera en reaccionar fue la señora Robert. Dejó caer el cubierto de plata que tenía en la mano, ¡Tac!, y frunció el ceño.
—… ¿De verdad?
Sin embargo, el Primer Ministro, que cruzaba miradas con Elise, tenía la misma sonrisa en los labios que su hija.
—¡¿»De verdad»?! ¡Cariño! ¡Dime algo, de verdad! Nunca pensé que el señor Radcliffe diría que no. ¡Vaya, qué increíble! ¡Estoy indignada!
Señora Robert se mostró molesta.
—A pesar de que el Barón te rechazó, tienes buena cara, Elise.
El Primer Ministro tomó su cubierto para empezar a comer la sopa y le dijo a Elise.
Elise curvó las comisuras de su boca con picardía.
—Él ya había rechazado una propuesta mía antes.
—¡Vaya! ¿Cuándo?
La señora se sorprendió, y el Primer Ministro comió mientras escuchaba la historia de Elise.
—Fue cuando nos encontramos en la mansión del conde Legrand. Le pregunté si vendría a un evento de caridad, y me dijo que no.
—Entonces, ¿ya te ha rechazado dos veces?
—Se podría decir que sí.
—Ay, ay… ¡Elise, déjalo! Es viejo y es un noble que acaba de ascender a la nueva riqueza. No vale la pena.
La señora volvió a mostrar su indignación.
A pesar de eso, el rostro de Elise estaba lleno de risa.
—Pero… extrañamente… me está dando vueltas. Me investigó. Y también me ha mostrado que está haciendo un esfuerzo por adaptarse a mí.
—¿De verdad? Pero ¿por qué se niega a la invitación?
Elise se encogió de hombros.
—No sé. Dicen que el hecho de que trajera a la señorita Felice esta vez también fue por mí.
—¡Oh! ¿Por qué?
—Mmm, quién sabe.
Elise se hizo la desentendida.
Primer Ministro Robert, que la escuchaba, bajó lentamente su cubierto.
—Elise, ¿tú qué crees?
—Mmm… No estoy segura. Siento que hay una razón política para que siga rechazando mis propuestas. Parece que no le resulta fácil dar marcha atrás.
Elise bebió un gran bocado de sopa.
—¿De verdad? Entonces será difícil.
—Mmm… Madre.
Elise tragó la sopa y se volvió hacia la señora Robert.
—¿Sabe que el amante de Duquesa Vanessa es un bailarín?
—¿El amante de Duquesa Vanessa?
—Tengo un amigo bailarín con el que me llevo muy bien, y él es muy cercano al amante de Duquesa Vanessa.
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